Dos oficiales de la fuerza de reacción rápida de Haití se detuvieron en un puente en la capital, Puerto Príncipe, para establecer un punto de control y pasar toda una tarde buscando armas, drogas, criminales buscados y víctimas de secuestro.
A cada lado del puente hay barrios asediados por pandillas. Los funcionarios haitianos creen que, en uno de ellos, una banda poderosa llamada 400 Mawozo mantiene a un grupo de misioneros estadounidenses y canadienses como rehenes para pedir rescate. Pero los agentes no pudieron aventurarse a entrar en las calles aledañas: las organizaciones criminales que los rodean tienen mejores armas, mejores motocicletas y más combustible.
Es por eso que los oficiales se limitaron a operar desde el puente, frustrados por el desequilibrio de poder que los deja indefensos, así como a Puerto Príncipe y a la nación, al control de organizaciones criminales como 400 Mawozo.
“Aceptamos este trabajo sabiendo los riesgos”, dijo Edvie Boursiquot, de 41 años, una oficial de la fuerza de reacción rápida que se unió a la policía hace 14 años. “Pero necesitamos poder ir al trabajo y saber que tenemos un gobierno que nos apoya y protege. Necesitamos que nos den lo que necesitamos para combatir las pandillas, como mejores armas y motocicletas”.
Las pandillas tienen mucho tiempo siendo poderosas en Haití. A menudo han fungido como músculo para los políticos que, a cambio, les han proporcionado armas y vehículos. Pero durante el mandato del último presidente elegido de Haití, Jovenel Moïse, y desde su asesinato en julio, el poder de las bandas criminales no ha hecho sino crecer, mientras que el de la policía, que depende de un Estado cada vez más mermado, ha disminuido, lo que ha dejado a los oficiales con incluso menos financiamiento, mal equipados y terriblemente remunerados.
La brecha de poder se hizo evidente una mañana reciente, cuando la fuerza de reacción rápida de la policía haitiana, conocida como Unidad de Intervención Motorizada, instaló el punto de control en el puente. En ambos lados, los barrios habían sido prácticamente vaciados ya que los residentes pobres habían preferido abandonar sus hogares y posesiones que vivir bajo el dominio de una pandilla que roba y asesina a su antojo.
La policía sabe que en uno de los barrios, Croix-des-Bouquets, la banda dominante 400 Mawozo mantiene a 16 rehenes estadounidenses y uno canadiense y ha amenazado con asesinarlos si la organización de ayuda religiosa a la que pertenecen no paga un rescate de 1 millón de dólares por persona.
Pero entrar al barrio no es una opción. Es por eso que los oficiales trabajaron desde el puente y se limitaron a revisar los autos que pasaban en busca de armas, drogas y criminales, frustrados por su incapacidad para hacer más.
“Las condiciones han cambiado”, dijo Boursiquot, quien llegó al punto de control en la parte trasera de la motocicleta de un compañero porque no había otra disponible para ella. “Cada año son peores”.
El compañero de Boursiquot, Ulrick Jacques, de 40 años, intervino mientras se retiraba el pasamontañas que utiliza para proteger su identidad de los pandilleros, para que los periodistas pudieran ver la ira en su rostro.
“Estoy listo para la batalla, pero necesito tener la certeza de que este gobierno me respalda”, dijo Jacques. “De que todos los días que salga a trabajar nadie quede con hambre en casa, que pueda alimentar a mis hijos”.
Pero en vez de eso, dijeron Jacques y Boursiquot, no han recibido un aumento salarial en años mientras que las bandas criminales incrementan sus filas y obtienen armas más sofisticadas que las que ellos tienen.
Ambos oficiales contaron que habían ingresado a la policía hace 14 años y habían sido ascendidos a un rango superior hace más de un año, pero aún no habían recibido el aumento salarial que acompaña el ascenso y apenas podían mantener a sus familias con los 220 dólares que ganan al mes.
Los pocos beneficios gubernamentales que tienen, como alimentos o atención médica, están siendo recortados.
Cuando su hija se fracturó la rodilla el año pasado, Boursiquot la llevó al hospital y allí descubrió que el gobierno había sacado a sus tres hijos de su seguro. Tuvo que pagar 90 dólares —cerca de la mitad de su ingreso mensual— para curar la rodilla de su hija y comprar los medicamentos requeridos. Su esposo se fue hace años y no ayuda a mantener a la familia.
El hambre es ahora un aspecto común en sus vidas. Sus familias ahora forman parte de los desnutridos en Haití, dijo Jacques. Los oficiales reciben una tarjeta de débito especial que les permite comprar alimentos en supermercados, dijo, pero el gobierno tiene más de dos meses sin recargarla.
A los dos policías también les preocupa que pronto puedan unirse al creciente número de ciudadanos haitianos que han sido desplazados internamente por las pandillas.
A pocos kilómetros al sur del punto de control policial en el puente, muy cerca de la Embajada de Estados Unidos, se encuentra el barrio Tabarre Issa, donde más de 3000 personas huyeron este año luego de que las bandas criminales dispararan contra sus hogares y les advirtieran que si no se iban serían asesinados.
Al norte está Croix-des-Bouquets, donde la banda 400 Mawozo tiene secuestrados a los misioneros de Christian Aid Ministries y a sus hijos, el menor de ellos de 8 meses.
Cuando el líder de 400 Mawozo amenazó con ejecutar a los rehenes, lo hizo con una descarada demostración de autoridad, desde las calles de Croix-des-Bouquet, rodeado de cientos de miembros de la banda mientras funcionarios estadounidenses y haitianos vigilaban el área.
En el puente hacia Croix-des-Bouquets, la policía seguía revisando vehículos y a los haitianos que pasaban a pie, entre ellos Nahomie Bauvais, quien tenía a su bebé de 2 meses en sus brazos.
Bauvais odia la inseguridad que impera en su barrio, pero siente que no tiene otra opción más que esperar que las pandillas no la molesten ni a ella ni a sus dos hijos y que el gobierno vuelva a tomar y a ejercer el control sobre Croix-des-Bouquets.
Bauvais sabe que es una posibilidad remota. Una que, además, no resolvería todos sus problemas. Si el gobierno es incapaz de proporcionar lo básico —electricidad, seguridad, recolección de basura— incluso en los vecindarios ricos donde viven los políticos poderosos, hay muy pocas razones para creer que lo hará en zonas pobres como en la que vive.
“Aquí no hay Estado”, dijo Bauvais. “Vivo el día a día. ¿Qué más puedes hacer cuando escuchas disparos durante la noche y te despiertas rogando que todo salga bien?”.
© The New York Times 2021