SÃO PAULO, Brasil — En las calles alrededor del Parque Allianz, cientos de seguidores del Palmeiras se apiñaban y estiraban el cuello para intentar captar un destello de cualquier pantalla de televisión cercana. Debido a la pandemia no podían ir al juego en Río de Janeiro. Pero ni siquiera podían ir a los bares y restaurantes que durante los fines de semana solo sirven pedidos para llevar.
Así que los hinchas improvisaron. Un grupo de ellos, residentes de los edificios de departamentos y las casas alrededor del estadio, hogar de su amado equipo de fútbol Palmeiras, acomodaron las pantallas de sus televisores para que fueran visibles desde las calles. Otros fanáticos se amontonaron afuera de los bares y las cafeterías, los rostros apretujados uno contra otro y con las banderas sobre los hombros.
Sus pensamientos estaban a 480 kilómetros de distancia, en el calor sofocante de Río, dentro del legendario Maracaná, donde su equipo enfrentaba a su rival, el Santos, en la final de la Copa Libertadores por el mayor galardón del fútbol sudamericanos de clubes.
En un mundo normal, por supuesto, muchos habrían ido en una marea de decenas de miles de personas que suelen tomar vuelos, autos y carreteras, solo para estar ahí y vestirse de verde y blanco en el hogar espiritual del fútbol brasilero. Después de todo, se trataba de un momento histórico: era la primera vez desde 2006 que la final de la Libertadores se disputaba entre dos equipos brasileños y la primera en la historia que se disputaba entre dos equipos paulistas.
La gran mayoría de los hinchas del Palmeiras y del Santos, por supuesto, no pudieron estar ahí, porque este no es un mundo normal. Solo se permitió que 5000 espectadores asistieran a la final en persona, todos ellos seleccionados especialmente por sus respectivos clubes ya que no hubo venta de entradas y todos ellos, contra lo que la lógica dictaba, llenaron una de las pocas secciones abiertas de los 78.000 asientos del Maracaná en vez de dispersarse en el vasto y mayormente vacío estadio.
Pero aunque las circunstancias habían cambiado, no sucedió lo mismo con los viejos instintos. En los últimos diez meses ha quedado claro que —sin importar el riesgo o las restricciones— si se juega al fútbol, en los momentos más significativos los hinchas sentirán la urgencia de estar juntos.
Sucedió en Inglaterra, cuando el Liverpool ganó la Liga Premier y cuando el Leeds ascendió a primera. Sucedió en Italia, cuando el Nápoles ganó la Copa Italia. Sucedió en Argentina cuando falleció Diego Armando Maradona. No es recomendable. No es inteligente. No es seguro. Pero parece que, de cierto modo, es irresistible.
Así que los fanáticos del Palmeiras llegaron el sábado al Parque Allianz, el lugar donde se sienten como en casa, horas antes de que empezara el partido, para beber y cantar y ondear sus banderas. Habían esperado este momento durante mucho tiempo —su escuadra no se coronaba campeona de Sudamérica desde 1999— y tendrían que esperar un poco más, los 90 minutos de un juego definido más por la precaución que por la calidad, un partido que jugaron dos equipos más conscientes de lo que podía perderse que de lo que podía ganarse.
Luego, en medio de un frenesí, sucedió. Se produjo una pelea confusa fuera del terreno de juego y el veterano entrenador del Santos, Cuca, fue expulsado. Se acabaron los 90 minutos, el reloj avanzaba más y más profundamente en el tiempo de descuento. Luego de ocho minutos, Rony, el delantero estrella del Palmeiras, conjuró un largo centro a gol. Breno Lopes, calculó su salto y enfiló su cabezazo por encima del guardametas del Santos.
Corrió hacia la fanaticada y todos abandonaron sus asientos para abrazarlo a él, y a sus compañeros de equipo. El Palmeiras tuvo su victoria. Y en las calles repletas alrededor del Parque Allianz, los que no habían podido viajar sintieron que estaban en el Maracaná.
Rory Smith es el corresponsal principal de fútbol, con sede en Manchester, Inglaterra. Cubre todos los aspectos del fútbol europeo y ha reportado tres Copas Mundiales, los Juegos Olímpicos y numerosos torneos europeos. @RorySmith