Especial para Infobae de The New York Times.
NUEVA YORK — Una tarde nublada reciente, las ventanas de la nueva tienda de Jennifer Fisher relucían con un brillo futurista en la zona de SoHo en Nueva York. Adentro, mujeres con holgados vestidos de verano o pantalones de mezclilla entallados miraban cajas llenas de dijes personalizables y pendientes de aro en chapa de oro.
Las paredes prácticamente formaban una galería de espejos, con los ladrillos expuestos para no fallar (y como un guiño al vecindario). Los vendedores les preguntaban a las posibles clientas: “¿Conoces la marca?”.
Incluso quienes no ubican el nombre de Jennifer Fisher seguramente han visto sus piezas en celebridades y otros personajes de la esfera pública, como Rihanna, Beyoncé, Selena Gomez, Jennifer Lopez, Sarah Jessica Parker, Zendaya, Adele, Gwyneth Paltrow y Michelle Obama.
Fisher lleva 16 años en el mundo de las joyas y es una antigua vestuarista que trabajó principalmente para programas de televisión y anuncios publicitarios. En algunos círculos la conocen como la “reina de los aros”, célebre por sus aretes (también llamados pendientes de aro, arracadas, zarcillos o argollas) de estilo atemporal que vienen en una gran variedad de tamaños; los que están chapados en oro cuestan entre 75 y 1150 dólares.
La filosofía de diseño de Fisher se aleja de las tendencias efímeras o de piezas alocadas que llaman la atención; en su lugar opta por la practicidad de los aretes que pueden usarse para el diario y por la individualidad de los dijes personalizables.
“Nunca quise ser esa diseñadora de joyería que hace una pieza que solo vas a usar una vez y la vas a guardar en tu caja fuerte otros seis meses más y no vas a volver a usar”, dijo Fisher en una videoentrevista. “Quiero estar sobre tu buró, que cuando salgas y te pongas tus gafas o lentes de contacto en la mañana, también te pongas tus aretes o collar Jennifer Fisher”.
“Quiero acompañarte todos los días”, añadió.
Con la clientela de Hollywood en mente, Fisher decidió abrir su primera tienda en la costa oeste, en Beverly Hills, en febrero del año pasado. A pesar de las dificultades iniciales de abrir durante la pandemia, ha sido una buena forma de poner a prueba el modelo de ventas minoristas de Fisher en una tienda física.
Fisher, de 51 años, dice que su compañía se ha dado cuenta de que una vez que la gente ve las joyas en persona, se siente más cómoda comprándolas en línea. “En realidad esa es la intención de estas tiendas”, explicó.
La nueva tienda matriz en SoHo es la única sucursal actual de la marca en Nueva York, aunque Fisher había abierto una tienda en la ciudad en 2014 que ya está cerrada. El local de California atenderá a las estrellas, pero Fisher dijo que Nueva York es donde está su corazón. “Tenemos toda esta historia en SoHo”, expresó Fisher. “Es como el lugar donde crecimos”.
En la propia historia de Fisher hubo serios desafíos. Cuando tenía 30 años, le diagnosticaron un tumor desmoide en el pecho, un inusual crecimiento no canceroso en el tejido conectivo del cuerpo.
Esta enfermedad afecta a entre dos y cuatro personas por cada millón en todo el mundo, según el Instituto Nacional del Cáncer. Se sometió a quimioterapia y el tumor se redujo. Fisher contó que ella y su marido, Kevin, quisieron tener hijos unos años más tarde. Su médico les advirtió que no lo hicieran.
“Mi oncólogo me respondió: ‘Absolutamente no. No puedes gestar un bebé. Tu tumor crece con el estrógeno’”, relató Fisher. Tras la pérdida de dos embarazos subrogados, Fisher se tomó un tiempo para descansar y se embarazó de forma natural. Dio a luz a un niño, Shane, en la primavera de 2005. Casi dos años después, los Fisher tuvieron una niña, Drew.
Para conmemorar el hito de convertirse en madre por primera vez, Fisher deseaba una pieza de joyería propia. “Quería algo que se sintiera hecho a la medida y personalizado. Quería su nombre completo y no lo encontraba en ningún sitio”, mencionó.
Decidió diseñar la pieza que había imaginado: una placa de oro con el nombre de su hijo. Buscó en el distrito de los diamantes de Nueva York y tocó muchas puertas hasta que encontró a alguien que se la pudiera hacer. Llevaba la placa al cuello, colgada de una pesada cadena de oro. Aseguró que el collar se convirtió en un “tema de conversación instantáneo” cuando trabajaba en rodajes. Empezó a recibir pedidos del equipo de filmación y de los altos mandos, lo que impulsó su incursión en la joyería fina personalizable como una ocupación secundaria.
“Un día, en nuestro apartamento de la calle Greene, tenía a Shane, de unos seis meses, y tenía pedidos por todo mi cuarto, en mi cama”, recordó Fisher. “Mi esposo entró y dijo: ‘Jen, esto es un negocio’. Así que abrí un sitio web en aquel entonces, antes de que todo el mundo lo hiciera, donde vendía joyería fina personalizable directamente al consumidor”.
Ahora, en un momento que se siente como la conclusión de un ciclo, la empresa de Fisher ha pasado de ser un negocio en una recámara a ser una tienda de 150 metros cuadrados en su viejo vecindario. Tiene planeado abrir siete tiendas más en todo el país.
¿Y por qué ahora es tiempo de enfocarse en las tiendas en físico?
Para empezar, era un buen momento para la familia de Fisher. “Para mí era muy importante como madre, si iba a tener hijos, que yo los criara”, comentó. “Yo quería estar con ellos cuando estaban pequeños”.
Ahora sus hijos son adolescentes. “Ya no me necesitan”, afirmó. “Es diferente. Puedo estar viajando por todo Estados Unidos, viendo mis tiendas, construyendo otras y viajando fuera del país sin sentir la culpa de mamá”.
Una noche antes de que abriera oficialmente la nueva tienda, Fisher estuvo dando vueltas dentro del local. Todavía estaba en construcción, sin los toques finales, pero ver cómo se armaba todo fue “surrealista”, contó. “Por fin siento que hemos crecido”.