Los largos meses de estricto confinamiento se han desvanecido en Wuhan, la primera ciudad en el mundo que el nuevo coronavirus devastó. A medida que los residentes buscan dejarlo atrás, citan un dicho chino que advierte sobre no “olvidar el dolor después de que una cicatriz sana”.
Para muchos en esta ciudad del centro de China, el dicho resume la tentación de olvidar los malos recuerdos mientras se festeja la recuperación. Para las familias que viven su duelo en las sombras, significa el peligro de olvidar de manera precipitada sin un reconocimiento público a las vidas que se perdieron de forma innecesaria.
Hace un año, cuando Wuhan impuso un cierre de emergencia, brindó al mundo una alerta anticipada sobre los peligros del virus. Ahora anuncia un mundo pospandémico en el que el alivio por los rostros sin cubrebocas, las alegres reuniones y los traslados diarios al trabajo esconde las secuelas emocionales.
En Wuhan, los habitantes disfrutan de placeres ordinarios que hace un año se convirtieron en riesgos prohibidos, como andar por la histórica calle comercial Jianghan. Los oficinistas intercambian empujones para ganar asientos en el metro, que estuvo cerrado durante el confinamiento. Los restaurantes, bares de karaoke y clubes de música en la ribera generan un barullo de conversaciones y melodías que era impensable el año pasado y sigue siendo impensable para gran parte del mundo que todavía está en las garras de la pandemia.
Entre rocas y bolardos de concreto que marcan la orilla del río Yangtsé, la Asociación de Natación Qingshan está de regreso. Sus miembros, la mayoría jubilados de edad avanzada, se meten casi diario a las turbias aguas donde el expresidente comunista Mao Zedong alguna vez célebremente nadó.
Durante el confinamiento, dejaron de hacerlo, excepto por algunos incondicionales que de manera ocasional se asomaban al exterior. “Todos engordaron. Yo estaba más de 5 kilogramos más gordo después de estar encerrado en casa durante algunos meses”, dijo Song Datong, un conductor de autobús jubilado que sacó su parka azul oscuro después de su nado y conversó con otras antiguas amistades.
De entre las 300 personas en el club informal, nadie se infectó. “Tal vez fue gracias a su salud”, dijo Song.
Incluso en el frío, las orillas del Yangtsé, la arteria de la ciudad, atrae a nadadores, saxofonistas y parejas en cortejo.
“Wuhan es ahora la ciudad más segura en todo el país”, dijo Song de manera firme. “No contraeremos esta enfermedad”.
Por debajo de la exuberante normalidad, algunas familias en duelo tienen dificultades para exorcizar a los fantasmas, los recuerdos y el enojo que no encuentran lugar en el triunfante giro hacia el futuro del gobierno. Algunos se aferran a objetos que les recuerdan a los que perdieron. Otros sienten el dolor de recordar y tratan de olvidar.
Zhu Tao, un trabajador metalúrgico de 44 años, vive en un vecindario de Wuhan que sufrió un brote grave y sigue enojado por la muerte de una tía de 82 años que falleció por el coronavirus. Cree que una prima también pereció debido a la enfermedad, aunque su acta de defunción cita la causa de muerte como infección pulmonar bacteriana.
“Las personas de Wuhan a mi alrededor me dejan con la sensación (muy clara) de que la cicatriz ha sanado y que han olvidado el dolor”, dijo. “En realidad, la situación es que la cicatriz no ha sanado, pero ya han olvidado el dolor”.
Tomó un año de licencia en el trabajo, debido al temor de que el virus pudiera regresar. “Me quedo en casa tanto como me es posible”, mencionó.
La experiencia de Wuhan hará eco en Nueva York, Nueva Delhi, Río de Janeiro y otros lugares que han sido muy afectados cuando finalmente se recuperen. Todos estos sitios tienen familias atrapadas en el duelo y el enojo por las muertes que dicen que se podían evitar. Todos tienen restaurantes y tiendas, el sustento de millones, que luchan por sobrevivir. Todos tienen cementerios que han crecido de manera considerable durante el año pasado.
El Partido Comunista de China ha sido singularmente exitoso en contener las infecciones y catapultar a Wuhan de regreso a la vida con más rapidez que cualquier otro país. Sin embargo, China también es singularmente poderosa para controlar el recuerdo de los desastres, eliminar hechos problemáticos y omitir cuestionamientos críticos a su narrativa oficial.
Algunas familias encuentran poco consuelo en las celebraciones victoriosas del gobierno. Algunos han seguido combatiendo los esfuerzos del Estado para cubrir sus fallos iniciales, a pesar de las detenciones, la vigilancia y las advertencias constantes. La mayoría se ha retirado a vivir un duelo privado que se agudizó antes del aniversario de la crisis: cuando se estableció un cierre de emergencia en Wuhan el 23 de enero del año pasado.
“Te das cuenta de que todavía hay muchas heridas”, dijo Veranda Chen, de 24 años, quien perdió a su madre debido al virus en Wuhan. Su muerte, dijo él, afectó la relación con su padre y la familia extendida no se reunirá para la celebración del Año Nuevo Lunar. “Nos falta una persona”, exclamó.
Chen fue al Wuhan Union Hospital para una revisión en el verano, porque le preocupaba que un dolor punzante persistente en el pecho pudiera ser cáncer. Los médicos le dijeron que, físicamente, no había nada anormal en su organismo.
El confinamiento en Wuhan a menudo se describe como un tipo de pesadilla que ocurrió en un estupor febril.
Al principio, la conmoción y el temor prevalecieron en la ciudad, funcionarios habían asegurado a los habitantes durante semanas que era poco probable que el virus se propagara. Las personas saturaron los supermercados para abastecerse de comida o corrieron a los hospitales para que les hicieran revisiones por casos de tos o fiebre.
“No había personas ni autos en las calles de Wuhan, solo ambulancias y no hacían sonar la sirena, solo encendían las luces de la torreta, porque les preocupaba que el sonido atemorizara a las personas”, dijo Ma Keqin, de 66 años, un trabajador metalúrgico jubilado.
Algunos hospitales se construyeron en días para tratar los casos en rápido incremento y una movilización nacional mitigó la desesperante escasez de equipo de protección y trabajadores médicos. Wuhan se convirtió en un panal de barricadas y puestos de control a medida que barreras de plástico amarillo y revestimientos metálicos restringían el paso en los vecindarios.
Posteriormente, cuando el confinamiento se levantó 76 días después en abril, la ciudad reveló que había registrado de manera oficial 50.333 infecciones del virus y 3.869 muertes; estudios indican que, en realidad, el virus infectó a muchos más. En ese entonces, los residentes expresaron su furia contra los funcionarios a los que culpaban por haber dejado que el virus se saliera de control. Un grafiti a lo largo del Yangtsé decía: “El bien se pagará con bien, el mal con mal”.
Incluso en Wuhan, puede ser fácil olvidar ese momento en el que poner en cuarentena a una ciudad entera parecía un experimento único y draconiano con once millones de personas como sujetos. La ciudad que el año pasado se convirtió en una fuente de estigma; ahora es un punto de orgullo.
El gobierno chino ha presionado a las personas en Wuhan y en todo el país a apresurarse hacia el futuro y restar importancia, o prácticamente olvidar, las muertes y las dificultades del año pasado. Si bien los meses en aislamiento impuestos por la ciudad alguna vez se consideraron brutalmente excepcionales, la cifra diaria de muertos por el virus en Estados Unidos se ha aproximado, en ocasiones, al total oficial de China en toda la pandemia, lo que ha fortalecido la confianza en el regreso de Wuhan.
En toda China, las menciones de muertes son silenciadas.
Wuhan todavía no ha difundido estadísticas de cremaciones durante el primer trimestre del año pasado, muchos meses después de lo que normalmente se reportarían. Los escritores y periodistas independientes que cuestionan las brillantes versiones oficiales de la crisis de Wuhan, aunque sea un poco, han sido vilipendiados en los medios chinos, detenidos o incluso encarcelados.
“Siempre ha sido así en China. ¿Cuántas decenas de millones murieron en la Gran Hambruna? ¿Cuántos en la Revolución Cultural?”, dijo Ai Xiaoming, una profesora jubilada en Wuhan que, como muchos residentes, llevó un diario en línea sobre el confinamiento. “Todo se puede olvidar con el paso del tiempo. No lo ves, no lo escuchas o no lo informas”.
Muchos en Wuhan ahora aceptan la versión de los eventos brindada por el gobierno chino y afirman que su “ciudad de héroes” libró una pelea honorable contra un virus que ha doblegado a países más adinerados. Algunos residentes ven las fallas iniciales desde una perspectiva más indulgente después de ver el rastro de calamidades en Estados Unidos y otras democracias.
“Esto tampoco es cuestión de alardear”, dijo Huang Qing, de 55 años, quien estaba sentada en una banca en East Lake Park con su marido, compartiendo una botella pequeña de vino blanco. El invierno pasado, antes de que se prohibieran las salidas, los residentes se reunían en el parque para compartir sus preocupaciones. Ahora, parejas de ancianos y padres con niños pequeños toman el sol mientras caminan entre los sauces llorones. “La epidemia de Wuhan se manejó bien, muy bien”, dijo. “Demostró por completo la superioridad de las políticas de China”.
China es la única de las principales economías que ha continuado su crecimiento durante la pandemia.
Los consumidores chinos de clase media, que antes vacacionaban e iban de compras a Europa o Tailandia, ahora se mantienen cerca de casa y muchas marcas de lujo han tenido buenas ventas. En la Plaza Wuhan, de gama alta, los compradores forman multitudes frente a los aparadores de Dior, Louis Vuitton y Cartier.
Lejos de los distritos más adinerados, la recuperación ha sido dispareja, lo que ha expuesto las desigualdades de la sociedad china.
En la Plaza Wanda, al suroeste de la ciudad, Xie Tiantian, una vendedora en una tienda de ropa, aguarda a que clientes potenciales deambulen por los pasillos tranquilos y bien iluminados. Las ventas en la tienda bajaron al menos un 30 por ciento en comparación con antes de la pandemia, afirmó, al recordar a una clienta habitual que había dudado mucho sobre comprar ropa nueva.
“Vino a ver el atuendo varias veces”, dijo Xie, “pero aun así no lo compró. Dijo: ‘¡Ay, simplemente no tengo el dinero!’”.
En las antiguas calles de Wuhan, algunas tiendas y puestos han cerrado. En un mercado al aire libre donde se ofrece fruta y carne fresca, las ventas son escasas. Sin embargo, la ciudad ha reiniciado su frenética modernización a medida que los equipos de demolición derrumban casas de poca altura y en malas condiciones en el vecindario de Minquan.
Como sobrevivientes de un terremoto, algunos en Wuhan están nerviosos de que la crisis podría regresar.
Muchos en las calles han mantenido el uso de cubrebocas a lo largo del año pasado. Cubrirse el rostro fue menos común en el resto del país hasta que se registró una serie de pequeños brotes en las últimas semanas.
“Cuando recibo entregas de comida en la puerta de mi casa, uso un cubrebocas de doble capa”, dijo Zhang Yongfang, una maestra de Matemáticas jubilada de 68 años que de manera afectuosa recuerda a un compañero jubilado que murió con fiebre alta.
Pasaron siete meses antes de que Zhang se aventurara a salir de su hogar (mucho más tiempo que el del confinamiento oficial) y se prepara para quedarse en casa durante el invierno. “Tengo miedo de que la epidemia se desate de nuevo”, dijo.
Wuhan ha vuelto a hacer más estrictas las medidas de vigilancia recientemente a medida que otras partes de China enfrentan rebrotes. Señalizaciones exhortan a los residentes a estar atentos a síntomas, evitar viajar durante el próximo Año Nuevo Lunar y evitar compartir comida.
Monitores infrarrojos escanean tiendas y hoteles y muestran imágenes espectrales de compradores y huéspedes como manchas térmicas. Los puestos de control, en diversos estados de alerta, están listos para registrar a los visitantes y revisar su temperatura.
Personas que se infectaron dicen que los vecinos y sus familiares todavía los tratan con recelo, como si todavía pudieran propagar la enfermedad (a pesar de las garantías médicas que afirman lo contrario).
“Incluso ahora, mis padres se han recuperado, pero temen que las personas a su alrededor los rechacen”, dijo Zhao Ting, una mujer de Wuhan. Sus padres, de sesenta y tantos años, bajan las escaleras por la noche para tirar la basura, porque a esa hora evitan a los vecinos.
“Si se topan con vecinos que antes eran amistosos y solían conversar con ellos, sencillamente les dicen un simple ‘hola’ y con mucho tacto se retiran”, dijo.
A Yang Min, quien perdió a su hija debido al virus, superarlo le parece impensable. Aun así, recordar el año pasado en ocasiones le parece insoportable. En su pequeño hogar, tiene el violín de su hija en la parte superior de un gabinete porque la acción definitiva de guardarlo es demasiado dolorosa.
“Lo tengo ahí, pero no puedo soportar verlo”, dijo Yang. “Cualquier cosa relacionada con mi hija… al instante tengo que desviar mi atención. De otra manera, no puedo soportarlo”.
Su hija, Tian Yuxi, de 24 años, se enfermó del virus en enero del año pasado mientras recibía tratamiento para el cáncer de seno en un hospital de Wuhan. Para cuidar a su hija, Yang logró que la aceptaran en un hospital de enfermedades infecciosas. Tian murió poco después, al ser transferida a una unidad de terapia intensiva cerca de su madre, quien también contrajo el virus.
Yang, de 50 años, mantiene una campaña solitaria en búsqueda de compensación por la muerte de su hija. Sabe que es inútil retar al Partido Comunista de China, el cual teme que reconocer abiertamente errores pasados manche su imagen y le reste autoridad.
Cuando Yang intentó sentarse en el exterior de la oficina del Comité Central del Partido Comunista en Wuhan con una fotografía de su hija, los guardias la cargaron hacia un cuarto y la mandaron a casa. Cuando trató de regresar, relató, su calle estaba cercada por policías.
“Pienso que no hay ninguna esperanza por el momento, pero no me puedo dar por vencida”, dijo.
© The New York Times 2021. Por Christopher Buckley, Keith Bradsher, Vivian Wang y Amy Qin