Casados, pero muy separados

Por Jennifer Altmann

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Algunas parejas, motivadas por sus carreras, deciden quedarse donde están en lugar de mudarse con sus cónyuges y, en tiempos recientes, algunas han cambiado de opinión sobre ese arreglo. (Mark Conlan/The New York Times)
Algunas parejas, motivadas por sus carreras, deciden quedarse donde están en lugar de mudarse con sus cónyuges y, en tiempos recientes, algunas han cambiado de opinión sobre ese arreglo. (Mark Conlan/The New York Times)

Ian Derrer y Daniel James se casaron en agosto de 2019 en el jardín de un restaurante de Santa Fe, Nuevo México; en la ceremonia, cada uno de sus diecinueve invitados leyó en voz alta la letra de sus canciones de amor favoritas de Stephen Sondheim. Tras quedarse una semana en Santa Fe para pasar la luna de miel, durante la cual hicieron senderismo en el Monumento Nacional Bandelier y disfrutaron la ópera “La Bohème”, la pareja regresó en automóvil a Dallas, donde vive Derrer, de 45 años. Al día siguiente, James, de 33 años, se fue a Houston, donde él reside.

A lo largo de cuatro años de citas y siete meses de matrimonio, la pareja nunca vivió bajo el mismo techo. Casi todos los viernes, uno de ellos viaja en automóvil 392 kilómetros para llegar a la ciudad texana donde se encuentra el otro. “No es una noche de cita, es todo un fin de semana”, comentó Derrer, a quien le gusta llamar a su encuentro: “dicha concentrada”. Dado que el tiempo que pasan juntos es limitado, agregó James, “no vale la pena enojarse ni molestarse por nimiedades”. Viven separados debido a sus carreras —ambos tienen empleos administrativos en la ópera— y no se animarían a pedirle al otro que renuncie al trabajo que ama.

Daniel James y Ian Derrer están viviendo juntos por primera vez en su relación. Ambos trabajan desde casa por el brote de coronavirus. (Karen Almond)
Daniel James y Ian Derrer están viviendo juntos por primera vez en su relación. Ambos trabajan desde casa por el brote de coronavirus. (Karen Almond)

Los matrimonios a distancia no son poco comunes. Hay parejas que viven a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia debido a sus profesiones y quieren casarse. Sin embargo, el coronavirus les ha dificultado la vida a algunas de ellas. Muchos ya no están dispuestos a subirse a un avión, lo cual para una pareja significa que no están seguros de cuándo se verán de nuevo. Para otra pareja, las visitas ahora incluyen un viaje en automóvil de 13 horas. Por primera vez, Derrer y James están viviendo en el mismo lugar, gracias a que están trabajando de manera remota durante la crisis.

Algunas parejas siempre pensaron que su separación duraría poco, así que aguardaban el momento incrementando sus horas en FaceTime. Otras están descubriendo que la crisis ha ensombrecido un acuerdo que habían mantenido durante una década o más.

Danielle J. Lindemann, socióloga y autora de Commuter Spouses: New Families in a Changing World, comentó que la mayoría de las 97 parejas que entrevistó para su libro de 2019 pensaba que ese acuerdo era necesario para no perder impulso en sus carreras. Los que estudian a estas parejas, que forman parte de un grupo conocido en inglés como “LATs” (viviendo juntos, pero separados), concuerdan que están en aumento, aunque es difícil dar con las cifras, según Lindemann.

La mayoría de las parejas con las que Lindemann habló tenían estudios superiores. Sin embargo, su capacitación especializada: “Limitó su universo de opciones laborales disponibles, más que expandirla, contrario a lo que ellos pensaban y esperaban”.

Cuando Jimson Mullakary, de 31 años, y la doctora Roshini Mullakary, de 29 años, estaban saliendo, solían bromear diciendo que estaban en una relación a larga distancia porque él estaba en Manhattan, donde trabaja como contador y ella estaba haciendo su residencia médica en Long Island. Ahora viven a 1829 kilómetros de distancia. Cuando Roshini Mullakary estaba solicitando becas, solo encontró unos cuantos programas en la ciudad de Nueva York que tenían su especialidad, alergias e inmunología. Jimson Mullakary la alentó a presentar su solicitud doquiera que pensara que tendría la mejor experiencia.

“Me decía: ‘Sin importar lo que ocurra, lo resolveremos juntos’”, recordó ella. A mediados de 2018, él le pidió matrimonio en un balcón con vista al mar en la isla griega de Santorini y pocas semanas después ella se mudó a Rochester, Minnesota, para ser investigadora de la Clínica Mayo. Se casaron en septiembre pasado.

(Maxos Kapetanakis)
(Maxos Kapetanakis)

Para superar la distancia entre ellos, se escriben cartas a mano una vez a la semana y se conectan a través de FaceTime desde sus respectivos departamentos mientras terminan sus pendientes de trabajo, dejando la llamada durante horas y hablando de manera intermitente. Transcurridas unas semanas, alguno toma un avión para pasar el fin de semana juntos.

En el caso de muchas parejas, vivir separados es una solución a corto plazo para dar cabida a sus carreras, pero algunas veces se vuelve un acuerdo a largo plazo. Patrick Donnelly, de 50 años, y Alexandra Mascolo-David, de 58 años, vivían juntos en Mount Pleasant, Míchigan, cuando se casaron en el año 2000, pero él se mudó un año después para hacer un posgrado y ella se quedó. A lo largo de los siguientes diecinueve años, la carrera de Donnelly en administración de arte lo ha llevado desde Pittsburgh (a una distancia de seis horas en automóvil de su esposa) hasta Kalamazoo, Michigan (a dos horas), Newark, Delaware (a un vuelo de dos horas) y por último a Kansas City, Misuri (a un vuelo de dos horas seguido de un recorrido de dos horas y media en automóvil), donde ha estado durante una década.

Mascolo-David adora su trabajo como profesora de piano en la Universidad Central de Michigan, donde ha permanecido a lo largo de las mudanzas de Donnelly. Nunca tuvieron hijos. “La meta era vivir juntos”, comentó Donnelly. Sin embargo, el momento “nunca fue el indicado”, agregó Mascolo-David.

Su fortaleza de carácter se puso a prueba en 2010, cuando ella sufrió un aneurisma cerebral y tuvo que someterse a una operación de ocho horas. Donnelly se quedó con ella durante dos semanas, pero luego tuvo que volver al trabajo. Los padres de él se quedaron a cuidarla un mes. Fue una época difícil. “Realmente anhelaba estar con él”, comentó Mascolo-David, quien logró recuperarse en su totalidad.

Se ven al menos un fin de semana al mes. Además, ella se queda con él más tiempo durante las vacaciones de la universidad, cuando hace el recorrido de trece horas en automóvil, que incluye una escala en un hotel, para poder llevar a sus perros. Por el momento, dejaron de viajar en avión y ahora solo harán el recorrido por tierra. No obstante, el coronavirus “me ha abierto los ojos a la realidad de nuestra situación”, comentó Mascolo-David. “Estoy decidida a encontrar maneras de vivir bajo el mismo techo con Patrick lo más pronto posible”.

Muchas parejas que se encuentran separadas tienen un plan para vivir juntas, pero no Lauren Class Schneider, de 61 años, y Larry Moss, de 64. Se casaron en febrero, después de tener una relación a larga distancia durante veinte años, pero cada uno se ha quedado en el mismo sitio: ella en Nueva York y él en Chicago.

“Estoy demasiado contenta con nuestro romance para querer cambiarlo”, mencionó Schneider. “Somos adultos que han tomado decisiones relacionadas con su estilo de vida con las que se sienten contentos”.

Moss, un abogado semijubilado, ya había estado casado y tiene hijos mayores. Se acuesta temprano para poder levantarse a las 4:40 a. m. y dar una clase de acondicionamiento físico dos veces a la semana. Ella trabaja en la industria teatral y con frecuencia está fuera hasta tarde en obras (aunque no por el momento, ya que Broadway está cerrado).

Estar juntos unos días al mes significa que todavía pueden actuar como recién casados, sentarse del mismo lado de la mesa en un restaurante para poder tomarse de la mano. Se turnan para viajar en avión de una ciudad a otra por una noche si no pueden pasar todo el fin de semana juntos; lo llaman una “escala técnica”. Encienden las velas del sabbat durante sus charlas por FaceTime y ocultan notas para el otro en sus respectivos departamentos.

Dichos acuerdos son “un escape de la compañía constante”, dijo Lindemann, la socióloga. Una participante de su estudio explicó: “Obtienes la independencia de ser soltera y los beneficios del matrimonio”.

Pamela Hinchman, de 64 años, es profesora de canto y ópera en la Universidad del Noroeste, se casó con Ted DeDee, de 70 años, el año pasado. Su perspectiva sobre el matrimonio siempre ha sido de que “no tienes que estar pegado a la otra persona”, (ella se ha divorciado dos veces y él era viudo).

Cuando se comprometieron en 2018, él vivía a dos horas y media en auto en Madison, Wisconsin, sin planes de mudarse con ella a Evanston, Illinois, aunque estaba jubilado. Cuando le dijo que la Sociedad de Música de La Jolla en California necesitaba un nuevo director ejecutivo, ella le dijo: “Es perfecto para ti”. Seis meses antes de su boda, decidió abandonar su retiro y aceptar el trabajo.

Durante casi un año, han hecho el vuelo de más de cuatro horas dos veces al mes para verse.

Pero en enero, DeDee decidió que dejaría su trabajo en junio para centrarse en un problema de salud. Cuando la amenaza del coronavirus se intensificó, adelantó su viaje a mediados de marzo “para poder estar con mi esposa, así de simple”.

El coronavirus también ha cambiado el punto de vista de Hinchman. “Es sorprendente para ambos, pero nuestra vida juntos se ha puesto en perspectiva”, dijo.

Ante tanta incertidumbre y miedo, lo que ella más desea es estar con su marido: “Ahora la mayor prioridad es estar ahí para el otro, en persona”.

(c) The New York Times 2020

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