Especial para Infobae de The New York Times.
Los científicos desaconsejan las pruebas de anticuerpos después de la vacunación. Pero para algunas personas, tiene sentido monitorear su nivel de protección. Un análisis adecuado en el momento justo tal vez ayude.
Ahora que decenas de millones de estadounidenses están vacunados contra el coronavirus, muchos se preguntan: ¿tengo suficientes anticuerpos para estar protegido?
Para la gran mayoría de las personas, la respuesta es sí. Eso no ha impedido que hordas acudan en tropel a los laboratorios para hacerse las pruebas de anticuerpos. Pero para obtener una respuesta confiable de las pruebas, las personas vacunadas tienen que hacerse un tipo específico de prueba, y en el momento adecuado.
Si te haces la prueba demasiado pronto, o eliges una que detecte los anticuerpos equivocados —algo que es muy fácil que suceda, dada la desconcertante variedad de pruebas disponibles en la actualidad—, puedes creer que sigues siendo vulnerable cuando no es así.
En realidad, los científicos preferirían que la persona vacunada promedio no se sometiera a ninguna prueba de anticuerpos, por considerarla innecesaria. En los ensayos clínicos, las vacunas autorizadas en Estados Unidos provocaron una fuerte respuesta de anticuerpos en prácticamente todos los participantes.
“La mayoría de la gente no debería preocuparse por esto”, dijo Akiko Iwasaki, inmunóloga de la Universidad de Yale.
Pero las pruebas de anticuerpos pueden ser cruciales para las personas con sistemas inmunitarios débiles o que toman ciertas medicinas, una categoría amplia que abarca a millones de personas que son receptoras de donaciones de órganos, que tienen ciertos cánceres de sangre o que toman esteroides u otros fármacos que suprimen el sistema inmunitario. Cada vez hay más pruebas que sugieren que una proporción significativa de estas personas no produce una respuesta de anticuerpos suficiente tras la vacunación.
Si tienes que hacerte la prueba, o simplemente quieres hacerlo, es indispensable que te hagas el tipo de prueba correcto, dijo Iwasaki: “Me siento un poco indecisa a la hora de recomendar a todo el mundo que se haga la prueba, porque a menos que entienda realmente lo que hace la prueba, la gente podría tener la sensación errónea de no haber desarrollado ningún anticuerpo”.
Al principio de la pandemia, se diseñaron muchas pruebas comerciales para buscar anticuerpos contra una proteína del coronavirus llamada nucleocápside, o simplemente N, porque después de la infección, esos anticuerpos abundaban en la sangre.
Pero estos anticuerpos no son tan potentes como los necesarios para prevenir la infección del virus, ni duran tanto. Y lo que es más importante, los anticuerpos contra la proteína N no son producidos por las vacunas autorizadas en Estados Unidos; en cambio, esas vacunas provocan anticuerpos contra otra proteína que se encuentra en la superficie del virus, llamada espiga.
Si las personas que nunca han estado infectadas se vacunan y luego se les hacen pruebas de anticuerpos contra la proteína N en lugar de contra la de espiga, pueden llevarse un duro golpe.
David Lat, un escritor especializado en el ámbito jurídico de 46 años de Manhattan, fue hospitalizado por la COVID-19 durante tres semanas en marzo de 2020, y relató la mayor parte de su enfermedad y recuperación en Twitter.
A lo largo del año siguiente, Lat se sometió a pruebas de anticuerpos en numerosas ocasiones, por ejemplo, cuando acudía a su neumólogo o cardiólogo para hacer un seguimiento o para donar plasma. Sus niveles de anticuerpos eran elevados en junio de 2020, pero descendieron de forma constante en los meses siguientes.
El descenso “no me preocupó”, recordó recientemente Lat. “Me habían dicho que esperara que disminuyeran de forma natural, pero me alegré de seguir siendo positivo”.
Lat estaba totalmente vacunado el 22 de marzo de este año. Pero una prueba de anticuerpos realizada el 21 de abril, ordenada por su cardiólogo, a duras penas dio positivo. Lat estaba aturdido: “Hubiera pensado que un mes después de ser vacunado, tendría los anticuerpos por las nubes”.
Lat acudió a Twitter en busca de una explicación. Florian Krammer, inmunólogo de la Escuela de Medicina Icahn de Monte Sinaí de Nueva York, respondió preguntándole qué prueba se había utilizado. “Fue entonces cuando miré la letra pequeña de la prueba”, dijo Lat. Se dio cuenta de que era una prueba de anticuerpos contra la proteína N, no contra la de espiga.
“Parece que, de manera predeterminada, solo te hacen el examen de la nucleocápside”, dijo Lat. “Nunca se me ocurrió pedir una prueba diferente”.
En mayo, la Administración de Alimentos y Medicamentos desaconsejó el uso de pruebas de anticuerpos para evaluar la inmunidad —una decisión que ha suscitado las críticas de algunos científicos— y solo proporcionó información escueta sobre las pruebas a los proveedores de atención a la salud. Muchos médicos aún desconocen las diferencias entre las pruebas de anticuerpos, o el hecho de que las pruebas miden solo una forma de inmunidad al virus.
Las pruebas rápidas que suelen estar disponibles ofrecen un resultado afirmativo o negativo y pueden pasar por alto niveles bajos de anticuerpos. Un determinado tipo de prueba de laboratorio, denominada prueba Elisa, puede ofrecer una estimación semicuantitativa de los anticuerpos contra la proteína de la espiga.
También es importante esperar a hacerse la prueba al menos dos semanas después de la segunda inyección de las vacunas Pfizer-BioNTech o Moderna, cuando los niveles de anticuerpos hayan aumentado lo suficiente como para ser detectables. En el caso de algunas personas que reciben la vacuna de Johnson & Johnson, ese periodo puede ser de hasta cuatro semanas.
“El momento, el antígeno y la sensibilidad del ensayo son muy importantes”, dijo Iwasaki.
En noviembre, la Organización Mundial de la Salud estableció normas para las pruebas de anticuerpos, lo que permite comparar las distintas pruebas. “Ahora hay muchas pruebas buenas”, dijo Krammer. “Poco a poco, todos estos fabricantes, todos estos lugares que las realizan se están adaptando a las unidades internacionales”.
Los anticuerpos son solo un aspecto de la inmunidad, señaló Dorry Segev, cirujano de trasplantes e investigador de la Universidad Johns Hopkins: “Hay muchas cosas que ocurren bajo la superficie que las pruebas de anticuerpos no miden directamente”. El cuerpo también mantiene la llamada inmunidad celular, una compleja red de defensas que también responde a los invasores.
Aun así, para alguien que esté vacunado, pero inmunodeprimido, puede ser muy útil saber que la protección contra el virus no es la que debería, dijo. Por ejemplo, un paciente trasplantado con bajos niveles de anticuerpos podría utilizar los resultados de la prueba para convencer a un empleador de que debe seguir trabajando a distancia.
Lat no ha buscado hacerse otro examen. El mero hecho de saber que lo más probable es que la vacuna le haya proporcionado un nuevo aumento de anticuerpos, a pesar de los resultados de sus pruebas, lo tranquilizó lo suficiente: “Confío en que las vacunas funcionan”.
Apoorva Mandavilli es reportera del Times y se enfoca en ciencia y salud global. En 2019 ganó el premio Victor Cohn a la Excelencia en Reportaje sobre Ciencias Médicas. @apoorva_nyc