Especial para Infobae de The New York Times.
LONDRES — En el mes de abril de 1989, la reina Isabel II acababa de almorzar con Mijaíl Gorbachov, quien se encontraba en el Reino Unido para hablar sobre la relación de la Unión Soviética con Occidente, pero la monarca aún tenía que prepararse para recibir a otro visitante.
Monty Roberts, un renombrado entrenador de caballos, recién había llegado a Windsor, Inglaterra, procedente de su rancho de Solvang, California. Meses antes, la reina había leído algunos artículos sobre las técnicas de entrenamiento de Roberts mediante las cuales se les enseña a los animales a ver al jinete como un miembro de su manada y no como a un amo. La reina envió a uno de sus entrenadores de caballos a California para que observara el método de Roberts e inmediatamente después lo invitó a que la visitara.
En una entrevista telefónica tras la muerte de la reina a los 96 años la semana pasada, Roberts, de 87 años, recordó esa visita (y la amistad que después los unió durante tres décadas).
En ese viaje de abril de 1989, Roberts le demostró a la reina sus técnicas con 23 caballos de la familia real, entre ellos uno que pertenecía a la reina Isabel, la reina madre, quien, recordó Roberts, estaba tan conmovida por su trabajo que empezó a llorar.
“Y luego todo comenzó”, explicó Roberts, refiriéndose a la amistad que surgió entre él y la reina.
Unas cuantas semanas después de su visita al castillo de Windsor y ya de regreso en California, a Roberts lo despertó una llamada a las 2:30 de la madrugada. Era la reina que le telefoneaba desde Londres para pedirle el nombre del entrenador británico que según él había estudiado sus métodos. Roberts le dio el nombre, Terry Pendry, y ella lo contrató sin demora.
Roberts mencionó que comenzó a ir a Inglaterra seis o siete veces al año para asistir a largas reuniones con la reina y asesorarla sobre su programa de entrenamiento de caballos. Casi siempre se reunían en sus residencias reales de Sandringham, en los salones posteriores de restaurantes de Windsor o en su oficina del castillo de Windsor, “y había perritos corgi por todas partes”, afirmó.
La reina alentó a Roberts a escribir un libro para que difundiera su método y este, titulado “El hombre que escucha a los caballos”, se convirtió en un superventas. “Ella pensaba que ninguna persona debía decirle jamás ni a un ser humano ni a un animal ‘Haz lo que te digo o, si no, te lastimaré’”, comentó Roberts.
En ocasiones, las charlas entre la reina y Roberts no solo eran sobre caballos. Hablaban sobre cómo mejorar los tratamientos para la salud mental de los veteranos. Ella le pedía consejos sobre algunos problemas que tenía con sus corgis. (Por ejemplo, que ladraban demasiado).
En 2011, la reina nombró a Roberts miembro honorario de la Real Orden Victoriana por su servicio a la familia real, la reina y la institución de las carreras de caballos. Este reconocimiento, las fotografías con la reina y las cartas que ella le dirigió se encuentran exhibidos en su rancho de 40 hectáreas de extensión llamado Flag Is Up Farms, en el cual tiene alrededor de 90 caballos.
Según Roberts, siempre que la reina estaba con los caballos, entraba en una especie de calma. En su primer viaje al castillo de Windsor en 1989, Roberts vio a una mujer con ropa de montar cepillando a un caballo en los establos y pensó que ella trabajaba ahí hasta que el jefe de los establos de la corona le dijo: “Le informo que esa es la reina Isabel II”.
El amor que la reina tuvo por los caballos comenzó cuando era una joven princesa. Aprendió a montar sobre Peggy, un poni de las Shetland que le había regalado su abuelo, el rey Jorge V, cuando ella tenía cuatro años y, a través de los años, se convirtió en una apasionada amazona. Cuando el presidente Ronald Reagan visitó el castillo de Windsor en 1982, él y la reina fueron a montar a caballo.
La reina, quien tenía su propia cuadra para la reproducción de caballos de carreras, desde 1945 cada año asistió a casi todas las carreras del hipódromo de Ascot en Inglaterra y tuvo 24 caballos ganadores.
Roberts afirmó que la reina siempre contestó a sus llamadas para hablar sobre caballos. Una vez, hace como quince años, cuando Roberts la llamó para darle las últimas novedades, uno de sus asistentes le dijo que la reina no estaba disponible porque estaba en una visita a Irlanda del Norte.
Después escuchó la voz de la reina que decía: “Hola, Monty”, y él respondió “¡Su Majestad! Me dijeron que estaba en una reunión en Irlanda del Norte” y ella dijo “Sin importar lo que esté haciendo, yo siempre tomo tus llamadas”.
“¿Se imaginan cómo se sintió este vaquero cuando eso ocurrió?”, añadió.
Pronto, Roberts volverá a viajar al Reino Unido para ver a la reina, pero esta vez como uno de los 2000 amigos y dignatarios que asistirán a su funeral.
“Fue una maravilla conocerla”, afirmó.