Jack Dorsey, el director ejecutivo de Twitter, estaba trabajando a distancia desde una isla privada en la Polinesia Francesa frecuentada por celebridades que escapan de los paparazzi cuando una llamada telefónica lo interrumpió el 6 de enero.
Del otro lado de la línea estaba Vijaya Gadde, la abogada principal y experta en seguridad de Twitter, con una noticia del mundo real. Le dijo que ella y otros ejecutivos de la empresa habían decidido bloquear la cuenta del presidente estadounidense, Donald Trump, de manera temporal, a fin de impedir que publicara declaraciones que pudieran provocar más violencia después de que una turba asaltó el Capitolio de Estados Unidos ese día.
A Dorsey le preocupó la decisión, según dijeron dos personas enteradas de la llamada. Durante cuatro años, había opuesto resistencia a las solicitudes de liberales y otras personas de cancelar la cuenta de Trump, con el argumento de que la plataforma era un lugar en el que los líderes mundiales podían expresarse, aunque sus posturas fueran atroces. Sin embargo, le había delegado las decisiones de moderación a Gadde, de 46 años, y solía deferir al criterio de ella y, en este caso, lo hizo de nuevo.
Dorsey, de 44 años, no expresó sus dudas en público. Al día siguiente, compartió y le dio me gusta a varios tuits que instaban a la cautela con respecto a un bloqueo permanente de la cuenta de Trump. Después, en el transcurso de las siguientes 36 horas, Twitter pasó de levantar la suspensión de Trump a cerrar su cuenta de manera permanente, con lo que desconectó al presidente de una plataforma que había usado para comunicarse, sin filtro, no solo con sus 88 millones de seguidores, sino con el mundo entero.
La decisión fue un signo de puntuación en la presidencia de Trump que de inmediato atrajo acusaciones de sesgo político y un escrutinio renovado en contra del poder que la industria tecnológica ostenta sobre el discurso público. Entrevistas con una docena de informantes actuales y antiguos de Twitter a lo largo de la semana pasada nos dieron un vistazo de cómo se tomó esta medida: impulsada por un grupo de ejecutivos de confianza de Dorsey que vencieron las reservas de su jefe, pero solo después de que se desató una conducta violenta y mortal en el Capitolio.
Tras levantar la suspensión al día siguiente, Twitter monitoreó las reacciones a los tuits de Trump en todo el internet y los ejecutivos le informaron a Dorsey que los seguidores de Trump habían aprovechado sus últimos mensajes para atizar más violencia. En una publicación en la red social alternativa Parler, miembros del equipo de seguridad de Twitter vieron que un fanático de Trump instó a grupos paramilitares a impedirle al presidente electo Joe Biden entrar a la Casa Blanca y a que combatieran a cualquiera que intentara detenerlos. El potencial de que hubiera disturbios mucho mayores con consecuencias reales era demasiado alto.
Twitter también estaba bajo la presión de sus empleados, quienes habían hecho llamados durante años para eliminar a Trump del sitio, así como de legisladores, inversionistas de tecnología y otros. No obstante, aunque más de 300 empleados firmaron una carta que afirmaba que la cuenta de Trump debía cerrarse, la decisión de expulsar al presidente de la plataforma se tomó antes de que la carta fuera entregada a los ejecutivos, según afirmaron dos de las personas involucradas.
El miércoles, Dorsey aludió a las tensiones dentro de Twitter. En un hilo de 13 tuits, escribió que no celebraba ni se sentía orgulloso de “tener que inhabilitar la cuenta de @realDonaldTrump” porque “una inhabilitación es un fracaso en nuestra misión de promover un diálogo saludable”.
Sin embargo, Dorsey agregó: “Esta fue la decisión correcta para Twitter. Nos enfrentamos a una circunstancia extraordinaria e insostenible que nos obligó a enfocar todas nuestras acciones en la seguridad pública”.
Dorsey, Gadde y la Casa Blanca no respondieron a solicitudes de comentarios.
Desde que se cerró la cuenta de Trump, muchas de las preocupaciones que Dorsey tenía sobre la decisión se han vuelto realidad. Twitter se ha enredado en un debate furioso sobre el poder de las empresas tecnológicas y su falta de responsabilidad.
Trump, quien se unió a Twitter en 2009, fue una fortuna y una maldición para la empresa. Sus tuits le valieron atención a Twitter, que a veces batalló para atraer a nuevos usuarios. Pero sus aseveraciones falsas y amenazas en línea también provocaron que sus críticos dijeran que el sitio le permitía propagar mentiras y propiciar asedio.
Con el tiempo, Twitter se volvió más proactivo en el manejo de contenido político. En octubre de 2019, Dorsey eliminó toda la publicidad política en el sitio, pues dijo que le preocupaba que estos anuncios tuvieran “ramificaciones significativas que la estructura democrática de la actualidad quizá no está preparada para enfrentar”.
Sin embargo, Dorsey, proponente de la libre expresión, se rehusó a eliminar las publicaciones de líderes mundiales porque las consideraba de interés informativo. Desde que Twitter anunció ese año que sería más flexible con los líderes mundiales que rompieran sus reglas, la empresa solo había eliminado sus tuits una vez: en marzo del año pasado, borró mensajes de los presidentes de Brasil y Venezuela que promovían curas falsas para el coronavirus. Dorsey se opuso a la eliminación de esos tuits, según dijo una persona enterada de su razonamiento.
Dorsey abogó por una solución intermedia: añadir etiquetas a los tuits de líderes mundiales que violaran las políticas de Twitter. En mayo, cuando Trump tuiteó información errónea sobre la votación por correo, Dorsey dio la autorización para que Twitter empezara a etiquetar los mensajes del presidente.
Tras las elecciones del 3 de noviembre, Trump anunció en un tuit que le habían robado la victoria. Al cabo de unos cuantos días, Twitter había etiquetado alrededor del 34 por ciento de sus tuits y retuits, según un conteo de The New York Times.
Luego vino el asalto al Capitolio.
El 6 de enero, mientras los miembros del Congreso se reunían para certificar el resultado de las elecciones, los ejecutivos de Twitter celebraban su adquisición de Ueno, una firma de diseño y posicionamiento de marca. Dorsey, quien a menudo se va a retiros, había viajado a la isla del Pacífico Sur, según dijeron las personas con información sobre su ubicación.
Cuando Trump recurrió a Twitter para despotricar en contra del vicepresidente Mike Pence y cuestionar el resultado de las elecciones, la empresa añadió advertencias a sus tuits. Después, mientras se desataba la violencia en el Capitolio, la gente instó a Twitter y a Facebook a que bloquearan a Trump por completo.
Eso causó debates virtuales entre algunos de los ejecutivos de confianza de Dorsey. El grupo incluía a Gadde, una abogada que se unió a Twitter en 2011; Del Harvey, vicepresidenta de fiabilidad y seguridad, y Yoel Roth, director de integridad del sitio. Harvey y Roth habían ayudado a desarrollar las respuestas de la empresa a los mensajes basura, el acoso y la interferencia en elecciones.
Los ejecutivos decidieron suspender la cuenta de Trump ya que sus comentarios parecieron incitar a la turba, según dijeron las personas con conocimiento de las conversaciones. Entonces Gadde llamó a Dorsey, a quien no le agradó la decisión, según relataron.
La cuenta de Trump no se inhabilitó por completo. Si eliminaba varios de los tuits que habían incitado a la turba, habría un periodo de espera de 12 horas. Luego podría volver a hacer publicaciones.
Después de que Twitter bloqueó la cuenta de Trump, Facebook hizo lo mismo. Snapchat, Twitch y otros sitios también impusieron límites a Trump.
No obstante, Dorsey no estaba convencido de prohibirle el acceso a Trump de manera permanente. Envió un correo electrónico a los empleados al día siguiente en el que expresaba que era importante que la empresa fuera congruente con sus políticas, incluso la de permitir que un usuario regrese a la plataforma tras una suspensión.
Muchos trabajadores no estuvieron de acuerdo, por miedo a pasar la historia con una imagen poco favorecedora. Varios de ellos hicieron referencia a la colaboración de IBM con los nazis, según dijeron empleados actuales y antiguos de Twitter, y comenzaron una petición para eliminar la cuenta de Trump de inmediato.
Ese mismo día, Facebook bloqueó el acceso de Trump al sitio al menos hasta el fin de su mandato. Pero regresó a Twitter esa noche con un video que expresaba que habría una transición pacífica del poder.
No obstante, a la mañana siguiente, Trump volvió a las andadas. Publicó un tuit que decía que sus bases tendrían una “VOZ GIGANTE” y que no asistiría a la ceremonia de investidura presidencial el 20 de enero.
El equipo de seguridad de Twitter de inmediato vio que los fanáticos de Trump, quienes habían declarado que el presidente los había abandonado, publicaron intenciones de realizar más disturbios, según dijeron las personas enteradas del asunto. En un mensaje de Parler que revisó el equipo de seguridad, un usuario dijo que cualquiera que se opusiera a los “patriotas estadounidenses” como él debía irse de Washington o arriesgarse a sufrir lesiones físicas durante la ceremonia de investidura presidencial.
El equipo de seguridad empezó a redactar un análisis de los tuits para valorar si justificaban la inhabilitación de la cuenta de Trump, dijeron los informantes.
Ese día, alrededor del mediodía en San Francisco, Dorsey convocó una reunión de empleados. Algunos lo presionaron para que explicara por qué no había cerrado la cuenta de Trump de manera permanente.
Dorsey repitió que Twitter debía ser congruente con sus políticas. Pero afirmó que había trazado una línea que el presidente no podía cruzar, de lo contario perdería los privilegios de su cuenta, según relataron las personas con información del evento.
Después de la reunión, Dorsey y otros ejecutivos coincidieron en que los tuits que Trump había publicado esa mañana —y las respuestas que habían provocado— habían cruzado esa línea, según las personas informadas. La carta de los empleados que solicitaba la eliminación de la cuenta de Trump se entregó más tarde, afirmaron.
En cuestión de horas, la cuenta de Trump había desaparecido, solo se veía una etiqueta de “cuenta suspendida”. Intentó publicar desde la cuenta @POTUS, que es la cuenta oficial del presidente de Estados Unidos, y desde otras. Pero en cada ocasión, Twitter frustró sus intentos al eliminar los mensajes.
© The New York Times 2021