Se contagiaron de coronavirus hace meses y sobrevivieron, pero aún están atrapados en casa, respirando con esfuerzo. Ya no son contagiosos, pero algunos se sienten tan enfermos que apenas pueden caminar alrededor de la cuadra, y otros se marean mientras preparan la cena. Un mes tras otro, se apresuran a ir al hospital con síntomas nuevos y les suplican a los médicos que les den respuestas.
A medida que el coronavirus se ha propagado por Estados Unidos a lo largo de siete meses, en los que ha contagiado al menos a siete millones de personas, algunas de ellas sufren en estos momentos los graves efectos debilitantes y misteriosos de la COVID-19 que duran mucho más que unos cuantos días o semanas.
Se cree que son miles los pacientes que luchan con una serie de síntomas alarmantes muchos meses después de enfermar por primera vez (se han llegado a llamar a sí mismos “transportadores de larga duración”). Sus circunstancias, aún poco entendidas por la comunidad médica, tal vez desempeñen un papel importante en la configuración de la capacidad del país para recuperarse de la pandemia.
De acuerdo con algunos cálculos, hasta uno de cada tres pacientes de COVID-19 desarrollará síntomas que persisten. Los síntomas pueden ser de distintos tipos: dolor torácico agudo, agotamiento profundo, taquicardia. Entre los afectados se encuentran personas jóvenes y por lo demás sanas. Una teoría consiste en que un sistema inmunitario demasiado entusiasta tiene cierta relación.
Algunas personas no pueden trabajar. Es posible que muchas necesiten atención médica a largo plazo. Aun así, muchos afirman que su mayor desafío es lograr que otras personas simplemente les crean.
“Hay muchos malentendidos”, señaló Marissa Oliver, de 36 años, quien mucho tiempo después de presentar los síntomas habituales del virus, llegó arrastrándose a una clínica de urgencias en Nueva York porque seguía teniendo problemas para respirar. ¿Cuál fue el consejo del profesional médico? Váyase a casa y beba una copa de vino.
“Empecé a sollozar en el vestíbulo”, dijo Oliver, y añadió que se le diagnosticó ansiedad de manera equivocada. “Nunca he estado tan enferma en mi vida”.
En entrevistas, cuatro personas que luchaban con enfermedades persistentes mucho después de padecer coronavirus describieron sus experiencias. Sus declaraciones fueron editadas y resumidas para mayor claridad.
Ciento noventa y nueve días desde el inicio de los síntomas
‘Era halterófila, kayakista, excursionista, remadora de aguas bravas. Ahora no puedo hacer nada’.
Karla Monterroso, de 39 años y residente de Los Ángeles, dirige una organización que defiende la representación de las personas negras y latinas en la tecnología, pero no ha podido trabajar a tiempo completo desde marzo. No pudo hacerse la prueba hasta un mes después de que se enfermó por primera vez, y apenas recientemente dio positivo para anticuerpos de coronavirus.
Antes de la enfermedad, era halterófila, kayakista, excursionista y remadora de aguas bravas. Ahora no puedo hacer nada, físicamente, sin dañarme a mí misma. Es como si alguien hubiera reducido tu batería a la mitad y duplicado el tiempo de carga. Tengo que prepararme mentalmente para tomar una ducha.
Los primeros meses no podía creerlo. ¿Lo estaré imaginando? Cuando me hicieron la prueba de anticuerpos hace unas semanas y me dijeron que había dado positivo, sollocé durante una hora. Pensaba en que la razón de lo que me estaba sucediendo estaba ahí escrita en papel. Antes de ese momento, estás sentada cuestionando constantemente tu propio cuerpo y nadie en la comunidad médica te cree.
No ha habido ninguna campaña de salud pública al respecto. Tengo familiares que creen que si tomas agua caliente y limón, eso curará la COVID. Tengo familiares que creen que estoy enferma porque trabajo demasiado.
Podría haberme expuesto a esta cosa y no haber presentado síntomas y estar bien hoy. No hay control sobre esto. Es una ruleta rusa, y puedes reducir tu exposición al virus, pero no puedes eliminarla por completo. Esa es una verdad muy incómoda.
Ciento ochenta y nueve días desde el inicio de los síntomas
‘En un momento dado, llegué a pensar en hacer un testamento. Creía que no lo iba a lograr’.
Candace Taylor, de 38 años, trabajaba en el departamento de facturación y cobros de un hospital de Atlanta cuando resultó positiva para el virus en marzo. Reportó síntomas de coronavirus a largo plazo y el empeoramiento de un padecimiento previo de dolor crónico.
He tenido dolor en el pecho a diario desde marzo; he desarrollado temblores internos; me dan mareos; he desarrollado taquicardia; pequeños coágulos de sangre; me truenan los oídos; me he quedado afónica. En ocasiones paso días sin hablar. No dejaba de preguntarme, cuándo iba a parar esto. No podía acostarme de espaldas. Tuve que dormir en un sillón reclinable durante más de dos meses y medio. En un momento dado, llegué a pensar en hacer un testamento. Creía que no lo iba a lograr.
No he podido trabajar. Mi trabajo consiste en hablar entre ocho y doce horas. Con mi ronquera no puedo hablar ni quince minutos.
No he recibido el pago de mi empleador desde mayo. Negaron mi discapacidad. Es una especie de incredulidad. No me creen a mí ni a miles de nosotros, los transportadores de COVID de larga duración que tenemos estos síntomas.
Setenta y seis días desde el inicio de los síntomas
‘No es mi imaginación’.
Tony Pinero, de 57 años, era propietario de un negocio de viajes compartidos en Las Vegas antes de dar positivo por el virus en julio.
Dicen que ya no tienes COVID, que estás libre de COVID, pero no es verdad. Ahora tengo pos-COVID, y al parecer eso es peor. Sigo teniendo dolor de cabeza; todavía me siento mareado. Lo que más me preocupa es que me falta el aire todo el tiempo. Se me dificulta subir las escaleras.
Esto ha sido tan perjudicial para mi negocio que prácticamente está cerrado. No puedo conducir.
Mi médico me dice: “Oye, Tony, solo es tu imaginación”. No, no es cierto. No es mi imaginación. No quiero estar aquí sentado y no poder respirar. No quiero estar aquí sentado y quedarme sin hacer nada. Quiero ir a trabajar; tengo que cubrir los pagos de mi auto; tengo que pagar mis tarjetas de crédito y mis deudas. ¿Por qué querría quedarme sentado en casa?
Ciento ochenta y ocho días desde el inicio de los síntomas
‘Es como un gran coctel que te hace sentir ansioso, frustrado y deprimido’.
Manuella Fehertoi, trabajadora de un banco en Middletown, Nueva Jersey, dio positivo por el virus en marzo. A los 61 años, tenía antecedentes de asma y fue hospitalizada durante siete días. Desde entonces, ha estado con oxígeno en casa y no ha podido trabajar.
Es deprimente. Todavía estoy tan enferma como lo estaba entonces. Sigo teniendo picos de fiebre; aún tengo picos de dolor en el pecho o dificultad para respirar. Hay días en los que apenas puedo levantarme de la cama. Tuve un pequeño accidente cerebrovascular a fines de mayo. Aún hoy, la parte superior derecha de mi rostro está entumecida.
No me hagas hablar de la caída del cabello. Trato de no mirarme mucho en el espejo, porque es devastador. Solía teñirme el pelo y maquillarme. Me veo como si hubiera envejecido 20 años. No es razón para avergonzarse, pero yo no soy así.
Cuando las personas se sienten tan mal durante tanto tiempo, con un dolor constante, con una ansiedad persistente ante lo desconocido, acuden al médico y los médicos tampoco tienen respuestas. Eso empieza a deprimirte y a ser parte de tu vida. Es como un gran coctel que te pone ansioso, frustrado, deprimido. Solo quiero volver a ser yo: animada y divertida. Amaba mi trabajo; me encantaba la gente con la que trabajaba, hacer cosas con mis hijos, ir a la playa, nadar, jugar tenis. No puedo hacer nada. Ni siquiera puedo dar una vuelta por mi patio trasero.
© 2020 The New York Times Company