No olvidemos nunca los nombres de quienes intentaron el primer golpe de Estado legislativo en Estados Unidos

Esta vez fallaron, pero su deslealtad al país, la Constitución y sus valores es evidente

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Un partidario del presidente Donald Trump lleva una bandera de batalla confederada en el segundo piso del Capitolio de los Estados Unidos cerca de la entrada del Senado (Reuters)
Un partidario del presidente Donald Trump lleva una bandera de batalla confederada en el segundo piso del Capitolio de los Estados Unidos cerca de la entrada del Senado (Reuters)

El Nuevo Testamento nos pregunta en Marcos 8:36: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”.

Los senadores Josh Hawley, Ted Cruz, Ron Johnson y sus colegas del Partido Republicano que conspiraron en un intento de golpe claramente olvidaron ese versículo, si es que alguna vez lo conocieron, porque están dispuestos a sacrificar sus almas, el alma de su partido y el alma de Estados Unidos -nuestra tradición de elecciones libres y justas como la ruta para transferir pacíficamente el poder- con tal de que Donald Trump pueda seguir siendo presidente y uno de ellos lo reemplace con el tiempo.

La “filosofía” que impera en este grupo sin principios de republicanos que le rinde culto a Trump es inequívoco: “La democracia está bien para nosotros mientras sea un mecanismo para que nosotros tengamos el control. Si no podemos mantener el poder, entonces al demonio con las reglas y con el sistema. El poder no viene de la voluntad del pueblo, sino de nuestra voluntad y de la de nuestros líderes”.

Para que Estados Unidos sea saludable de nuevo, los republicanos decentes —en cargos públicos y en las empresas— necesitan desprenderse de este Partido Republicano sin escrúpulos que le rinde pleitesía a Trump y empezar su propio partido conservador. Es urgente.

Incluso si quienes rompen con el partido y fundan su propia coalición conservadora son solo unos cuantos legisladores de centroderecha con principios —y líderes empresariales que los financien—, se convertirían en una alianza con una influencia enorme en el Senado tan dividido de hoy. Podrían ser una facción decisiva que ayude a decidir qué proyecto de ley de Biden se aprueba, se modera o fracasa.

Mientras tanto, el bastión republicano que le rinde culto a Trump se convertiría en lo que Estados Unidos necesita para que la nación vuelva a crecer en conjunto: una minoría desprestigiada e impotente de políticos delirantes que permanece a la espera del último tuit de Trump para saber qué hacer, decir y creer.

Sé que fracturar un partido establecido no es sencillo (o probable). Pero los republicanos con principios, aquellos que de manera valiente y diligente han defendido la victoria electoral de Joe Biden, tienen que preguntarse: “En unos cuantos días, cuando todo esto se haya acabado, ¿simplemente vamos a volver a la normalidad con las personas que, para todo efecto, intentaron hacer el primer golpe de Estado legislativo en la historia de Estados Unidos?”.

Porque cuando este episodio se haya terminado, Trump va a seguir haciendo o diciendo algo inaceptable para debilitar a Biden y para imposibilitar cualquier tipo de colaboración, y los perros falderos de Trump —como Cruz, Hawley, Johnson y Kevin McCarthy, el líder de la minoría de la Cámara de Representantes— van a pedirle al partido que lo respalde para perseguir sus propios intereses políticos, lo que dejará a los republicanos con principios en una disyuntiva diaria. Cada semana, habrá una nueva lealtad a probar.

Estos días no hay equivalencia entre nuestros dos partidos principales. En las elecciones primarias, una abrumadora mayoría de demócratas, encabezados por afroamericanos moderados, optó por Biden, la alternativa de centroizquierda, y no por la opción del ala democrática de extrema-izquierda-socialista-que quiere-desfinanciar-a-la-policía.

Del otro lado, el Partido Republicano de Trump se ha tornado en un culto tal que en su convención decidió que no ofrecería una plataforma de partido. Su plataforma sería lo que su Querido Líder quisiera. Cuando un partido deja de pensar —y le da rienda suelta a un líder tan poco ético como Trump— seguirá adentrándose cada vez más en las profundidades del abismo, hasta las puertas del infierno.

Que es a donde ha llegado ahora.

Lo constatamos este fin de semana, con el esfuerzo al estilo de la mafia de Trump para presionar al secretario de Estado de Georgia para que lo ayudara a “encontrar” 11.780 votos y declararlo el ganador del estado sobre Biden por un voto.

Y lo veremos en una versión aún más desagradable en la sesión de hoy (por ayer) en el Congreso. Los seguidores del culto a Trump intentarán transformar una ceremonia diseñada exclusivamente para confirmar los votos del Colegio Electoral presentados por cada estado —Biden, 306 y Trump, 232— en un intento de que el Congreso anule los votos electorales de los estados indecisos que Trump perdió.

Si fuera el editor de este periódico, imprimiría todas sus fotografías en una página completa con el título: “Nunca olvides estos rostros: estos legisladores tenían una opción entre la lealtad a nuestra Constitución y a Trump, y eligieron a Trump”.

Si tienes alguna duda de que estas personas están involucradas en un comportamiento sedicioso, sus colegas republicanos con más principios no la tienen. Lisa Murkowski, senadora republicana por Alaska, se refirió al plan de Hawley de desafiar el recuento de votos así: “Voy a respaldar mi juramento a la Constitución. Esa es la prueba de lealtad aquí”. Ben Sasse, senador por Nebraska, agregó: “Los adultos no apuntan con un arma cargada al corazón del autogobierno legítimo”. Rob Portman, senador por Ohio, dijo: “No puedo apoyar que el Congreso frustre la voluntad de los votantes”.

Por lo tanto, el caucus de los golpistas fracasará. Pero pregúntate lo siguiente: ¿Qué pasaría si los aliados de Trump controlaran la Cámara de Representantes, el Senado y la Corte Suprema y se salieran con la suya, que usaran de verdad una maniobra legislativa de última hora y anularan la victoria de Biden?

Sé exactamente lo que hubiera pasado. Muchos de los 81.283.485 estadounidenses que votaron por Biden habrían salido a las calles (yo habría sido uno de ellos) y probablemente irrumpirían en la Casa Blanca, el Capitolio y la Corte Suprema. Trump habría llamado a los militares; la Guardia Nacional —dirigida por los gobernadores—, se habría dividido por esa decisión y todos estaríamos sumidos en una guerra civil.

Ese es el tipo de fuego con el que juegan estas personas. Lo saben, por supuesto, lo que hace que los esfuerzos de Hawley, Cruz, Johnson y los de su tipo sean aún más despreciables. Tienen tan poco respeto por sí mismos que están listos para lamer el brillo de las botas de Donald Trump hasta el último segundo en que se mantenga en el cargo, con la esperanza de heredar a sus seguidores, en caso de que no vuelva a postularse en 2024. Y ellos cuentan con que una mayoría de sus colegas con más principios votarán para certificar la elección de Biden y así asegurarse de que su esfuerzo fracase.

Así, tendrán lo mejor de todos los mundos: el reconocimiento de los votantes de Trump por perseguir su Gran Mentira —la acusación falsa de que las elecciones fueron un fraude—, sin tener que iniciar una guerra civil. Pero el precio a largo plazo seguirá siendo muy alto, lo que reducirá la confianza de muchos estadounidenses en la integridad de nuestras elecciones libres y justas que conduzcan a la transferencia pacífica del poder.

¿Puedes imaginar algo más cínico?

¿Cómo se defienden los estadounidenses decentes, además de instar a los republicanos de principios a formar su propio partido? Asegúrate de cobrarle una pena tangible a cada legislador que vote con Trump y en contra de la Constitución.

Los accionistas de todas las grandes corporaciones estadounidenses deben asegurarse de que los comités de acción política de estas empresas no puedan hacer contribuciones de campaña a cualquiera que participe en el intento de golpe del 6 de enero.

Al mismo tiempo, “nosotros, el pueblo”, debemos luchar contra la Gran Mentira impulsada por el culto a Trump con la Gran Verdad. Espero que todas las organizaciones noticiosas y todos los ciudadanos se refieran a Hawley, Cruz, Johnson y sus amigos ahora y para siempre como “conspiradores del golpe”.

Haz que todos los que han propagado esta Gran Mentira sobre el fraude electoral para justificar votar con Trump y en contra de nuestra Constitución lleven el título de “conspiradores del golpe” para siempre. Si los ves en la calle, en un restaurante de tu campus universitario, pregúnteles amablemente: “Fuiste uno de los golpistas, ¿no es así? Debería darte vergüenza”.

Adopta el método de Trump: repite esta Gran Verdad una y otra y otra vez hasta que estas personas nunca puedan deshacerse de ella.

No será suficiente para arreglar lo que nos aflige, todavía necesitamos un nuevo partido conservador para eso, pero sin duda es necesario que los otros lo piensen dos veces antes de que lo intenten algo así de nuevo.

© The New York Times

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