Especial para Infobae de The New York Times.
“Unidad Panamericana”, un fresco poco conocido de Diego Rivera que celebra las Américas, ha sido cuidadosamente extraído de su hogar en el City College y trasladado al SFMOMA.
SAN FRANCISCO — Durante décadas, el monumental fresco de 10 paneles de Diego Rivera que representa un continente unido por la creatividad ha estado montado en el vestíbulo de un teatro del City College de San Francisco. Allí, un poco apartado del mundo del arte, ha sido cuidado como un acto de amor por un guardián que durante mucho tiempo ha soñado con encontrar una manera de permitir que más gente lo disfrute.
Ahora, después de cuatro años de un trabajo multimillonario en el que han participado ingenieros mecánicos, arquitectos, historiadores del arte, expertos en frescos, asistentes y aparejadores de Estados Unidos y México, el mural de 30 toneladas y 22,5 metros de ancho por 6,7 metros ha sido cuidadosamente extraído y trasladado al otro lado de la ciudad, al Museo de Arte Moderno de San Francisco, donde se expondrá el 28 de junio.
“Diego estaba construyendo un puente metafórico entre la cultura mexicana y la cultura tecnológica de Estados Unidos”, dijo Will Maynez, antiguo director de laboratorio del Departamento de Física del City College, que se convirtió en el improbable guardián de la obra, que es propiedad de la universidad.
Maynez, que es mexicanoestadounidense, “habla Rivera” con fluidez y ha pasado 25 años investigando y promocionando el fresco, “Unidad Panamericana”. Sus paneles son un caleidoscopio de los pensamientos de Rivera: la amenazante diosa de la tierra, Coatlicue, los artesanos mexicanos, los industriales estadounidenses, los líderes históricos de ambas naciones, los dictadores, la esposa de Rivera, Frida Kahlo, y él mismo. Su título completo es “El matrimonio de la expresión artística del norte y el sur del continente”.
El traslado del fresco al SFMOMA fue una proeza descomunal.
“Es una de las cosas más ambiciosas que ha hecho este museo: trasladar algo tan grande, tan frágil y tan importante”, dijo Neal Benezra, director del museo. Paco Link, responsable de frescos del museo para este proyecto, comparó el fresco con “una cáscara de huevo de 22 metros”. (La obra se expondrá en una galería gratuita en la primera planta del museo mientras se prepara la exposición
La América de Diego Rivera
, que se inaugurará el próximo año; el mural permanecerá en el museo hasta algún momento de 2023 y entonces se devolverá a la universidad. Un nuevo centro de artes escénicas, financiado por una emisión de bonos aprobada por votantes, albergará el fresco. Sin embargo, no está claro cuándo estará listo el nuevo edificio).
No es la primera vez que se traslada el fresco gigantesco.
Miles de personas vieron a Rivera pintarlo en la Exposición Internacional del Golden Gate de 1940 en Treasure Island. Los planes para ampliar el mural y convertirlo en la pieza central de una biblioteca en la universidad se vieron obstaculizados por la Segunda Guerra Mundial. Durante años, estuvo guardado en un cobertizo del centro de estudios. En 1961 fue trasladado al edificio del teatro del campus, ahora llamado Teatro Diego Rivera (en el número 50 de Frida Kahlo Way), donde quedó encajado en un espacio demasiado pequeño.
Cada mes, unos 100 estudiantes de arte y turistas en busca de Rivera podrían haberlo visto en la universidad, calculó Maynez. Ha establecido una relación simbiótica con el mural. Hace años, cuando su mujer se enfermó de Alzheimer, la obra le sirvió de apoyo. Y cuando ella murió en mayo de 2020, dijo: “Me salvó la vida”.
Maynez, de 74 años, es autodidacta. Viajando por todo el mundo, él (junto con Julia Bergman, una bibliotecaria universitaria que murió en 2017) desenterró cartas, diarios, historias orales e incluso algunas de las notas de Rivera para su autobiografía, Mi arte, mi vida. Maynez tradujo algunos de los textos de Rivera, construyó un sólido sitio web con un blog y ha trabajado en la preservación del legado del mural con imágenes en 3D en línea.
Puede decir por qué Samuel Morse, el inventor del telégrafo, y Robert Fulton, que diseñó el barco de vapor, están en el primer plano de una parte del mural: porque ambos hombres también eran pintores, dijo Maynez, “establecieron el tema de la reconciliación del arte y la ciencia”.
Al dar un paso atrás, destaca el arco de personas que atraviesa el fresco. Observa que se asemeja al arco del puente Golden Gate, dijo. ¿Y la madre que se cierne sobre un niño muerto? Es un homenaje de Rivera al “Guernica”, pintado por su amigo Picasso.
Desde que se jubiló hace nueve años, Maynez va a pie o en transporte público al City College para cuidar del fresco casi todos los días de la semana. Cuando recibía honorarios por charlas, donaba el dinero a la restauración del mural; el City College no le ha pagado por su trabajo con el mural.
“Siempre que alguien tiene una pregunta, le dicen: ‘Oh, Will lo ha de saber’”, dijo Michelle Barger, jefa de conservación del SFMOMA. “Es el guardián de todo lo relacionado con ‘Unidad Panamericana’”, añadió.
Benezra, director del SFMOMA, dijo que veía la obra como “el alegato pictórico de Rivera a favor de una especie de unidad de las Américas”.
“Vivimos en una época de tremendo resurgimiento del nacionalismo en todo el mundo”, continuó, “y esta es una forma antinacionalista de ver las cosas”.
En 2011, queriendo que más gente viera el mural y esperando poder encontrar una mejor ubicación en el campus, Maynez, con la aprobación de los administradores, utilizó fondos de una cuenta de Rivera en la fundación de la universidad para pagar un estudio sobre la viabilidad de trasladar el mural. Cuando la respuesta fue que costaría mucho dinero y sería casi imposible, Maynez lo tomó como un sí.
En una reunión en el museo, una vez que este se involucró en el proyecto, Maynez recuerda que Benezra le dijo: “El mural no volverá a ser poco conocido”.
En una entrevista, Maynez dijo: “Eso es todo lo que siempre he querido”.
El museo tomó la ruta minuciosa: contrató a ingenieros del centro de diseño multidisciplinar de la Universidad Nacional Autónoma de México, que es conocido por abordar lo casi imposible.
Alejandro Ramirez Reivich, profesor de diseño de ingeniería en la universidad, dirigió la investigación sobre cómo se podrían trasladar los murales de forma segura y describió el proyecto como “una oportunidad para tratar de unir a estos dos países”.
Reivich dijo que le fascinaba el arte de Rivera desde que era un niño, y que su madre, una artista nacida en Estados Unidos, lo llevó al estudio de Rivera.
Rivera, que pretendía que el fresco se trasladara al City College, no pintaba directamente sobre una pared, sino sobre yeso con marcos de acero. Pero cuando los paneles se colocaron en el edificio del teatro, los pernos fijados en la parte posterior se empotraron en el muro de hormigón sin pensar aparentemente en que se volverían a trasladar.
Hace dos veranos, mientras los ingenieros investigaban el mural, perforaron agujeros de 45 centímetros de ancho que hicieron que las paredes exteriores del teatro de la universidad se vieran como un queso suizo. Con un casco de ciclista, Reivich se metió dentro para ver cómo estaban fijados los paneles. “Era como el científico loco”, dijo Barger.
Sabiendo que la mayor amenaza para el fresco serían las vibraciones, el equipo de Reivich hizo pruebas con maquetas. Tres artistas universitarios pintaron réplicas casi exactas de dos paneles, utilizando el mismo tipo de cal y pinceles que Rivera. Los estudiantes de Reivich construyeron un muro como el del City College, colocando pernos y soldaduras en los mismos lugares. Experimentaron con herramientas para determinar cómo extraer los paneles con vibraciones mínimas. Luego los sacudieron, doblaron y martillaron, dijo Reivich, para conocer la máxima resistencia que podían soportar.
Esta primavera, los operarios comenzaron la tarea de extraer los paneles del muro de hormigón. Los equipos de mudanzas, situados dentro y fuera del edificio, giraron lentamente varillas con roscas por encima y por debajo del mural, usando auriculares para sincronizar sus acciones mientras giraban simultáneamente las varillas, 0,15 centímetros cada vez. Tardaron dos horas para mover 15 centímetros un panel.
Entonces, antes del amanecer de un domingo del mes pasado, un camión con un panel revestido con amortiguadores hechos a la medida atravesó la ciudad a ocho kilómetros por hora y lo llevó al museo, donde fue izado en su lugar. (Fue el primero de siete viajes).
Maynez estaba allí cuando llegó. “Es uno de los mejores días de mi vida”, dijo.