Cuando Masoud, un programador informático de 27 años, regresó sangrando a la casa de su familia en Teherán, Irán, después de que las fuerzas de seguridad le dispararon decenas de perdigones de metal, su padre lo instó a ir al hospital.
No obstante, para los heridos en las manifestaciones antigubernamentales que han inundado Irán, ir al hospital significaría un arresto casi seguro.
“Dijo que nos meterían en la cárcel solo un año y que todo acabaría pronto”, afirmó Masoud respecto al consejo de su padre. “Pero todo el mundo sabe que en Irán no te meten en la cárcel solo un año”.
The New York Times no menciona el nombre completo de Masoud para salvaguardar su integridad.
Las manifestaciones en Irán estallaron tras la muerte en septiembre de la joven iraní Mahsa Amini, mientras estaba bajo custodia. Es imposible calcular de manera confiable cuántos de los heridos en las protestas escaparon del país, porque la mayoría se escondieron. Algunos, como Masoud, lograron cruzar las fronteras terrestres hacia Irak, incluida la región semiautónoma del Kurdistán iraquí, o pudieron tomar vuelos que salían de Irán.
La organización de vigilancia de los derechos humanos en Irán, con sede en Noruega, asegura que al menos 326 personas, entre ellas 43 niños, han muerto en las protestas. Se cree que hay miles más de heridos.
La decisión de Masoud de unirse a las protestas habla de las múltiples razones que tienen los jóvenes iraníes para participar en las movilizaciones. Amini, de 22 años, murió bajo custodia tras ser detenida porque se le acusaba de cubrirse el pelo indebidamente, y las manifestaciones por su muerte se extendieron hasta abarcar llamados para el fin de la República Islámica.
“La muerte de Mahsa fue el detonante”, comentó Masoud, vestido con unos modernos pantalones de mezclilla rotos y tenis, desde una casa en Solimania, en la región del Kurdistán del norte de Irak. “Después de que la mataron, empecé a ver toda la pobreza y la situación precaria en Irán y decidí que este estilo de vida tiene que terminar”.
Masoud dijo que, a cinco semanas de cruzar la frontera con Irak, todavía tiene más de 50 perdigones de metal bajo la piel, uno de ellos en el oído izquierdo, que le afecta a la audición. Tras salir de su casa, comentó que unos amigos lo llevaron a un médico que estaba atendiendo a los manifestantes en secreto. Una fotografía muestra ocho de los perdigones en un recipiente médico de metal, mientras que las radiografías muestran otros dispersos por todo su cuerpo.
Al día siguiente de su salida, Masoud dijo que su madre le había llamado para decirle que había agentes de seguridad vestidos de civil afuera de la casa preguntando por él.
El Centro para los Derechos Humanos en Irán, un grupo de defensa con sede en Nueva York, señaló que un funcionario judicial iraní informó en octubre que unos mil manifestantes habían sido acusados en Teherán en relación con lo que el funcionario llamó “disturbios”. El domingo, los medios de comunicación oficiales de Irán afirmaron que un manifestante acusado de incendiar un edificio gubernamental había sido condenado a muerte.
Las protestas continuaron el jueves en todo Irán. Se registraron fuertes enfrentamientos en Teherán y en las provincias de Kurdistán y Juzestán, y las fuerzas de seguridad abrieron fuego contra la multitud.
Masoud no les había dicho a sus padres que estaba en la calle.
“Ellos apoyan al gobierno y desaprueban las protestas”, aseveró respecto a sus padres de clase media, señalando una división generacional en Irán que, dijo, ha sido fomentada por la exposición en internet de los más jóvenes al mundo exterior.
El partido kurdo iraní Komala, que según él le ayudó a escapar de Irán, acogió a Masoud, quien pasa casi todo el tiempo dentro de casa y en internet, monitoreando las noticias desde ahí. Dijo que tiene miedo de salir debido a la presencia prolongada de agentes iraníes en Solimania, que está en una parte del Kurdistán iraquí que mantiene relaciones cordiales con Teherán. No conoce la ciudad ni el idioma.
Los grupos de la oposición iraní, entre ellos Komala, se mueven en una línea muy delgada en el Kurdistán iraquí, donde la administración regional recibe cada vez más presión de los gobiernos iraquí e iraní para el desarme. El lunes, Irán lanzó ataques con misiles y drones a través de la frontera contra bases de la oposición iraní en Irak, que mataron a dos personas. A finales de septiembre, Irán bombardeó bases de la región del Kurdistán iraquí con misiles y drones suicidas; al menos 19 personas murieron en el ataque más feroz de la última década.
Masoud aseveró que no es miembro de Komala y que no le interesa entrenarse como combatiente, pero que, como le ayudaron a cruzar y le dieron un lugar donde dormir, “ahora son como mi familia”.
También dijo que la protesta a la que asistió el 21 de septiembre en el distrito de Parvaz, en Teherán, había comenzado de manera pacífica, pero que, minutos después de que los manifestantes empezaron a corear el fin del gobierno de la República Islámica, las fuerzas de seguridad abrieron fuego.
Después de que sus heridas dejaron de sangrar dos días más tarde, pasó una semana en la región kurda de Irán antes de que le ayudaran a cruzar la frontera, narró.
Masoud, quien hablaba en farsi a través de un traductor, dijo que era apolítico, pero que sus opiniones sobre el régimen iraní se habían forjado en parte cuando las protestas sacudieron al país hace cuatro años y él ayudó a los manifestantes malheridos a subir a las ambulancias.
Cuando le preguntaron si lo que había vivido valía la pena el sacrificio, Masoud se esforzó por contener las lágrimas.
“Estoy devastado por esa pregunta”, dijo. “No sé si llorar ni qué decir. Perdí todo lo que tenía. No tengo familia ni país”.
Sin embargo, tras una pausa, dijo que, a pesar del costo, se sentía obligado a adoptar una postura.
“Tiene que llegar un momento en el que termine la dictadura que arruinó la vida de 80 millones de personas, y tiene que empezar con gente joven y valiente como yo”, concluyó.
© The New York Times 2022