En una mañana de septiembre en el SoHo, la oficina de Inamorata, aireada y luminosa, estaba llena de mujeres. Junto a los estantes de trajes de baño y “conjuntos de ciudad” (cuellos redondos y pantalones cortos de ciclista a juego con versiones del logotipo que también se encuentran en las toallas de mano en el baño), estaban sentadas alrededor de mesas comunes, arrullando a un bebé.
Sylvester es el hijo de 8 meses de la fundadora y directora ejecutiva de la empresa, Emily Ratajkowski. Él y su gigantesco perro, mezcla de Husky, llamado Colombo, eran los únicos varones presentes.
“Como ves, estás en mi espacio seguro”, dijo Ratajkowski, sentada en un sofá de terciopelo rosa frente a la habitación donde su equipo atendía a su hijo. “Al tener tu propia compañía, eres tú quien decide cuáles son las imágenes de tu cuerpo que salen al mundo”.
El control es importante para la supermodelo. Desde 2013, cuando se hizo famosa por bailar semidesnuda en el video musical “Blurred Lines” de Robin Thicke, las imágenes de Ratajkowski se han difundido por internet. Desde la película “Perdida” de David Fincher hasta las fotos de los paparazzi, pasando por los anuncios de moda y sus propias publicaciones en las redes sociales, su rostro es tan omnipresente que, según ha dicho, hasta la etiquetan en publicaciones de tatuajes con su rostro.
En 2018, cuando estaba en la cúspide de una carrera de modelaje que había pensado que sería temporal (abandonó la UCLA en 2010 y necesitaba dinero), a su madre, Kathleen Balgley, exprofesora de inglés, le diagnosticaron amiloidosis, una acumulación crónica y anormal de proteínas en las manos.
Por aquel entonces, dice Ratajkowski, “sentí que me faltaba algo”. Sola en Los Ángeles mientras su marido, el productor de cine Sebastian Bear-McClard, trabajaba en Nueva York, Ratajkowski empezó a escribir.
Los ensayos resultantes, recogidos en “My Body”, un libro editado por Metropolitan Books y que sale a la venta el 9 de noviembre, revelan a una persona cuya política y sentido de sí misma están en pleno proceso. “Los escribí para intentar averiguar en qué creía”, comentó.
En el ensayo “Blurred Lines”, Ratajkowski vuelve al plató de un video que fue criticado por degradante y también por hacer apología a la violación, y considera la misoginia y su papel en este. Por aquel entonces tenía 21 años y la experiencia le pareció “estimulante”, escribe, una oportunidad para acoger su sexualidad ante la cámara y utilizarla en su beneficio.
Ahora que tiene 30 años, analiza lo ingenua que era.
“Tanto si llevas un burka como un bikini, estamos operando en los confines muy específicos de un mundo cis-hetero, patriarcal y capitalista”, afirmó. (“Siempre asusto a la gente cuando utilizo palabras como esas, hasta un punto en que es un poco detestable”, agregó).
Puede que no sea radical, de una manera particular, explorar el desequilibrio de poder entre el que mira y el que es objeto de las miradas. Pero Ratajkowski, que se ha esforzado por acumular decenas de millones de seguidores en las redes sociales, aborda el tema con una voz influyente que es inusual.
“Es casi como si fuera una agente secreta que se ha infiltrado en la industria de la belleza, ha llegado a lo más alto y ahora nos cuenta cómo es esta industria, en términos descarnados”, comentó Michael Schulman, el escritor que moderó una conversación entre Ratajkowski y la comediante Amy Schumer en el festival The New Yorker el mes pasado.
Sin embargo, la industria también se ha infiltrado en el agente secreto. En el ensayo “Bc Hello Halle Berry”, Ratajkowski tiene una crisis existencial sobre el hecho de que le paguen por publicar una foto de su trasero en unas vacaciones pagas en las Maldivas, y escribe: “Quería ser capaz de ganar dinero a través de Instagram, vendiendo bikinis o cualquier otra cosa, y al mismo tiempo ser respetada por mis ideas y mi política, y, bueno, por todo lo que no sea mi cuerpo”. Escribe que su hipocresía le da dolor de cabeza.
Para ganarse ese respeto, Ratajkowski hizo sus deberes. En diciembre de 2019, se puso en contacto con la autora Stephanie Danler (“Sweetbitter”, “Stray”) para pedirle consejos, y se hicieron amigas.
“Ella de verdad se enseñó a sí misma cómo escribir ese libro”, dijo Danler. “Se la pasó leyendo publicaciones de no ficción, libro tras libro, como si fuera un programa de Maestría en Humanidades hecho por ella misma”.
Entre las influencias de Ratajkowski: “The Empathy Exams” de Leslie Jamison (“sin duda”), “The Reckonings” de Lacy Johnson (“uno de mis libros favoritos y nadie lo conoce, lo que me parece una locura”), “How to Write an Autobiographical Novel” de Alexander Chee, “Three Women” de Lisa Taddeo.
Sara Bershtel, su editora en Metropolitan, dijo que firmaron un acuerdo en otoño de 2020, poco después de que The Cut publicara “Buying Myself Back”, un ensayo que se incluye en el libro. En él, Ratajkowski relataba momentos en los que había visto fotos e imágenes suyas compradas, vendidas y compartidas sin su consentimiento, incluso en un caso de un fotógrafo al que acusó de agresión sexual. Fue el artículo más leído del año en la revista.
“He aprendido que mi imagen, mi reflejo, no me pertenece”, escribió.
El ensayo recibió una avalancha de apoyo. Aun así, mientras se prepara para el lanzamiento de su libro, Ratajkowski insiste en que su nombre es una desventaja.
“He interiorizado la forma en que no se me ha tomado en serio, y se me ha tratado como un cuerpo”, dijo. Si eres una celebridad que quiere escribir un libro, añadió, “lo que ocurre es que se te abren muchas puertas, pero no de la manera correcta”.
Ratajkowski dijo que pidió a Metropolitan que diera a conocer “My Body” como algo comparable a “Misfits”, el libro de memorias de Michaela Coel, la guionista ganadora del premio Emmy.
“Me encanta cómo le ocurrió a ella con ‘I May Destroy You’. Creo que fue muy interesante. Inició esas conversaciones, que es en realidad todo lo que quiero”, explicó Ratajkowski. “Fue raro darme cuenta que en mi caso no sucedería lo mismo”.
En su libro, explica las presiones que ha sentido para someterse a los hombres, desde bailar con un tanga desnuda para Thicke y Pharrell, hasta salir con un chico que abusó de ella en la preparatoria (“Ojalá alguien me hubiera explicado que no le debía nada”), pasando por hacer de “esposa modelo” en una fiesta para Bear-McClard en Hollywood, donde sus colegas del “club de chicos” la toquetearon y la insultaron.
Sin embargo, “una de las cosas que espero que la gente sepa de este libro es que no se trata solo de decir: “Ay, me han hecho tanto daño, y es otra historia de #MeToo”, dijo. “Este es un libro sobre el capitalismo. Tan solo tengo un activo específico con el que comercié, y creo que la mayoría de las mujeres lo hacen. Incluso si es en su matrimonio”.
No piensa dejar de ser modelo, porque le gusta y porque quiere “seguir ganando dinero”. Además, aunque lo dejara, dijo, “voy a seguir conectada a la celebridad, porque todos lo estamos”.
Ratajkowski sabe que está en la minoría de las modelos —y de las autoras— que tienen los medios para controlar la narrativa como ella lo hace: para acuñar un autorretrato como Token no fungible y venderlo en una subasta por 175.000 dólares, tal y como lo hizo en mayo; para renunciar al cuidado de los niños “porque me gusta hacerlo”; para registrar su propia marca. Y, sin embargo, enviar un libro al mundo también requiere dejarse llevar.
“Me da miedo que alguien extraiga una cita y diga: esto es lo que ella dijo sobre este jugoso chisme”, dijo Ratajkowski, prediciendo de manera correcta un titular del Times de Londres que se publicó apenas unas semanas después: “El cantante de Blurred Lines, Robin Thicke, me agredió en el plató, dice Emily Ratajkowski”. (Los representantes de Thicke no respondieron a las solicitudes para hacer comentarios).
Thicke es uno de los muchos giros de trama en una narrativa que desde luego será minada para atraer clics.
“Este no es un libro en el que intento anular a los hombres que he conocido en mi vida”, dijo. “Estoy tratando de desafiar las expectativas y también de hablar de los matices, en mi identidad, pero también en la vida y en las creencias políticas. Y este no es un momento de matices”.
© The New York Times 2021