Por ahora sabemos que el nuevo coronavirus estará con nosotros durante un tiempo bastante largo.
“Exactamente cuánto tiempo es algo que aún está por verse”, dijo Marc Lipsitch, un epidemiólogo de enfermedades infecciosas en la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard. “Será cuestión de manejarlo durante meses o un par de años. No se trata de superar el pico, como creen algunas personas”.
Una sola ronda de distanciamiento social —que incluye medidas como cerrar las escuelas y los lugares de trabajo, limitar el tamaño de las reuniones y las cuarentenas de diferentes intensidades y duraciones— no será suficiente a largo plazo.
En aras de gestionar nuestras expectativas y gobernarnos en consecuencia podría ser útil, para nuestro estado mental pandémico, imaginar esta situación, existencialmente, al menos, como una onda solitónica: una onda que sigue rodando y rodando, que continúa con su propia potencia durante una gran distancia.
En 1834, el ingeniero y arquitecto naval escocés John Scott Russell vio por primera vez una onda de ese tipo mientras viajaba por el Canal Unión. La siguió a caballo y, como escribió en su “Reporte sobre ondas”, logró adelantarla a unos 12 kilómetros por hora, además tenía unos 9 metros de largo y más o menos 30 centímetros de altura. “Pasado un tiempo, su altura gradualmente disminuyó, y después de seguirla por una distancia de 2 kilómetros, la perdí en unos recodos del canal”.
De manera similar, la onda pandémica estará con nosotros en el futuro previsible antes de que disminuya. Pero dependiendo de la ubicación y las políticas vigentes, tendrá dimensiones variadas y dinámicas que viajan a través del tiempo y el espacio.
“Hay una analogía entre el pronóstico del tiempo y el modelado de enfermedades”, dijo Lipsitch. Ambos, señaló, son descripciones matemáticas simples de cómo funciona un sistema: basándose en la física y la química en el caso de la meteorología; y en el comportamiento, la virología y la epidemiología en el caso del modelado de enfermedades infecciosas. Por supuesto, dijo, “no podemos cambiar el clima”. Pero podemos cambiar el curso de la pandemia, con nuestro comportamiento, y con el equilibrio y la coordinación de factores psicológicos, sociológicos, económicos y políticos.
Lipsitch es el coautor de dos análisis recientes —uno del Centro de Investigación y Políticas de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, el otro de la Escuela Chan que fue publicado en Science— que describen una serie de variantes que la onda pandémica podría tomar en los próximos meses.
El estudio de Minnesota describe tres posibles futuros:
El primero representa una curva inicial de casos, la actual, seguida de un recorrido constantemente irregular de picos y mesetas que disminuirá gradualmente durante un año o dos.
El segundo supone que la curva actual será seguida por un pico de otoño, o tal vez de invierno, más grande seguido por ondas posteriores más pequeñas, similares a lo que ocurrió durante la pandemia de gripe de 1918-19.
El tercer escenario muestra un pico de primavera intenso seguido de una “combustión lenta” con altibajos menos pronunciados.
Los autores concluyen que ante cualquier realidad que se materialice (suponiendo que seguirán las actuales medidas de mitigación, mientras esperamos una vacuna), “debemos estar preparados para al menos de 18 a 24 meses de actividad significativa de la COVID-19, con puntos de gran transmisión que aparecerán periódicamente en diversas áreas geográficas”.
En el artículo publicado en Science, el equipo de Harvard —conformado por el epidemiólogo de enfermedades infecciosas Yonatan Grad; su compañero posdoctoral, Stephen Kissler; Lipsitch y su estudiante de doctorado, Christine Tedijanto, y su colega Edward Goldstein— analizó más de cerca varias posibilidades al simular la dinámica de transmisión mediante el uso de los últimos datos de la COVID-19 y los datos de virus relacionados.
Los autores transmitieron los resultados en una serie de gráficos, compuestos por Kissler y Tedijanto, que proyectan un futuro ondulado que se caracteriza por los picos y las mesetas.
Una figura del documento, reinterpretada a continuación, describe posibles escenarios (los detalles diferirían geográficamente) y muestra la trayectoria roja de las infecciones de Covid-19 en respuesta a los regímenes de “distanciamiento social intermitente” representados por las bandas grises.
El distanciamiento social se activa cuando el número de casos de Covid-19 alcanza una cierta prevalencia en la población - por ejemplo, 35 casos por cada 10.000, aunque los umbrales se establecerían localmente, monitoreados con pruebas generalizadas. Se “apaga” cuando los casos caen a un umbral más bajo, tal vez 5 casos por 10.000. Dado que los casos críticos que requieren hospitalización están a la zaga de la prevalencia general, esta estrategia tiene por objeto evitar que el sistema de atención de la salud se vea desbordado.
El gráfico verde representa el correspondiente aumento, aunque muy gradual, de la inmunidad de la población.
“El ‘umbral de inmunidad del rebaño’ en el modelo es el 55 por ciento de la población, o el nivel de inmunidad que se necesitaría para que la enfermedad dejara de propagarse en la población sin otras medidas”, dijo el Dr. Kissler.
Otra iteración muestra los efectos de la estacionalidad: una propagación más lenta del virus durante los meses más cálidos. Teóricamente, los efectos estacionales permiten intervalos más grandes entre los períodos de distanciamiento social.
Este año, sin embargo, los efectos estacionales serán probablemente mínimos, ya que una gran proporción de la población seguirá siendo susceptible al virus en el verano. Y hay otras incógnitas, ya que los mecanismos subyacentes de la estacionalidad -como la temperatura, la humedad y los horarios escolares- se han estudiado para algunas infecciones respiratorias, como la gripe, pero no para los coronavirus. Así que, por desgracia, no podemos depender sólo de la estacionalidad para evitar otro brote en los próximos meses de verano boreal.
Otro escenario tiene en cuenta no sólo la estacionalidad, sino también la duplicación de la capacidad de cuidados críticos en los hospitales. Esto, a su vez, permite que el distanciamiento social surta efecto en un umbral más alto -digamos, con una prevalencia de 70 casos por cada 10.000- y que se produzcan pausas aún más largas entre los períodos de distanciamiento social:
Lo que está claro, en general, es que un solo esfuerzo de distanciamiento social no será suficiente para controlar la epidemia a largo plazo, y que llevará mucho tiempo alcanzar un porcentaje aceptable de inmunidad colectiva.
“Esto se debe a que cuando tenemos éxito en el distanciamiento social, para no abrumar al sistema de atención médica, menos personas contraen la infección, que es exactamente el objetivo”, dijo Tedijanto. “Pero si la infección conduce a la inmunidad, el distanciamiento social exitoso también significa que más personas siguen siendo susceptibles a la enfermedad. Como resultado, una vez que levantemos las medidas de distanciamiento social, es muy probable que el virus vuelva a propagarse de manera tan fácil como antes del confinamiento”.
Por lo tanto, al carecer de una vacuna, nuestro estado mental de pandemia puede persistir hasta 2021 o 2022, lo que sorprendió incluso a los expertos.
“Anticipamos que sería necesario un periodo prolongado de distanciamiento social, pero inicialmente no nos dimos cuenta de que podría ser tan largo”, dijo Kissler.
(c) The New York Times 2020
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