Especial para Infobae de The New York Times.
NUEVA YORK — El sábado, los Yankees iban perdiendo al comienzo del tercer juego de la Serie de Campeonato de la Liga Americana contra los Astros de Houston. Pero para tres fanáticos acurrucados frente a un pequeño televisor en la habitación de un hotel en Queens, había motivos para tener esperanza.
Oswaldo Cabrera, un novato de 23 años de Venezuela, estaba en la alineación principal como campocorto.
“¡Cabrera es de mi estado natal!” afirmó Samuel Liendo, de 22 años, con una gorra de los Yankees en su cabeza.
Cabrera había pasado años en las ligas menores tras firmar con los Yankees cuando era adolescente; Liendo y sus amigos eran unos de los miles de inmigrantes que habían llegado desde Texas en un autobús a Nueva York este verano. Para Liendo, el simbolismo era claro: “Si él puede triunfar aquí, yo también”.
Liendo, de 22 años, y John Rodríguez, de 19, ambos de Venezuela, y Miguel Ángel Gómez, de 18 años y proveniente de Nicaragua, están entre los más de 20.000 migrantes que han llegado a la ciudad de Nueva York desde abril, tras cruzar la frontera entre Estados Unidos y México y ser transportados a Nueva York en autobús desde Texas.
Muchos de esos migrantes han terminado en una colección cada vez más numerosa de hoteles y refugios tradicionales dispuestos apresuradamente por el gobierno de la ciudad, el cual hace poco comenzó a recurrir a tiendas de campaña para albergar a los recién llegados. Tienen pocas perspectivas de trabajo y se enfrentan a grandes dificultades en su búsqueda por quedarse aquí de forma permanente.
Aun así, miles de niños se están ajustando a sus nuevas escuelas, las familias conocen a sus nuevos vecinos y los recién llegados están construyendo amistades entre sí, apoyados en el poder unificador de algo tan simple como un juego de pelota.
Incluso cuando los Yankees perdieron el juego 5 a 0, los tres hombres siguieron mantuvieron el buen ánimo. Escucharon música, bromearon y disfrutaron unos pocos momentos de diversión que aliviaron unos meses agotadores y desesperantes.
Los tres hombres se hicieron amigos cuando se conocieron en el hotel Queens County Inn and Suites en Long Island City, el cual se transformó apresuradamente en un refugio para familias inmigrantes este verano.
“Nuestro amor por los deportes es lo que nos ha unido, no necesitamos hablar mucho”, afirmó Rodríguez, quien nació en Barquisimeto, en el norte de Venezuela.
Si bien el fútbol es el pasatiempo favorito de América Latina, a los venezolanos les encanta el béisbol. Cuando se descubrió petróleo en la nación sudamericana después de la Primera Guerra Mundial, Venezuela vendió derechos de extracción, principalmente a compañías petroleras estadounidenses. Muchos trabajadores petroleros estadounidenses llegaron al país y trajeron consigo el béisbol.
Venezuela tiene su propia liga de béisbol de ocho equipos, llamada Liga Venezolana de Béisbol Profesional, la cual a menudo cuenta con la participación de exjugadores y prospectos de las Grandes Ligas que juegan allí durante el invierno en América del Norte.
La atmósfera en los partidos durante la temporada de la liga de un país con poco entretenimiento es muy distinta al pasatiempo perezoso veraniego en Estados Unidos. Los fanáticos están atentos a cada lanzamiento y en las gradas hay bandas tocando música.
Los venezolanos no dejan de seguir de cerca las carreras de los jugadores que se han ido del país. El sitio web de la liga profesional del país enumera no solo a sus propios jugadores, sino también a los que juegan en equipos de las ligas mayores y menores en Estados Unidos.
Muchos aman especialmente a los Yankees. Este año, cuatro de los jugadores del equipo son venezolanos: Oswald Peraza, un jugador de cuadro proveniente de Barquisimeto, la ciudad natal de Rodríguez; el utility Marwin González; Gleyber Torres, un infielder; y Cabrera.
Para relajarse, Rodríguez, Liendo y Gómez han estado viendo a su equipo favorito cuando pueden. Es su manera de drenar tensiones después de buscar trabajo por días, sin ningún éxito. Incluso cuando el equipo perdía 3 a 0 la serie al mejor de siete, Rodríguez soñaba despierto con el Yankee Stadium en la Serie Mundial, incluso, afirmó, “aunque sea solo para ir a quedarme de pie afuera”.
Rodríguez llegó hace dos meses con su padre, dos hermanas y su sobrina de 1 año de edad. Después de pasar una noche en un refugio en el Bronx, terminaron en el hotel de Long Island City. La ciudad convirtió más de 45 hoteles en refugios, y el alcalde Eric Adams declaró estado de emergencia este mes, ya que la afluencia de migrantes disparó la población principal de personas en situación de calle que utilizan refugios a más de 62.000, su punto más alto de todos los tiempos.
Liendo llegó al hotel en agosto con su esposa de 26 años y su hija de 6 y conoció a Rodríguez de inmediato.
“El primer día que salí del hotel, nos vimos, intercambiamos miradas y de inmediato reconocimos que ambos éramos venezolanos”, contó Liendo. “Lo primero de lo que hablamos fue de nuestros viajes. Conversamos sobre cómo nos habían tratado y lo difícil que había sido”.
Los venezolanos han llegado en enormes cantidades a Estados Unidos a medida que la crisis económica y política de su país ha ido empeorando. Al igual que los nicaragüenses y los cubanos, no pueden ser deportados con facilidad debido a las malas relaciones diplomáticas de sus gobiernos con Estados Unidos. Recientemente, el presidente Joe Biden modificó la política federal para permitir que los venezolanos sean expulsados a México, y desde entonces el número de personas que cruzan la frontera se ha reducido de manera drástica.
Durante la semana, los tres recorren la ciudad juntos en busca de trabajos ocasionales, pero no han tenido mucha suerte. Encontraron un trabajo temporal en construcción, cargando camiones con escombros de proyectos de renovación de viviendas. “Todo lo que conseguimos es solo por unos días, luego se termina el trabajo y seguimos buscando”, afirmó Rodríguez. “No tenemos papeles para trabajar, y eso ha sido un problema”.
Muchos de los inmigrantes que llegaron están solicitando asilo, lo que significa que pueden calificar para obtener permisos de trabajo. Pero dichos permisos solo están disponibles 150 días después de su solicitud, y los solicitantes enfrentan obstáculos como procesos burocráticos confusos y largos retrasos.
A medida que han pasado las semanas, Rodriguez, Gómez y Liendo han recurrido al béisbol y el fútbol para distraerse de sus preocupaciones.
En una fresca mañana durante este fin de semana, encontraron una gasolinera en la esquina de Crescent Street y 41st Avenue y pusieron un dólar en la bomba de aire para inflar un balón de fútbol que habían comprado.
Luego corrieron, esquivando a las personas en las aceras y pasándose el balón de un lado a otro, hasta que llegaron a un campo de fútbol en Queensbridge Park. Gómez se ofreció como voluntario para ser el portero, y los otros dos comenzaron a disparar al arco.
Después de un par de horas, les dio hambre. Con muy poco dinero en sus bolsillos, empezaron a recolectar botellas y latas para canjearlas en un Costco. Recolectaron lo suficiente para una pizza de 9,95 dólares y pidieron que la cortaran en 12 rebanadas, cuatro para cada uno.
“Siempre soñé con venir aquí, desde que era niño”, afirmó Liendo. “Me preguntaba: ‘¿Cómo se sentirá ser neoyorquino?’ Sé que no todo es perfecto, pero hasta ahora, incluso las partes malas son encantadoras”.
El domingo por la noche, los tres amigos estaban decepcionados tras la derrota de los Yankees en su último partido de postemporada contra los Astros. Pero no vieron el juego.
Habían recibido una llamada sobre un empleo temporal para limpiar un almacén y aprovecharon de inmediato la oportunidad para salir del hotel e ir a trabajar.