La vida de las princesas japonesas no es un cuento de hadas

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Especial para Infobae de The New York Times.

Una princesa que pronto se casará representa la tercera generación que sufre un intenso malestar emocional en un país que suele relegar a las mujeres a roles rígidos.

TOKIO — En Japón, uno de los lugares más difíciles para ser mujer es en la familia real.

Hace casi tres décadas, la emperatriz Michiko perdió la capacidad de hablar después de las quejas públicas sobre sus supuestas fallas como esposa del emperador Akihito. Diez años después, la nuera de Michiko, la actual emperatriz Masako, se retiró de sus funciones públicas para enfrentar la depresión ocasionada por el acoso de los medios por no haber procreado un heredero varón.

A principios de este mes, la casa imperial reveló que la nieta de Michiko, la princesa Mako, de 30 años, había sufrido un trastorno de estrés postraumático debido a la implacable desaprobación pública por el novio que eligió, Kei Komuro, un recién graduado en Derecho con quien se casará el martes.

“Sintió que su dignidad como ser humano había sido pisoteada”, dijo el psiquiatra de la princesa Mako en una conferencia de prensa, añadiendo que “se considera alguien sin valor”.

Tanto si ingresan por matrimonio a la monarquía como si nacen en ella, las mujeres de la realeza japonesa se ven sometidas a unos estándares implacables no solo por la prensa y el público, sino también por los funcionarios de la corte que gestionan su vida diaria. Como el emperador y su familia son símbolos del Japón tradicional, las mujeres de la realeza están sometidas a una versión concentrada de la desigualdad de género más amplia del país, donde una vena conservadora de la sociedad a menudo sigue consignando a las mujeres a roles rígidos.

Aunque las mujeres imperiales no pueden acceder al trono, las críticas que reciben pueden ser más duras que las dedicadas a los hombres de la familia, protegidos en parte por su proximidad a la línea de sucesión.

“Además de trabajar como miembro de la realeza, tienes que mantener una silueta a la moda, y después de casarte, tu propósito es dar a luz”, dice Rika Kayama, profesora y psiquiatra de la Universidad Rikkyo de Tokio.

“¿Estás siendo una buena madre? La gente lo preguntará”, añade. “¿Tienes una buena relación con tu suegra? ¿Cómo apoyas a los hombres en tu vida? Hay que hacer muchas tareas a la perfección y sin contratiempos. No creo que los hombres de la familia imperial sean observados con tanta atención”.

Japón está cambiando poco a poco: dos mujeres que se presentaron como candidatas a primeras ministras durante una reciente elección de liderazgo del partido gobernante. Algunas empresas hacen esfuerzos para designar a más mujeres en puestos de autoridad.

Pero en muchos aspectos la sociedad japonesa sigue tratando a las mujeres como ciudadanas de segunda clase. Las parejas casadas no pueden tener apellidos separados, un sistema que en la práctica significa que la mayoría de las mujeres adoptan los apellidos de sus maridos. Las mujeres siguen estando subrepresentadas en la dirección de negocios, en el Parlamento y en las prestigiosas universidades del país.

Las mujeres que protestan por el trato injusto que reciben o abogan por la igualdad de derechos a menudo son censuradas por pasarse de la raya. Las críticas que recibe la princesa Mako en las redes sociales son un reflejo del trato que reciben las mujeres que denuncian agresiones sexuales o incluso las normas laborales sobre el uso de tacones.

En la familia imperial se espera que las mujeres se adhieran a los valores de otra época.

“Existe la idea de que la familia imperial es algo así como atemporal y que no forma parte de la sociedad moderna”, dijo Mihoko Suzuki, directora fundadora del Centro de Humanidades de la Universidad de Miami, quien ha escrito sobre las mujeres en las monarquías. Los tradicionalistas, dijo, quieren “proyectar esta idea más antigua, reconfortante y estable sobre los roles de género en la familia imperial”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el emperador fue despojado de su estatus divino bajo la nueva constitución impuesta por Estados Unidos. Y en muchos sentidos, las tres generaciones de mujeres de la realeza reflejan la evolución de Japón en las décadas posteriores.

Cuando la nación se despojó de los grilletes de su historia bélica, Michiko se convirtió en la primera plebeya en siglos que se casaba con alguien de la familia. En vez de entregar a sus hijos a los chambelanes de la corte para que los criaran, ella misma se ocupó de ellos. Acompañando a su marido, Akihito, en sus viajes por Japón y el extranjero, aportó un toque humano a la antes distante familia imperial, arrodillándose para hablar con las víctimas de los desastres y con las personas con discapacidad.

Pero cuando renovaba la residencia imperial o llevaba demasiados trajes diferentes, la prensa se quejaba. Se extendieron los rumores de que los funcionarios de la corte y su suegra no la consideraban suficientemente deferente.

En 1963, tras un embarazo molar cuando tenía cuatro años de casada, se sometió a un aborto y se retiró durante más de dos meses a una villa, mientras se especulaba que había sufrido una crisis nerviosa. Treinta años más tarde, sucumbió al estrés severo y perdió la voz, recuperándola solo después de varios meses.

Su nuera, Masako, era una graduada en Harvard con una prometedora carrera como diplomática en ascenso en 1993, cuando se casó con Naruhito, quien en ese entonces era el príncipe heredero. Muchos comentaristas esperaban que ayudase a modernizar a la anticuada familia real y sirviera de modelo para las jóvenes trabajadoras de Japón.

En cambio, cada uno de sus movimientos fue analizado por su posible efecto en su capacidad para tener un hijo. Después de un aborto espontáneo, dio a luz a una niña, la princesa Aiko, decepcionando a quienes querían un heredero varón. Los funcionarios de la corte, protectores de su vientre, limitaron sus viajes, lo que la llevó a retirarse de sus funciones públicas. Emitió un comunicado diciendo que sufría “agotamiento acumulado, mental y físico”.

El caso más reciente, el de la princesa Mako, demuestra que algunos sectores de la opinión pública quieren que esté a la altura de las expectativas de la realeza aunque será obligada a abandonar la familia al casarse. El público ha criticado su elección de casarse con Komuro, atacando las finanzas de su madre (y por extensión tachándolo de cazafortunas) y calificándolo de inadecuado para ser el cónyuge de una hija imperial. Pero, según la ley japonesa, Mako perderá su condición imperial una vez que se presenten los papeles del matrimonio.

Otras ocho princesas se han casado fuera de la familia y han sido despojadas de su estatus monárquico, aunque ninguna ha sido objeto de ataques como la princesa Mako.

“Me parece muy muy extraño que el pueblo japonés crea que debe opinar de alguna manera sobre con quién se casa ella”, dijo Kenneth J. Ruoff, historiador y especialista en la familia imperial japonesa de la Universidad Estatal de Portland.

El padre de la princesa Mako, el príncipe heredero Akishino, en un principio no aprobó el matrimonio cuando la pareja anunció su compromiso en 2017, diciendo que quería que el pueblo aceptase la unión antes de dar su bendición.

Algunos parecen haberse tomado a pecho las palabras del príncipe heredero.

Él “dijo que debían casarse con la bendición del pueblo, por lo que incluso dijo que tenemos derecho a opinar”, dijo Yoko Nishimura, de 55 años, quien salió a pasear por el interior de los jardines del Palacio Imperial de Tokio la semana pasada. “Creo que los japoneses sienten que, como la familia imperial los representa en cierto modo, tenemos derecho a dar nuestras opiniones”.

El príncipe heredero Akishino acabó cediendo, pero los incesantes comentarios en la prensa y en las redes sociales pasaron factura.

Incluso cuando la pareja se ha preparado discretamente para un registro privado de su matrimonio sin pompa real, los ataques no han cesado. En las últimas semanas, los manifestantes han marchado en Ginza, un popular distrito comercial, con pancartas en las que se leía: “No contamines la casa imperial con este matrimonio maldito” y “Cumple con tus responsabilidades antes de casarte”.

Un escritor de Gendai Business, una revista semanal, fustigó la elección de la princesa Mako, diciendo que “expondría a Japón a la vergüenza internacional”. En Twitter, algunos la han llamado “ladrona de impuestos”, a pesar de que decidió renunciar a una dote real valorada en unos 1,4 millones de dólares. Otros han acusado a la princesa de fingir su estrés postraumático.

“El público sospechará si, en unos meses, anuncias que has mejorado”, escribió un usuario en Twitter.

Las comparaciones con la familia real británica son inevitables. Antes de su boda con el príncipe Harry, Meghan Markle soportó meses de ataques por el origen de su familia. Al igual que Meghan y Harry, se espera que la princesa Mako y Komuro, graduado en la Escuela de Derecho de Fordham, se refugien en Estados Unidos, donde Komuro trabaja en un despacho de abogados de Nueva York.

Tanto Harry como Meghan han hablado abiertamente del costo para su salud mental. La franqueza del príncipe Harry sobre su depresión por la muerte de su madre, Diana, quien también sufría depresión y desórdenes alimenticios, ha contribuido a generar conversaciones sobre la salud mental en el Reino Unido.

También las mujeres de la realeza japonesa pueden inspirar un mayor debate sobre la salud mental en un país en el que eso sigue siendo un tema delicado.

“No creo que las mujeres de la familia imperial hayan hecho públicos sus problemas de salud mental para iniciar un diálogo”, dijo Kathryn Tanaka, profesora asociada de literatura y cultura japonesa en la Universidad de Hyogo. “Pero fueron valientes al reconocerlo”.

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