CHICAGO — Cuando el coronavirus comenzó a arrasar por todo el mundo esta primavera, la gente desde Seattle hasta Roma y Londres canceló bodas y vacaciones, suspendió las visitas a los abuelos y se confinó en sus casas durante lo que se creyó sería un periodo breve pero esencial de aislamiento.
Sin embargo, el virus no se extinguió con el verano. Y con el otoño ha llegado otra ola peligrosa y descontrolada de infecciones que, en algunas zonas del mundo, ha sido la peor parte de la pandemia hasta ahora.
Estados Unidos superó los 8 millones de casos conocidos esta semana y reportó más de 70.000 infecciones nuevas el viernes, la mayor cifra en un solo día desde julio. Dieciocho estados añadieron más contagios nuevos de coronavirus durante el lapso de siete días que concluyó el viernes que en ninguna otra semana de la pandemia.
En Europa, los casos están aumentando y las hospitalizaciones están al alza. El Reino Unido está imponiendo restricciones nuevas y Francia ha declarado ciudades en “alerta máxima”, por lo que ha ordenado a varias cerrar bares, gimnasios y centros deportivos. Alemania e Italia tuvieron sus cifras más altas de casos diarios hasta la fecha. Asimismo, los líderes de la República Checa dijeron que su sistema sanitario estaba “en peligro de colapsar”, pues los hospitales están desbordados y ha habido más muertes que en ningún otro momento de la pandemia.
El virus ha seguido diferentes recorridos en estos países de acuerdo con la forma en que sus dirigentes han intentado detener la propagación del virus con restricciones diversas. Pero lo que todos comparten es el hartazgo de la población y una tendencia cada vez mayor a que la gente esté dispuesta a correr el riesgo de enfermarse, ya sea porque desean hacer algo o porque no tienen alternativa. Sin final a la vista, muchas personas están acudiendo en tropel a bares, fiestas familiares, boliches y eventos deportivos casi con la misma frecuencia que antes de la aparición del virus, y otros deben regresar a la escuela o el trabajo, pues las comunidades buscan resucitar la economía. Además, una gran diferencia con la situación en la primavera es que los rituales de esperanza y unidad que ayudaron a las personas a soportar la primera ola del virus han sido sustituidos por el cansancio y la frustración.
“La gente ya no quiere adornar sus ventanas con corazones ni jugar a encontrar peluches”, dijo Katie Ronsenberg, alcaldesa de Wausau, Wisconsin, una ciudad de 38.000 habitantes donde un hospital abrió un pabellón adicional para tratar a pacientes de COVID-19. “Ya se hartaron”.
Ann Vossen, una microbióloga médica que forma parte del equipo que aconseja al gobierno de los Países Bajos, dijo que los casos aumentaron cuando la gente insistió en retomar su vida normal. “Fue difícil para las personas mantener una sana distancia. Este es el resultado”, sostuvo.
En las partes del mundo donde está resurgiendo el virus, los nuevos brotes y una sensación creciente de apatía entran en colisión, lo que crea una combinación peligrosa. Las autoridades del sector salud dicen que la impaciencia creciente es un reto nuevo para ralentizar los brotes y que amenaza con exacerbar lo que temen se convierta en un otoño devastador.
El tema es especialmente delicado en Estados Unidos, el país con más casos y muertes conocidas, además de que ya ha padecido dos importantes picos de COVID-19: las infecciones aumentaron en el noreste durante la primavera y luego otra vez este verano en el Cinturón del Sol. Pero un fenómeno parecido está detonando alarmas en Europa, donde investigadores de la Organización Mundial de la Salud calculan que alrededor de la mitad de la población está experimentando “hartazgo de pandemia”.
“Los ciudadanos han hecho sacrificios enormes”, dijo Hans Kluge, director regional de la OMS en Europa. “El costo ha sido extraordinario, lo cual nos ha agotado a todos, sin importar dónde vivimos o a qué nos dedicamos”.
Si la primavera estuvo caracterizada por el horror, el otoño se ha convertido en una mezcla extraña de resignación y negligencia. La gente que antes no habría salido de su casa ahora está considerando por primera vez comer en un lugar cerrado; algunos se han impacientado por tantos meses sin salir a restaurantes y otros quieren darse un lujo gastronómico antes de los meses invernales, cuando se espera que el virus se propague más fácilmente. Mucha gente sigue usando mascarillas para apoyar a sus vecinos y mantener a salvo a los demás, pero las aceras decoradas con mensajes en gis alentando a los trabajadores de la salud y a otros que se veían en Pascua seguramente estarán limpias para Halloween.
“En la primavera, había temor y una sensación de ‘Todos estamos juntos en esto’”, dijo Vaile Wright, psicóloga de la Asociación Americana de Psicología que estudia el estrés en Estados Unidos.
“Ahora las cosas son distintas. El miedo ha sido sustituido por el hartazgo”, afirmó.
Los tratamientos médicos para el virus han mejorado enormemente desde la primavera y las muertes aún son menores que en el peor pico, pero el incremento más reciente en las infecciones de coronavirus ha dejado preocupado al sector salud. Más de 218.000 personas han fallecido en Estados Unidos desde el comienzo de la pandemia, y durante las últimas semanas los informes diarios de muertes se han mantenido estables, con alrededor de 700 al día.
En algunas partes del mundo, el comportamiento ha cambiado y los esfuerzos de contención han sido duros y eficaces. Los contagios han permanecido relativamente bajos durante meses en lugares como Corea del Sur, Japón, Nueva Zelanda, Australia y China, donde el virus se detectó por primera vez. Después de que se reportaron una docena de casos en la ciudad china de Qingdaó, las autoridades emprendieron esfuerzos la semana pasada para realizar pruebas a todos sus 9,5 millones de residentes.
“Aquí hay muy poco rechazo a este tipo de medidas”, comentó Siddarth Sridhar, profesor adjunto de microbiología en la Universidad de Hong Kong. “Al contrario, hay reacciones muy negativas si los gobiernos no hacen lo suficiente para contener el virus”.
La respuesta en Estados Unidos y gran parte de Europa ha sido muy diferente. Si bien los ciudadanos fueron solidarios en la primavera, con el paso del tiempo han crecido la frustración y la rebeldía.
Están surgiendo zonas de alto contagio en el sur y en la región del Atlántico medio de Estados Unidos y se están expandiendo con velocidad por el Medio Oeste y el Oeste Interior. La semana pasada Illinois registró su número más alto de casos confirmados por día desde que inició la pandemia y el mayor número de muertes en un solo día desde junio.
En España, un verano de viajes y bailes llevó a un nuevo auge. En Alemania, las autoridades de salud registraron 7334 infecciones en un periodo de 24 horas, un récord nacional. Incluso Italia, que decretó uno de los confinamientos más abrumadores en Europa esta primavera, está viendo un nuevo incremento preocupante y considerando imponer un toque de queda a las 10 p. m. en todo el país.
El virus ha penetrado diversas comunidades, tanto rurales como urbanas. En Chicago, las escuelas públicas siguieron cerradas para los alumnos por sexta semana consecutiva ya que la tasa de positividad al coronavirus subió casi un 5 por ciento. En el condado de Gove, Kansas, con una población de 2600, nueve personas han muerte del virus en los últimos días, informaron las autoridades de salud. Ha habido focos de infecciones en un spa en el estado de Washington, una liga de hockey en Vermont, una iglesia bautista en Carolina del Norte y una fiesta de cumpleaños “Dulces 16” en Long Island.
Los enfermos les están diciendo a los rastreadores de contactos que se contagiaron mientras intentaban retomar una vida normal. Beth Martin, una bibliotecaria jubilada que está trabajando como rastreadora de contactos en el condado de Marathon, Wisconsin, comentó que entrevistó a una familia que se había enfermado en una situación que se ha vuelto común: en una fiesta de cumpleaños para un pariente a inicios de octubre.
“Otro caso me dijo: ‘¿Sabes qué? Es culpa de mi hijo adulto. Quiso ir a una boda y ahora todos estamos enfermos’”, relató.
Mark Harris, presidente del condado de Winnebago, Wisconsin, dijo que se sentía frustrado por la “minoría ruidosa” en su condado, que había logrado hacer retroceder los esfuerzos de salud pública para contener la pandemia.
Dijo que tienen una forma muy particular de pensar, y añadió: “Esto ya me ha causado muchos problemas, y ya me harté de cambiar mi comportamiento”.
Hay cada vez más indicios de que el estrés constante está pasando factura. En Estados Unidos, la venta de alcohol en las tiendas subió 23 por ciento durante la pandemia, de acuerdo con Nielsen, una cifra que podría reflejar la ansiedad del país, pero también la baja de la venta de bebidas alcohólicas en bares y restaurantes.
También las muertes por sobredosis han aumentado en muchas ciudades. En el condado de Cuyahoga, Ohio, que incluye Cleveland, hace poco hubo 19 muertes por sobredosis en una semana, mucho más que lo normal.
En muchos estados, los negocios están abiertos y a menudo operan sin ninguna restricción pese a que las hospitalizaciones de pacientes de COVID-19 van al alza. La semana pasada en Wisconsin, se reabrió para los pacientes de coronavirus un hospital de campo establecido en el área de ferias del estado, el cual cuenta una capacidad de 530 camas.
Michael Landrum, quien atiende a pacientes de COVID-19 en Green Bay, Wisconsin, dijo que el uso de cubrebocas es más generalizado que en la primavera, que es más fácil de conseguir equipo de protección personal para los hospitales y que el tratamiento contra el virus es más sofisticado.
Anteriormente, no era difícil averiguar dónde se habían contagiado los pacientes. Había brotes en las plantas de procesamiento cárnico y se vincularon muchos casos a ellos. Ahora es más complicado.
“Lo que da miedo es el número de pacientes que de verdad no saben cómo se contagiaron. Eso me dice que está por ahí esparciéndose con facilidad”, afirmó Landrum.
c.2020 The New York Times Company
MÁS SOBRE ESTE TEMA: