Especial para Infobae de The New York Times.
El 28 de abril, cuando el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pronunció su discurso ante la sesión conjunta del Congreso, con la vicepresidenta Kamala Harris tras él y Jill Biden y Douglas Emhoff observando desde el balcón, fue la primera aparición pública de alto nivel de la primera y la segunda familia desde la toma de posesión.
El presidente Biden, por supuesto, fue el único que habló. Eso no significa que los otros tres no tuvieran nada que decir.
Es precisamente en estas ocasiones de Estado cuando la creación de imagen cobra sentido, cuando el vestuario se convierte en una parte clave del teatro político. Por eso, el hecho de que Harris llevase un traje color crema del diseñador asiáticoestadounidense Prabal Gurung, confeccionado en Nueva York, y que la doctora Biden llevase un vestido azul marino de la diseñadora uruguayoestadounidense Gabriela Hearst, confeccionado con lana de seda reciclada y bordado con las flores de los 50 estados de la Unión, era importante.
Fue, según Susan Kelley, fundadora de la página web What Kamala Wore (Lo que Kamala se puso), “un ejercicio de marca, no solo para la persona, sino para el gobierno y la nación en su conjunto”.
Sin embargo, cuando se trata de las mujeres de la marca Biden —la vicepresidenta, a un solo paso de distancia del cargo más poderoso de Estados Unidos, y la primera dama, a un solo paso del hombre más poderoso— todo el tema de la vestimenta parece estar fuera de los límites, plagado quizás de oportunidades reales pero también de ansiedad.
Es evidente que están en posiciones diferentes: Harris es una funcionaria electa que dirige el país; la doctora Biden es la esposa de un político. Pero cada una, a su manera, representa un nuevo paradigma (primera mujer vicepresidenta, primera primera dama que sigue trabajando mientras está en la Casa Blanca), y cada una está siendo observada en la placa de petri de Washington. En una época visual, eso significa que no solo importan las palabras y los actos, sino también los atuendos.
La promesa y el problema de la moda
Todo comenzó durante la toma de posesión, cuando los cuatro protagonistas estuvieron a la altura de las circunstancias con gracia y previsión. En una fusión muy aplaudida de estilo y sustancia, las nuevas primera y segunda familias usaron su aparición ante la nación para marcar un territorio que parecía apoyar las palabras sobre las que habían hecho campaña: empatía, inclusión, todo eso de volver a reconstruir mejor.
Biden y Emhoff lucieron trajes de Ralph Lauren, un diseñador que se ha convertido en sinónimo de estilo estadounidense. La doctora Biden llevó un abrigo modelo Unity y una mascarilla del joven independiente Jonathan Cohen, y luego un vestido bordado con las flores de los 50 estados de Gabriela Hearst, una diseñadora centrada en la sostenibilidad. Harris lució prendas de tres diseñadores negros independientes diferentes, incluido un vestido y un abrigo púrpura que fusionaban el azul y el rojo.
Parecía anunciar una nueva era de vestimenta consciente, y un nuevo amanecer para la industria de la moda estadounidense, tambaleante tras cuatro años de un gobierno que había pisoteado todas las normas políticas, incluida la tradición de utilizar su ropa como expresión del deber patriótico. Por no hablar de los efectos de la pandemia de coronavirus, con sus cierres y bancarrotas.
Y, sin embargo, a los 100 días de gobierno de Biden, la parte más consciente de su creación de imagen ha sido la forma en que, muy conscientemente, parece restarle importancia a todo el asunto.
Los correos electrónicos enviados tanto a la oficina de la vicepresidenta como a la de la primera dama preguntando si existía una política de apoyo a la industria de la moda estadounidense, o si en las grandes ocasiones de Estado ofrecerían información sobre la elección de su vestimenta, fueron respondidos simplemente con un “no hay más que añadir”. En marzo, Michael LaRosa, secretario de prensa de Biden, dijo a WWD que “no haremos comentarios sobre su ropa”. Al ser contactados, muchos diseñadores (aunque no todos) declinaron ser citados hablando sobre la primera dama o la vicepresidenta.
Hasta cierto punto, se puede entender la reticencia. Históricamente, el enfoque en la moda se ha utilizado como arma para desestimar o degradar a las mujeres en posiciones de poder. Pero, como han demostrado tanto Nancy Pelosi, con su pin de la Maza de la República y su abrigo naranja, como Hillary Clinton, con su traje blanco de sufragista, puede convertirse en una ventaja: una forma de subrayar quiénes son, qué han conseguido y dónde están sus valores. De llamar la atención sobre lo que hacen. Es parte del paquete.
Y cuando se trata de Harris y de la doctora Biden, está claro que hay consideración, y que al público que las ve claramente le importa. Y ninguna de las dos cosas es mala.
La estrategia de la vicepresidenta
Harris, por ejemplo, ha adoptado un uniforme de trabajo no oficial, pero también inconfundible, de trajes pantalón oscuros en azul marino, negro y gris, casi siempre, aunque no siempre, de Joseph Altuzarra, un joven diseñador estadounidense. (Empezó a llevar la marca mucho antes de la campaña y “probablemente tiene unos 20”, dijo Altuzarra, incluyendo “los clásicos de un botón, de dos botones y de doble botonadura”).
Véase, por ejemplo, la chaqueta Altuzarra azul marino que Harris llevó para su retrato oficial, así como el traje Altuzarra burdeos que usó para aceptar la nominación a la vicepresidencia y el traje Altuzarra gris que llevó en la portada de Elle.
Combina los trajes con blusas sencillas, a menudo en tonos anodinos, así como con zapatos de tacón Manolo Blahnik de 70 milímetros y sus famosas perlas, que se remontan a su hermandad en una universidad históricamente negra.
Su extrema consistencia silencia los comentarios. Cuando alguien lleva lo mismo día tras día, en cierto momento ¿qué más se puede decir? Pero entonces, cuando Harris se sale del guion, el efecto es llamar la atención sobre sus elecciones, imprimiéndoles aún más significado. De ahí el alboroto público por su aparición en Converses durante la campaña, el hecho de que llevara un traje blanco la noche en que ella y Biden fueron declarados ganadores de las elecciones, y en la toma de posesión. (Y de ahí el revuelo universal por la portada de Vogue que apareció justo antes de la toma de posesión). Es una clase magistral de maquinación.
“Por lo que he visto, tiene un verdadero punto de vista”, dijo Altuzarra, quien también atribuyó a la vicepresidenta el haber despertado un notable interés por su sastrería, a pesar de que durante los últimos meses solo se hablaba del fin del traje. “Ha desarrollado una imagen que es increíblemente poderosa, pero que tampoco trata de borrar su feminidad. Consigue ese equilibrio muy bien”.
Según Kelley, de What Kamala Wore: “Realmente me cuestioné la tarea cuando empecé: ¿Es apropiado escribir sobre su ropa? Es un tema espinoso, y esto es claramente una consideración secundaria. Pero a la gente le interesan mucho las personas que se consideran modelos a seguir. La moda tiende puentes, es un punto en común. Recibo muchos correos electrónicos de mujeres jóvenes que quieren ser como ella, y que dicen: ‘¿Dónde puedo conseguir una versión más barata?’”.
La primera influente
Por su parte, la doctora Biden ha aparecido casi por completo con ropa de diseñadores estadounidenses desde la toma de posesión. Una lista incompleta de nombres incluye a Oscar de la Renta, Michael Kors, Brandon Maxwell, Veronica Beard y Stuart Weitzman.
Alexandra O’Neill, fundadora y diseñadora de Markarian, que confeccionó el abrigo y el vestido azules que llevó la doctora Biden en la toma de posesión de su marido, dijo que, desde la toma de posesión, el comercio electrónico de la marca se ha quintuplicado, el tráfico de su sitio web ha aumentado un 725 por ciento y Saks Fifth Avenue ha comenzado a abastecerse de sus prendas. Del mismo modo, Cohen dijo que tras el abrigo Unity, “vimos que las ventas de mascarillas aumentaron un 625 por ciento en las primeras 48 horas”.
Cuando la primera dama tuiteó una foto de sí misma con una banda para el pelo mientras compraba algunas cosas antes del Día de San Valentín, se hizo viral en Instagram y Twitter, con los observadores aplaudiendo su estilo con el que podían identificarse fácilmente. A principios de abril, una foto de ella desembarcando del Air Force One con medias de encaje, botines y una falda de cuero desencadenó una tormenta igualmente clamorosa en las redes sociales, ya que los comentaristas parecían sorprendidos por la idea de que alguien se atreviera a expresar su personalidad con lo que llevaba puesto.
“Se toma la moda muy en serio”, dijo O’Neill sobre la doctora Biden, caracterizando el estilo de la primera dama como “muy femenino y clásico” antes de añadir que, antes de la toma de posesión, “era definitivamente muy consciente de la decisión que estaba tomando”. En efecto, si lo que lleva la doctora Biden dice algo, es que parece sentir verdadero placer por la ropa y que, de hecho, se puede disfrutar de la moda siendo también una persona seria. Bueno, y que sabe lo que hace: se puso unas botas que decían “VOTA”, en grandes letras blancas, durante la campaña, y una chaqueta en la que se leía “Love” al presentar a su marido en su primer mitin de 2019.
Podría ser un momento de enseñanza
No es que cada atuendo contenga un mensaje codificado; eso sería agotador de imaginar y falsea la forma como se usa la ropa. Pero toda apariencia es una expresión de identidad, tanto para los funcionarios públicos y quienes los representan como para todo el mundo. Por eso lo que llevan la doctora Biden y Harris recibe tanta atención. A través de su ropa, creemos que podemos conocerlas. Y por eso no sería comprometedor para ellas —o, para ser justos, para sus cargos— reconocerlo.
De hecho, es posible imaginarlas tomando la cuestión de la ropa y convirtiéndola en, digamos, un… momento didáctico.
Por ejemplo, Harris y la doctora Biden suelen reutilizar la ropa de sus armarios. (Esto ha creado en ocasiones un pequeño alboroto para Harris, quien, como muchos profesionales, tiene trajes pantalón de Dolce & Gabbana en su armario, ya que Dolce ha sido atacado por diversas declaraciones racistas en los últimos años). ¿Por qué no admitirlo y subrayar su conexión con la acción individual y la sostenibilidad, y luego utilizarlo para derivar la conversación hacia la agenda climática de Biden? Si lleva un diseñador estadounidense, ¿por qué no aprovechar ese momento para centrarse no en la ropa en sí, sino en la industria que lo ha fabricado y en lo importante que es para la fibra económica del país?
“Si se trata de moda con un propósito, es algo que debe celebrarse, y la información debe compartirse”, dijo Kelley. Harris y la doctora Biden han sentado muchos precedentes. Este podría ser otro.