Las llamadas de emergencia al Departamento de Policía de la Ciudad de Southold empezaron a llegar un miércoles a través del 911. Y durante tres días no pararon.
Femenino, 34, Greenport Village, inconsciente.
Masculino, 25, Southold, inconsciente.
Masculino, 30, Southold, inconsciente.
Masculino, 27, Greenport Village, inconsciente.
Masculino, 32, East Marion, inconsciente.
Masculino, 40, Shelter Island, inconsciente.
Para el viernes, al menos ocho personas de los pueblitos a lo largo de la zona conocida como North Fork de Long Island habían sufrido sobredosis. Seis de ellas, todas menores de 40 años, estaban muertas. Sus fallecimientos fueron causados, dijo la policía, por cocaína mezclada con fentanilo, un opioide sintético que puede resultar 50 veces más potente que la heroína.
Detrás dejaron una comunidad costera envuelta en un dolor que se siente a la vez familiar y desconcertante: casi 3.000 personas han muerto por sobredosis en el condado de Suffolk en la última década. Pero lo que es distinto es el cóctel de drogas que mató a los seis de mediados de agosto: cocaína adulterada con un fentanilo altamente letal, una combinación que brinda un subidón barato y potente y que en el pasado más bien se mezclaba con la heroína.
La tragedia en el condado de Suffolk, según la policía y los fiscales, refleja una transformación emergente y peligrosa en el mercado callejero de las drogas, una tendencia que ha crecido en el último año, cuando los traficantes han sufrido los mismos problemas de suministro y aumento de precios que toda la cadena global de suministro.
Algunos han recurrido a los sustitutos como el fentanilo —que es más barato y más fácil de conseguir que la cocaína o la heroína— para abultar su mercancía y mantener el flujo de drogas sin importar el costo humano. Pero incluso una pizca de fentanilo puede matar.
“Las mismas fuerzas del mercado que causan escasez de productos cotidianos también ponen presión a los mercados de drogas”, dijo Timothy D. Sini, fiscal de distrito del condado de Suffolk. “Todo cuando hemos visto que se dispara la demanda de los consumidores por el impacto de la pandemia”.
La presencia del fentanilo en Southold se enmarca en una tragedia más amplia que azota al condado y al país: la epidemia de opioides que ha convertido a cientos de miles de personas en adictas a las píldoras de prescripción para el dolor. El mes pasado, el estado de Nueva York, que incluye a los agobiados condados de Suffolk y Nassau, logró arrebatar mil millones de dólares a farmacéuticas, distribuidores y proveedores de opioides de prescripción como parte de un acuerdo judicial para mitigar el daño derivado de su papel en la epidemia.
Los datos preliminares de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos muestran que en 2020 murió por sobredosis el mayor número de personas del que haya registro en Estados Unidos: 93.000, un aumento de casi el 30% con respecto al año anterior.
En North Fork, los fallecidos no eran adictos empedernidos, sino, según dijo la policía, eran en su mayoría consumidores recreativos que buscaban un subidón fugaz. Detrás de las breves descripciones en los informes policiales había vidas ricas y variadas: un fabricante de joyas de Teherán que amaba la música heavy metal, y un trabajador de restaurante siempre a la moda al que rara vez se le veía sin sus botas de lamé doradas. Un chef jamaicano con un don especial para la masa madre y un paisajista que siempre contestaba el teléfono con una broma. Una mujer que amaba el maquillaje gótico, cuya madre la apodaba “fideo”. Un padre primerizo de un niño de 6 meses.
Varias otras personas también sufrieron sobredosis con cocaína mezclada con fentanilo entre el 11 y el 13 de agosto, según la policía de Southold. Los rescatistas de emergencias los revivieron con naloxona o Narcan, un fármaco que puede revertir una sobredosis de opioide.
Los familiares de los fallecidos culpaban a los traficantes. “Los envenenaron para ganar dinero”, dijo Seth Tramontana, cuyo hijo de 27 años, también de nombre Seth, murió el 13 de agosto luego de ingerir cocaína que, según creen sus parientes, él no sabía que estaba adulterada con fentanilo. “Dirás que tomó su decisión e hizo lo que hizo para divertirse, pero esto no es lo que quería”.
La tendencia no se limita al condado de Suffolk. En febrero, el Departamento de Salud Pública de San Francisco emitió una advertencia de salud pública luego de una serie de sobredosis de fentanilo entre personas que pensaban que lo que estaban consumiendo era cocaína. Las autoridades en Nebraska emitieron una advertencia similar en agosto luego de 26 sobredosis en tres semanas que estuvieron relacionadas con cocaína que había sido mezclada con fentanilo.
En la ciudad de Nueva York, en la primavera, los consumidores compartieron advertencias en las redes sociales de que circulaban “lotes defectuosos” de cocaína que contenían la droga y recomendaban emplear kits de prueba diseñados para revisar si la cocaína contenía fentanilo.
“La gente que consume cocaína cree que la epidemia de sobredosis no les atañe”, dijo Chinazo O. Cunningham, médica y comisionada ejecutiva adjunta del Departamento de Salud Higiene Mental de la Ciudad de Nueva York. En 2017, solo 17 de las muertes por sobredosis de la ciudad se atribuyeron a cocaína combinada con fentanilo; esa cifra se elevó a 183 en 2019, el último año del que existen datos. “Parte del problema a nivel nacional es que se ha contado la historia en torno a los opiáceos y lo que hemos visto no son solo opiáceos, es la cocaína”, dijo.
Días después de las muertes en Long Island, dos hombres fueron detenidos: Lavain Creighton, de 51 años, de Greenport, y Justin Smith, de 46, de Smithtown. Creighton fue acusado de varios cargos de venta delictuosa de una sustancia controlada. En una conferencia de prensa, el fiscal de distrito dijo que Creighton vendió las drogas que causaron al menos dos de las sobredosis fatales, lo que se determinó a través de intercambios de mensajes de texto y otras comunicaciones. A Smith se le acusó de posesión de drogas y parafernalia de drogas. Anthony Scheler, el abogado de Smith, dijo que su cliente no vendía drogas. “Se siente muy mal por estas personas”, dijo Scheler. “Pero no estuvo involucrado”. Un abogado de Creighton no respondió a un pedido de comentario.
El condado de Suffolk ha actuado agresivamente para que los traficantes sean llevados ante la justicia por las muertes por sobredosis y en 2017 obtuvieron una condena por homicidio involuntario para un traficante, la primera de su tipo en el estado. Desde entonces, el condado ha procesado con éxito solo tres casos similares.
Los fiscales dicen que al momento de responsabilizar a los distribuidores enfrentan obstáculos porque deben demostrar que el comerciante actuó de manera imprudente para poder conseguir una sentencia por homicidio.
Poco después de la racha de muertes en Long Island, los legisladores del estado volvieron a impulsar una ley “Muerte por Traficante”, que permitiría a los fiscales equiparar los cargos de homicidio por delitos graves a los traficantes de drogas e imponer sentencias más severas. Desde 2011, alrededor de la mitad de todos los estados de Estados Unidos han adoptado leyes similares, según indicó Drug Policy Alliance, una organización sin fines de lucro.
Pero los críticos aseguran que legislaciones como esa no evitan las muertes por sobredosis y más bien podrían aumentar el riesgo de que las personas teman represalias y no llamen a pedir ayuda cuando alguien esté con sobredosis.
Mejorar el acceso a los kits de prueba de fentanilo y a la naloxona es una mejor manera de evitar tragedias como las de Long Island, indicó Gray Gardner, abogado principal de la Drug Policy Alliance.
“Lo que debemos hacer es un mejor trabajo como país, como sociedad para ayudar a que la gente sepa que su mercancía está contaminada y a tener lugares seguros para consumo para prevenir que la gente los use para prevenir una sobredosis”, dijo.
El 12 de agosto, una víctima de iniciales M.L. recibió un mensaje de texto de un amigo advirtiéndole de la presencia de fentanilo en la cocaína que le había comprado a Creighton, dijeron los fiscales. Pero el hombre ya había muerto al momento en que el mensaje fue enviado.
La policía no confirmó la identidad de M.L. Pero las iniciales coinciden con las de uno de los hombres que murieron ese día: Matthew Lapiana, un paisajista. Su amiga Clarisse Stevens dijo que era estupendo como cocinero de comida italiana y que siempre respondía al teléfono con una broma tonta.
Stevens estaba indignada con quien le proporcionó a su amigo los narcóticos con fentanilo. ”Lo pones en tu mercancía y luego lo vendes y se muere la gente porque vino de tus manos”, dijo. “Deberían acusarlos de asesinato, sin duda”.
Después de las seis muertes, la policía y organizaciones de servicio social peinaron Southold y repartieron kits de Narcan y ofrecieron talleres para enseñar a emplear el narcótico contra la sobredosis.
Los diarios locales y las redes sociales se inundaron con obituarios, esquelas y homenajes: Nicole Eckardt, Fausto Rafael Herrera Campos, Swainson Brown, Matthew Lapiana, Seth Tramontana, Navid Ahmadzadeh.
Los unía la vida de una ciudad pequeña. Algunos eran primos lejanos, otros habían trabajado juntos. Ahora los unía la muerte.
Richard y Joan Olszewski, los abuelos de Tramontana, sentados en el porche de su casa en la Calle Quinta en Greenport, se aferraron al recuerdo de su nieto de 27 años al que todos llamaban Boogie.
Recordaron que Boogie se abría paso cantando por el pintoresco pueblo de pescadores con sus botas doradas maltrechas, que remendaba con cinta adhesiva. Que Boogie siempre se escapaba después de la cena de Navidad para llevar un plato de la comida de su abuela a un amigo para quien la temporada navideña era difícil.
“Cumplió con la misión que le habían encomendado en este mundo”, dijo Joan Olszewski, de 74 años. “Que todas estas personas se dieran cuenta de lo maravillosas que eran”.
En el hotel Pridwin de Shelter Island, uno de los dueños, Glenn Petry, iba a guardar un tarro de masa madre que había dejado su amigo y jefe de cocina, Swainson Brown. Cuando podía apartarse de la pesca, Brown, de 40 años, convertía la cocina del hotel en un laboratorio de platos de su propia invención.
“Decíamos, ‘Swainson, eso no es exactamente lo que estamos buscando’”, recordó Petry. “Y él decía: ‘Pruébalo’. Y: ‘¡Ay Dios!’”.
Hizo una pausa. “Me rompe el corazón que ahora estemos encomiando a este joven” dijo Petry.
Susan C. Beachy colaboró con la investigación.
© The New York Times 2021
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