Una vacuna es buena, ¿y si combinamos dos?

Los investigadores están explorando los posibles beneficios de emparejar dosis de dos vacunas COVID-19 diferentes

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Un centro de vacunación masiva
Un centro de vacunación masiva en la catedral de Salisbury, Inglaterra, el 23 de enero de 2021. (Andrew Testa/The New York Times)

En enero, el Reino Unido realizó un cambio en sus lineamientos relacionados con las vacunas que sacudió a muchos especialistas en salud: si no estaba disponible la segunda dosis de una determinada vacuna, los pacientes podrían recibir una diferente.

Esta nueva regla se basaba en simples conjeturas; en ese momento, no existían datos científicos que demostraran que mezclar dos vacunas contra el coronavirus era inocuo y eficaz. Pero quizás eso cambie pronto.

En febrero, los investigadores de la Universidad de Oxford iniciaron un ensayo en el cual los voluntarios recibieron una dosis de la vacuna de Pfizer-BioNTech seguida de una dosis de la de AstraZeneca o viceversa. Este mes, los investigadores comenzarán a analizar la sangre de los sujetos para ver lo bien que funciona este método de combinar vacunas.

A medida que se autoriza una cantidad cada vez mayor de vacunas, los investigadores están probando otras combinaciones. Algunas están en ensayos clínicos, mientras que otras solo están siendo probadas en animales.

Es posible que mezclar vacunas no solo ayude a evitar los cuellos de botella en el suministro. Algunos científicos sospechan que un par de vacunas diferentes podría funcionar mejor que dos dosis de la misma vacuna.

”Creo que estamos en la antesala de algunos datos interesantes”, señaló Adam Wheatley, un inmunólogo de la Universidad de Melbourne en Australia.

El concepto de combinar las vacunas —a veces llamado estímulo primario heterólogo— no es algo nuevo en esta era de pandemia. Durante décadas, los científicos han investigado esta estrategia con la esperanza de hallar combinaciones muy eficaces contra toda una serie de virus, como el de la influenza, el VIH y el del Ébola.

Sin embargo, los científicos no obtuvieron muchos resultados de todas esas investigaciones. Era muy fácil demostrar que dos vacunas podrían funcionar bien juntas en un ratón. Pero es muy difícil realizar ensayos clínicos reales con una combinación de vacunas.

”Para que una sola empresa desarrolle dos brazos paralelos de una vacuna se requiere el doble de trabajo y el doble de costo”, comentó Wheatley.

Algunos de los éxitos iniciales de los estímulos primarios heterólogos se obtuvieron cuando se estaban buscando vacunas antiébola. Muchos investigadores se enfocaron en introducir al sistema inmunitario una proteína hallada en la superficie del virus del Ébola.

Insertaron el gen de esa proteína en un virus inocuo diferente. Cuando las personas recibían la inyección de la vacuna, el virus inocuo entraba en sus células; posteriormente, las células leían las instrucciones del gen del virus y producían la proteína de la superficie del virus en serie. El sistema inmunitario se encontraba con la proteína del virus del Ébola y fabricaba anticuerpos para combatirlo. Luego esos anticuerpos protegían a las personas vacunadas si se llegaban a contagiar con el virus verdadero.

Este tipo de vacuna, llamada vacuna de vector viral, tenía un gran riesgo: los beneficiarios podrían desarrollar inmunidad al vector viral después de solo la primera dosis. Cuando llegaba la segunda dosis, sus sistemas inmunitarios podían destruir con rapidez el vector viral antes de que dejara su carga útil.

Muchos fabricantes de vacunas decidieron librar esta posible amenaza al usar diferentes virus para cada dosis. De esa manera, los vectores virales de la segunda dosis serían tan nuevos para el sistema inmunitario como los primeros. En 2017, por ejemplo, los científicos del Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya en Rusia crearon una vacuna antiébola cuya primera dosis contenía un virus llamado adenovirus. La segunda dosis usaba otro virus llamado virus de la estomatitis vesicular.

Cuando comenzó la pandemia del COVID-19 el año pasado, los investigadores del Centro Gamaleya usaron una estrategia parecida para crear vacunas contra el nuevo coronavirus. La primera dosis usaba el mismo adenovirus que el de su vacuna antiébola, llamado Ad5. La segunda dosis contenía un adenovirus humano diferente, el Ad26. Los investigadores insertaron un gen en los dos virus para fabricar la proteína de la superficie del coronavirus, denominada espiga.

Los estudios revelaron que esta vacuna, ahora conocida como Sputnik V, ofrecía una sólida defensa contra el coronavirus. Los científicos descubrieron en los ensayos clínicos que tenía una eficacia del 91,6 por ciento. Actualmente, la Sputnik V se usa en Rusia y otros 56 países.

En fechas recientes, el Centro Gamaleya sumó esfuerzos con AstraZeneca, la cual fabrica su propia vacuna contra el COVID-19 que consta de dos dosis de un adenovirus de chimpancé llamado ChAdOx1. La semana pasada, esta empresa informó que su vacuna tenía una eficacia del 76 por ciento.

Los equipos de Gamaleya y AstraZeneca quieren ver qué tan bien funcionan sus vacunas juntas. Han registrado un par de ensayos clínicos en los que los voluntarios recibirán una dosis del adenovirus ChAdOx1 de AstraZeneca y una dosis del Ad26 de Sputnik V.

Un vocero de AstraZeneca mencionó que está en marcha un ensayo en Azerbaiyán y que otro, en Rusia, todavía está en evaluación por parte del Ministerio de Salud de ese país.

Jakob Cramer, director de desarrollo clínico en la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI, por su sigla en inglés), una organización para el desarrollo de vacunas, señaló que las vacunas que usan vectores virales no eran las únicas para las que podría servir la combinación. De hecho, algunas otras combinaciones podrían generar una respuesta inmunitaria diferente y más eficaz que las de un solo tipo de vacuna. “En términos de inmunidad, existen varios argumentos a favor de explorar el estímulo primario heterólogo”, comentó Cramer.

Otro tipo de vacuna contra el coronavirus que se está probando contiene la proteína espiga en sí y no instrucciones genéticas para fabricarla. Algunas de las vacunas contienen la proteína completa, otras contienen solo un fragmento de ella. Actualmente, se encuentran en ensayos clínicos 29 vacunas contra el COVID-19 que usan proteínas, aunque ninguna ha sido autorizada todavía.

Wheatley y sus colegas han estado probando las vacunas que usan proteínas en ratones. En una primera dosis, inyectaron la proteína espiga completa a los animales. Para la segunda dosis, solo inyectaron el pico de la espiga, una región conocida como el dominio receptor obligatorio (RBD, por su sigla en inglés).

Wheatley y sus colegas descubrieron que la combinación funcionaba mejor que dos dosis de la espiga o del RBD.

Los científicos sospechan que la primera dosis produce una amplia gama de anticuerpos que pueden pegarse a algunas partes de la extensión de la proteína espiga y que la segunda dosis deja un gran suministro de anticuerpos especialmente potentes en la punta de la espiga. Esa mezcla de anticuerpos hace un mejor trabajo en conjunto para frenar al coronavirus.

”Prácticamente, podemos tomar la inmunidad inicial que se obtuvo de esa vacuna de espiga, y luego concentrarnos en verdad en ese RBD”, comentó Wheatley.

Es posible que otras combinaciones de vacunas aporten beneficios por sí solas. Algunas vacunas, sobre todo las que usan proteínas, sirven muy bien para generar anticuerpos. Otras, como las de los vectores virales, son mejores para entrenar a las células inmunitarias. Un vector viral seguido de una carga de proteínas podría ofrecer lo mejor de ambos mundos.

John Moore, un experto en virus en el Centro Médico Weill Cornell, advirtió que no hay garantía de que se descubra en los ensayos clínicos algún beneficio de combinar las vacunas. En la búsqueda de una vacuna para el VIH, los científicos intentaron combinar vectores virales y carga de proteínas sin ningún éxito, mencionó Moore. No obstante, comentó, la historia puede resultar diferente para las vacunas contra el COVID-19.

”Me gustaría ver concluidos estos estudios”, señaló. “Hacerlo en el entorno del COVID es totalmente lógico, pero quizás no sea necesario”.

Luego de que en enero criticaran al Reino Unido por sugerir que se podían combinar las vacunas, los investigadores de la Universidad de Oxford pusieron en marcha esa idea en una prueba formal. En un ensayo llamado Com-Cov, reclutaron a 830 voluntarios para probar las dos vacunas autorizadas por el gobierno británico: la de adenovirus de AstraZeneca y la de Pfizer-BioNTech.

La vacuna de Pfizer-BioNTech usa una tecnología muy diferente para producir proteínas espiga en el cuerpo. Contiene burbujas diminutas con moléculas genéticas llamadas ARN. Cuando las burbujas se fusionan con las células, estas usan el ARN para fabricar proteínas espiga.

Un grupo de voluntarios recibe una dosis de Pfizer-BioNTech seguida de una de AstraZeneca, mientras que otro las recibirá en el orden inverso. Los demás voluntarios recibirán la versión normal de dos dosis de la misma vacuna.

Más adelante en este mes, el equipo de Oxford extraerá sangre de los voluntarios, analizará sus anticuerpos y las células inmunitarias para ver si el estímulo primario heterólogo genera una respuesta inmune más o menos igual de fuerte que las dos dosis de cada una de las vacunas autorizadas.

Si se autorizan más vacunas en el Reino Unido, tal vez el equipo del ensayo Com-Cov las añada a sus pruebas. Matthew Snape, quien lidera este ensayo, espera que sea útil no solo para su propio país, sino para otros que intenten vacunar a sus ciudadanos durante los próximos años.

”Podría resultar que esta flexibilidad realmente se vuelva fundamental en el futuro”, comentó.

Cramer señaló que la CEPI está planeando apoyar más estudios de estímulo primario heterólogo. Existe una gran gama de posibles estudios que realizar. En la actualidad se están usando 13 vacunas contra el COVID-19 a nivel mundial y otras 67 están en ensayos clínicos.

”En la situación actual, es un lujo tener tantas vacunas avanzadas y eficaces”, comentó Wheatley.

(c) The New York Times 2021

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