Cuando era una apasionada estudiante de 19 años en Oxford en 1994, Elizabeth Truss pidió un referéndum para abolir la monarquía británica, diciendo a una audiencia de compañeros demócratas liberales: “No creemos que la gente deba nacer para gobernar”.
El martes, tres décadas después, Truss, quien ahora tiene 47 años y es conocida como Liz, viajó a un castillo escocés para ser ungida por la reina Isabel II como la nueva primera ministra del Reino Unido, con lo que completa así una odisea política que la ha llevado de ser una republicana bulliciosa a convertirse en la líder del Partido Conservador, revestida de tradición.
Hace tiempo que Truss se decantó por la monarquía por considerarla buena para la democracia británica, y también hace tiempo que abandonó el ala liberal-demócrata por el ala conservadora. Más recientemente, cambió de bando en lo que respecta al brexit: antes del referéndum de 2016 se oponía al esfuerzo para que el Reino Unido abandonara la Unión Europea, y luego revirtió el rumbo y se convirtió en una de sus más fervientes evangelizadoras.
Su destreza ideológica —los críticos lo llamarían oportunismo— ha contribuido a impulsar a Truss a la cúspide de la política británica. La preparación de Truss para los rigores del trabajo es otra cuestión, teniendo en cuenta las graves tendencias económicas que envuelven al país, y un partido tory que parece dividido entre el deseo de un nuevo comienzo y el arrepentimiento por haber echado a su extravagante predecesor, Boris Johnson.
Truss, según ella misma admite, no tiene el carisma de Johnson. Es torpe socialmente, mientras que él es de trato fácil, es vacilante en su modo de hablar, mientras que él es fluido. Pero Truss avanzó las filas del partido con lo que sus colegas describen como resistencia, empuje y un apetito por la política disruptiva. Cuando Johnson tuvo problemas, se posicionó con destreza: no rompió nunca públicamente con él y se mantuvo en el centro de la atención como una secretaria de Relaciones Exteriores de línea dura.
“Tiene mucha confianza en sus instintos”, dijo Marc Stears, un politólogo que fue tutor de Truss cuando estaba en Oxford. “Está dispuesta a correr riesgos y a decir cosas que otros no están dispuestos a decir. A veces, eso le funciona; otras veces, la perjudica”.
Acartonada en público, Truss es divertida en privado, dicen sus amigos, con un trato directo e informal, una debilidad por el karaoke y un amor sin reparos por la estrella del pop Taylor Swift. Una vez compartió una selfie con Swift en una entrega de premios, añadiendo la leyenda “Look what you made me do” (Mira lo que me hiciste hacer), el título de una de las exitosas canciones de Swift.
Truss necesitará todo su instinto y agilidad para desempeñar el trabajo que hereda de Johnson. Expulsado del cargo por los legisladores de su partido tras una serie de escándalos, ha dejado tras de sí una pila de problemas de enormes proporciones, no muy diferentes de los que tuvo que afrontar Margaret Thatcher cuando se convirtió en la primera mujer en asumir el gobierno del Reino Unido en 1979, durante un periodo anterior de dificultades económicas.
Truss se ha inspirado en Thatcher, posando sobre un tanque como lo hizo su heroína en Alemania Occidental y vistiendo blusas de seda con lazos, un elemento básico del vestuario de Thatcher. Pero sus ideas políticas son más parecidas a las de otro héroe de la derecha, Ronald Reagan: las promesas de bajar los impuestos y reducir el gobierno, junto con una celebración del Reino Unido posbrexit como una “nación de aspiración”.
Ese mensaje atrajo a los cerca de 160.000 miembros del Partido Conservador, en su mayoría blancos y de edad avanzada, que la eligieron por encima de las duras verdades ofrecidas por su oponente, Rishi Sunak, exministro de Economía. Ahora, tendrá que volver a pivotar para liderar un país diverso y dividido que se enfrenta a sus peores noticias económicas en una generación.
“Una de las cosas que ha beneficiado a Liz Truss es que es tribal”, dijo Jill Rutter, investigadora principal de UK in a Changing Europe, un instituto de investigación de Londres. “Está muy dispuesta a abrazar todo lo relacionado con un equipo. El problema de ser una jugadora de equipo es que ahora tiene que definir la agenda”.
Nacida en 1975, cuatro años antes de que Thatcher llegara al poder, Truss creció en una familia declaradamente de izquierda, con un padre matemático y una madre profesora y enfermera. Habla a menudo de su paso por una secundaria pública en la dura ciudad de Leeds, que, según ella, “defraudaba” a sus alumnos con bajas expectativas, escasas oportunidades y un ayuntamiento atrapado en las garras de lo políticamente correcto.
Algunos de sus contemporáneos cuestionan su relato de la época escolar. Señalan que creció en un barrio acomodado de la ciudad que durante mucho tiempo votó por los conservadores. También la acusan de demeritar a sus profesores, que la ayudaron a ser admitida —después de vivir un año en Canadá con su familia— en el Merton College, uno de los colegios más rigurosos académicamente de Oxford.
En Oxford, Truss estudió filosofía, política y economía, un programa de estudios de élite del que ha salido un club de políticos prominentes, incluido un ex primer ministro, David Cameron. Algunos han criticado el programa por dar prioridad a la facilidad de palabra y al estudio rápido. Pero Stears dijo que Truss no se ajustaba al cliché de una estudiante de ese programa.
“Su habilidad particular no consistía en dominar un encargo ni en ser simplista o fácil, sino en dar con algo inesperado”, dijo. “Cada obra que realizaba era provocativa. Se deleita en la controversia y en provocar a la gente”.
La política la atrajo pronto, y Truss se convirtió en presidenta de los Demócratas Liberales de la Universidad de Oxford, donde hizo campaña para legalizar la marihuana. Sin embargo, poco después de graduarse en 1996, se pasó a los conservadores, un partido que entonces deambulaba hacia el páramo de la política. Trabajó en el sector privado, para el gigante energético Shell y para Cable & Wireless, y obtuvo el título de contadora pública.
En el año 2000, Truss se casó con Hugh O’Leary, un contador al que conoció en una conferencia del partido y con el que ahora tiene dos hijas. Su vida personal amenazó brevemente su carrera en 2005, después de que mantuviera una relación extramatrimonial con un miembro del Parlamento, Mark Field, quien también estaba casado, al que el partido había nombrado su mentor político. El matrimonio de Field se rompió; el de Truss sobrevivió.
Elegida al Parlamento en 2010 como diputada por el suroeste de Norfolk, Truss llegó a ocupar seis puestos ministeriales durante los gobiernos de tres primeros ministros conservadores. Su historial político, según la gente que la conoce, era variado, y le costaba hablar en público.
Mientras ocupaba el cargo de secretaria de Medio Ambiente en 2014, fue objeto de muchas burlas por un discurso en el que señaló con ligereza que el Reino Unido importaba dos tercios de su queso, para luego fruncir el ceño y añadir portentosamente: “¡Eso es una vergüenza!”.
Fue más persuasiva en la campaña contra la salida del Reino Unido de la Unión Europea. En un discurso ante un grupo de la industria de la alimentación y las bebidas, Truss dijo: “Creo que los británicos son gente sensata. Entienden fundamentalmente que, desde el punto de vista económico, al Reino Unido le conviene permanecer en una Unión Europea reformada”.
Tras la votación de 2016, Truss dio marcha atrás para convertirse en una entusiasta del brexit. “Me equivoqué, y estoy dispuesta a admitir que me equivoqué”, dijo recientemente, al sostener que las advertencias sobre los efectos calamitosos del brexit habían sido exageradas y que, de hecho, había desencadenado beneficios.
Aunque pocos culpan a Truss por su cambio juvenil de liberal-demócrata a conservadora, muchos critican su apoyo retroactivo al brexit. “Esa no es una respuesta seria”, dijo Rutter, de UK in a Changing Europe. “Se acumulan las pruebas de que si dificultas el comercio con tu mayor socio comercial, eso perjudica a tu economía”.
Ese cambio de postura no ha sido un obstáculo en su carrera. Truss pasó por puestos en el Departamento de Justicia y el Tesoro antes de que Johnson la nombrara ministra de Comercio Internacional en 2019. Recorrió el mundo, firmó acuerdos comerciales posbrexit con Japón, Australia y otros países. Los analistas señalaron que eran en gran medida versiones cortadas y pegadas de los acuerdos de la Unión Europea, pero ella supo beneficiarse de la publicidad.
“Muy pronto me pareció que era una probable candidata a primera ministra”, dijo Robert E. Lighthizer, quien, como representante comercial del entonces presidente estadounidense Donald Trump, inició conversaciones sobre un acuerdo transatlántico con Truss.
Por el camino, Truss ha mostrado interés por las fuerzas disruptivas, como el servicio de Uber. Una vez publicó en Twitter que la generación más joven de británicos era “#Uber-riding #Airbnb-ing #Deliveroo-eating #freedomfighters”.
“Ha estado muy dispuesta a definirse a sí misma como una disruptora y a establecer un vínculo entre eso y un enfoque político que beneficie al país”, dijo Bronwen Maddox, directora de Chatham House, la institución de investigación londinense. “Eso tiene algo de refrescante, además de ser obviamente un peligro”.
Al igual que Thatcher, también se presenta como una férrea defensora de la democracia occidental. Elevada a secretaria de Relaciones Exteriores en 2021, Truss superó incluso a Johnson en su línea dura contra Rusia. “Putin debe perder en Ucrania”, declaró el pasado marzo durante una visita a Lituania. En vísperas de la guerra, mantuvo una famosa y gélida reunión con el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.
Según sus colegas, Truss estará encantada de enfrentarse a Putin. Pero algunos predicen que su mayor némesis será Johnson. Ambicioso y todavía popular entre las bases conservadoras, es probable que siga siendo un personaje noticioso, que podría burlarse de Truss desde los bancos del Parlamento o en una columna de prensa, según Gavin Barwell, quien fue jefe de gabinete de la predecesora de Johnson, Theresa May.
“Va a ser como el fantasma de Banquo”, dijo Barwell, en referencia a la aparición que atormentaba al Macbeth de Shakespeare. “En el momento en que se vea en dificultades políticas, habrá un movimiento para traer de vuelta a Boris”.
© The New York Times 2022