Para ser una esfera con picos de apenas 120 nanómetros de ancho, el coronavirus puede parecer un viajero notablemente cosmopolita.
Cuando esa esfera es expulsada por la nariz o la boca, puede atravesar toda una habitación y salpicar las superficies, además de que puede flotar hacia espacios mal ventilados y permanecer en el aire durante horas. En sus actuaciones más intrépidas, el virus puede propagarse de un solo individuo a decenas de otros, tal vez incluso a un centenar o más, al proliferar en multitudes, en lo que se conoce como eventos de superpropagación.
Esos escenarios, que se han rastreado hasta centros de llamadas, instalaciones de procesamiento de carne, bodas y más, han ayudado a impulsar una pandemia que, en el lapso de ocho meses, ha llegado a casi todos los rincones del mundo. Sin embargo, aunque algunas personas parecen particularmente propensas a propagar el coronavirus, otras casi no lo transmiten.
“Existe un pequeño porcentaje de personas que parecen infectar a muchas otras”, dijo Joshua Schiffer, médico y experto en modelos matemáticos que estudia las enfermedades infecciosas en el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle. Las estimaciones varían de una población a otra, pero, de manera constante, muestran un sesgo sorprendente: entre el 10 y el 20 por ciento de los casos de coronavirus pueden sembrar el 80 por ciento de las nuevas infecciones. Otras enfermedades respiratorias, como la gripe, son mucho más igualitarias en su propagación.
Averiguar qué impulsa los eventos de superpropagación del coronavirus podría ser la clave para detenerlos y acelerar el fin de la pandemia. “Esa es la pregunta del millón de dólares”, dijo Ayesha Mahmud, quien estudia la dinámica de las enfermedades infecciosas en la Universidad de California, Berkeley.
En un artículo publicado el viernes en el sitio web medRxiv, que aún no ha sido arbitrado, Schiffer y sus colegas informaron que los eventos de superpropagación del coronavirus tenían más probabilidades de ocurrir cuando coincidían un mal momento y una mala ubicación. Por ejemplo, cuando un individuo ha llegado al punto de la infección en el que se diseminan grandes cantidades de virus y se encuentra en un entorno donde hay muchas personas a su alrededor que pueden contraerlo.
Según un modelo creado por el equipo de Schiffer, el momento más riesgoso para esa transmisión puede ser extremadamente breve: un periodo de uno o dos días más o menos una semana después de haberse infectado, cuando los niveles de coronavirus están en su nivel más alto.
El virus todavía se puede propagar fuera de ese periodo, por lo que las personas que han superado ese momento no deben descuidar las medidas de protección como el uso de mascarillas y el distanciamiento físico, dijo Schiffer. Pero, cuanto más se prolonga una infección, menos probable es que una persona sea contagiosa, una idea que podría ayudar a los expertos a la hora de aconsejar cuándo poner fin al aislamiento o cómo asignar recursos a quienes más los necesitan, dijo Mahmud, quien no participó en el estudio.
“En realidad se trata de oportunidades”, dijo Shweta Bansal, una ecologista de enfermedades infecciosas de la Universidad de Georgetown que no participó en la investigación. “Estos procesos realmente se ponen en marcha cuando estás infectado, pero no sospechas que lo estás porque no te sientes mal”. Algunos de estos choferes involuntarios del coronavirus, envalentonados para salir en público, pueden terminar ocasionando un evento de superpropagación que transmita el patógeno a toda una nueva población.
Esta confluencia de factores —una persona en el lugar equivocado en el momento más intenso de su infección— prepara el escenario para la “transmisión explosiva”, añadió Bansal.
El modelo del equipo también señaló otra variable importante: la notable resiliencia del coronavirus cuando está en el aire.
Un creciente número de evidencias ahora sugieren que el coronavirus puede difundirse por el aire en ambientes interiores abarrotados y mal ventilados, donde puede encontrarse con muchas personas a la vez. El virus también viaja en gotas más grandes y pesadas, pero estas caen rápidamente al suelo después de ser expulsadas de las vías respiratorias y no tienen el mismo alcance o longevidad que las gotitas más pequeñas. Schiffer dijo que pensaba que el coronavirus tal vez es más propenso a superpropagarse que los virus de la gripe porque tiene una mayor capacidad de persistencia en nubes contagiosas, que pueden transportar patógenos a través de distancias relativamente largas.
“Este estudio agrega otro aspecto que lo diferencia de la influenza”, dijo Olivia Prosper, una investigadora de la Universidad de Tennessee que usa modelos matemáticos para estudiar enfermedades infecciosas, pero que no participó en el estudio. “No solo se trata de cuán enfermo te pone, sino también de su capacidad de transmisión”.
Además, ciertas personas pueden estar predispuestas a ser transmisores más generosos del coronavirus, aunque los detalles de esa predisposición “siguen siendo un misterio”, dijo Schiffer.
Pero, cuando se da un evento de superpropagación, probablemente tenga más que ver con las circunstancias que con la biología de una sola persona, aclaró Schiffer. Incluso un portador de grandes cantidades de coronavirus puede evitar la transmisión masiva evitando acercarse a grupos grandes de personas y, de esa manera, puede privar al germen de sus medios de transporte.
© The New York Times 2020