Especial para Infobae de The New York Times.
Estornudar no es un acto exclusivamente humano. Quizá hayas visto estornudar a tu perro o gato o tal vez hayas visto un video en YouTube de una jirafa estornudando sobre un niño desprevenido en el zoológico. De hecho, para estornudar ni siquiera necesitas tener un sistema nervioso y mucho menos una nariz y es una acción que se remonta a algunos de los primeros animales multicelulares: las esponjas.
La esponja existe desde hace al menos 600 millones de años. “Es el animal más exitoso que conozco, porque es muy antiguo y está en todas partes”, afirmó Jasper de Goeij, ecólogo marino de la Universidad de Ámsterdam. Las esponjas se alimentan por filtración y desempeñan una labor fundamental en sus ecosistemas acuáticos, ya que absorben el agua llena de materia orgánica variada, la procesan y la liberan en forma de residuos de los que se alimentan organismos como caracoles, estrellas de mar y gusanos de tubo. “Una esponja es en esencia un animal que tiene muchas bocas pequeñas y una o varias aberturas de salida más grandes”, explicó De Goeij. Esas “bocas pequeñas” se llaman ostiolos y las aberturas por las que fluye el agua son ósculos.
Durante años, los científicos han sabido que las esponjas pueden regular su flujo de agua con una contracción corporal que dura varios minutos (es decir, un “estornudo”), pero ahora, De Goeij y sus colegas descubrieron que las esponjas parecen estornudar como una manera de autolimpieza, liberando partículas de desecho en el moco a través de sus ostiolos. El estudio se publicó el miércoles en la revista Current Biology.
Mientras trabajaban en un proyecto en el que se investigaba el papel que desempeñan las esponjas en el movimiento de nutrientes a través de un ecosistema de arrecifes, los investigadores se encontraron con esponjas que estornudaban mocos. El trabajo requirió que Niklas Kornder, otro ecólogo marino de Ámsterdam, pasara mucho tiempo con las esponjas. “Me pasaba días enteros solo mirando su superficie; era bastante aburrido”, recordó. (Kornder estaba buceando en el Caribe en esa época).
Por suerte, las cosas se pusieron más interesantes cuando empezó a ver material opaco y con forma de hilillos que salía de las esponjas. “Luego regresé para verlas y los hilos habían desaparecido”, explicó.
Para averiguar qué podían ser esas “cosas en forma de hilillos”, los investigadores grabaron secuencias en tiempo real de las esponjas, en concreto de la esponja tubular caribeña “Aplysina archeri”. En el laboratorio, pudieron identificar los hilos como flujos de moco que transportaban residuos. Salían de los ostiolos de la esponja, se movían por la superficie del organismo y se agrupaban en conjuntos que podían expelerse con un estornudo y ser engullidos rápidamente por otras criaturas del océano.
Cuando revisó las fotografías secuenciadas por primera vez, Yuki Esser, estudiante de Bioinformática en Ámsterdam en aquel momento y coautora del estudio, se decepcionó y pensó que el movimiento que veía (es decir, el estornudo) era solo un error de enfoque de la cámara. “Pensé que debía haber una gota de agua o algo en el lente de la cámara que ocasionaba esto”, dijo, pero pronto se dio cuenta de que no era un error. Una vez que Esser y sus colegas descubrieron que habían grabado un video secuenciado casi idéntico de “Aplysina archeri” frente a la costa de Curazao, la grabación de imágenes “se convirtió en una especie de deporte”, señaló. “Como decir: ‘¡Quizá captamos otro estornudo en la cámara!’”.
Los investigadores creen que expeler la mucosidad cargada de residuos mediante un estornudo es una táctica muy extendida entre las esponjas de todo el mundo, y el estudio suscita más preguntas, aseveró Sally Leys, bióloga evolutiva de la Universidad de Alberta y coautora del estudio.
“El moco”, cuestionó, “¿es similar a la mucosidad de otros animales? ¿Qué células lo producen?”. También quiere saber qué desencadena el estornudo. “Cuando tenemos escurrimiento nasal, sacamos el Kleenex”, afirmó, “pero, ¿cómo sabe una esponja que es momento de estornudar?”.
El estudio de esta mucosidad podría ampliar el conocimiento de los científicos sobre cómo se transmiten los microbios y quizá las enfermedades en los ecosistemas de los arrecifes, explicó Blake Ushijima, quien estudia los corales en la Universidad de Carolina del Norte Wilmington y no participó en la investigación nueva. También le llamó la atención lo que este estudio podría enseñarnos sobre nuestra propia evolución.
“Esto podría darnos pistas sobre cómo evolucionó la vida primitiva desde estas cositas blandas sin cerebro hasta estos organismos complejos que construyen naves espaciales”, concluyó Ushijima.