Los enfermeros que viajaron desde diferentes lugares de todo el país para trabajar en hospitales de Nueva York vieron de cerca los horrores del coronavirus. Llevaron a toda prisa a los pacientes hasta las abarrotadas unidades de terapia intensiva, monitorearon los niveles de oxígeno y sostuvieron la mano de los más enfermos mientras fallecían.
No obstante, ahora que muchos de ellos han regresado a casa a los estados del sur y el oeste se enfrentan a un nuevo desafío: tratar de persuadir a sus amigos y familiares para que tomen el virus con seriedad.
“Ya he perdido los estribos un par de veces”, afirmó Olumide Peter Kolade, un enfermero de 31 años, originario de California que creció en Texas y pasó más de tres meses atendiendo a pacientes en Nueva York. “Cuando alguien me dice que no cree que el virus sea real, lo tomo como un insulto. Lo tomo personal”.
En el trayecto a sus jornadas de doce horas en Brooklyn, Kolade deslizaba su dedo por las imágenes de Instagram y Snapchat y veía fotos de sus amigos que habían estado de fiesta en Texas la noche anterior. Algunos que insistían en que el coronavirus era un engaño o que las cifras de muertes en Nueva York eran exageradas le enviaban videos que promovían teorías falsas de conspiración en internet y que relacionaban la propagación del virus con la tecnología inalámbrica ultrarrápida conocida como 5G.
“No lo sé, pero si no fuera enfermero habría creído por completo en los videos”, reflexionó. “Hacen que todo parezca verdadero”.
Para los enfermeros, el escepticismo generalizado acerca de algo que han atestiguado es irritante. Durante los primeros seis días de julio, Estados Unidos superó diariamente los registros de casos nuevos en tres oportunidades, mientras la politización de las medidas de salud pública y la difusión de desinformación obstaculizan la capacidad del país para contener la propagación del coronavirus.
Tamara Williams, una enfermera de Dallas que regresó de Nueva York, aseguró que tuvo que eliminar a entre 50 y 100 de sus amigos de su cuenta de Facebook porque no toleraba ver sus publicaciones con información falsa acerca de la pandemia.
En varias ocasiones desde su regreso de Nueva York, Williams se encontró con conocidos quienes le dijeron que creen que el coronavirus no es más grave que la influenza, a pesar de que los casos de coronavirus han aumentado en Texas desde mediados de junio. “Es indignante”, señaló. En ocasiones combate sus argumentos contando las historias acerca de los pacientes jóvenes que atendió y que no tenían ningún problema de salud preexistente.
Otras veces, no hace caso de la gente.
“No hay otra manera”, dijo Williams de 40 años. “Literalmente sentía que iba a perder la cabeza, me carcomía viva sentarme y ponerme a hablar y a contar chistes”.
Durante meses, las calles de la ciudad de Nueva York permanecieron desiertas y las sirenas de las ambulancias resonaban a todas horas como un recordatorio constante de la amenaza del coronavirus. Sin embargo, en las ciudades que no han entrado en cuarentena por completo las personas pueden ignorar el peligro con facilidad.
“A menos que no lo hayas visto con tus propios ojos”, afirmó Williams, “es muy fácil creer que no es tan grave”. El lunes se reportaron más de 8800 casos nuevos en todo Texas, lo cual convirtió a ese día en la jornada con más contagios de la pandemia.
Las investigaciones sobre las campañas de información del coronavirus son muy limitadas, pero los estudios acerca de la efectividad de los mensajes para desalentar el uso del tabaco y el alcohol demuestran que los adultos jóvenes tienden a desestimar los peligros, señaló Deena Kemp, profesora adjunta e investigadora de la salud de la Universidad de Texas en Austin.
“Hace falta una experiencia directa”, declaró Kemp. “Contarme algo que te ocurrió en determinada situación con la que no puedo identificarme es muy diferente a contarme algo acerca de una situación con la que puedo identificarme. Nueva York queda a varios estados de distancia y, a menos que trabajes en un hospital, eso tampoco forma parte de tu experiencia”.
Añadió que el mosaico de lineamientos locales y nacionales contradictorios acerca del uso del cubrebocas también ha provocado escepticismo al respecto.
Heather Smith, enfermera de Topsail Island, frente a la costa de Carolina del Norte, que trabajó en el Centro Hospitalario Elmhurst en Queens, luchó para contener sus lágrimas mientras describía cómo se sintió cuando su hermano le dijo que no creía que el virus fuera real. Cuando Smith comenzó a teclear furiosa en Facebook, dijo: “Me di cuenta de cuán molesta estaba”. Mencionó que no podía quitarse de la cabeza las imágenes de los pacientes que murieron solos: “Nadie entiende cuán serio y traumatizante es”.
Courtney Sudduth, enfermera de la ciudad de Oklahoma, narró que, cuando llegó a Nueva York, las personas de su ciudad natal querían saber si en verdad todo estaba tan mal como lo reportaban los noticieros. Les contestaba que sí y les describía el camión refrigerado de dieciocho ruedas estacionado a las afueras del hospital Mount Sinai Beth Israel en Manhattan que se utilizaba para almacenar cadáveres.
Ni siquiera eso era suficiente. Su abuela en Misisipi sigue sin utilizar el cubrebocas cuando va de compras al mercado, explicó. “Ay, estaré bien”, recordó Sudduth que le contestó su abuela.
Uno de los hermanos de Sudduth, que vive en Misisipi, creyó en las teorías de conspiración acerca del virus y continuó socializando en parrilladas… hasta el mes pasado, dijo, cuando se contagió con el virus.
“Eso lo hizo cambiar de parecer”, concluyó Sudduth, de 30 años.
Aun cuando la cantidad de casos de coronavirus en Oklahoma se ha disparado en las últimas semanas, las personas de la ciudad la observan fijamente cuando usa su cubrebocas. “Muchas personas aún tienen la idea de que se está exagerando más allá de toda proporción”, afirmó.
Un hospital de la ciudad de Oklahoma abrió una nueva unidad la semana pasada para albergar al creciente número de pacientes contagiados con el virus. El domingo fue el primer día laboral de Sudduth.
c.2020 The New York Times Company