El lunes se realizó un elaborado funeral público en Seúl, Corea del Sur, en honor al alcalde de la ciudad, Park Won-soon, un prominente abogado defensor de los derechos humanos y confidente del presidente Moon Jae-in. La semana pasada, Park fue encontrado muerto, tras haberse suicidado, horas después de que una ayudante personal de su oficina presentó una demanda por abuso y acoso sexual en su contra.
En la nota de suicidio, Park no mencionó nada sobre las acusaciones, pero escribió: “Pido disculpas a todos”.
Esta noticia, en su dolorosa complejidad, ha impactado al pueblo coreano, una quinta parte del cual vive en Seúl. Park, quien estaba en su tercer periodo como alcalde, era conocido por sus votantes como un amigo de los pobres y las personas sin techo; un hombre que, como activista y abogado, había defendido con éxito el primer caso de acoso sexual de la nación y se ganó los elogios de agrupaciones feministas. Hace poco tiempo recibió alabanzas por permitir que en 2016 más de un millón de personas formaran parte del movimiento de la Revolución de las Velas en el centro de Seúl, el cual produjo el juicio político de la expresidenta Park Geun-hye y a la postre la elección de Moon.
No obstante, Park, el segundo hombre más poderoso de Corea del Sur, también fue acusado de perpetrar acoso y abuso sexual. Mientras recibe honores por su muerte, su acusadora permanece en el anonimato y no se investigará la acusación. De acuerdo con la ley surcoreana, se cerrará el caso sin una imputación porque el sospechoso está muerto. Además, los gobiernos central y de la ciudad ignoraron las firmas de más de 570.000 coreanos que se manifestaron en contra del funeral oficial.
En línea, los simpatizantes de Park y su partido han acusado a la asistente personal de mentir y conspirar con el partido de oposición, mientras los conservadores han usado las acusaciones para atacar al gobierno de Moon. Los troles han circulado desinformación y han intentado descubrir la identidad de la mujer (su nombre no ha sido revelado).
En una conferencia de prensa celebrada el lunes por la tarde, la abogada de la mujer y representantes de dos agrupaciones feministas presentaron las acusaciones de manera detallada y exigieron una “investigación total”. Según la empleada, durante los últimos cinco años, Park la sometió a besos indeseados y otros tocamientos, le mandó fotografías en ropa interior y en repetidas ocasiones le envió mensajes de naturaleza sexual. Según la empleada, cuando se quejó con funcionarios de la oficina del alcalde, no recibió ningún tipo de ayuda.
Mediante un comunicado preparado que leyó una de las representantes, la mujer explicó que los sucesos de la semana pasada le habían provocado un dolor tremendo: “No sé cómo continuar con mi vida. Pero sí sé que soy un ser humano. Un ser humano que siente y respira”.
Para muchas surcoreanas, las acusaciones son la última evidencia de una serie de terribles injusticias en contra de las mujeres coreanas. En 2016, antes de que iniciara el movimiento #MeToo en Estados Unidos, el asesinato de una mujer joven en el vecindario de Gangnam y la proliferación de pornografía con cámaras escondidas provocaron una marejada feminista en Corea del Sur. Sobrevivientes de acoso y abuso sexual denunciaron en público a sus abusadores y mujeres de todas las edades protestaron en las calles, a menudo con los rostros cubiertos, antes del coronavirus, por temor a las represalias.
En respuesta a la organización de las feministas coreanas, muchas de las cuales fueron lideresas de la Revolución de las Velas, Moon prometió un cambio cuando asumió el cargo en 2017. Nombró a varias mujeres para su gabinete y prometió promulgar reformas legales y políticas para combatir la misoginia.
Sin embargo, las injusticias continúan. En mayo, el alcalde de Busan, la segunda ciudad más grande de la nación, después de Seúl, se vio obligado a renunciar tras haber sido acusado de abuso sexual, pero aún no enfrenta cargos penales. A finales de junio, una importante triatleta coreana se quitó la vida después de documentar lo que consideró como años de abuso de sus entrenadores hombres. Y el 6 de julio, un tribunal surcoreano negó la solicitud de extradición a Estados Unidos de un hombre que había cumplido una sentencia de tan solo dieciocho meses en la cárcel por haber operado un sitio internacional de pornografía infantil.
Por lo tanto, no es ninguna sorpresa que tantas mujeres de Corea del Sur se sientan invisibles e inseguras. El sistema de justicia, incluso durante el gobierno liberal de Moon Jae-in, pareciera haber ofrecido poca protección.
Para volver a ganar la confianza del pueblo coreano, el gobierno de Moon y la ciudad de Seúl deben disculparse con la exempleada de Park Won-soon e investigar todas las acusaciones de acoso y abuso en su contra. Más allá del caso que nos ocupa, Corea del Sur debe construir y fortalecer mecanismos confiables que garanticen los derechos de las mujeres en el trabajo y las calles, por medio de sindicatos, agrupaciones feministas, organismos de control independientes, una legislación más robusta en contra de los crímenes sexuales y regulaciones que protejan de las represalias a la gente que realice acusaciones de acoso.
Esta seguridad pública básica debería ser un asunto de derechos humanos, no de política partidista. En la conferencia de prensa del lunes, la mujer en el centro del caso hizo eco de esta simple demanda en su comunicado: “Sueño con un mundo en el que simplemente se respete a todos los seres humanos”.
(C) The New York Times.-
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