Especial para Infobae de The New York Times.
Torben Lonne, un buzo de 34 años que vive en Copenhague, nunca come sin considerar la huella de carbono y el nivel de emisión de los alimentos que está por consumir. Por eso, su dieta gira en torno a frutas y verduras procedentes de la localidad y pizza. Pero evita comer aguacates.
“Los aguacates que se hacen para exportación tienen una intensidad de emisión muy grande, sobre todo si consideras que la distancia de la granja al plato es de varios miles de kilómetros”, explicó Lonne. “Además de la logística, los cultivos de aguacate han agotado muchos ríos y lagos, sobre todo en Sudamérica, para mantener nuestro apetito voraz por el guacamole”.
Lonne se considera un climatariano, un término que apareció por primera vez en The New York Times en 2015, se incluyó en el diccionario de inglés de Cambridge al año siguiente y ahora se está volviendo más común. Aplicaciones como Kuri, que se lanzó el año pasado, ofrecen recetas climatarianas. Algunos restaurantes de comida rápida-casual, por ejemplo, Just Salad y Chipotle, marcan en sus menús los platillos que se ajustan a esta dieta, como lo hicieron antes con la dieta paleo.
También hay marcas aptas para climatarianos, como Moonshot, una compañía con una huella de carbono neutral, en San Francisco. Ellos hacen una línea de galletas saladas con ingredientes cultivados de forma regenerativa, con trigo de herencia molido a piedra y envases 100 por ciento reciclados. Julia Collins, directora general y fundadora de Moonshot, de 42 años, también ha puesto en marcha Planet FWD, que vende lo que ella denomina “software de sustentabilidad” para ayudar a otras empresas alimentarias a calcular el impacto ambiental de sus artículos.
Cuando Just Salad añadió una opción en el menú para climatarianos en septiembre, más del 10 por ciento de sus ventas en ensaladas provino de ahí, afirmó Sandra Noonan, directora de sustentabilidad de la cadena, un cargo creado en 2019.
Los que siguen esta dieta se apegan a frutas y verduras que están en temporada en su región, evitan la carne proveniente de granjas industriales y buscan ingredientes locales porque su huella de carbono es menor, explicó Brian Kateman, presidente y cofundador de Reducetarian Foundation, una organización sin fines de lucro en Providence, Rhode Island, que fomenta el consumo de menos productos animales. Muchos reducitarianos también son climatarianos: quieren reducir estos alimentos en su dieta porque les preocupa la crisis climática.
Kateman, de 31 años, se volvió reducitariano luego de leer un libro publicado en 2007 con el título “Somos lo que comemos. La importancia de los alimentos que decidimos consumir”, de Peter Singer y Jim Mason. Se sintió horrorizado al saber que las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes de la agricultura aumentaron un 12 por ciento de 1990 a 2019, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos.
“Ya no se puede decir que nuestras decisiones alimentarias —tanto a nivel individual como corporativo— son personales”, afirmó”. “Solo tenemos un planeta, y lo compartimos”.
Sin embargo, determinar con exactitud cómo tomar esas decisiones en lo que se refiere a la dieta no es fácil. Por ejemplo, muchos climatarianos no son vegetarianos, aunque sí creen que el pollo o el cordero son elecciones mucho más preferibles que la res, pero hay otros que evitan la carne por completo, ya que los vegetales en general tienen una menor huella de carbono.
Mike Tidwell, de 59 años, director de la Red de Acción Climática de Chesapeake, evita las almendras y los pistachos porque requieren grandes cantidades de agua para crecer. “Las sequías crónicas de California, provocadas por el cambio climático, me han hecho comer menos alimentos que requieren mucha agua”, afirma Tidwell, que vive en Takoma Park, Maryland.
Maggie Vlasaty, de 22 años, asociada de mercadotecnia en Minneapolis, evita comer res, puerco, así como la mayoría de las carnes y mariscos. Tampoco consume alimentos de marcas que apoyan la extracción de petróleo. Antes de ir a un restaurante, estudia con atención el menú para ver qué debe pedir.
“Si no tengo tiempo para hacer eso, se vuelve algo estresante para mí”, dice Vlasaty. “También he empezado a adaptarme a las invitaciones para ir a fiestas o casas de amigos comiendo yo antes de salir”.
Shelbi Storme, de 28 años, bloguera de sustentabilidad en San Antonio, empezó a evitar la carne roja cuando supo la cantidad de agua que se necesita para producir una sola hamburguesa: 568 litros para una hamburguesa de 115 gramos, según la encuesta geológica de Estados Unidos. Pero, puesto que vive en el estado que presume de ser el más ganadero del país, es difícil sortear las opciones, sobre todo cuando sale con sus amigos.
Storme con frecuencia usa la aplicación Happy Cow para encontrar sitios aptos para vegetarianos, pero en ocasiones sus amigos no tienen muchas ganas de complacerla.
“Sin duda me he sentido juzgada a lo largo de los años por comer una dieta que es mejor para el planeta”, expresó Storme. “Lo he escuchado todo, desde ‘Sabes que no vas a cambiar nada’ a ‘Pero la carne ya está aquí, ¿qué importa?’”.
En realidad, los climatarianos sí pueden cambiar las cosas, sostiene Jennifer Jay, profesora del departamento de Ingeniería Civil y Ambiental en la Universidad de California, campus Los Ángeles.
“Los alimentos son lo más fácil de cambiar en la ecuación del cambio climático”, dijo Jay y mencionó un estudio de 2020 que predice que, incluso si se detiene de inmediato la quema de combustibles fósiles, las emisiones de gases de efecto invernadero de los sistemas alimentarios seguirían impidiéndonos cumplir los objetivos climáticos.
Cuando los estudiantes asistieron a una clase sobre las conexiones entre la alimentación y el medioambiente, redujeron su consumo de carne roja de 3 raciones y media a 2 raciones y media por semana, lo cual equivale a una reducción de emisiones de 1 kilogramo de dióxido de carbono al día.
Si este cambio de dieta se reprodujera en toda la población durante un solo año, dijo Jay, se reducirían las emisiones de gases de efecto invernadero en 106 millones de toneladas métricas, o el equivalente a un tercio de los objetivos del acuerdo climático de París.
Lo haremos un aguacate a la vez.