Una frontera cerrada no puede detener a esta pareja de ancianos: “El amor es lo mejor del mundo”

Por Patrick Kingsley

Guardar
Karsten Tüchsen Hansen e Inga Rasmussen, mantienen vivo su amor a pesar del cierre de la frontera entre sus países, reuniéndose en el cruce fronterizo de Mollehusvej, entre Dinamarca y Alemania, el 16 de abril de 2020. (Emile Ducke/The New York Times)
Karsten Tüchsen Hansen e Inga Rasmussen, mantienen vivo su amor a pesar del cierre de la frontera entre sus países, reuniéndose en el cruce fronterizo de Mollehusvej, entre Dinamarca y Alemania, el 16 de abril de 2020. (Emile Ducke/The New York Times)

Frontera de Mollehusvej - Ella conduce desde el lado danés, en su Toyota Yaris.

Él pedalea desde el lado alemán en su bicicleta eléctrica.

Ella lleva café y una mesa, él, las sillas y el schnapps.

Entonces se sienta cada uno a un lado de la frontera, guardando una distancia de uno o dos metros.

Así es como esta pareja de amantes octogenarios ha mantenido vivo su amor a pesar del cierre de la frontera que separa la casa de él, en el extremo norte de Alemania, de la de ella, en el extremo sur de Dinamarca.

Todos los días, desde que la policía cerró la frontera para evitar la propagación del virus, Karsten Tüchsen Hansen, un agricultor retirado de 89 años, e Inga Rasmussen, una ex proveedora de alimentos de 85 años, se han encontrado en la frontera de Mollehusvej para conversar, bromear y beber, manteniendo una distancia social mínima.

“Estamos aquí por amor”, afirmó Tüchsen Hansen, cuando los visité la semana pasada. “El amor es lo mejor del mundo”.

Luego se sirvió otra copa de schnapps.

El romance improbable de esta pareja inició en Dinamarca hace dos veranos, de una forma ligeramente menos sentimental.

Tüchsen Hansen, cargando un gran ramo de flores, se dirigía a visitar sin previo aviso a otra viuda danesa de edad avanzada que había conocido durante décadas, pero antes de llegar a su casa, conoció a Rasmussen mientras hacían fila en un puesto de fresas en la orilla de una rotonda.

Bastante cautivado, decidió no visitar a la primera mujer y, en lugar de eso, en un impulso, Tüchsen Hansen le dio las flores a Rasmussen. Luego la invitó a cenar a Alemania y pronto la pareja fue teniendo una relación más íntima, para sorpresa de las tres hijas de Rasmussen.

“Nunca te cases con un alemán”, le había advertido Rasmussen a sus hijas en repetidas ocasiones cuando eran adolescentes… no por motivos xenofóbicos, sino porque quería que vivieran cerca de casa.

“Ahora me preguntan: ‘Mamá, ¿qué estás haciendo?’”, narró Rasmussen.

Una escena cerca de la frontera en Tonder, Dinamarca, el 16 de abril de 2020. (Emile Ducke/The New York Times)
Una escena cerca de la frontera en Tonder, Dinamarca, el 16 de abril de 2020. (Emile Ducke/The New York Times)

La pareja también causó sorpresa por motivos más conmovedores. Ambos enviudaron en años recientes, después de más de seis décadas de matrimonio cada uno por su lado; los dos creían que sus días en pareja habían terminado.

“Jamás soñé con que sucedería algo como esto”.

No obstante, contra toda expectativa, Rasmussen comenzó a visitar a Tüchsen Hansen a diario, gracias a las normas europeas que durante han años han permitido la movilidad entre países como Dinamarca y Alemania.

Era habitual que cocinaran juntos y conversaran en una mezcla de alemán y danés. Luego Rasmussen solía quedarse a dormir antes de regresar a su casa en Dinamarca unas cuantas horas a la mañana siguiente.

Esa rutina feliz se vio interrumpida abruptamente el 13 de marzo, cuando el gobierno danés anunció que cerraría sus fronteras al día siguiente a toda la población, a excepción de las personas que viajaran por cuestiones laborales. Por temor a quedarse fuera de su país, Rasmussen se apresuró a volver a su casa en Dinamarca, ubicada a una distancia de quince minutos en auto.

Ninguno de los dos sabía cuándo volverían a tomarse de la mano.

Entonces idearon un plan.

En un carril poco concurrido que serpentea por las llanas tierras entre sus dos casas, a unos cuantos metros de donde nació Tüchsen Hansen, la policía bloqueó el camino tan solo con una endeble valla de plástico. Se encuentra aproximadamente a medio camino de sus hogares así que, desde el cierre, Rasmussen y Tüchsen Hansen se han reunido en ese lugar para hacer un picnic todas las tardes a las tres, aproximadamente.

Con una amable obediencia a los consejos sanitarios, tratan de evitar el contacto físico.

“Lo peor es que no podemos abrazarnos”, dijo Tüchsen Hansen. “No podemos besarnos, ni hacer el amor”.

Pero han descubierto otras maneras de demostrar su cariño.

Cada día, Tüchsen Hansen le lleva un obsequio a Rasmussen. Cuando los visité, fue una botella de merlot (aunque Rasmussen solo bebe café hasta que el Toyota está estacionado y a salvo de vuelta en su casa).

A cambio, Rasmussen le lleva galletas, un pastel y, en ocasiones, incluso un almuerzo que ella misma cocinó.

“Si hay respeto y aceptación, el sexo no es importante”, declaró Tüchsen Hansen.

Un punto de control improvisado en Saed, Dinamarca, cerca de un cruce de frontera con Alemania. (Emile Ducke for The New York Times)
Un punto de control improvisado en Saed, Dinamarca, cerca de un cruce de frontera con Alemania. (Emile Ducke for The New York Times)

De acuerdo con él, la policía danesa ha amenazado con multarlos si se alejan de la frontera.

No obstante, motivado por la presencia de un periodista, Tüchsen Hansen trepó la valla de plástico para señalar una roca de la antigua frontera oculta entre los arbustos.

Fue otro momento de conmoción.

A principios del siglo XX, la frontera estaba ubicada mucho más al norte, pero, en un plebiscito realizado el 14 de marzo de 1920, los habitantes de lo que en ese entonces era el extremo norte de Alemania votaron para unirse a Dinamarca. Esa decisión desplazó la frontera hacia el sur, a esta franja de tierra de cultivo, como indica la antigua roca en los arbustos.

En 2001, esa frontera volvió a desaparecer, ya que Dinamarca se unió a una zona libre de fronteras dentro de la Unión Europea. Entonces, el 14 de marzo de 2020, exactamente 100 años después del plebiscito, las barreras fronterizas se erigieron una vez más.

“Mis padres vieron cuando se colocó la piedra”, dijo Tüchsen Hansen. “Ahora yo veo que estas barreras se levantan”.

Henrik Frandsen, el alcalde danés de un poblado cercano, fue el primero en darse cuenta de la rutina de la pareja.

Pedaleando a lo largo de la frontera, diez días después de que se cerrara, Frandsen entabló una conversación con ellos. Conmovido por su historia, más tarde publicó una fotografía de la pareja en Facebook.

En pocos días, se habían convertido en celebridades regionales, el centro de varios reportajes en los diarios y estaciones de radio locales.

“Creo que le da a la gente algo de esperanza, un poco de luz en la oscuridad”, dijo Frandsen, quien regresó pedaleando en bicicleta para presentarme a la pareja. “Aquí tienes a esta pareja de ancianos que han encontrado una salida”.

Como resultado, el lugar de picnic de la pareja se ha convertido en el punto de una pequeña peregrinación. Periodistas y habitantes de ambos lados de la frontera visitan a la pareja la mayoría de las tardes. Cuando llegué, un periodista alemán ya estaba ahí, y una pareja danesa llegó poco después, encantada de descubrir que la historia era cierta.

No obstante, la pareja ha recibido una visitante con sentimientos un tanto encontrados.

Se trataba de Kirsten Hansen, la mujer a la que Tüchsen Hansen había planeado darle el ramo originalmente, dos veranos atrás.

Ella no sabía de las intenciones amorosas de Tüchsen Hansen: él no le dijo que había tenido la intención de visitarla y, de cualquier forma, nunca se presentó. Hansen se enteró del revés gracias a la avalancha de noticias recientes.

“¡Oye!”, dijo riendo. “¡Esas flores eran para mí!”.

Emile Ducke colaboró con este reportaje.

(c) The New York Times 2020

Guardar