Cuando Jonathan Isaac, jugador de baloncesto del equipo Orlando Magic, explicó por qué había elegido no vacunarse contra el coronavirus, conectó con una polémica que tiene meses calentándose: ¿las personas que han tenido COVID-19 (lo cual según Isaac es su caso) realmente necesitan la vacuna?
Esa pregunta ha impulsado tortuosos conceptos inmunitarios a un debate nacional sobre la obligatoriedad de la vacuna en el que políticos, atletas, profesores de derecho y psiquiatras han opinado sobre la fuerza relativa de la llamada inmunidad natural frente a la protección otorgada por las vacunas.
Pero la respuesta, como casi todo lo relacionado con el virus, es complicada.
Si bien muchas personas que se han recuperado de COVID-19 pueden salir relativamente ilesas de un segundo encuentro con el virus, la fuerza y la durabilidad de su inmunidad dependen de su edad, estado de salud y gravedad de la infección inicial.
“Esa es la cuestión de la infección natural: podrías estar en el extremo muy bajo o en el muy alto, dependiendo del tipo de enfermedad que desarrollaste”, dijo Akiko Iwasaki, inmunóloga de la Universidad de Yale.
Aquellos con una inmunidad natural fuerte podrían estar protegidos de la reinfección hasta un año. Pero según los expertos, ni siquiera ellos deberían ignorar la vacuna. Para empezar, es muy probable que aumentar su inmunidad con una vacuna les proporcione una protección duradera contra todas las variantes.
“Si contrajiste la infección y luego te vacunaste, tienes superpoderes”, dijo Jennifer Gommerman, inmunóloga de la Universidad de Toronto.
Sin el refuerzo de la vacuna, los anticuerpos de una infección se desvanecerán, y dejarán a las personas recuperadas de COVID-19 vulnerables a la reinfección y a enfermedades leves causadas por las variantes, y quizás susceptibles a transmitir el virus a otras personas.
Este es el mismo argumento para brindarles dosis de refuerzo a las personas que cuentan con el esquema completo de vacunación, dijo Michel Nussenzweig, inmunólogo de la Universidad Rockefeller en Nueva York. “Tras un cierto periodo de tiempo o recibirás un refuerzo o te infectarás”, sentenció.
Es difícil analizar la comparación entre la inmunidad otorgada por la infección y la obtenida por la vacunación. Docenas de estudios han profundizado el debate y han llegado a conclusiones contradictorias.
Han surgido algunos patrones consistentes: dos dosis de una vacuna de ARNm producen más anticuerpos, y de forma más fiable, que una infección del coronavirus. Pero los anticuerpos de una infección previa son más diversos que los producidos por las vacunas, por lo que son capaces de defenderse de una gama más amplia de variantes.
Los estudios que promocionan la durabilidad y la fuerza de la inmunidad natural están maniatados por un defecto crucial. Por definición, solo evalúan las respuestas de personas que sobrevivieron al COVID-19. El camino hacia la inmunidad natural es peligroso e incierto, dijo Nussenzweig.
Para empezar, solo del 85 al 90 por ciento de las personas que dan positivo en la prueba del virus y se recuperan tienen anticuerpos detectables. La fuerza y durabilidad de la respuesta varía.
Por ejemplo, si bien la inmunidad obtenida con las vacunas y la infección es comparable entre las personas más jóvenes, dos dosis de las vacunas de ARNm protegieron mejor a los adultos mayores de 65 años que una infección previa.
La investigación publicada en mayo por el equipo de Iwasaki mostró un incremento gradual en el nivel de anticuerpos a medida que aumentó la gravedad de la infección. Cerca del 43 por ciento de las personas recuperadas no tuvieron anticuerpos neutralizantes detectables —del tipo necesario para prevenir la reinfección— según un estudio. Los anticuerpos cayeron a niveles imperceptibles tras aproximadamente dos meses en cerca del 30 por ciento de las personas que se recuperaron.
Otros investigadores podrían encontrar diferentes resultados según la gravedad de la enfermedad en los participantes, dijo Fikadu Tafesse, inmunólogo de la Universidad de Salud y Ciencia de Oregon.
“Si tu grupo analizado consiste solo en individuos hospitalizados, creo que la probabilidad de conseguir anticuerpos perceptibles será mayor”, comentó Tafesse.
En términos de la calidad de los anticuerpos, tiene sentido que la invasión de un virus vivo produzca una respuesta inmunitaria más amplia que la que produciría la inyección de la única proteína codificada en las vacunas, dijeron él y otros.
El virus suele estimular las defensas en la nariz y la garganta —justo el lugar donde se necesitan para prevenir una segunda infección— mientras que las vacunas producen anticuerpos principalmente en la sangre.
“Eso te dará una ventaja en cuanto a la resistencia a una infección posterior”, dijo Gommerman.
Fragmentos del virus también podrían permanecer en el cuerpo durante semanas tras la infección, lo que le daría al sistema inmunitario más tiempo para aprender a combatirlo, mientras que las proteínas transportadas por la vacuna salen rápidamente del cuerpo.
Varios estudios ya han demostrado que las reinfecciones, al menos con las primeras versiones del virus, no son comunes.
En la Clínica Cleveland, ninguno de los 1359 trabajadores de la salud que no se vacunaron tras haber tenido COVID-19, dio positivo por el virus durante muchos meses, señaló Nabin Shrestha, médico de enfermedades infecciosas de la clínica.
Sin embargo, reconoció que los hallazgos deben interpretarse con cautela. La clínica examinó solo a personas que estuvieron visiblemente enfermas, por lo que pudieron haber pasado por alto las reinfecciones que no produjeron síntomas. Los participantes tenían en promedio 39 años, por lo que es posible que los resultados no apliquen para los adultos mayores, que podrían ser más propensos a infectarse de nuevo.
Además, la mayoría de los estudios han dado seguimiento a las personas solo durante un año más o menos, señaló Shrestha. “La pregunta importante es: ‘¿Por cuánto tiempo brindará protección?’, porque sabemos que no será de por vida”, afirmó.
Tampoco está clara la eficacia de la inmunidad contra las variantes más nuevas. La mayoría de los estudios culminaron antes de que la variante delta se volviera dominante, y las investigaciones más recientes presentan irregularidades.
El estudio más citado a favor de la potencia de la inmunidad natural contra la variante delta proviene de Israel.
El estudio reveló que las infecciones posvacunación fueron 13 veces más probables que las reinfecciones en las personas no vacunadas, y las infecciones posvacunación sintomáticas tuvieron 27 veces más probabilidades de presentarse que las reinfecciones sintomáticas.
Para aquellos con la suerte de haberse recuperado del COVID-19, la vacuna sigue siendo la opción ideal, según los expertos. Proporciona un aumento significativo en los niveles de anticuerpos y un escudo inmunitario casi impenetrable, incluso posiblemente contra futuras variantes.
“Son como estrellas de rock ante todas las variantes”, dijo Duane Wesemann, inmunólogo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard.
Los gráficos coloridos del artículo reciente de Wesemann han sido útiles para convencer a los pacientes recuperados de COVID-19 de la gran ventaja que podría ofrecerles incluso una sola dosis, afirmó.
Independientemente de la comprensión cambiante de la inmunidad natural, hay un punto en el que existe un consenso casi universal entre los científicos: para las personas que nunca se infectaron, las vacunas son mucho más seguras y mucho menos riesgosas que el COVID-19.
Muchas personas que tienen argumentos contra las vacunas citan las bajas tasas de mortalidad por COVID-19 entre las personas jóvenes. Pero incluso los casos aparentemente leves de COVID-19 pueden provocar daños a largo plazo en el corazón, los riñones y el cerebro, o dejar a las personas con una sensación de cansancio y malestar durante semanas o meses, advirtió Iwasaki.
“Nadie debería intentar adquirir inmunidad a través de la infección natural”, dijo. “Es demasiado peligroso”.
© The New York Times 2021