Danielle Churchill necesitaba ayuda. Estaba criando a cinco hijos en Wollongong, en la costa australiana al sur de Sídney, y tenía que gastar miles de dólares en terapias especiales para su hijo autista de 10 años, Lachla. Intentó conseguir un financiamiento colaborativo en el sitio de internet GoFundMe, pero solo recaudó una pequeña parte de lo que pretendía.
A fines del año pasado, recibió el mensaje que parecía solucionar sus problemas económicos. Supuestamente, era un correo electrónico de la multimillonaria y filántropa MacKenzie Scott, una novelista que es mejor conocida por ser la ex esposa de Jeff Bezos, el fundador de Amazon, que decía que iba a donar la mitad de su fortuna y que Churchill llenaba los requisitos para recibir una ayuda económica.
Churchill buscó el nombre de Scott y la palabra “fraude” en Google. En vez de alguna alerta, encontró varios artículos periodísticos que hablaban de cómo, de manera repentina, los representantes de Scott habían enviado correos electrónicos a cientos de organizaciones sin fines de lucro para ofrecerles apoyo financiero.
“La gente pensaba que se trataba de fraudes, pero resultó que era cierto”, recuerda haber pensado Churchill, de 34 años.
A lo largo de 2020, Scott dio a conocer donativos por un total de 6.000 millones de dólares. Su manera poco convencional de donar fue muy elogiada por su rapidez y su transparencia. Pero algunas de las ventajas aparentes —ser una fundación pequeña y no establecida, sin oficinas centrales ni un sitio web público y sin ningún modo de comunicarse con ella ni con sus representantes— eran justamente lo que la hacían objeto de suplantación por parte de los estafadores, como Churchill pronto descubriría.
Para poder recibir el dinero, Churchill tenía que llenar un “formato de membresía” enviado por una organización que se hacía llamar Fundación MacKenzie Scott y abrir una cuenta en línea en Investors Bank and Trust Co. Luego pudo ver que la fundación le había transferido 250.000 dólares a la cuenta que abrió a su nombre, pero le dijeron que, como estaba en Australia, tenía que solicitar un número de identificación fiscal y pagar algunos cargos antes de poder tener acceso al dinero y comenzar a usarlo para las terapias del lenguaje y ocupacionales de Lachlan.
“Yo investigaba y verificaba todo lo que me decían”, comentó Churchill. También mencionó que su abuela había revisado todo y pensaba que era lícito. “Te mandan comprobantes de todo lo que solicitas, y el banco en línea dice que todo está protegido”.
Lo que Churchill no sabía es que no existe ninguna Fundación Mackenzie Scott ni que el banco Investors Bank and Trust Co., cuya sede solía estar en Boston, se había fusionado con State Street Corp. hace más de una década. Tampoco que no estaba tratando con Scott y su equipo, sino con un complejo grupo de estafadores dedicado a aprovecharse de las personas vulnerables.
En el caso de Churchill, el fraude no solo se dio por medio del portal falso del banco, sino mediante páginas apócrifas de Facebook, mensajes de Whatsapp y el uso de una aplicación de criptomonedas Bitcoin para llevarse el dinero (cerca de 7.900 dólares en total) y que no pudiera recuperarlo con la ayuda de algún banco o institución de tarjetas de crédito.
Una compañía relacionada con la seguridad de las tarjetas de crédito en Israel, Ironscales, señaló que los mensajes que supuestamente eran de los representantes de Scott habían llegado a alrededor de 190.000 cuentas de correo electrónico pertenecientes a sus clientes. La empresa comenzó a percatarse del fraude luego del 15 de diciembre, cuando Scott anunció los donativos por casi 4.200 millones de dólares.
Ahora, meses después de que abrió una cuenta en un banco que no existe, Churchill sabe de otras posibles víctimas. Continuó siguiendo las páginas de Facebook que supuestamente pertenecían a Scott y en los comentarios veía a personas que solicitaban ayuda y luego los comentarios desaparecían. Un hombre publicó fotografías de su tarjeta de débito. Junto a una fotografía del rostro sonriente de Scott decía: “Tome una foto del anverso y el reverso y de la ubicación del banco”.
Además, en la publicación de Scott en Medium, donde en diciembre dio a conocer sus donaciones más recientes, un hombre publicó un comentario en el que preguntaba sobre el mismo supuesto gerente comercial que le pidió dinero a Churchill.
Marti DeLiema , profesora de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Minnesota, campus Twin Cities, señaló que el método que empleó Scott, mediante el cual les avisó de manera prácticamente repentina a algunos grupos sobre su donación, hacía más factible que los estafadores se aprovecharan.
“Con este método absurdo de hacer donaciones, les dio un regalo estupendo”, comentó DeLiema.
Ni siquiera las personas con los recursos de Scott pueden evitar que los timadores usen su nombre. Hay estafadores que han copiado la página web de la Agencia Federal para el Desarrollo de la Pequeña Empresa y suplantado a la Comisión Federal de Comercio, una de las agencias que intenta combatir justamente este tipo de engaños.
Scott realiza donativos a instituciones —universidades, bancos de alimentos y otras organizaciones de beneficencia— no a individuos. Una persona que está informada sobre sus donativos mencionó que no tiene cuentas en las redes sociales como Facebook e Instagram, solo su página en Medium y una cuenta de Twitter comprobada con solo tres tuits. Su organización nunca pediría pagos anticipados a los beneficiarios de los donativos. Esta persona se rehusó a comentar de manera directa sobre el fraude que se cometió en línea a nombre de Scott ni qué medidas pueda tomar para ayudar a evitarlos.
Churchill investigó más y se dio cuenta de que era muy poco probable que Scott se hubiera comunicado con ella de manera directa, pero de todos modos no podía apartarse de inmediato de los estafadores. Había reunido todo lo que pudo para liberar los fondos prometidos.
“Mi hijo los necesita para tener una vida mejor. Y ya he perdido demasiado”, comentó en ese momento.
Churchill compartió decenas de capturas de pantalla y páginas web con las que denunciaba una compleja red inventada para aprovecharse de las esperanzas de las personas necesitadas. Mencionó que los estafadores sabían que no tenía dinero, que les estaba pidiendo prestado a su abuela y a su hermana para pagar los supuestos cargos.
Después de unas cuantas semanas, Churchill acudió a la policía local. Le dijeron que la habían engañado y que no había manera de que recuperara su dinero.
“Para ser sincera, esta experiencia me ha arruinado la vida”, comentó.
Cuando se comunicaron con ella al principio, Churchill no encontró ninguna señal de alerta de que alguien hubiera sido estafado. La única aparente presencia de Scott en la red era una página de Facebook llena de fotografías de la multimillonaria y de artículos periodísticos sobre sus generosos donativos.
Churchill le envió un mensaje por Facebook al administrador de esta página en el que le preguntaba si el correo electrónico que había recibido era auténtico. De inmediato contestó alguien que se hizo pasar por Scott y le dijo a Churchill que el primer mensaje era de unos estafadores que fingían ser ella, pero como ahora ya estaban en contacto directo, podía ayudarle.
Le mandaron el vínculo a un sitio web de Investors Bank and Trust. Parecía una página diseñada por profesionales: con fotografías convincentes, una dirección de correo electrónico, un número telefónico con código postal en Nueva Jersey y un domicilio en Los Ángeles. Churchill creó un perfil en línea, eligió su clave de usuario y contraseña y aceptó los términos y condiciones del servicio. En poco tiempo, apareció el dinero (250.000 dólares) en lo que creía que era su cuenta en Investors Bank and Trust.
El objetivo del sitio falso del banco es convencer a las víctimas de que el dinero ya es de ellas. Los especialistas en rastrear fraudes le llaman “resplandor”. Hubo una serie de pagos que Churchill tuvo que hacer para liberar los 250.000 dólares de su cuenta: cuota de membresía, cargos por manejo de cuenta y número de identificación fiscal y comisiones por transferencia.
Cuando el grupo de estafadores ha obtenido todo lo que puede de la víctima, casi siempre vende la información de esta persona. Al poco tiempo, Churchill comenzó a recibir una serie de mensajes: uno supuestamente del Fondo Monetario Internacional y otro de una mujer de la República del Congo que necesitaba que la ayudaran a vender oro.
“No se trata de un solo fraude cometido por un lobo solitario”, señaló Kari-Anne Liebling de ScamSurvivors, un grupo de voluntarios que rastrean conspiraciones en internet. “Después del primer contacto, la víctima es llevada a otro fraude, luego a otro y así sucesivamente”.
© The New York Times 2021
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