Ahora que se acercan los Juegos Olímpicos de Beijing, vemos con mayor claridad que China, bajo el control del Partido Comunista de China, no merece el escaparate olímpico. Dado que ya es demasiado tarde para cambiar los Juegos Olímpicos de Invierno a celebrarse en Beijing en febrero próximo, algunos han propuesto, de manera comprensible, que Estados Unidos boicotee los juegos.
China merece nuestro repudio. El Partido Comunista ha incumplido su acuerdo de permitir que Hong Kong se autogobierne, ha suprimido de manera brutal las manifestaciones pacíficas y ha encarcelado a periodistas respetados. Está llevando a cabo un genocidio contra los uigures y otras minorías étnicas; las mujeres uigures son esterilizadas a la fuerza o embarazadas por hombres chinos del grupo étnico de los han. Los adultos, despojados de sus familias, son sentenciados a trabajos forzados y campos de concentración. Entre los chinos pertenecientes a grupos étnicos está prohibido el acceso a las noticias y las redes sociales sin censura. A los ciudadanos se les espía, se les vigila y se les penaliza por asistir a servicios religiosos o manifestar descontento.
Prohibirles a nuestros atletas competir en China es una respuesta fácil, pero equivocada. Nuestros atletas han entrenado toda su vida para esta competencia y afinado al máximo sus capacidades para 2022. Cuando ayudé a organizar los juegos de Salt Lake City en 2002, pude entender el enorme sacrificio de nuestros aspirantes olímpicos y sus familias. Sería injusto pedirles a unos cientos de jóvenes atletas estadounidenses que carguen con el peso de nuestra desaprobación.
También sería contraproducente. Los Juegos Olímpicos no son solo un escaparate para la nación anfitriona, sino una plataforma para los valores estadounidenses, así como universales. Si nuestros atletas no van a los juegos, millones de jóvenes estadounidenses en casa podrían dejar de verlos. Y los Juegos Olímpicos son una de las demostraciones más perdurables de las grandes cualidades del espíritu humano en el escenario mundial: somos testigos de la determinación, el sacrificio, el patriotismo, la resistencia y el espíritu deportivo. También nos quedaríamos sin el simbolismo mundial de ver a nuestros jóvenes héroes estadounidenses sobre el podio de las medallas, con la mano sobre el corazón, mientras se escucha el himno nacional de Estados Unidos, “La bandera estrellada”, en suelo chino. Además, si el boicot de los atletas tiene como objetivo influir en el comportamiento del país anfitrión o deslegitimar su gobierno, tal vez no cumpla su cometido. Cuando el presidente Jimmy Carter aplicó un boicot de atletas a los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980, el resultado fueron más medallas para los rusos y sueños frustrados para los atletas estadounidenses. Nadie está convencido de que ese acto haya mejorado el comportamiento soviético.
Entonces, si no debemos prohibir que los atletas estadounidenses compitan, ¿cómo debemos repudiar de manera significativa las atrocidades de China? La respuesta correcta es un boicot económico y diplomático a los Juegos Olímpicos de Beijing. Los espectadores estadounidenses, a excepción de los familiares y entrenadores de nuestros atletas, deberían quedarse en casa, para evitar que contribuyamos a los enormes ingresos que el Partido Comunista de China recaudará con los hoteles, las comidas y los boletos. Las empresas estadounidenses que suelen enviar grandes grupos de sus clientes y asociados a los juegos deberían enviarlos a sedes de Estados Unidos.
En lugar de enviar la tradicional delegación de diplomáticos y funcionarios de la Casa Blanca a Beijing, el presidente debería invitar a disidentes chinos, líderes religiosos y minorías étnicas para que nos representen.
Un boicot económico y diplomático debería incluir una colaboración con la NBC, que ya ha realizado un importante trabajo para revelar la realidad de la represión y la brutalidad del Partido Comunista de China. La NBC puede abstenerse de mostrar cualquier elemento patriotero en las ceremonias de apertura y clausura y, en su lugar, emitir reportajes documentados sobre los abusos que se cometen en China.
Deberíamos pedir a nuestros amigos de todo el mundo que se unan a nuestro boicot económico. Limitar el número de espectadores, conformar de manera selectiva nuestras respectivas delegaciones y abstenernos de emitir propaganda china impediría a China cosechar muchas de las recompensas que espera de las Olimpiadas.
Por último, Estados Unidos y las naciones del mundo libre deben tener un diálogo honesto con el Comité Olímpico Internacional. El COI ha creído que la concesión de los juegos a regímenes represivos tendería a reducir sus abusos. Sin embargo, con frecuencia esta esperanza se ha encontrado con una realidad diferente: en la Alemania de Hitler, la Rusia de Putin y la China de Xi. En los Estados autoritarios, los Juegos Olímpicos han servido más como una herramienta de propaganda que como un motivador de cambio.
Manifestemos nuestro rechazo a los abusos de China de tal manera que dañemos al Partido Comunista de China y no a nuestros atletas: reduzcamos los ingresos de China, acabemos con su propaganda y denunciemos sus abusos. Un boicot económico y diplomático a las Olimpiadas de Beijing, sin dejar de celebrar los juegos, es la respuesta correcta.
© The New York Times
Mitt Romney es senador de Utah, ex gobernador de Massachusetts, Estados Unidos, y ex candidato presidencial por el Partido Republicano