Especial para Infobae de The New York Times.
BRATTLEBORO, Vermont — Cuando Kate Lucy vio un cartel en la ciudad invitando a la gente a aprender sobre algo conocido como peecycling —que en español podría ser pipíciclar— estaba desconcertada. “¿Por qué alguien iba a orinar en una jarra y guardarla?”, se preguntó. “Parece una idea muy loca”.
Tenía que trabajar la tarde de la sesión informativa, así que envió a su esposo, Jon Sellers, para aplacar su curiosidad. Él volvió a casa con una jarra y un embudo.
La orina humana, aprendió Sellers esa noche de hace siete años, está llena de los mismos nutrientes que las plantas necesitan para florecer. Tiene muchos más, de hecho, que el número dos, con casi ninguno de los patógenos. Los agricultores suelen aplicar esos nutrientes —nitrógeno, fósforo y potasio— a los cultivos en forma de fertilizantes químicos. Pero eso tiene un alto costo medioambiental derivado de los combustibles fósiles y la minería.
El grupo local sin fines de lucro que dirigía la sesión, el Rich Earth Institute, estaba trabajando en un enfoque más sostenible: las plantas nos alimentan, nosotros las alimentamos.
Esfuerzos como éste son cada vez más urgentes, dicen los expertos. La invasión rusa a Ucrania ha agravado la escasez de fertilizantes en todo el mundo, lo que conduce a los agricultores a la desesperación y amenaza el suministro de alimentos. Los científicos también advierten que alimentar a una población mundial creciente en un planeta con cambio climático solo se volverá más difícil.
Ahora, después de más de 3700 litros de orina donada, Lucy y su esposo forman parte de un movimiento mundial que intenta hacer frente a una serie de retos —como la seguridad alimentaria, la escasez de agua y el saneamiento inadecuado— sin desperdiciar nuestros desperdicios.
Al principio, al recoger su orina en una jarra “chorreaba un poco”, dijo Lucy. Pero ella era enfermera y él profesor de preescolar; la orina no los asustaba. Pasaron de dejar un par de recipientes cada semana en casa de uno de los organizadores a instalar grandes depósitos en su propia casa que son bombeados por profesionales.
Ahora, Lucy siente una punzada de arrepentimiento cuando utiliza un inodoro normal. “Hacemos este increíble fertilizante con nuestros cuerpos, y luego lo tiramos por el inodoro con galones de otro recurso precioso”, dijo Lucy. “Es realmente salvaje pensar en ello”.
De hecho, los inodoros son, de lejos, la mayor fuente de consumo de agua en los hogares, según la Agencia de Protección Ambiental. Una gestión más inteligente podría ahorrar grandes cantidades de agua, una necesidad urgente a medida que el cambio climático agrava la sequía en lugares como el oeste de Estados Unidos.
También podría ayudar a resolver otro problema profundo: los sistemas de saneamiento inadecuados —que incluyen fosas sépticas con fugas y una infraestructura de aguas residuales envejecida— sobrecargan los ríos, lagos y aguas costeras con nutrientes procedentes de la orina. El desagüe de los fertilizantes químicos empeora la situación. El resultado es la proliferación de algas que provoca la muerte masiva de animales y otras plantas.
Un ejemplo dramático es el de los manatíes de la laguna Indian River, en Florida, que están muriendo de hambre después de que las floraciones de algas provocadas por las aguas residuales destruyeran las hierbas marinas de las que dependen.
“Los entornos urbanos y acuáticos están terriblemente contaminados, mientras que los entornos rurales se quedan sin lo que necesitan”, dijo Rebecca Nelson, profesora de ciencias vegetales y desarrollo global de la Universidad de Cornell.
Más allá de los beneficios prácticos de convertir la orina en fertilizante, hay quienes también se sienten atraídos por una idea transformadora detrás del esfuerzo. Al reutilizar algo que antes se tiraba por el inodoro, dicen, están dando un paso revolucionario para abordar las crisis de la biodiversidad y el clima: pasar de un sistema que extrae y desecha constantemente, a una economía más circular que reutiliza y recicla en un bucle continuo.
Los fertilizantes químicos están lejos de ser sostenibles. La producción comercial de amoníaco, que se utiliza principalmente como fertilizante, emplea combustibles fósiles de dos maneras: como fuente de hidrógeno, necesario para el proceso químico que convierte el nitrógeno del aire en amoníaco, y también como combustible para generar el intenso calor que se requiere. Según un cálculo, la fabricación de amoníaco aporta entre el uno y el dos por ciento de las emisiones mundiales de dióxido de carbono. El fósforo, otro nutriente clave, se extrae de rocas, y el suministro cada vez es menor.
Del otro lado del Atlántico, en la zona rural de Níger, se diseñó otro estudio sobre la fertilización con orina para abordar un problema más local: ¿cómo podrían las agricultoras aumentar el pobre rendimiento de sus cultivos? Las mujeres, a menudo relegadas a trabajar los campos más alejados del pueblo, tenían dificultades para encontrar o transportar suficiente estiércol animal para reponer los nutrientes de sus suelos. Los fertilizantes químicos eran demasiado caros.
Un equipo que incluía a Aminou Ali, director de la Federación de Sindicatos de Agricultores de Maradi, en el centro-sur de Níger, supuso que los campos comparativamente fértiles más cercanos a las casas de la gente recibían ayuda de la gente que hacía sus necesidades afuera. Consultaron a los médicos y a los líderes religiosos sobre si sería correcto intentar fertilizar con orina, y obtuvieron luz verde.
“Así que dijimos: vamos a probar esa hipótesis”, recuerda Ali.
Costó convencerlas, pero el primer año, 2013, contaron con 27 voluntarias que recogieron orina en jarras y la aplicaron a las plantas junto con el estiércol de los animales; nadie estaba dispuesto a arriesgar su cosecha solo con orina.
“Los resultados que obtuvimos fueron muy fantásticos”, afirma Ali. Al año siguiente, unas 100 mujeres adicionales fertilizaban con orina, y luego 1000. La investigación de su equipo descubrió finalmente que la orina, ya sea con estiércol animal o sola, aumentaba el rendimiento del mijo perla, el cultivo básico, en un 30 por ciento aproximadamente. Esto podría significar más alimentos para una familia, o la posibilidad de vender sus excedentes en el mercado y obtener dinero para otras necesidades.
Para algunas mujeres era tabú utilizar la palabra orina, así que la rebautizaron como oga, que significa “jefe” en lengua igbo.
Para pasteurizar la pipí, ésta permanece en la jarra durante al menos dos meses antes de que el agricultor lo aplique, planta por planta. La orina se utiliza con toda su fuerza si el suelo está húmedo, o, si está seco, se diluye 1:1 con agua para que los nutrientes no quemen los cultivos. Se recomienda utilizar pañuelos o mascarillas para evitar el olor.
Al principio, los hombres se mostraban escépticos, dice Hannatou Moussa, agrónoma que trabaja con Ali en el proyecto. Pero los resultados hablaron por sí mismos, y pronto los hombres también empezaron a guardar su orina.
“Ahora se ha convertido en una competencia en la casa”, dijo Moussa, en la que cada progenitor compite por la orina extra intentando convencer a los hijos de que usen su recipiente. Al darse cuenta de la dinámica, algunos niños han empezado a pedir dinero o caramelos a cambio de sus servicios, añadió.
Los niños no son los únicos que ven un potencial económico. Algunos jóvenes agricultores emprendedores se han dedicado a recoger, almacenar y vender orina, dijo Ali, y el precio se ha disparado en los últimos dos años, de alrededor de 1 dólar por 25 litros a 6 dólares.
“Puedes ir a recoger tu orina como si estuvieras recogiendo un galón de agua o un galón de combustible”, dijo Ali.
Hasta ahora, la investigación sobre la recolección y el envasado de los nutrientes de la orina no está lo suficientemente avanzada como para resolver la actual crisis de los fertilizantes. Recoger la orina a gran escala, por ejemplo, requeriría cambios transformadores en las infraestructuras de tuberías.
Además, hay que tener en cuenta el factor asco, que los partidarios del reciclaje de orina afrontan directamente.
“Los desechos humanos ya se utilizan para fertilizar los alimentos que se encuentran en el supermercado”, djo Kim Nace, cofundadora del Rich Earth Institute, que recoge la orina de unos 200 voluntarios en Vermont, incluida la de Lucy, para investigarla y aplicarla en un puñado de granjas locales.
El material que ya se utiliza son los restos tratados de las plantas de aguas residuales, conocidos como biosólidos, que sólo contienen una parte de los nutrientes de la orina. También puede estar contaminado por sustancias químicas potencialmente dañinas procedentes de fuentes industriales y de los hogares.
La orina, afirma Nace, es una opción mucho mejor.
Por eso, cada primavera, en las colinas que rodean al Rich Earth Institute, un camión con una placa en la que se lee “P4Farms” (suena en inglés como “pipí para granjas”) reparte la mercancía pasteurizada.
“Vemos resultados muy sólidos de la orina”, dice Noah Hoskins, que la aplica a los campos de heno en la granja Bunker de Dummerston, donde cría vacas, cerdos, pollos y pavos. Dijo que le gustaría que el Rich Earth Institute tuviera más pipí para dar. “Estamos en un momento en el que el precio de los fertilizantes químicos se ha duplicado con creces y realmente representa una parte de nuestro sistema que está fuera de nuestro control”, dijo.
Uno de los mayores problemas, sin embargo, es que no tiene sentido desde el punto de vista medioambiental o económico transportar en camiones la orina, que en su mayor parte es agua, desde las ciudades hasta las tierras de cultivo alejadas.
Para solucionarlo, el Rich Earth Institute está trabajando con la Universidad de Michigan en un proceso para fabricar un concentrado de orina desinfectada. Y en Cornell, inspirados por los esfuerzos en Níger, Nelson y sus colegas están tratando de ligar los nutrientes de la orina al biocarbón, una especie de carbón vegetal hecho, en este caso, de heces. (Es importante no olvidarse de la popó, señaló Nelson, porque aporta carbono, otra parte importante de un suelo sano, junto con pequeñas cantidades de fósforo, potasio y nitrógeno.
En todo el mundo se están llevando a cabo experimentos y proyectos piloto similares. En Ciudad del Cabo, Sudáfrica, los científicos buscan nuevas formas de recoger los nutrientes de la orina y reutilizar el resto. En París, las autoridades planean instalar inodoros con desviación de orina en 600 apartamentos nuevos, tratar la orina y utilizarla para los viveros y espacios verdes de la ciudad.
Karthish Manthiram, profesor de química e ingeniería química del Instituto Tecnológico de California, que no trabaja con la orina, dijo que estaba interesado en ver a dónde conducen estos esfuerzos. Su propio laboratorio está tratando de desarrollar un proceso limpio para sintetizar el nitrógeno del aire. “Todos estos métodos deben promoverse porque es demasiado pronto para saber cuál va a ganar”, dijo Manthiram.
Lo que sí parece seguro, dijo, es que los métodos actuales de creación y suministro de fertilizantes serán sustituidos, porque son muy poco sostenibles.
Los pipícicladores en Vermont reportan un beneficio personal de su labor: una sensación gratificante al pensar que los propios nutrientes de su cuerpo ayudan a sanar, en lugar de dañar, la Tierra.
“Hashtag OrinaElCambio”, dijo Julia Cavicchi, directora de educación en el Instituto Rich Earth. “Los juegos de palabras no son lo único que me tiene en este campo”, añadió, “pero sin duda son un beneficio adicional”.
Catrin Einhorn cubre la vida silvestre y la extinción para la sección Clima. También ha trabajado en la sección de Investigaciones, donde formó parte del equipo del Times que recibió el Premio Pulitzer 2018 al Servicio Público por su reportaje sobre acoso sexual. @catrineinhorn