Especial para Infobae de The New York Times.
NUEVA YORK — Andre Duncan, un hombre corpulento de más de 2 metros de estatura, se enorgullece de cargarle las compras a Michelle, su esposa, y se considera su guardaespaldas personal.
Ahora, ella lo cuida a él: desde que se vacunó contra la COVID-19 en febrero, Michelle Duncan, quien trabaja en la gestión de hospitales, insiste en hacer sus diligencias sola. Cuando va de compras, Andre Duncan, que no está vacunado, se queda en casa.
Andre Duncan, de 44 años, dice que siente gratitud pero también culpa y que esa tensión ha alterado la dinámica de su matrimonio. “Tiene que arriesgarse y correr riesgos por su cuenta, cuando es mi pareja, es mi amor”.
Hasta esta semana, se han aplicado más de 145 millones de vacunas desde que comenzó su distribución en Estados Unidos en diciembre. Sin embargo, en medio de los embotellamientos de la cadena de suministro y de los inconsistentes requisitos de cada estado, solo el 16 por ciento de los estadounidenses están completamente vacunados. Como resultado, un número incalculable de hogares se encuentran ahora divididos, con una pareja, un cónyuge, un padre o un hijo adulto vacunado y otros que esperan, a veces con impaciencia, a que llegue su turno.
Ahora, después de un año de pérdidas de empleo y cierres, enfermedades y miedo, algunas familias experimentan la tan esperada llegada de las vacunas no con euforia o alivio, sino con una combinación de confusión, celos o culpa.
“En el momento en que me vacuné, en lugar de decir: ‘Debería estar muy feliz, porque he sobrevivido a este absurdo’, sentí la culpa más grande de mi vida”, comentó Lolo Saney, de 65 años, una profesora de primaria que vive en Greenwich Village en Manhattan. Su madre, que vive en el extranjero, sigue esperando.
En Nueva York, las personas que tienen ciertos trabajos y ciertas condiciones cumplen con los requisitos. Y aunque las personas de 30 años o más pudieron vacunarse esta semana, pasarán semanas o incluso meses antes de que las parejas o los cónyuges de las enfermeras o los profesores, o los que están en umbrales de edad anteriores, puedan conseguir las codiciadas citas para la vacuna.
Algunos de los recién vacunados se encuentran con que la tímida vuelta a la normalidad está, al menos en parte, en suspenso mientras navegan por nuevas preocupaciones desconocidas: cómo convivir y cuidar de familiares, compañeros de piso y parejas que aún no están vacunados.
Aunque el gobierno de Joe Biden ordenó a los estados que abrieran la posibilidad de vacunar a todos los adultos antes del 1 de mayo, al ritmo actual, es posible que no se vacune a toda la población hasta agosto, y eso suponiendo que se cumplan todas las promesas de suministro y que los niños acaben teniendo derecho a las vacunas, según un análisis de The New York Times.
A la complejidad se suma el hecho de que, incluso si todos los adultos de una casa se vacunan, los niños pequeños probablemente no lo harán hasta dentro de un tiempo; mientras que, en Nueva York, las personas mayores de 16 años podrán hacerlo el 6 de abril, los ensayos de vacunas para los niños pequeños acaban de comenzar.
Hasta entonces, algunos de los que fueron los primeros de su familia en vacunarse se encuentran con que las vacunas vienen cargadas de nuevas responsabilidades: hacer las compras, ir a la lavandería, visitar a los enfermos.
Los datos que acaban de publicarse muestran que las vacunas de Moderna y Pfizer-BioNTech proporcionan una fuerte protección contra las infecciones, lo que alivia los temores de que las personas vacunadas puedan transmitir el virus a otras. Pero los datos son nuevos y los vacunados han pasado meses preguntándose si sus nuevas libertades, como las salidas al cine o las cenas con amigos, podrían llevar el virus a sus seres queridos.
“Todas estas son capas que pesan sobre todos y a veces pueden causar más ansiedad, tensión y depresión”, dijo George James, terapeuta del Consejo para las Relaciones, un centro de salud mental con sede en Filadelfia que se centra en las parejas y las familias. Sin embargo, una posible ventaja del pasado año tumultuoso, dijo, fue que las familias ahora pueden estar mejor equipadas para navegar esta nueva etapa.
“Eso no significa que las familias no estén en crisis o abrumadas o en su punto de quiebre”, dijo James. “No obstante, si tuviera que verlo en su conjunto, creo que ha habido más fuerza, resistencia y capacidad para decir: ‘Muy bien, ya hemos resuelto esto y podemos resolver lo siguiente’”.
Otras personas luchan para superar sentimientos de culpa más intensos.
Saney, la profesora de Greenwich Village, dijo que algunos miembros de su familia inmediata aún no tienen derecho a la vacuna y que anhela encontrarse con ellos de manera segura. Pero lo que más le angustia es el hecho de que su madre, una ciudadana estadounidense de 89 años, haya quedado atrapada en su país de origen, Irán, donde estaba de visita antes de que comenzara la pandemia, y no pueda vacunarse.
“Va en contra de todos los códigos éticos con los que me criaron, según los cuales no haces nada bueno por ti mismo si no lo haces primero por tus seres queridos”, dijo Saney y empezó a llorar. “Toda mi vida fueron mi prioridad y es la primera vez en esta edad avanzada que me siento terrible porque lo hice antes de que ellos pudieran”, agregó.
En algunos casos, el desequilibrio en el estado de vacunación es una elección. Jason Bass, de 51 años, dijo que se ha negado a vacunarse hasta ahora porque cree que el despliegue acelerado de emergencia no dio suficiente tiempo a los científicos para estudiar los efectos a largo plazo. Sin embargo, su mujer, Denise, que es enfermera, formó parte de la primera cohorte elegible en el estado; lleva meses vacunada.
La vida es diferente en pequeños aspectos, dijo Bass. Cuando la pareja va a Target, por ejemplo, su mujer entra en la tienda mientras él se queda en el auto, dijo.
Sin embargo, para su mujer, que vio de cerca los estragos de la COVID-19 en el hospital donde trabaja, hay un cambio importante, añadió, uno con efectos de gran alcance en los miembros de su familia no vacunados: la reducción del estrés.
“Se siente mucho mejor”, dijo su marido. Ahora trabaja en una clínica donde administra la vacuna.