Palestinos e israelíes: ¿a qué se debe la crisis actual?

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An Israeli munition Tuesday, May
An Israeli munition Tuesday, May 18, 2021, that did not detonate after landing on an apartment building in Gaza City, Gaza Strip. European Union foreign ministers overwhelmingly called for an immediate cease-fire between Israel and the Palestinians in an emergency meeting on Tuesday, according to the bloc’s foreign policy chief, Josep Borrell Fontelles. (Hosam Salem/The New York Times)

Especial para Infobae de The New York Times.

Una acción policial en Jerusalén el mes pasado estuvo entre los incidentes que condujeron a la situación que se vive ahora.

JERUSALÉN — Veintisiete días antes de que se disparase el primer cohete desde Gaza la semana pasada, un escuadrón de policías israelíes entró en la mezquita de Al-Aqsa de Jerusalén, apartó a los asistentes palestinos y atravesó el vasto patio de piedra caliza. Luego cortaron los cables de los altavoces que transmiten las oraciones a los fieles desde cuatro minaretes medievales.

Era la noche del 13 de abril, el primer día del mes sagrado musulmán del Ramadán. También era el Día del Recuerdo en Israel, que honra a los que murieron luchando por el país. El presidente israelí iba a pronunciar un discurso en el Muro de los Lamentos, un lugar sagrado para los judíos que se encuentra debajo de la mezquita, y las autoridades israelíes temían que las oraciones lo ahogaran.

El incidente fue confirmado por seis funcionarios de la mezquita, tres de los cuales lo presenciaron; la policía israelí declinó hacer comentarios. En el mundo exterior, apenas se registró.

Pero en retrospectiva, la incursión policial en la mezquita, uno de los lugares más sagrados del islam, fue una de las varias acciones que condujeron, menos de un mes después, a la repentina reanudación de la guerra entre Israel y Hamás, el grupo militante que gobierna la Franja de Gaza, y al estallido de los disturbios civiles entre árabes y judíos en el propio Israel.

“Este fue el punto de inflexión”, dijo el jeque Ekrima Sabri, gran muftí de Jerusalén. “Sus acciones provocaron el deterioro de la situación”.

El deterioro ha sido mucho más veloz, devastador y de mayor alcance de lo que nadie imaginaba. Ha provocado la peor violencia entre israelíes y palestinos de los últimos años, no solo en el conflicto con Hamás, que hasta el sábado había matado al menos a 145 personas en Gaza y a 12 en Israel, sino en una oleada de ataques multitudinarios en ciudades mixtas árabe-judías de Israel.

Ha generado disturbios en ciudades de la Cisjordania ocupada, donde las fuerzas israelíes mataron a 11 palestinos el viernes. Y ha provocado el lanzamiento de cohetes hacia Israel desde un campo de refugiados palestinos en Líbano, ha llevado a los jordanos a marchar hacia Israel en señal de protesta y ha llevado a los manifestantes libaneses a cruzar brevemente su frontera sur con Israel.

La crisis se produjo cuando el gobierno israelí luchaba por su supervivencia; cuando Hamás —que Israel considera un grupo terrorista— intentaba ampliar su papel dentro del movimiento palestino; y cuando una nueva generación de palestinos reivindicaba sus propios valores y objetivos.

Y fue el resultado de años de bloqueos y restricciones en Gaza, décadas de ocupación en Cisjordania y otras décadas de discriminación contra los árabes dentro del estado de Israel, dijo Avraham Burg, expresidente del Parlamento israelí y expresidente de la Organización Sionista Mundial.

“Todo el uranio enriquecido ya estaba en su sitio”, dijo. “Pero se necesitaba un detonante. Y el detonante fue la mezquita de Aqsa”.

Habían pasado siete años desde el último conflicto importante con Hamás, y 16 desde el último gran levantamiento palestino, o intifada.

No hubo grandes disturbios en Jerusalén cuando el presidente Donald Trump reconoció la ciudad como capital de Israel y trasladó nominalmente la embajada de Estados Unidos allí. No hubo protestas masivas después de que cuatro países árabes normalizaran sus relaciones con Israel, abandonando un consenso largamente mantenido de que nunca lo harían hasta que se resolviera el conflicto palestino-israelí.

Hace dos meses, pocos en el estamento militar israelí esperaban algo así.

En sesiones informativas privadas, los oficiales militares decían que la mayor amenaza para Israel estaba a 1600 kilómetros de distancia, en Irán, o al otro lado de la frontera norte, en el Líbano.

Cuando los diplomáticos se reunieron en marzo con los dos generales que supervisan los aspectos administrativos de los asuntos militares israelíes en Gaza y Cisjordania, los encontraron relajados ante la idea de que se produjera una violencia significativa y celebraron un período prolongado de relativa tranquilidad, según un alto diplomático extranjero que pidió permanecer en el anonimato para poder comentar con soltura.

Gaza luchaba por superar una ola de infecciones por coronavirus. La mayoría de las principales facciones políticas palestinas, incluida Hamás, estaban pendientes de las elecciones legislativas palestinas previstas para mayo, las primeras en 15 años. Y en Gaza, donde el bloqueo israelí ha contribuido a una tasa de desempleo de alrededor del 50 por ciento, la popularidad de Hamás disminuía a medida que los palestinos hablaban cada vez más de la necesidad de dar prioridad a la economía sobre la guerra.

El ambiente empezó a cambiar en abril.

Las oraciones en Aqsa en la primera noche del Ramadán, el 13 de abril, se produjeron mientras cerca de ahí el presidente israelí, Reuven Rivlin, pronunciaba su discurso.

La dirección de la mezquita, que está supervisada por el gobierno jordano, había rechazado una petición israelí para que no se retransmitieran las oraciones durante el discurso, por considerarla irrespetuosa, según dijo un responsable de asuntos públicos de la mezquita.

Así que esa noche, la policía hizo una redada en la mezquita y desconectó los altavoces.

“Sin duda”, dijo el jeque Sabri, “estaba claro para nosotros que la policía israelí quería profanar la mezquita de Aqsa y el mes sagrado del Ramadán”.

Un portavoz del presidente negó que se hubieran apagado los altavoces, pero luego dijo que lo volverían a comprobar.

En otro año, el episodio podría haberse olvidado rápidamente.

Pero el mes pasado, varios factores se alinearon de forma repentina e inesperada y permitieron que este desaire se convirtiera en un gran enfrentamiento.

El resurgimiento del sentimiento de identidad nacional entre los jóvenes palestinos se manifestó no solo en la resistencia a una serie de incursiones en Al Aqsa, sino también en la protesta por la situación de seis familias palestinas que se enfrentan a la expulsión de sus hogares. La necesidad percibida de aplacar a una extrema derecha cada vez más asertiva dio a Benjamín Netanyahu, primer ministro interino de Israel, pocos incentivos para calmar las aguas.

Un repentino vacío de poder palestino, y una protesta popular que podía adoptar, dieron a Hamás la oportunidad de mostrar su fuerza.

Estos cambios en la dinámica palestina tomaron a Israel desprevenido. Los israelíes habían sido complacientes, alimentados por más de una década de gobiernos de extrema derecha que trataron las demandas palestinas de igualdad y de creación de un Estado como un problema que había que contener, no resolver.

“Tenemos que despertar”, dijo Ami Ayalon, exdirector de la agencia de inteligencia nacional israelí, Shin Bet. “Tenemos que cambiar la forma de entender todo esto, empezando por el concepto de que el statu quo es estable”.

Al incidente de los altavoces le siguió casi inmediatamente la decisión de la policía de cerrar una popular plaza frente a la Puerta de Damasco, una de las principales entradas a la Ciudad Vieja de Jerusalén. Los jóvenes palestinos suelen reunirse allí por la noche durante el Ramadán.

Un portavoz de la policía, Micky Rosenfeld, dijo que la plaza se cerró para evitar que se formaran allí multitudes peligrosas y para prevenir la posibilidad de violencia.

Para los palestinos, fue otro insulto. Esto dio lugar a protestas, que desembocaron en enfrentamientos nocturnos entre la policía y los jóvenes que intentaban reclamar el espacio.

Para la policía, las protestas eran un desorden que había que controlar. Pero para muchos palestinos, ser expulsados de la plaza era un desprecio, bajo el cual había agravios mucho más profundos.

La mayoría de los residentes palestinos de Jerusalén Este, que Israel ocupó durante la guerra árabe-israelí de 1967 y luego anexó, eligieron no ser ciudadanos israelíes, porque muchos dicen que solicitar la ciudadanía conferiría legitimidad a una potencia ocupante. Por lo tanto, no pueden votar.

Muchos sienten que se los expulsa gradualmente de Jerusalén. Las restricciones a los permisos de construcción lo obligan a abandonar la ciudad o a construir viviendas ilegales, vulnerables a las órdenes de demolición. Por ello, la decisión de impedir a los palestinos el acceso a un preciado espacio comunitario agravó la sensación de discriminación que muchos han sentido toda su vida.

“Daba la sensación de que querían eliminar nuestra presencia de la ciudad”, dijo Majed al-Qeimari, un carnicero de 27 años de Jerusalén Este. “Sentimos la necesidad de plantarles cara y dejar claro que estamos aquí”.

Los enfrentamientos en la Puerta de Damasco tuvieron repercusiones. Esa misma semana, jóvenes palestinos comenzaron a atacar a los judíos. Algunos publicaron videos en TikTok, un sitio de redes sociales, lo que atrajo la atención del público. Y eso pronto condujo a represalias judías organizadas.

El 21 de abril, justo una semana después de la redada policial, unos cientos de miembros de un grupo judío de extrema derecha, Lehava, marcharon por el centro de Jerusalén, mientras cantaban “muerte a los árabes” y atacaban a los transeúntes palestinos. Un grupo de judíos fue filmado atacando una casa palestina, y otros agredieron a conductores que se consideraban palestinos.

Diplomáticos extranjeros y líderes comunitarios intentaron convencer al gobierno israelí de que bajara la temperatura en Jerusalén, al menos reabriendo la plaza frente a la Puerta de Damasco. Pero encontraron al gobierno distraído y desinteresado, dijo una persona involucrada en las discusiones, que no estaba autorizada a hablar públicamente.

Netanyahu se encontraba en medio de las negociaciones para formar una coalición después de las elecciones de marzo —las cuartas en dos años— que terminaron sin un ganador claro. Para formar una coalición, necesitaba convencer a varios legisladores de extrema derecha para que se unieran a él.

Uno de ellos fue Itamar Ben Gvir, antiguo abogado de Lehava que aboga por expulsar a los ciudadanos árabes que considera desleales a Israel, y quien hasta hace poco tenía en su sala un retrato de Baruch Goldstein, un extremista judío que masacró a 29 palestinos en Hebrón en 1994.

Netanyahu fue acusado de complacer a personas como Ben Gvir, y de fomentar una crisis para agrupar a los israelíes en torno a su liderazgo, al dejar que aumentaran las tensiones en Jerusalén.

“Netanyahu no inventó las tensiones entre judíos y árabes”, dijo Anshel Pfeffer, comentarista político y biógrafo del primer ministro. “Han estado aquí desde antes de la fundación de Israel. Pero a lo largo de sus largos años en el poder, ha avivado y explotado estas tensiones para obtener beneficios políticos una y otra vez, y ahora ha fracasado miserablemente como líder para apagar el fuego cuando se desborda”.

Mark Regev, asesor sénior de Netanyahu, rechazó ese análisis.

“Es exactamente lo contrario”, dijo Regev. “Ha hecho todo lo posible para intentar que prevalezca la calma”.

El 25 de abril, el gobierno cedió en permitir que los palestinos se reunieran frente a la Puerta de Damasco. Pero luego vinieron un par de acontecimientos que ampliaron significativamente la deriva.

El primero fue el inminente desalojo de las seis familias de Sheikh Jarrah (en español conocido como Sheij Yarrah, un barrio palestino de Jerusalén Este. Cerca del anuncio de la decisión final del tribunal sobre el caso, a lo largo de abril se celebraron protestas periódicas, que se aceleraron después de que los palestinos relacionaran los sucesos de la Puerta de Damasco con la situación de los residentes.

“Lo que se ve ahora en Sheij Yarrah o en Al Aqsa o en la Puerta de Damasco tiene que ver con expulsarnos de Jerusalén”, dijo Salah Diab, líder comunitario en Sheij Yarrah, que resultó con una pierna fracturada durante una reciente redada policial en su casa. “Mi barrio es solo el principio”.

La policía dijo que respondía a la violencia de los manifestantes en Sheij Yarrah, pero el video y las imágenes mostraron que ellos mismos participaron en la violencia. Cuando las imágenes empezaron a circular por internet, el barrio se convirtió en un punto de encuentro para los palestinos, no solo en los territorios ocupados e Israel, sino también en la diáspora.

La experiencia de las familias, que ya habían sido desplazadas de lo que se convirtió en Israel en 1948, era algo con lo que “todos los palestinos de la diáspora pueden identificarse”, dijo Jehan Bseiso, una poeta palestina que vive en Líbano.

Y subrayó una parte de la discriminación legal: la ley israelí permite a los judíos reclamar tierras en Jerusalén oriental que eran propiedad de judíos antes de 1948. Pero los descendientes de cientos de miles de palestinos que huyeron de sus hogares ese año no tienen medios legales para reclamar las tierras de sus familias.

“Hay algo realmente provocador y cíclico en ver cómo se expulsa a la gente de sus hogares una y otra vez”, dijo Bseiso. “Es muy provocador y es muy muy fácil identificarse, incluso si estás a un millón de kilómetros de distancia”.

El 29 de abril, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, canceló las elecciones palestinas, temiendo un resultado humillante. La decisión hizo que Abbas pareciera débil.

Hamás vio una oportunidad y comenzó a reposicionarse como militante defensor de Jerusalén.

“Hamás pensó que con ello demostraba que era un liderazgo más capaz para los palestinos”, dijo Mkhaimar Abusada, experto político de la Universidad de Al Azhar en la ciudad de Gaza.

El 4 de mayo, seis días antes de que comenzara la guerra, el jefe militar de Hamás, Muhammed Deif, hizo una rara declaración pública. “Esta es nuestra última advertencia”, dijo Deif. “Si la agresión contra nuestro pueblo en el barrio de Sheij Yarrah no cesa inmediatamente, no nos quedaremos de brazos cruzados”.

No obstante, la guerra parecía improbable.

Pero entonces llegó la escalada más dramática de todas: una redada policial en la mezquita de Aqsa el viernes 7 de mayo. Agentes de policía armados con gases lacrimógenos, granadas de aturdimiento y balas con punta de goma irrumpieron en el recinto de la mezquita poco después de las 8 p.m., desencadenando horas de enfrentamientos con manifestantes que lanzaban piedras, en los que hubo cientos de heridos, según los médicos.

La policía dijo que fueron los lanzadores de piedras los que empezaron; varios fieles dijeron lo contrario.

Sea cual haya sido el primer golpe, la escena de granadas de aturdimiento y balas dentro de la sala de oración de uno de los lugares más sagrados del islam —en el último viernes del Ramadán, una de sus noches más sagradas—se consideró un grave insulto a todos los musulmanes.

“Se trata de la judaización de la ciudad de Jerusalén”, dijo el jeque Omar al-Kisswani, otro dirigente de la mezquita, en una entrevista realizada horas después del asalto. “Se trata de disuadir a la gente de ir a Al Aqsa”.

Esto preparó el escenario para un dramático enfrentamiento el lunes 10 de mayo. La última audiencia judicial del Sheij Yarra coincidía con el Día de Jerusalén, en el que los judíos celebran la reunificación de Jerusalén, mediante la toma de Jerusalén Este, en 1967.

Los nacionalistas judíos suelen celebrar ese día con marchas por el barrio musulmán de la Ciudad Vieja e intentando visitar el Monte del Templo, el lugar en el que está construida la mezquita de Aqsa.

La combinación inminente de esa marcha, las tensiones en torno a Al Aqsa y la posibilidad de una orden de desalojo en Sheij Yarrah parecía encaminarse hacia algo peligroso.

El gobierno israelí se apresuró a reducir las tensiones. Se aplazó la audiencia de la Corte Suprema sobre el caso de desalojo. Una orden prohibió a los judíos entrar en el recinto de la mezquita.

Pero la policía volvió a hacer una redada en la mezquita de Al-Aqsa, el 10 de mayo por la mañana, después de que los palestinos acumularan piedras en previsión de enfrentamientos con la policía y los judíos de extrema derecha. Por segunda vez en tres días, se dispararon granadas de aturdimiento y balas con punta de goma en el recinto, en escenas que se transmitieron a todo el mundo.

En el último momento, el gobierno desvió la marcha del Día de Jerusalén lejos del barrio musulmán, tras recibir un informe de inteligencia sobre el riesgo de escalada si seguía adelante.

Pero fue demasiado poco y demasiado tarde. Para entonces, el ejército israelí ya había comenzado a ordenar a los civiles que se alejaran del perímetro de Gaza.

Poco después de las 6 p.m. del lunes 10 de mayo, comenzó el lanzamiento de cohetes desde Gaza.

Rami Nazzal colaboró con el reportaje desde Ramallah, Cisjordania, e Iyad Abuhweila desde la ciudad de Gaza.

Patrick Kingsley es el jefe del buró en Jerusalén, que cubre Israel y los territorios ocupados. Ha reportado desde más de 40 países, escrito dos libros y antes cubrió migración y Medio Oriente para The Guardian. @PatrickKingsley

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