Hace aproximadamente 3190 años, un comerciante en Emar, un puerto comercial en lo que ahora es el norte de Siria, envió una carta desesperada a su jefe, Urtenu, que vivía en la próspera metrópolis de Ugarit, una ciudad Estado en la costa de Siria. “Hay hambruna”, escribió. “Si no llegan pronto aquí, nosotros también moriremos de hambre”.
Una prolongada sequía había dejado las áreas circundantes de Ugarit en situación de hambruna, se gestaban guerras y era muy probable que también hubiera plagas. Urtenu tal vez no se dio cuenta, pero estaba viviendo los últimos años de dos ciudades ricas, Ugarit y Micenas, que dominaban la región este del mar Mediterráneo durante lo que los historiadores llaman la Edad de Bronce, que transcurrió del año 3000 al 1200 a. e. c., aproximadamente.
Más de mil años antes de que los griegos inventaran la democracia y los romanos la socavaran con el imperialismo, estas ciudades Estado de la Edad de Bronce sentaron las bases para lo que a menudo llamamos la civilización occidental. Homero registró los mitos de la Edad de Bronce en la Ilíada y la Odisea, y las inscripciones talladas en piedra de los faraones Hatshepsut y Tutmosis III plasman las maquinaciones de las élites de la Edad de Bronce. A pesar de que los gobernantes de la Edad de Bronce a veces entraban en guerra, la verdadera fuente de su poder, al igual que el de las grandes ciudades de la actualidad, era la capacidad económica asegurada por medio del comercio. Las décadas finales de Ugarit y Micenas nos dicen mucho sobre por qué caen las ciudades, y quién sobrevive entre las cenizas.
Ugarit y la ciudad Estado griega de Micenas eran dos de los reinos más prósperos en una economía internacional boyante que creció a lo largo de las rutas de comercio costeras que vinculaban a las que ahora son Grecia, Turquía, Siria, Líbano y Egipto. Sus mercados vendían de todo, desde aceite de oliva importado hasta granos de origen local, mientras que los artesanos elaboraban esculturas y armas con la aleación metálica que le dio su nombre a este periodo. El bronce, hecho con estaño de Afganistán y cobre de Creta, fue el máximo logro del comercio a larga distancia, así como del conocimiento técnico.
Sin embargo, la Edad de Bronce también fue una época de desigualdad extrema. Las ciudades eran gobernadas por aristócratas adinerados citadinos que controlaban el comercio, se valían de distintos tipos de trabajos forzados e imponían pesados gravámenes a sus Estados clientes y a sus pueblos agrícolas. Cuando la situación se tornaba difícil, los plebeyos de Ugarit y Micenas sentían el golpe.
Los historiadores y arqueólogos desconocen todos los motivos por los que estas ciudades colapsaron. Sin embargo, hay pruebas de que ambas se redujeron a cenizas en la década de 1100 a. e. c. y quedaron derribados y abandonados sus suntuosos palacios. También hay indicios de terremotos. Casi no hay testimonios escritos de los siglos posteriores a esos eventos. Fue como si la alfabetización y la cultura se hubieran evaporado junto con los dos reinos.
Hasta hace poco, los historiadores atribuyeron este colapso a merodeadores conocidos como los Pueblos del Mar. Supuestamente, estos Pueblos del Mar saquearon las ciudades y dejaron a los otrora poderosos reinos del Mediterráneo a merced de piratas o invasores peores.
Ahora, nuevas investigaciones están cuestionando toda esta historia. Eric Cline, un clasicista de la Universidad George Washington y autor de 1177 B. C.: The Year Civilization Collapsed, explicó que no hay pruebas de que haya habido extranjeros invasores en Micenas, por lo que la violencia tuvo que haber venido del interior. Con base en lo que se sabe de estas sociedades, él concluye que las clases bajas de la ciudad tal vez se hartaron y quemaron todo. Josephine Quinn, una arqueóloga de la Universidad de Oxford, concuerda. “Todo el sistema de la Edad de Bronce genera mucha inconformidad”, me dijo.
Las investigaciones de Cline y Quinn ven los logros de la Edad de Bronce desde una nueva perspectiva. Los reyes de Micenas y Ugarit trabajaban codo a codo con los comerciantes más adinerados para generar más riqueza. Consolidaron su poder económico y político para acabar con la competencia de las ciudades Estado más pequeñas o de los comerciantes independientes. Cline describió una carta de un comerciante de Ugarit llamado Sinaranu, quien informaba que no tenía que pagar ningún impuesto de importación cuando sus embarcaciones regresaban de Creta cargadas de cereales, cerveza y aceite de oliva. Al parecer, las exenciones tributarias para los ricos son de los trucos más antiguos que ha inventado la clase gobernante.
Cuando sus ciudades fueron consumidas por el fuego, las clases dominantes de la Edad de Bronce lo perdieron todo, incluso a los súbditos que alguna vez controlaron. La población de Grecia se redujo casi un 50 por ciento en este periodo, probablemente debido a una combinación de guerra, sequía y migración, según Sarah Murray, profesora de Estudios Clásicos en la Universidad de Toronto y autora de The Collapse of the Mycenaean Economy. Cline cree que quizá las plagas también ahuyentaron a la gente hacia los territorios circundantes.
No obstante, es poco probable que muchas de estas personas añoraran el viejo orden. “¿Alguna vez les preocupó que el rey tuviera un suministro suficiente de joyas lujosas y huevos de avestruz de Egipto?”, preguntó Murray. “Yo diría que no. En todo caso, la caída de los palacios les podría haber facilitado la vida”.
Tras los levantamientos, el Mediterráneo ya no era dominado por ciudades como Ugarit y Micenas. Las ciudades más pequeñas como Tiro y Sidón, que siguen de pie hasta la fecha en Líbano, salieron ilesas de la Edad de Bronce y se convirtieron en centros de cultura en la región. Es como si la caída de Nueva York y San Francisco abriera paso para que Filadelfia y Oakland las relevaran.
Los comerciantes de Tiro y Sidón prosperaron en este nuevo mundo. Eran propietarios de negocios locales sin afiliaciones formales ni vínculos políticos. Tras la caída de los antiguos reinos, tuvieron la libertad de navegar por mares desconocidos. Los comerciantes de Tiro se aventuraron mucho más lejos de lo que jamás llegaron los representantes de Ugarit, y se establecieron en el territorio que luego se convertiría en España, Marruecos y Túnez.
En otras palabras, el fin de la civilización de la Edad de Bronce no fue un colapso de órdago. La evaluación más correcta es que transformó la índole del poder político en las ciudades. En lugar de una estructura rígida de poder internacional que controlaba toda la región este del Mediterráneo, se instauraron gobiernos locales para cada ciudad Estado.
Una de las razones por las que los historiadores le llaman a este periodo de transición un “colapso” es que la escritura prácticamente desapareció. Quinn dijo que ese tal vez era otro indicio de las protestas contra el orden. Los reyes de Ugarit y Micenas mantenían a sus Estados clientes a raya con el uso de expedientes escritos para llevar un registro de sus fortunas y cobrarles impuestos. Quinn especuló que los granjeros y los comerciantes tal vez dejaron de asentar todo por escrito a fin de evadir el control de los reyes.
La escritura regresó a la región unos siglos después de la caída de Ugarit, gracias a los comerciantes de Tiro y de otras ciudades independientes. Ellos usaron una forma de escritura que era fonética, basada en sonidos y no en logogramas como los jeroglíficos egipcios. Esta grafía, que llamaron alfabeto fenicio, era fácil de aprender, fácil de adaptar a los idiomas locales, y se convirtió en la base del abecedario latino moderno que usamos hoy en día.
Ahora que atravesamos por lo que podría ser el primer gran cataclismo del tercer milenio, los pueblos de la finada Edad de Bronce tienen algo que enseñarnos. “Invierte en una comunidad local, ya que, sin importar quién esté a cargo en la cima de la pirámide, es más probable que los negocios locales sobrevivan”, afirmó Quinn. Claro que las empresas ultrarricas también van a sobrevivir, añadió. Los comerciantes más grandes de Ugarit no desaparecieron, pues tenían conexiones políticas en las ciudades que sobrevivieron, como Tiro. Aunque sus casas elegantes se incendiaron, pudieron costearse unas nuevas.
¿Acaso veremos un levantamiento violento a raíz del colapso económico? Tal vez, pero el uno por ciento de la actualidad quizá no sufra de la misma manera que los reyes de la Edad de Bronce. Para empezar, las redes locales de comercio ya no son tan robustas como las que existían en el año 1000 a. e. c., cuando los comerciantes de Tiro comerciaban con las aldeas cercanas que, a su vez, comerciaban con otros pueblos vecinos. “De verdad hemos acabado con los sistemas locales de manufactura y suministro”, comentó Murray. “Es un poco triste reflexionar sobre el contraste con el caso de la Edad de Bronce, en el que unas cuantas élites fueron las más afectadas”.
Hoy en día, los comerciantes locales y los pueblos pequeños dependen de las cadenas de suministro internacionales tanto como lo hacían los reyes de Ugarit. Y una cosa sigue siendo cierta: nuestra supervivencia aún depende de las redes locales sustentables, no de las exenciones tributarias otorgadas por reyes.
(c) The New York Times 2020.-
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