En semanas recientes, mientras Estados Unidos ha tenido que lidiar con la grave realidad que representa la muerte de más de 100.000 de sus ciudadanos a causa del coronavirus, China ha ordenado a sus soldados avanzar en el territorio en conflicto con India, ha reforzado acciones agresivas en el mar de China Meridional y ha querido hacer cambios a las normas relativas al control que ejercerá sobre Hong Kong.
Alrededor del mismo periodo, aviones de combate rusos volaron en peligrosa proximidad de aviones de la marina estadounidense sobre el mar Mediterráneo, mientras las fuerzas espaciales del país realizaban una prueba de misiles antisatélite con el claro propósito de enviar el mensaje de que Moscú podría cegar los satélites espías de Estados Unidos y suspender la operación de los sistemas de posicionamiento global y otros sistemas de comunicación.
Por otra parte, el secretario de Estado Mike Pompeo señaló que Irán está en proceso de restablecer la infraestructura necesaria para hacer una bomba. Según los iraníes, solo se trata de una reacción a la decisión tomada por el presidente Donald Trump hace dos años de volver a imponer sanciones, reafirmada en semanas recientes cuando el Departamento de Estado desmanteló los últimos elementos del acuerdo nuclear de la era de Obama.
Si bien el coronavirus ha cambiado casi todo, no cambió esta certeza: Estados Unidos deberá enfrentar en el futuro retos globales y sus adversarios ya están poniendo a prueba sus límites con la intención de ver qué pueden ganar con la mínima oposición.
En vista de que Estados Unidos está ocupado con sus problemas internos, como el temor ante la posibilidad de más oleadas virales, el alza del desempleo por encima del 20 por ciento y manifestaciones por todo el país provocadas por la mortífera brutalidad policiaca, la competencia se prepara para cubrir ese vacío, y lo hace con gran agilidad.
En algunos casos, Trump les ha ayudado. Su anuncio el viernes sobre la decisión de que Estados Unidos corte relaciones con la Organización Mundial de la Salud dejó las puertas abiertas para que China amplíe su influencia en ese organismo. El sábado, Donald Trump le hizo un regalo al presidente ruso Vladimir Putin: dijo que invitaría a Putin a una reunión ampliada del G-7, aunque a Rusia se le prohibió participar después de que en 2014 se anexó Crimea y atacó el este de Ucrania.
“Las grandes alteraciones en el ámbito médico y económico debido a la COVID-19 abrirán oportunidades para que ambos países, al igual que otros, intenten tener ventajas”, indicó Stanley A. McChrystal, comandante con cuatro estrellas retirado del Mando Conjunto de Operaciones Especiales y las fuerzas estadounidenses en Afganistán.
Sin embargo, Estados Unidos no se ha mantenido del todo al margen. La carrera por encontrar una vacuna contra el coronavirus ha incluido la participación tanto del Ejército de Liberación del Pueblo Chino como del Ejército estadounidense, el cual afirmó que se movilizará para garantizar la distribución de cualquier descubrimiento.
Buques de guerra estadounidenses han incursionado en aguas en conflicto del mar de China Meridional para defender los derechos de libertad de navegación, y así darle continuidad a un enfrentamiento en esa región que Beijngha declarado su territorio.
Además, está el avance a todo vapor de Estados Unidos en una renovada carrera de armas convencionales y nucleares, aunque este gobierno nunca ha descrito con detalle su razonamiento estratégico más allá del deseo de superar a Rusia y China.
Vacío de poder en el Medio Oriente
China y Rusia no son los únicos países dispuestos a retar a Estados Unidos. Por todo el Medio Oriente se percibe que el deseo que tanto ha externado Trump de retirarse de la región ofrece un nuevo espacio de maniobra.
Irán le ha apostado a que Trump no esté dispuesto a arriesgarse a una confrontación franca. Teherán ha ido acelerando gradualmente su producción de combustible nuclear y ha ignorado a los inspectores internacionales que le han solicitado acceso a sitios en los que se sospecha que realiza operaciones relacionadas con actividades nucleares.
Además, en el golfo Pérsico, Teherán ha puesto a prueba en varias ocasiones los límites de Estados Unidos.
A mediados de abril, unos diez botes rápidos iraníes realizaron maniobras que la marina describió como “avances peligrosos de acoso” a seis buques de guerra estadounidenses en el golfo Pérsico; en consecuencia, Trump les ordenó “disparar y destruir cualquier embarcación iraní que acose a nuestros buques en el mar”. Irán se retractó en el golfo, pero comenzó a enviar más embarques de petróleo a Venezuela, en desafío a la prohibición encabezada por Estados Unidos con el propósito de derrocar al presidente Nicolás Maduro.
A mediados de mayo, el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Mohamad Yavad Zarif, declaró que las acciones estadounidenses encaminadas a bloquear el curso de los buques petroleros de Irán que transportaban petróleo a Venezuela eran medidas “peligrosas” y “de provocación”.
Rusia y China se mantienen activas en la región. Rusia no le ha retirado su apoyo al gobierno del presidente Bashar al Asad que está a punto de lograr una victoria despiadada en la guerra civil de Siria. Por su parte, China mantiene una base militar en Yibuti, cerca de una estadounidense.
“China ha aumentado significativamente su presencia en la región, en especial en las esferas económica y diplomática”, aseveró Patricia M. Kim, analista experta en China del Instituto Estadounidense de la Paz que trabajó en un informe reciente sobre China y el área del mar Rojo. “Para que Estados Unidos siga siendo relevante, si quiere seguir teniendo influencia en las normas de la región y ayudando a los demás países a gestionar la creciente presencia de China, necesita aumentar significativamente su presencia”.
Rusia, por su parte, prueba cuán lejos puede llegar
El deseo de Trump de invitar a Putin de nuevo al grupo de los principales aliados occidentales es todavía más ilógico si se considera que las fricciones entre Estados Unidos y Rusia van en aumento.
El viernes, aviones de combate rusos interceptaron dos bombarderos Air Force B-1B que realizaban una misión de entrenamiento de gran distancia sobre el mar Negro. Al menos en tres ocasiones en los dos meses pasados, aviones de combate rusos han interceptado aeronaves de vigilancia P-8 de la marina sobre el Mediterráneo.
No obstante, Trump no ha dado ninguna señal de querer intensificar las tensiones con Rusia. “No lo veo así”, dijo Trump cuando le preguntaron si Rusia estaba jugando con las fuerzas militares estadounidenses. “Tenemos una relación muy buena con Rusia”.
Pero eso no es lo que dicen los principales funcionares de la OTAN y los comandantes estadounidenses.
El martes, el Ejército estadounidense acusó al Kremlin de haber enviado en secreto por lo menos catorce aviones de combate al este de Libia en mayo para apoyar a mercenarios rusos que ayudaban a un comandante asediado, Khalid Hifter, en campaña para derrocar al gobierno que goza de reconocimiento internacional.
Las críticas expuestas por dos de los generales estadounidenses de mayor rango subrayaron la preocupación del Pentágono con respecto a la creciente influencia de Moscú en Libia y a una posible amenaza de seguridad al flanco sur de la OTAN.
A mediados de marzo, dos bombarderos estratégicos rusos volaron sobre un submarino estadounidense que salió a la superficie en el océano Ártico, y después los escoltaron aviones de combate de Estados Unidos y Canadá.
“Lo que sí observamos, me parece, es un constante esfuerzo de su parte, como ocurre en el contexto de la COVID-19, pero fuera del ámbito de la COVID-19, de realizar pruebas continuas para observar cómo respondemos”, explicó el general Terrence J. O’Shaughnessy, encargado del Mando Norte del Ejército, dedicado a supervisar las defensas nacionales.
China aprovecha el momento
Durante la campaña de 2016, Trump habló en público sobre la posibilidad de dejarles a Corea del Sur y a Japón la tarea de proteger el Pacífico. Y como Trump ha debatido con Seúl y Tokio, el presidente chino Xi Jinping ha detectado su momento de oportunidad.
“Creo que lo que pretende Pekín, y se trata de un interés racional, es lograr un poder hegemónico sobre Asia”, comentó Elbridge Colby, exfuncionario del Pentágono y principal autor de la Estrategia de Defensa Nacional del gobierno de Trump, que se concentra en la forma en que el Ejército estadounidense debería adaptarse para una competencia de gran poder con Rusia y, en particular, con China.
Esta situación se hace evidente sobre todo en el mar de China Meridional. Mediante la transformación de salientes rocosas en islas completas, está formando un bastión contra los reclamos de otras naciones por el dominio de esas aguas y en oposición a la resolución de un tribunal internacional emitida en 2016 con el objetivo de limitar las agresivas acciones marítimas de China.
En abril, un buque de la guardia costera china chocó con un barco pesquero de Vietnam cerca de un archipiélago en conflicto y la embarcación más pequeña se hundió. Ese mismo mes, un buque de investigación sísmica chino, escoltado por buques de la guardia costera china, ingresó en aguas designadas como zona económica exclusiva de Malasia, con lo que incitó a los malasios a tomar medidas en represalia.
El gobierno de Trump ha mantenido la política del presidente Barack Obama de no apoyar a ningún bando en los conflictos territoriales, sin dejar de manifestar que Estados Unidos pretende mantener la libertad de navegación en la región. El secretario de Defensa Mark Esper insiste en que Estados Unidos continuará sus operaciones navales “para enviarle un mensaje claro a Pekín de que no cejaremos en nuestro compromiso de proteger la libertad de navegación y comercio para todas las naciones, grandes y pequeñas”.
El problema es que los dirigentes chinos parecen sospechar que se trata tan solo de palabras huecas.
© The New York Times 2020