Especial para Infobae de The New York Times.
La estrella colombiana se salta la innovación y presenta un inventario impresionista de los sonidos que lo consolidaron como fenómeno global en su sexto álbum de estudio.
Si hay una figura de la música pop que ha perfeccionado el lenguaje de la afirmación cultural del bienestar, ese es J Balvin. Durante más de una década, la estrella colombiana de 36 años ha dicho que tiene la misión de “cambiar la percepción de los latinos en la música”, utilizando como munición su estética de arcoíris, sus suaves texturas de reguetón y sus éxitos de trap listos para la radio.
Ha habido muchísimos éxitos, incluyendo “Mi Gente” y “I Like It”: sus colaboraciones en las listas de éxitos con Willy William y Beyoncé, y Bad Bunny y Cardi B. Ambas canciones se han convertido en referencias para las narrativas triviales sobre la representación cultural latina “en auge”: un relato que aplana las diferencias entre personas de distintas razas, idiomas y países, y sugiere que esta música es influyente solo cuando la corriente principal anglo le presta atención.
Un ejemplo es su actuación en Coachella 2019, cuando Balvin se convirtió en el primer artista de reguetón en presentarse en el escenario principal del festival. También están sus visuales caricaturescos, sus peinados con estampado de leopardo y las floridas portadas de sus discos diseñadas por el artista japonés Takashi Murakami. Y también están sus frases características: “J Balvin, man”, “Leggo” y “¡Latino gang!”, que se han convertido en algo tan trillado que prácticamente son el material ideal para crear memes.
Jose, su sexto álbum de estudio, llega ahora que Balvin se ha establecido finalmente como una celebridad mundial. El disco considera lo que es posible cuando un ídolo del pop, sobre todo uno latinoamericano, ya no necesita demostrar nada.
Permitamos que J Balvin vuelva a presentarse. Jose, el nombre de pila de Balvin, es una obra colosal de 24 pistas que sigue la línea de otros álbumes que también funcionan como listas de reproducción, el tipo de proyecto que pretende dominar las plataformas de transmisión en continuo, como los recientes lanzamientos de Kanye West y Drake. Sin embargo, el álbum tiene dificultades para innovar de verdad; Jose es un esfuerzo itinerante y desenfocado que ofrece un inventario impresionista de los sonidos que lo han consolidado como un gigante de la música: pop-reguetón, trap y EDM.
La mayor parte del álbum (cerca de 13 temas) —como “Bebé, qué bien te ves”, “Lo que Dios quiera” y “Fantasías”— se sitúa firmemente en la esfera del popetón ultrapulido y cremoso. Es una fórmula poco imaginativa que Balvin domina: mezclar un ritmo dembow cadencioso, una melodía acaramelada y una letra sobre el rollo telenovelesco de unos novios en la pista de baile o una fantasía sexual para obtener el número máximo de escuchas en los servicios de transmisión en continuo. En otras pistas, Balvin vuelve al trap de los 40 principales, otro estilo por el que es conocido: En “Billetes de 100”, con la colaboración de la estrella puertorriqueña Myke Towers, Balvin se recuerda a sí mismo que sabe rapear. “In da Getto”, un tema de EDM producido por Skrillex, se concentra en otro sonido que ha ayudado a Balvin a alcanzar el estrellato internacional.
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Algunas canciones buscan la novedad. El primer tema, “F40”, es una explosión de reguetón que cambia de ritmo y desacelera hasta alcanzar una lentitud irresistible y carnal. Además, “Perra”, una colaboración con Tokischa, es una aventura audaz para adultos en el dembow, un sonido callejero nacido en los barrios de la República Dominicana, que recientemente ha llamado la atención de manera más amplia de la industria musical latina, a pesar de su larga influencia en la música popular del país caribeño.
Solo en el último tercio de Jose, Balvin hace una verdadera apuesta: por primera vez en su carrera, se muestra vulnerable y profundamente personal. “7 de mayo”, titulada así por el cumpleaños de Balvin, es una crónica de su ascenso desde las calles de Medellín hasta la eminencia, con muestras de la voz de su madre, Alba, hablando y un agradecimiento en una gala de premios a Daddy Yankee, precursor del reguetón. “Un barrio medio de Medallo, salió este gallo / Con el sudor en la frente, en las manos callos”, recuerda Balvin. Aunque la intimidad es nueva para Balvin, la canción sigue demasiado de cerca la fórmula de las historias de origen del hip-hop (casi imitando “December 4th” de Jay-Z). Da la sensación de que Balvin se ve obligado a completar una tediosa tarea pendiente, en lugar de reflexionar seriamente sobre sus dificultades personales.
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“Querido Río”, una suave balada de guitarra dedicada a su hijo recién nacido con ecos de “Tears in Heaven” de Eric Clapton, tampoco emociona. Su letra poco profunda y su interpretación almibarada caen en un sentimentalismo empalagoso: “No solo quiero ser tu padre / También quiero ser tu mejor amigo”, canta Balvin en español.
Para un artista que se presenta como alguien innovador, Jose lo muestra en su zona de confort. A estas alturas, Balvin tiene el poder de aniquilar las expectativas, las de su propia trayectoria profesional, las de su comunidad imaginada y las de los géneros en los que opera. En cambio, Jose no se sale de las rayas: salvaguarda el reinado de Balvin deleitándose en lo familiar.
J Balvin
Jose
(Universal Music Latino)
Isabelia Herrera es crítica de arte. Da cobertura a la cultura popular, con especial atención a la música latinoamericana y estadounidense. Anteriormente fue editora colaboradora en Pitchfork y ha escrito para Rolling Stone, Billboard, GQ, NPR y más. @jabladoraaa