Especial para Infobae de The New York Times.
Elizabeth Martínez, una feminista, escritora y activista social que colaboró en la organización del movimiento chicano, cuyo objetivo era empoderar a personas de ascendencia mexicana nacidas en Estados Unidos, como ella, falleció el martes en San Francisco a los 95 años.
Según su viejo amigo, Tony Platt, la causa de su muerte fue demencia vascular.
Conocida como Betita, Martínez usó sus habilidades literarias y de editora para inspirar, provocar, educar, crear estrategias, organizar y construir alianzas interétnicas e interraciales, todo esto para buscar la justicia social.
Mitad mexicana y mitad anglosajona, luchó durante décadas con su identidad. Cuando era una profesionista joven en Manhattan, se hacía llamar Liz Sutherland, al tomar el apellido escocés de su madre y, algunas veces, se hacía pasar por anglosajona.
Hasta que llegó a la edad madura, se mudó al suroeste del país y adoptó su herencia mexicana. En un acto de autoempoderamiento, se llamó a sí misma chicana, una palabra que antes era considerada peyorativa. Recuperó su apellido paterno y ayudó a definir el movimiento chicano emergente, cuyo objetivo era que las personas se enorgullecieran y conquistaran sus derechos, sobre todo las mujeres, las cuales con frecuencia eran explotadas en el mercado laboral y subyugadas por los hombres chicanos.
En 1968, Martínez cofundó en Nuevo México un periódico bilingüe, El Grito del Norte, uno de los primeros periódicos del movimiento y uno de los más influyentes. Su objetivo inicial era luchar por los derechos territoriales de los chicanos en Nuevo México, pero pronto se comprometió con luchas más generales que incluían la guerra de Vietnam, el socialismo en Cuba y el feminismo en todo el mundo.
Fue de las primeras en investigar cómo se podían interconectar las cuestiones de raza, clase, pobreza, género y sexualidad bajo sistemas de opresión superpuestos, lo que la convirtió en una portavoz fundamental del concepto de interseccionalidad mucho antes de que ese término se pusiera de moda.
Nacida antes de la Gran Depresión, Martínez llegó a la mayoría de edad durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra y con un gran idealismo de juventud, quiso trabajar por la paz mundial a través de la recién formada Organización de las Naciones Unidas.
Como lo resumió en un manifiesto que escribió a la edad de 16 años, su misión era “acabar con el odio y los prejuicios”.
A los veintitantos años, consiguió un empleo en Naciones Unidas, donde realizó investigaciones sobre el colonialismo en África. Y durante algún tiempo, llevó una vida de alto nivel en Manhattan cuando trabajó primero en la Secretaría General de las Naciones Unidas; luego en el Museo de Arte Moderno, donde fue asistente del fotógrafo Edward Steichen, el director de fotografía del museo; después en Simon & Schuster, donde fue editora de libros y, posteriormente, en la revista The Nation, en la que fue editora de la sección de libros y arte.
Durante algunos años logró combinar ambas actividades. Pero todo el tiempo tuvo mucho interés en la política y los derechos civiles. Uno de los libros que publicó como editora en 1964 fue “The Movement: Documentary of a Struggle for Equality” (El movimiento: documental de una lucha por la igualdad), que era una historia en imágenes del movimiento por los derechos civiles con textos de la dramaturga negra Lorraine Hansberry. Martínez destinó las regalías al Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC, por su sigla en inglés), un grupo en pro de los derechos civiles.
Tras el atentado de 1963 a la Iglesia Bautista de la calle 16 en Birmingham, Alabama, en el que murieron cuatro chicas negras, Martínez se unió al Freedom Summer en Misisipi en 1964, el cual se encargaba de registrar a votantes negros. El año siguiente editó “Letters From Mississippi” (Cartas desde Misisipi), las cartas de los estudiantes universitarios del norte, en su mayoría blancos, que habían sido voluntarios en la campaña de registro.
Para mediados de la década de 1960, se sintió atraída por la política revolucionaria. Renunció a la mayor parte de sus empleos pagados convencionales, se dejó llevar por las causas de la izquierda y se integró a grupos feministas y a efímeras organizaciones marxistas.
Elizabeth Sutherland Martínez nació el 12 de diciembre de 1925 en Washington. Su madre, una estadounidense de ojos azules, Ruth Sutherland (Phillips) Martínez, daba clases de español avanzado en bachillerato y era una tenista y una pianista consumada.
Su padre, Manuel Guillermo Martínez, quien llegó a Estados Unidos en 1917 durante la Revolución Mexicana, pasó de ser empleado en la embajada de México a profesor de literatura española en la Universidad de Georgetown.
“En la cena, siempre hablaba sobre ver a Zapata entrar a la capital con los campesinos, y eso me hizo pensar en la idea de que yo quería que aquí hubiera una revolución”, comentó alguna vez Martínez. Desarrolló lo que denominó “una conciencia antiimperialista y una conciencia prolatinoamericana”.
Asistió al Swarthmore College en Pensilvania y, en 1946, obtuvo su título de licenciatura en Historia y Español. Fue la primera mujer latina graduada en Swarthmore.
A los 23 años, se casó con Leonard Berman, de quien se divorció en 1952. Ese mismo año, se casó con el escritor Hans Koning, del cual también se divorció. Con Koning tuvo una hija, Tessa Koning-Martínez, quien es la única sobreviviente directa de su madre.
Después del Freedom Summer, Martínez se convirtió en la coordinadora de la oficina de Nueva York del Comité Coordinador Estudiantil No Violento y estuvo a cargo de los medios de comunicación y de la recaudación de fondos. Pero para fines de la década de 1960, el SNCC solo quería tener dirigentes negros. Martínez dijo que la habían excluido por ser vista como blanca, o al menos no como negra, lo cual la dejó abatida pero siguió editando trabajos importantes, entre los cuales estuvo, en 1972, “The Making of Black Revolutionaries: A Personal Account” (La formación de revolucionarios negros: un relato personal), la autobiografía del líder por los derechos civiles, James Forman.
Después de haber obtenido experiencia gracias al movimiento por los derechos civiles de la población negra, el rechazo del SNCC la impulsó a volver la mirada a sus raíces mexicanas.
“Nosotros los latinoamericanos no tenemos la necesidad de aferrarnos a la lucha de los negros”, escribió cuando se mudó a Nuevo México. “Estamos orgullosos de nuestra propia lucha”.
Muy a su pesar, el movimiento chicano se tambaleó, lo cual atribuyó a lo que calificó como “su incapacidad de tener claridad sobre sus metas y su estrategia”. Pero si ese movimiento decayó, aumentó su determinación de luchar por la justicia social y volvió a mudarse, esta vez al área de la bahía de San Francisco.
Ahí se unió al Partido Democrático de los Trabajadores, el cual eligió, según ella, porque era el único partido marxista encabezado por una mujer (“una mujer blanca, pero una mujer blanca muy de clase obrera”).
Se introdujo en la comunidad al organizar, dar clases sobre estudios de mujeres, dirigir talleres antirracistas y asesorar a activistas jóvenes. Incluso contendió por la gubernatura de California en 1982 en la línea del Partido Paz y Libertad. También ayudó a fundar el Instituto para la Justicia Multirracial, una organización de San Francisco que pretendía construir alianzas interraciales en torno a temas como la violencia policial, la inmigración y el encarcelamiento.
La mayor parte de sus artículos están en la Universidad de Stanford, pero algunos relacionados con el SNCC se encuentran en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.