'Bueno para el alma': los muralistas de São Paulo apuestan por convertir a su ciudad en un lienzo

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Kleber Pagu, a mural artist,
Kleber Pagu, a mural artist, lowers paint from a rooftop for a new mural in Sao Paulo, Brazil, May 12, 2021. Officials in the city once hounded graffiti artists and muralists, treating them as vandals. Now the city champions, and even funds, their art, and it’s everywhere and supersized. (Victor Moriyama/The New York Times)

Especial para Infobae de The New York Times.

SÃO PAULO, Brasil — Cuando Eduardo Kobra comenzó su trabajo artístico pintaba las paredes de São Paulo en las horas cercanas al amanecer con representaciones crudas de la vida urbana, pero siempre trabajaba rápido y estaba muy atento de las patrullas de la policía.

Por esa época, en Brasil no se podía ganar dinero como artista del graffiti y los riesgos abundaban. Los transeúntes solían insultarlo, la policía lo detuvo tres veces y acumuló docenas de citaciones por daños a la propiedad pública.

“Muchos artistas de ese periodo se cayeron de los edificios y murieron”, recuerda Kobra. “Y hubo peleas muy violentas entre las bandas rivales de grafiteros”.

Pero eso es el pasado: muchas cosas han cambiado desde que Kobra llevó su arte a las calles de São Paulo hace dos décadas.

Ahora es un muralista aclamado internacionalmente, y São Paulo, la ciudad más grande de América Latina, ha llegado a impulsar, e incluso financia, el trabajo de artistas que las autoridades acosaron y difamaron en el pasado.

El resultado es un auge del arte que utiliza las paredes de los edificios, antes monótonos, como lienzos de gran tamaño. Las decenas de murales recién pintados han suavizado los bordes de una de las megaciudades más caóticas del mundo, salpicando destellos, poesía y comentarios agudos en su horizonte.

Esta forma de arte ha prosperado durante la pandemia, ya que los artistas encontraron consuelo e inspiración bajo el cielo abierto durante los meses en que las galerías, los museos y los espacios de actuación estaban cerrados.

Muchos de los murales que fueron pintados el año pasado abordan la crisis de salud que ocasionó la muerte de más de 440.000 personas en Brasil, y que profundizó la polarización política.

Kobra pintó un gran mural afuera de una iglesia que muestra a niños de diferentes religiones usando mascarillas. El artista Apolo Torres pintó un mural en honor a los repartidores que proveyeron de alimentos a la ciudad de 12 millones de personas cuando estaban en vigor las medidas de cuarentena.

Aunque los alcaldes recientes de São Paulo a veces han sido hostiles y ambivalentes con los artistas callejeros, el gobierno actual ha apoyado plenamente la realización de murales.

El año pasado, la oficina del alcalde lanzó una plataforma en línea llamada Street Art Museum 360, que cataloga y mapea más de 90 murales que pueden ser apreciados virtualmente por personas de todo el mundo o experimentados al recorrer la ciudad.

Es fácil dejarse cautivar por el mural de Mag Magrela, “I Resist”, que muestra a una mujer desnuda arrodillada, con las manos en una pose meditativa y la palabra “presente” garabateada en su pecho.

Una obra de Mauro Neri de una mujer negra mirando hacia el cielo, con los ojos bien abiertos bajo la palabra “Realidad”, es una de las piezas que fueron creadas el año pasado con la intención de resaltar la injusticia racial.

“La experiencia de toparse con estas obras de arte hace que la vida de la ciudad sea más humana, más colorida y más democrática”, dijo Alê Youssef, secretario de Cultura de São Paulo. “Es bueno para el alma”.

Desde 2017, la ciudad ha gastado alrededor de 1,6 millones de dólares en proyectos de arte callejero.

El arte del graffiti despegó en Brasil en la década de 1980 cuando los artistas se inspiraron en la escena del hip-hop y el punk en la ciudad de Nueva York. Fue una búsqueda dominada por hombres e impulsada, en gran medida, por artistas de comunidades marginadas.

Los garabatos y bocetos eran una forma de rebelión, dijo Kobra, para las personas que se sentían impotentes e invisibles en la metrópolis, que es el motor económico de Brasil.

“Crecí en un mundo lleno de drogas, crimen y discriminación, donde las personas como yo no tenían acceso a la cultura”, dijo Kobra, de 46 años. “Esta fue una manera de protestar, de existir, de difundir mi nombre a través de la ciudad”.

La mayoría de los artistas que se hicieron famosos durante la era en la que el arte callejero todavía era una escena clandestina aprendieron observando a sus compañeros en vez de asistir a las universidades, dijo Yara Amaral Gurgel de Barros, de 38 años, quien escribió su tesis de maestría sobre el muralismo en São Paulo.

“Aprendieron en las calles, viendo a otros dibujar, estudiando cómo usaban pinceles y rodillos para pintar”, dijo De Barros. “La mayoría son autodidactas y han transmitido sus habilidades de persona a persona”.

En la década de 1990, la proliferación del arte callejero se sumó a un paisaje desordenado y visualmente abrumador. Durante años, São Paulo tuvo pocas regulaciones para la publicidad exterior, dejando gran parte de la ciudad, incluidos muchos edificios con al menos un lado sin ventanas, envuelto en vallas publicitarias.

En 2006, los legisladores de la ciudad concluyeron que la ciudad estaba inundada de contaminación visual y aprobaron una ley que prohíbe los anuncios grandes y llamativos al aire libre.

A medida que se retiraron las vallas publicitarias, los muralistas comenzaron a tratar la repentina abundancia de paredes desnudas como invitaciones a pintar, primero sin permiso y luego con la aprobación del gobierno de la ciudad.

Esos gigantescos espacios en blanco fueron una suerte de lienzos fascinantes y atractivos para Mundano, un conocido muralista y grafitero de São Paulo que dijo que las obras de arte exhibidas en galerías y colecciones privadas nunca le habían llamado la atención.

“Siempre me sentí incómodo con el arte convencional porque era principalmente para las élites”, dijo Mundano, quien solo usa su nombre artístico. “En la década de 2000 salí a las calles con la intención de democratizar el arte”.

En 2014, Mundano comenzó a pintar los carros gastados y monótonos de los recolectores de basura reciclable, convirtiéndolos en exhibiciones coloridas e itinerantes. La iniciativa, a la que denominó “pimp my cart”, llenó de orgullo a los trabajadores. Más tarde, el artista creó una aplicación de teléfono que permite a las personas comunicarse con los recolectores de basura cercanos.

“Siempre quise que mi arte fuera útil”, dijo Mundano. “El arte puede abordar los problemas más cruciales de Brasil”.

Uno de ellos, según Mundano, es la tendencia de muchos brasileños a olvidar los momentos de trauma, un fenómeno que se encuentra en el corazón de su trabajo como muralista.

“Brasil es un país sin memoria, donde la gente tiende a olvidar incluso nuestra historia reciente”, dijo Mundano, frente a uno de sus grandes murales ubicado en una concurrida intersección del centro. “Necesitamos crear monumentos para los momentos que nos marcaron como nación”.

El mural “Trabajadores de Brumadinho” es un homenaje a los 270 trabajadores asesinados en enero de 2019 en un sitio minero en el estado de Minas Gerais, cuando estalló una presa llena de fango y lodo.

Mundano viajó al lugar del accidente en la localidad de Brumadinho, donde recogió más de 250 kilos de lodo y sedimentos, que utilizó para pintar el mural.

La obra es una réplica de una pintura icónica de 1933 de Tarsila do Amaral, una de las pintoras más reconocidas de Brasil, y muestra varias filas de trabajadores, cuyos rostros reflejan la diversidad de Brasil, luciendo cansados ​​y abatidos.

Mundano dijo que decidió replicar la pintura de Do Amaral como una manera de subrayar lo poco que han cambiado las cosas en casi un siglo.

“Siguen oprimidos por las industrias”, dijo.

La muralista Hanna Lucatelli Santos también se inspira en temas sociales y dice que se sintió llamada a representar cómo las mujeres muestran su fuerza.

Hace años descubrió el poder único de los murales, incluso a pequeña escala, cuando dibujó una imagen de lo que ella define como una mujer “fuerte, pero delicada” en su propia casa. De repente, las relaciones en el hogar se volvieron más armoniosas y la energía más positiva, dijo.

“Eso hizo que nos tratáramos de una forma más amable”, dijo Santos.

Santos, de 30 años, ha tratado de replicar ese efecto a mayor escala pintando murales de mujeres que miran la ciudad abarrotada con un aspecto sereno y místico. Sus creaciones también son una refutación a la forma en que las mujeres a menudo son retratadas en la publicidad brasileña y en el arte creado por los hombres.

“Ves mujeres pintadas por hombres que tienen cuerpos artificiales, están totalmente sexualizadas”, dijo. “Esas figuras hicieron mucho más para oprimirme que para liberarme”.

Uno de sus trabajos recientes, un par de murales ubicados en unas paredes adyacentes, muestran a la misma mujer de frente y de espaldas. La imagen frontal incluye la frase: “¿Te has dado cuenta de que somos infinitos?”, y el otro lado muestra a la misma mujer cargando a un bebé en su espalda y sosteniendo la mano de un niño pequeño.

“Quería que la gente se cuestionara cómo la sociedad ve a las madres”, dijo. “Y sé que una mujer de ese tamaño, una mujer mística, tiene el poder de cambiar el entorno debajo de ella, de equilibrar la energía de la calle, que tiende a ser tan masculina”.

Lis Moriconi colaboró en este reportaje desde Río de Janeiro.

Ernesto Londoño es el jefe de la corresponsalía de Brasil, con sede en Río de Janeiro. Antes formó parte del Comité Editorial y, antes de unirse a The New York Times, era reportero en The Washington Post. @londonoe

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