El segundo distrito escolar más numeroso de Estados Unidos cerró las aulas desde marzo. Las autoridades reconocen que la medida ha afectado más a “los estudiantes que menos tienen”.
LOS ÁNGELES — En los 25 años que Elissa Elder-Aga ha sido maestra de escuela primaria, leer en voz alta siempre ha sido su actividad favorita en el salón de clases, una oportunidad para cautivar a su audiencia e impartir todo tipo de enseñanzas: desde gramática hasta principios morales.
Sin embargo, después de haberlo intentado muchas veces en el otoño, llegó a una conclusión realista: sin importar qué tanto lo intentara, cuántas voces empleara, no iba a poder mantener la atención de sus alumnos de jardín de niños cuando les lee a través de Zoom.
“Al no establecerse la conexión, quedé sorprendida”, comentó. “Estoy acostumbrada a tener 25 pares de ojos viéndome”.
Ninguno de los alumnos del jardín de niños de Elder-Aga ha pasado un solo día en un salón de clases durante este año escolar, al igual que la gran mayoría de los casi 600.000 estudiantes en el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles, el segundo más grande de Estados Unidos después de la ciudad de Nueva York. Además, sus dificultades hacen eco de las de los maestros a nivel nacional: ¿será que la educación completamente remota provocará que los estudiantes de bajos ingresos y los de color se rezaguen más que sus pares más pudientes?
Los datos son escasos, pero los primeros estudios son preocupantes. En noviembre, Austin Beutner, el superintendente de Los Ángeles, señaló que este año escolar en el distrito había habido un aumento del 15 por ciento en las calificaciones D y F (de desempeño deficiente) entre los estudiantes de secundaria y preparatoria en comparación con el año pasado, y una caída del 10 por ciento en la competencia lectora de los alumnos de primaria.
Unas pocas semanas más tarde, el distrito anunció que iba a posponer todas las calificaciones reprobatorias hasta finales de enero, en un intento por darles más tiempo a los estudiantes de ponerse al corriente.
“Si están en primer o segundo año y no hay alguien en casa que les esté ayudando, es probable que no estén avanzando mucho”, comentó Beutner en una entrevista. “No cabe la menor duda de que esto perjudica de una forma desproporcionada a los estudiantes que menos tienen”.
Este año, los sistemas escolares de Chicago, San Diego, Filadelfia y de muchas otras grandes ciudades también recurrieron mucho al aprendizaje remoto. Esas políticas se han formulado, en parte, considerando las inquietudes en torno al impacto desproporcionadamente mortal del coronavirus en las comunidades negras y latinas. Alarmados por posibles transmisiones intraescolares de la enfermedad, los poderosos sindicatos de maestros también han tenido una gran influencia en la medida.
Sin embargo, aunque algunos distritos grandes, de forma más notable en Nueva York, han probado con una mezcla de educación presencial y a distancia, Los Ángeles se ha mantenido firme en su decisión de mantener los salones cerrados para todos los estudiantes, salvo un grupo muy pequeño con necesidades especiales. Todo indica que el cierre seguirá hasta muy entrado el año 2021.
Los expertos han descubierto que la educación remota no se compara con el aprendizaje en el salón de clases. Sin embargo, los estudios han demostrado que una mayoría de padres negros y latinos en Los Ángeles sigue dudando en enviar a sus hijos de regreso a las escuelas. Aproximadamente el 74 por ciento de la población del distrito es latina, un 8 por ciento es afroestadounidense, un 4 por ciento es asiática y un 10 por ciento es blanca. Más o menos el 80 por ciento de los estudiantes vive en la pobreza, según el distrito.
“Los maestros han hecho el intento de verdad, se han desvivido para comunicarse, pero el contacto humano ha sido casi nulo desde hace meses”, dijo Julie Regalado, cuya hija está en noveno grado. “Estudiar de forma virtual no es el sueño de nadie. Pero no puedo imaginar que mi hija regrese este año para nada, porque los casos están aumentando cada día”.
Antes de que el año académico empezara en agosto, las autoridades escolares de Los Ángeles distribuyeron cientos de miles de computadoras personales, iPads y puntos de acceso a internet. Sin embargo, ha habido problemas en el sistema.
En noviembre, un grupo de padres demandó al estado, al aseverar que las autoridades no estaban cumpliendo su deber constitucional de proveer una educación pública y gratuita para todos los niños. Había niños con computadoras descompuestas, otros que no tenían acceso a internet y otros que no recibieron la cantidad de horas de enseñanza que exigía el estado.
El distrito ha intentado ofrecer clases presenciales a sus estudiantes más necesitados. En octubre, abrió unas 200 escuelas para impartir educación en persona a unos 2500 estudiantes que no tenían hogar, estaban en casas de acogida o tenían discapacidades.
No obstante, poco después del Día de Acción de Gracias, Beutner cerró incluso esos pequeños salones de clase y citó el aumento de casos y muertes por coronavirus en todo el condado de Los Ángeles.
El distrito ha sido muy elogiado por haber mantenido la distribución de comidas gratuitas —unos 85 millones y contando— para los estudiantes pobres y sus familias, aunque los edificios de sus escuelas hayan permanecido cerrados.
Mientras tanto, los maestros se apoyan en una experimentación frecuente: muchos aseguran que sus décadas de experiencia dentro de los salones de clase se volvieron irrelevantes y que la educación a distancia ha regresado a todos al método de prueba y error de sus primeros años de docencia.
Elder-Aga ha instalado el salón de clases en la mesa de su cocina, con los libros brillantes y el alfabeto ilustrado que normalmente tapizarían los muros de su salón detrás de ella. En vez de un pizarrón blanco, utiliza diapositivas de computadora para mostrarles a los estudiantes la oración del día. “Veo el zorro rojo”, recitó una mañana reciente, para persuadirlos a leer en voz alta.
Mientras lleva la clase, se pregunta qué estarán comprendiendo sus estudiantes de las lecciones. Muchos tienen problemas para encontrar un lugar silencioso en casa; ella los ve contonearse encima de sus camas o al lado de un hermano o una hermana. A menudo, les pide a los estudiantes que silencien sus micrófonos para que no la interrumpa la voz de alguno de los maestros de sus hermanos.
“En un salón, estaríamos más cerca de los niños, medio empujándolos para que avancen”, comentó. “Podías hacer la ‘mirada de mamá’ para que todos los niños hicieran contacto visual ; eso simplemente no pasa ahora”.
Los estudiantes también extrañan las interacciones casuales y útiles que tienen en los salones de clase y en los pasillos.
Nefer García, una estudiante de 17 años en el último año de preparatoria en la escuela secundaria chárter Ánimo Pat Brown, al sur de Los Ángeles, dijo que anhelaba los días en los que podía saludar entre clases a algún exmaestro. Además, cuando comenzó a llenar los formularios de postulación a la universidad y los formatos de ayuda financiera se frustró porque “no puedes simplemente ir al final del pasillo a pedir ayuda”.
Aunque ha logrado mantener un buen promedio, García cada vez está más escéptica de que sus ambiciones se hagan realidad. “No es tan fácil tener en mente un plan claro y pensar que todas tus metas están al alcance de la mano, porque no sé qué me espera el día de mañana. No sé qué me espera el día de hoy”.
Para ayudar, muchas escuelas están ofreciendo clases voluntarias sabatinas para los estudiantes más rezagados. Sin embargo, como lo entienden perfectamente las autoridades escolares, esas asesorías no pueden remplazar por completo la educación en persona.
Esto es especialmente cierto para los estudiantes más jóvenes del distrito, para quienes lo normal sería adquirir habilidades sociales interactuando con sus maestros y compañeros en un salón de clases lleno de energía.
A Elder-Aga le preocupa que este año aminore el entusiasmo de los niños por ir a la escuela el próximo año.
“Soy su primera o segunda maestra, les enseño a amar el aprendizaje, pero ¿puedo enseñarles a los niños también a asistir a la escuela?”, se pregunta Elder-Aga. “Es una incógnita”.
Hace poco, cuando Elder-Aga hizo una pausa para meditar si sus estudiantes estaban aprendiendo a leer a un ritmo apropiado, le costó dar con la respuesta.
“Me gustaría decir que sí, porque me duele en lo más profundo pensar que no podamos estar a la altura de las circunstancias”, comentó, e hizo notar que este año muchos niños empezaron más rezagados de lo normal porque también tuvieron clases completamente remotas la primavera pasada.
“Me gustaría pensar que podemos dar lo suficiente para cerrar esa brecha”.
Jennifer Medina es reportera de política estadounidense que cubrió la campaña presidencial de Estados Unidos de 2020. Originaria del sur de California, anteriormente pasó varios años reporteando sobre la región para la sección National. @jennymedina