Especial para Infobae de The New York Times.
Sinead O’Connor está sola, como le gusta estar. Ha sobrellevado la pandemia en un pequeño pueblo ubicado en la cima de una montaña irlandesa, viendo programas de asesinatos, comprando baratijas de jardines de hadas en línea y mirando las noticias estadounidenses en CNN. En una tarde nublada reciente, usaba un hiyab azul marino sobre su cabeza afeitada y un cigarrillo permanentemente instalado entre las yemas de los dedos. Y cuando se inclinó sobre un iPad dentro de su invernadero de vidrio, parecía como si estuviera abstraída herméticamente en su pequeño mundo interior.
“Soy afortunada”, dijo, “porque disfruto de mi propia compañía”.
Su casa estaba decorada con colores brillantes y saturados que resaltaban contra el monótono telón de fondo del cielo irlandés, con la calidad surrealista de un libro tridimensional. Unas rosas estaban en las ventanas y la diosa hindú Durga extendía sus ocho brazos sobre una manta en un acogedor sofá color cereza. Cuando O’Connor, de 54 años, me dio un pequeño recorrido con el iPad durante nuestra entrevista en video parecía que el lugar se desdoblaba: las rosas eran flores falsas que compró en Amazon, y el par de hermosas sillas de terciopelo que se veían no estaban hechas para sentarse.
“Deliberadamente, compré sillas incómodas, porque no me gusta que la gente se quede mucho tiempo”, dijo. “Me gusta estar sola”. Pero dijo eso con una risa tan traviesa que sonó casi como una invitación.
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Aunque luche contra eso, O’Connor es irresistible. Exuda una tierna familiaridad, gracias a su sonrisa de querubín, su lengua suelta y el hecho de que posee una de las cabezas más icónicas de la cultura pop. A principios de los noventa, O’Connor se hizo tan famosa que las mismas dimensiones de su cráneo parecían grabadas en la conciencia pública. Si recuerdas dos cosas sobre ella es que saltó a la fama con ese largo primer plano en el video de su versión de “Nothing Compares 2 U”, y luego, que miró fijamente a una cámara de Saturday Night Live y rompió una foto del papa Juan Pablo II, lo que mató su carrera.
Pero O’Connor no lo ve de esa manera. De hecho, siente todo lo contrario. Escribió Rememberings, un libro de memorias que reformula la historia desde su perspectiva. “Siento que haber tenido un número uno descarriló mi carrera”, escribe, “y que romper la foto me regresó al camino correcto”.
O’Connor se veía como una punk que cantaba canciones de protesta. Cuando ascendió a la cima de las listas de éxitos, estaba atrapada. “Los medios me hacían pasar por loca porque no actuaba como se suponía que debía actuar una estrella del pop”, me dijo. “Me parece que ser una estrella del pop es casi como estar en una especie de prisión. Tienes que ser una buena chica”. Y eso sí que no es Sinead O’Connor.
“LOCO” ES una palabra que hace un trabajo cultural sucio. Es una forma de referirse a las enfermedades mentales, sí. Pero también es una etiqueta resbaladiza que tiene poco que ver con cómo funciona el cerebro de una persona y mucho que ver con cómo es percibida culturalmente. Llamar loco a alguien es la mejor técnica de silenciamiento. Le roba a esa persona su propia subjetividad.
Para cuando O’Connor apareció en SNL, en octubre de 1992, ya había sido tildada de loca por boicotear los premios Grammy, en los que iba a ganar el disco del año (solo reconocieron las “ganancias materiales”, dijo), y por negarse a poner “The Star-Spangled Banner” antes de sus conciertos (porque los himnos nacionales “no tienen nada que ver con la música en general”). Pero, en 1992, su reputación estaba en peligro permanente.
“No lamento haberlo hecho. Fue brillante”, dijo sobre su protesta contra los abusos en la Iglesia católica. “Pero fue muy traumático”, agregó. “Era como declarar que estaba abierta la temporada para tratarme como una perra loca”.
Poco después del espectáculo, O’Connor apareció en un concierto tributo a Bob Dylan, y cuando la multitud la abucheó, se quedó tan desconcertada que al principio pensó que se estaban burlando de su atuendo. Joe Pesci amenazó con golpearla en su monólogo de SNL, y más tarde, en ese mismo escenario, Madonna se burló de ella de una manera condescendiente, frunciendo el ceño y rompiendo una fotografía de Joey Buttafuoco, un delincuente sexual y estrella de la prensa sensacionalista. O’Connor fue condenada por la Liga Antidifamación y un grupo llamado Coalición Nacional de Organizaciones Étnicas, que contrató a una aplanadora para aplastar cientos de sus álbumes afuera de la sede de su compañía discográfica. The Washington Times la calificó como “el rostro del odio puro” y Frank Sinatra dijo que era “una tipa estúpida”.
Ahora, las memorias de O’Connor llegan en un momento en que la cultura parece ansiosa por reevaluar estos viejos escándalos. El comentario principal en un canal de YouTube que tiene su episodio de Behind the Music es: “¿Ya podemos decir que ella tenía razón?”. Pocos náufragos culturales han sido más reivindicados con el paso del tiempo: el abuso sexual infantil, y su encubrimiento dentro de la Iglesia católica, ya no es un secreto a voces. Juan Pablo II finalmente reconoció el papel de la iglesia en 2001, casi una década después del acto de desafío de O’Connor.
Pero la reacción exagerada hacia O’Connor no solo se trataba de si tenía razón o no; se trataba del tipo de provocaciones que aceptamos hacia las mujeres en la música. “No porque fuera famosa ni nada, sino porque era un ser humano, tenía derecho a levantar mi mano y decir lo que sentía”, dijo O’Connor. Algunos artistas son hábiles para impactar de una manera diseñada para vender más discos, y otros para moderar su furia política en música agradable, pero “Sinead no es del tipo temperamental”, me dijo su amigo Bob Geldof, músico y activista. “En eso, ella es en gran medida una mujer muy irlandesa”.
Para entender por qué O’Connor considera que haber sido incluida en la lista negra cultural es algo liberador, hay que comprender cuán profundamente fue malinterpretada a lo largo de su carrera. Todavía era una adolescente cuando comenzó a trabajar en su primer disco feroz y etéreo, The Lion and the Cobra, cuando un ejecutivo —“un tipo cuadrado de aquí a la luna”— la invitó a almorzar y le dijo que se vistiera de manera más femenina y se dejara crecer el cabello que llevaba casi rapado. Así que ella fue a un barbero y se lo afeitó todo. “Parecía un extraterrestre”, escribe en el libro, y afirma que era una especie de vía de escape para no parecer una mujer humana. Cuando O’Connor quedó embarazada en medio de la grabación, escribe que el ejecutivo llamó a un médico y trató de obligarla a abortar, a lo que ella se negó. Su primer hijo, Jake, nació justo antes de que llegara el álbum.
Más tarde, cuando “Nothing Compares 2 U” la convirtió en una estrella, O’Connor dijo que el escritor de la canción, Prince, la aterrorizaba. Se había comprometido a revelar los detalles “cuando sea una anciana y escriba mi libro”, y ahora lo ha hecho: escribe que Prince la convocó a su macabra mansión de Hollywood, la reprendió por jurar en entrevistas, arengó a su mayordomo para que le sirviera sopa aunque ella la rechazó repetidamente, y dulcemente sugirió una pelea de almohadas, solo para golpearla con algo duro que él había deslizado en la funda de su almohada. Cuando ella escapó corriendo en medio de la noche, escribe, Prince la acechó con su auto, y la persiguió por la carretera.
Prince es el tipo de artista que es aclamado como loco en el buen sentido, como cuando dices “tienes que estar loco para ser músico”, dijo O’Connor, “pero hay una diferencia entre estar loco y ser un abusador violento de mujeres”. Aun así, el hecho de que su canción más conocida haya sido escrita por esta persona no la perturba en absoluto. “En lo que a mí respecta”, dijo, “es mi canción”.
LA DECLARACIÓN DE O’CONNOR EN
SNL
era más personal de lo que la mayoría sabía. En el libro, detalla cómo su madre abusó físicamente de ella durante su infancia. “Gané el premio en el jardín de infantes por poder acurrucarme como una pelota, pero mi maestra nunca supo por qué podía hacerlo tan bien”, escribe. Hay una razón, en el video “Nothing Compares 2 U”, ella comienza a llorar cuando llega a la línea sobre las flores de su mamá. O’Connor tenía 18 años cuando murió su madre, y ese día, tomó la única fotografía en la pared de la habitación de su madre: la imagen del papa. O’Connor guardó cuidadosamente la foto, esperando el momento adecuado para destruirla.
“El abuso infantil es una crisis de identidad y la fama es una crisis de identidad, así que pasé directamente de una crisis de identidad a otra”, dijo. Y cuando trató de llamar la atención sobre el abuso infantil a través de su fama, fue vilipendiada. “La gente diría que es frágil”, dijo Geldof. “No, no, no. Mucha gente se habría derrumbado bajo el peso de ser Sinead O’Connor, si no hubiera sido Sinead”.
En cambio, O’Connor se sintió liberada. “Podía ser yo. Hacer lo que amo. Ser imperfecta. Incluso enojarme”, escribe en el libro. “No soy una estrella del pop. Solo soy un alma atribulada que necesita gritarles a los micrófonos de vez en cuando”. Considera que las violentas reacciones en su contra la alejaron de la vida equivocada del pop convencional, y la obligaron a ganarse la vida actuando en vivo, que es donde se siente más cómoda como artista.
Rememberings es el testimonio de una vida difícil, pero también es deliciosamente divertido, comenzando por el título. (“Como ya he dicho, no puedo recordar muchos detalles porque estaba constantemente drogada”, escribe). Está cargada de historias encantadoras del apogeo de su fama. Ella rechaza la afirmación del cantante de Red Hot Chili Peppers, Anthony Kiedis, de que tuvieron algo (“Solo en su mente”, dice), pero confirma haber tenido una aventura con Peter Gabriel (para descubrir el término profano que ella usa para calificar su aventura, tendrás que leer el libro).
Pero el libro no proporciona una especie de reivindicación ordenada y alegre. Estos momentos de reevaluación cultural pueden sentirse como la concesión de un premio de consolación; las consecuencias de las controversias del pasado nunca podrán revertirse. Mientras tanto, la misma dinámica se repite una y otra vez. En los últimos años, la salud mental de O’Connor se ha convertido en un motivo temático de la industria de la terapia y el entretenimiento que es liderada por personas como Dr. Drew y Dr. Phil, quienes prosperan al interpretar la enfermedad como drama y convertir el dolor en un espectáculo.
O’Connor ha visto un reflejo de sí misma en mujeres más jóvenes como Amy Winehouse y Britney Spears. “Lo que le hicieron a Britney Spears fue repugnante”, dijo. “Si te encuentras con un extraño en la calle llorando, lo abrazarías. No empiezas a tomarle fotos, ¿sabes?”. O’Connor no pierde de vista que la noche en que Spears fue categorizada rotundamente como una loca, se afeitó la cabeza. “¿Por qué decían que está loca por afeitarse la cabeza?”, dijo. “Yo no lo estoy”.
O’Connor todavía se afeita la cabeza, ella misma lo hace cada 10 días aproximadamente. “Simplemente no me siento yo misma cuando tengo cabello”, dijo. Por lo general, ahora usa un hiyab encima; se convirtió al Islam hace varios años y comenzó a llamarse Shuhada Sadaqat, aunque todavía responde cuando le dicen O’Connor. Escribió la primera parte de sus memorias en 2015, pero después de someterse a una histerectomía y de sufrir “un colapso total”, como dice en el libro, le tomó tiempo volver a dedicarse al proyecto.
Pasó seis años entrando y saliendo de centros de salud mental (el libro está parcialmente dedicado al personal y a los pacientes del Hospital Universitario St. Patrick’s) y ahora tiene algo de claridad sobre cómo funciona su mente: principalmente sabe que sufre de un trastorno de estrés postraumático complejo y un trastorno límite de la personalidad. Su dificultad para recordar lo que sucedió después de SNL también es producto de un trauma. “Fueron diez años muy solitarios”, dijo O’Connor. “Realmente confío en el subconsciente”, agregó. “Si no quiere que recuerdes algo, hay una muy buena razón para ello”.
O’CONNOR NUNCA ENTENDIÓ por qué la gente se sentía tan atraída por su música. Pero hace unos años se estaba preparando para salir de gira, después de un largo descanso, y “no podía recordar la maldita letra de ninguna de las canciones”, dijo. Por primera vez, navegó por internet en busca de versiones antiguas de las canciones de su carrera. “Yo estaba como, Jesucristo, esto es realmente bueno”, dijo. “¡Esa soy yo! ¡Ay Dios mío!”.
Hace un par de años, el productor irlandés David Holmes se acercó a O’Connor, deslumbrado, en un evento, y le preguntó si haría un disco con él sobre la curación. “Es una persona increíblemente compleja y nunca debería ser juzgada”, me dijo Holmes. “Ella no hace todo lo posible para tratar de lastimar a nadie. Ella es simplemente Sinead, y siempre demuestra sus sentimientos”. Su álbum de siete pistas No Veteran Dies Alone saldrá a la venta a fines de este año.
El sonido etéreo de O’Connor ha adquirido un trasfondo atractivo y crudo. Cuando canta en la canción principal “hay dos yo, la que ves/ y la yo real, que se supone que no debo ser”, su atracción es innegable. Como dijo Holmes: “Tiene esa voz, es como una amiga”.
Los propios amigos de O’Connor la describen como una persona cariñosa por naturaleza. “Es un alma generosa”, me dijo el cantante de The Pogues, Shane MacGowan, por correo electrónico. “Ella me cuidó cuando realmente lo necesitaba”. Kara Hanahoe, una vieja amiga, dijo: “Acabo de descubrir que se puede confiar en ella, y creo que eso es lo más importante”.
O’Connor es una dedicada corresponsal de correos electrónicos; mientras escribía esta entrevista, me envió correos firmados como “Sinead/ Shuhada” y puntuados con emojis de gafas de sol y flores de cerezo. Pero su complejo estrés postraumático se ha traducido en agorafobia, y las circunstancias de su vida no siempre han permitido que las personas permanezcan cerca. Geldof conoce amigos que ya no le hablan a O’Connor, pero él no es uno de ellos. “Ella puede decir lo que quiera sobre mí y mi esposa”, dijo. “Porque es ella”.
O’Connor es feliz cuando está sola, con su jardín, sus cigarrillos Mayfair, su iPad y su “novio imaginario”, Taye Diggs, que le hace compañía a través de los episodios de la serie Murder in the First. “No he tenido mucho éxito en ser novia o esposa”, dijo. “Soy un poco difícil, seamos sinceros”.
Pero hace unos meses, cuando se mudó a su cabaña maravillosamente remota, descubrió que otras mujeres solteras vivían cerca. Pronto llegó un par ofreciéndole pan y pastelillos, y ella se encontró con un grupo de amigas por primera vez desde que era una adolescente. “Sabemos todos nuestros secretos”, dijo.
El problema de publicar sus memorias es que ha obligado a O’Connor a revivir su pasado, y eso puede ser una experiencia traumática, incluso si estimula un ajuste de cuentas cultural. “Al bajar de la montaña, como yo lo llamo, nadie puede olvidarse de Sinead O’Connor”, dijo. Pero en el pueblo a nadie le importa, “lo cual es hermoso para mí”, dijo. “Me encanta tener amistades”.
Amanda Hess es crítica independiente para The New York Times. Escribe sobre internet y cultura pop para la sección de Artes y colabora regularmente con The New York Times Magazine. @amandahess • Facebook