Las gorras de béisbol, rojas con letras de molde blancas, pretendían transmitir un mensaje inconfundible: “Que vuelva el Brasil de 2002″.
Ese fue el primer año en que Brasil eligió como presidente al líder izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva.
En ese primer periodo, de 2003 a 2010, presidió quizás el mejor momento de Brasil, al aprovechar el auge de las materias primas y el descubrimiento de petróleo para sacar a 20 millones de personas de la pobreza extrema y situar a Brasil en la escena mundial.
Ahora, Lula está de vuelta, listo para tomar las riendas del mayor país de América Latina el 1 de enero, precisamente 20 años después del inicio de su primer gobierno.
Pero la nostalgia por la primera administración de Lula puede que rápidamente reciba un baño de realidad.
En su segunda gestión enfrentará un país que ha cambiado drásticamente. Lula hereda una economía con menos espacio para el crecimiento, una presidencia con menos fuerza y un país polarizado y obsesionado con internet, donde una parte considerable del público lo ve como un criminal que robó las elecciones.
“Políticamente hablando, tiene mucho menos poder que el que tenía, y se enfrenta a un reto mucho más difícil económicamente”, dijo el economista Alexandre Schwartsman, quien fue director del banco central de Brasil durante el primer gobierno de Lula.
Los diversos desafíos indican que la luna de miel podría ser corta para Lula después de derrotar al presidente Jair Bolsonaro el mes pasado e impedir que el líder de extrema derecha gobierne un segundo mandato. Aunque Lula vuelve al cargo con mucha más experiencia, nunca se ha enfrentado a muchos de los obstáculos que le esperan.
En su primera gestión, el voraz apetito de China por la soya, el mineral de hierro, el petróleo y la carne de Brasil ayudó a impulsar una racha de rápido crecimiento que convirtió a Brasil en la sexta economía del mundo en 2012; era la decimocuarta cuando Lula comenzó su mandato. Ese ascenso le ayudó a reinventar el país con una clase media ampliada, inversiones en infraestructuras y candidaturas exitosas a los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol.
Pero ahora, Brasil lleva años de crecimiento vacilante, y China y la economía mundial están más débiles. Lula dedicó gran parte de su campaña a la promesa de conseguir que los brasileños comieran tres veces al día, y ha dejado claro que la principal prioridad de su nuevo gobierno es dirigir más ayuda a los pobres.
Sin embargo, el manejo de las finanzas del país será una de sus mayores pruebas. Durante su último mandato, Lula amplió el gasto público gracias a los beneficios económicos inesperados que estuvieron a su favor. Ahora no es así y parece que el mercado está preocupado por sus planes.
En sus declaraciones públicas de la semana pasada sobre su impulso para aumentar el límite de gasto federal, dijo: “¿Por qué los mismos que discuten seriamente el límite de gasto no discuten las cuestiones sociales del país? ¿Por qué los pobres no forman parte de la discusión macroeconómica?”. La reacción de los inversores no se hizo esperar. La bolsa de São Paulo cayó un 3,3 por ciento, su peor día del año.
Lula quiere incrementar el límite de gasto para financiar un aumento del salario mínimo y una ampliación del programa de bienestar social de Brasil. Quiere mantener los aproximadamente 115 dólares mensuales que Bolsonaro comenzó a otorgar a las familias de bajos ingresos antes de las elecciones, y quiere añadir 30 dólares adicionales al mes por cada niño de esas familias.
Esto costará más de 13.000 millones de dólares en 2023, aunque el presupuesto de Brasil no tiene espacio para gastos adicionales.
Esto se debe, en parte, a que Bolsonaro gastó hasta 30.000 millones de dólares en estímulos económicos antes de las elecciones, en un esfuerzo por ganar votos que incluyó dádivas a los pobres y subsidios a los combustibles, según Daniel Couri, un economista que dirige el organismo de control presupuestario del Senado.
Marcelo Castro, un senador centrista que dirige las discusiones del presupuesto en el Congreso, dijo que apoyaba el esfuerzo de Lula por ampliar el límite de gasto y que esperaba que sus colegas estuvieran de acuerdo. Pero los analistas dijeron que no estaba nada claro si Lula podría obtener suficientes votos dada la oposición del partido de Bolsonaro.
Lula llegará a su siguiente gobierno con mucho más bagaje político, algo que podría desbaratar su agenda. Cuando dejó el cargo a finales de 2010, Lula era quizá el hombre más popular de Brasil, con un índice de aprobación superior al 80 por ciento. Entregó el país a una sucesora elegida a dedo y se dirigió a lo que se creía que era su jubilación.
En lugar de ello, se convirtió en el principal objetivo de una amplia investigación sobre corrupción que descubrió un vasto esquema de sobornos dentro de su partido y del gobierno brasileño. Lula fue condenado en dos ocasiones por haber aceptado renovaciones y un apartamento de empresas constructoras que buscaban contratos con el gobierno.
Fue condenado a 22 años de prisión, pero después de 17 meses fue puesto en libertad. El Supremo Tribunal Federal dictaminó el año pasado que el juez de sus casos era parcial y desestimó los cargos. La decisión no demostró su inocencia, pero despejó el camino para que se presentara de nuevo a las elecciones.
Sin embargo, el escándalo arruinó gran parte de la confianza del público en Lula y su fuerza política, el Partido de los Trabajadores. En la campaña, Bolsonaro se centró en las condenas de Lula. Y ahora, en la derrota, los partidarios de Bolsonaro las citan como prueba de que robó las elecciones.
Esto deja a Lula en una posición más débil que en 2003. A los cuatro meses de su primer gobierno, solo el 10 por ciento del país lo desaprobaba.
Ahora, Lula es rechazado de forma tan vehemente por la derecha que, tras la elección, miles de partidarios de Bolsonaro se concentraron frente a las bases militares y montaron cientos de bloqueos en las carreteras en un intento de reclutar a las fuerzas armadas para impedir que Lula asuma el cargo.
“Este es nuestro mayor desafío”, dijo el senador Randolfe Rodrigues, uno de los coordinadores de la campaña de Lula que se postula para un papel importante en su gobierno. “Todo lo demás es importante, pero recuperar la cultura democrática en la vida brasileña es nuestra mayor responsabilidad”.
También podría dificultar el gobierno de Lula.
En 2003, los partidos conservadores estaban dispuestos a trabajar con Lula en sus prioridades. “Esta vez, Bolsonaro aún no ha aceptado su victoria”, dijo Thomas Traumann, un analista político que cubrió el primer gobierno de Lula como periodista y trabajó como ministro de Comunicación Social de la sucesora de Lula. “La presión que sufrirá es mucho mayor”.
Los brasileños eligieron el mes pasado el Congreso más conservador desde el fin de la dictadura militar a finales de la década de 1980. El partido de Bolsonaro fue el que ganó más escaños, lo que le dio casi una quinta parte de las dos cámaras, y el presidente del partido ha dicho que dirigirá a sus miembros a oponerse al gobierno de Lula.
Diecinueve partidos tienen escaños en el Congreso, y unos siete de ellos conforman un bloque conocido como el Centrão, una coalición mayoritariamente centrista que controla el Congreso y gobierna más en función de la política que de la ideología. El Centrão a menudo ha ido de la mano del partido en el poder, pero sin el partido de Bolsonaro y sus 99 legisladores en la Cámara, eso podría no funcionar.
“No habrá paz si se intenta aislar a 99 diputados federales. Esto no sucede”, dijo recientemente a los periodistas el presidente del partido, Valdemar Costa Neto. “Será un infierno”.
El poder de la presidencia de Brasil también se ha diluido en los últimos años por la creciente influencia del Supremo Tribunal Federal y del Congreso, que ahora controla una gran parte del presupuesto federal. Lula tendrá que llegar a acuerdos, y pasó gran parte de la semana pasada reuniéndose con el presidente de la Cámara, el presidente del Senado y los jueces del Supremo Tribunal Federal.
Lula es el sexto líder de izquierda elegido en América Latina desde 2018, y muchos de sus pares han tenido dificultades. Argentina está sumida en una de sus peores crisis financieras en décadas. El nuevo presidente de Chile se enfrentó a un gran revés después de que los votantes rechazaron abrumadoramente una nueva Constitución. Y en Perú, los índices de aprobación del presidente se han desplomado.
Sin embargo, el panorama en Brasil puede no ser tan grave. Según muchos indicadores, la economía del país está en bastante mejor forma que en 2003. El comercio y el producto interior bruto son mayores, y la inflación y el desempleo son menores.
Pero el gobierno de Brasil ha adquirido una enorme deuda en los últimos años, y ahora supera el 77 por ciento del producto interno bruto, el umbral que, según los economistas, frena el crecimiento económico de un país. Eso deja a Lula con poca flexibilidad financiera para estimular la economía sin provocar una nueva crisis de deuda pública.
Hay, sin embargo, un área en la que Lula podría tener un impacto temprano e importante: la selva amazónica, cuya salud es crucial para la lucha contra el cambio climático. Bolsonaro recortó significativamente el financiamiento y el personal de los organismos que protegen la selva y a los grupos indígenas que viven ahí.
Rodrigues, que está siendo considerado para el puesto de ministro de Medio Ambiente de Lula, dijo que el plan era reconstruir inmediatamente la presencia del gobierno en la Amazonía y deconstruir las políticas de Bolsonaro. El gobierno de transición de Lula dijo que planea añadir casi 200 millones de dólares al presupuesto de medio ambiente del gobierno el próximo año. Y el miércoles, Lula tiene previsto intervenir en la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, conocida como COP27.
Aunque los analistas afirmaron que Lula tendría el poder de cambiar la política medioambiental por sí mismo —y que la inversión sería mínima—, no estaba tan claro cómo se implementaría. Es poco probable que los madereros, mineros y ganaderos de zonas remotas del país renuncien fácilmente a su principal fuente de ingresos.
“Durante cuatro años, allí no hubo Estado. Podían hacer lo que quisieran”, dijo Traumann. “¿Cómo paras a esa gente?”
© The New York Times 2022