Antes de la guerra, el ginecólogo de Alina Shynkar le aconsejó evitar el estrés durante su embarazo y le sugirió que pasara el tiempo “viendo caricaturas y sin hacer gran cosa”. Era un consejo bastante sencillo, pero no fue tan fácil de seguir después de que sonaron las sirenas de los ataques aéreos, los estallidos de la artillería sacudieron las ventanas y estallaron feroces combates callejeros a pocos kilómetros de su clínica de maternidad.
Entonces, mantenerse en calma por el bien de su bebé se convirtió en la batalla personal y silenciosa de Shynkar en la guerra de Ucrania. Antes de que comenzara la guerra a finales de febrero, Shynkar se internó en el Hospital de Maternidad No. 5 de la capital, Kiev, para guardar reposo debido al riesgo de parto prematuro, pero semanas más tarde fue testigo de cómo el hospital se sumía en un estado de caos y pánico.
“Las chicas estaban tan estresadas que empezaron a dar a luz” prematuramente, dijo. Los médicos de su hospital trasladaban a mujeres embarazadas asustadas, algunas de ellas ya en trabajo de parto, dentro y fuera de un refugio antibombas varias veces al día. Algunas lloraban y otras sangraban.
“Estaban asustadas”, recordó Shynkar. “Era difícil de ver”.
La invasión rusa a Ucrania ha sido una pesadilla para las futuras madres, sobre todo en ciudades como Mariúpol, Járcov y Chernígov que han sido objeto de un bombardeo casi constante desde el comienzo de la guerra.
El mes pasado, en la ciudad asediada de Maríupol, al sur de Ucrania, la artillería rusa alcanzó un hospital de maternidad, lo que provocó la muerte de una mujer embarazada y heridas a otras mujeres encintas, según las autoridades ucranianas.
Las mujeres de las zonas de guerra de todo el país se han visto obligadas a dar a luz en sótanos fríos y ruinosos o en estaciones de metro abarrotadas de gente que se protege de los bombardeos, y sin electricidad, agua corriente ni parteras que las asistan.
Y el reciente respiro por la retirada de las fuerzas rusas no servirá de gran cosa en muchos lugares. Para fines de marzo, los misiles, las bombas y la artillería rusos habían destruido al menos 23 hospitales y centros de salud.
Ni siquiera las mujeres embarazadas que han tenido la suerte de escapar de las zonas devastadas por la guerra han podido evitar el estrés, ya sea porque han tenido que entrar y salir a toda prisa de los refugios o porque han tenido que emprender arduos y peligrosos viajes a la relativa seguridad del oeste de Ucrania o a los países europeos vecinos.
Se calcula que 265.000 mujeres ucranianas estaban embarazadas cuando estalló la guerra, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, la agencia de salud sexual y reproductiva de la organización. Se esperan unos 80.000 nacimientos en los próximos tres meses.
La guerra supone riesgos inmediatos y a largo plazo para las madres, los padres y los recién nacidos. Entre ellos están los nacimientos prematuros, que pueden dar lugar a una serie de complicaciones inmediatas y posteriores.
“Debido a las condiciones de la guerra, la maternidad prematura predispone al bebé a la muerte o a complicaciones para el resto de su vida”, señaló Jeanne Conry, presidenta de la Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia. Aunque aún no se dispone de datos, la doctora afirmó que los médicos ucranianos reportan un incremento en el número de nacimientos de bebés prematuros, que son más propensos a tener problemas respiratorios, neurológicos y digestivos en el futuro.
Conry dijo que la falta de acceso a los medicamentos para prevenir la hemorragia posparto podría dar lugar a un aumento de las muertes maternas. Los bebés están en riesgo, dijo, porque los médicos podrían no tener acceso inmediato al equipo necesario para reanimarlos, y solo disponen de unos instantes para lograr que puedan respirar por primera vez después de nacer.
Cuando la sirena de un ataque aéreo sonó un día reciente en el hospital, la escalera se llenó de mujeres de la sala de maternidad que se agarraban el vientre y bajaban arrastrando los pies hasta el refugio, un laberinto con techos bajos y depósitos. Una de las habitaciones se convirtió en una sala improvisada de observación postoperatoria y de neonatología. Otra, todavía abarrotada de archivadores, se convirtió en una sala de partos. Las mujeres yacían en colchonetas sobre el suelo.
La doctora Olena Yarushchuk, jefa adjunta del Hospital de Maternidad No. 5, dirigió a las mujeres a los bancos situados a lo largo de las paredes, donde se sentaron casi en silencio en el espacio apenas iluminado, esperando los pocos minutos para que pasara el peligro inminente.
Yarushchuk dijo que había hecho videollamadas para asistir a las mujeres que daban a luz en los sótanos de los edificios de apartamentos en el suburbio de Bucha, en Kiev, a unas decenas de kilómetros de distancia pero, en ese momento, el suburbio estaba aislado de la capital por los combates.
“Nuestro trabajo ha cambiado”, dijo.
Yulia Sobchenko, de 27 años, relató que entró en trabajo de parto alrededor de la medianoche del 20 de marzo y una ambulancia la trasladó al hospital. Pero los soldados ucranianos de los puestos de control retrasaron su llegada y, temerosos de los terroristas, insistieron en abrir la puerta de la ambulancia para comprobar que se trataba de una mujer que iba a dar a luz.
Su hijo nació a las 2:55 de la madrugada, y a las dos horas la llevaron al sótano por una alerta de ataque aéreo.
“Yo, en camisón y con un paño entre las piernas y un bebé diminuto recién parido, y mi marido con todas nuestras maletas, tuvimos que ir al sótano”, dijo.
Su hijo, Mykhailo, nació sano y pesó 2 kilos y medio, dijo, y “es hijo de la guerra”.
Después del nacimiento, estas familias se enfrentan a otros problemas. Las nuevas madres que salieron hace poco del Hospital de Maternidad No. 5 han dicho que no pueden amamantar, algo que Yarushchuk atribuyó al estrés.
Encontrar la calma fue la estrategia de Shynkar, que trabajaba como organizadora de eventos antes de la guerra. Su hospital de maternidad en Kiev les permite a las mujeres, a sus maridos y a sus hijos ingresar tres semanas antes de su fecha de parto para evitar que se separen del centro médico por los cambios en el frente de la guerra.
Desde su habitación del hospital, unos días antes de dar a luz el 25 de marzo, la mujer mostraba una amplia sonrisa y se veía tan tranquila que parecía no darse cuenta del torbellino de violencia letal que había en el exterior. Dijo que no había visto ni leído ninguna noticia sobre la guerra.
“Trato de concentrarme en el bebé”, dijo. “¿Puedo ayudar a combatir la guerra? Quiero hacerlo, pero no puedo, no ahora. Pero no puedo entrar en pánico”, dijo. “Puedo mantenerme a salvo. Eso es lo que puedo hacer”.
Shynkar dio a luz a una niña, Adeline. “Fue un parto natural en un entorno muy agradable e íntimo”, dijo sobre su parto en el hospital. “Mi marido estuvo presente y cortó el cordón umbilical. Para ser honesta, no tengo ni idea de si había sirenas de ataque aéreo porque estaba completamente inmersa en el proceso”.
Fue una pequeña victoria personal en medio de una batalla mucho mayor que se libra a su alrededor.
Tanto por ella como por su país, dio a su bebé el segundo nombre de Victoria.
© The New York Times 2022
SEGUIR LEYENDO: