Durante casi una semana, un tramo de escaleras en una casa de dos pisos en Rolla, Misuri, se convirtió en tierra de nadie. Era lo único que separaba a los enfermos de los sanos. En esa docena de escalones, los habitantes de la casa que no tenían el coronavirus dejaban los pedidos de comida y platos de papel, y los enfermos depositaban los utensilios de plástico y la basura de sus habitaciones.
Y si alguno de los tres residentes que tosían quería deambular por las escaleras, una tabla de madera colocada en el quinto escalón le bloqueaba el camino.
Cuando Marco Cisneros, de 22 años, se mudó a esa casa en el centro de Misuri el mes pasado, los cinco inquilinos tenían acceso a las cuatro habitaciones y los espacios compartidos. Cocinaban juntos sus comidas y se quedaban despiertos hasta tarde jugando Mario Kart.
Pero, de repente, uno de ellos comenzó a toser. A otro le dio fiebre. Pronto, tres se enfermaron. Temiendo que sus compañeros pudieran tener el coronavirus, los dos que estaban sanos ubicaron a los enfermos en el segundo piso.
“El día que se mudaron al piso de arriba, desinfectamos toda la casa”, dijo Cisneros recientemente sobre la cuarentena de sus compañeros de casa. “Antes de esto nunca había pensado en desinfectar las manijas de las puertas, pero ahora las estoy desinfectando”.
Vivir con compañeros de piso o casa siempre ha incluido algo de drama: peleas por los platos sucios, los baños compartidos y las facturas del cable. Pero mientras más estadounidenses dan positivo por el coronavirus todos los días, millones de personas en todo el país se han visto obligadas a depender de compañeros que apenas conocen para evitar contagios, lo que en algunos casos ha significado confiar su salud a extraños que conocieron en Craigslist o por amigos en común.
Si bien la pandemia ha acercado a algunos compañeros de vivienda, en otros casos ha convertido las pequeñas quejas sobre la limpieza o los visitantes en discusiones sobre la seguridad.
En todo el país, casi 20 millones de personas viven con personas que no son sus familiares, según datos del censo estadounidense. En 2015, entre las personas de 18 a 34 años, una de cada cuatro vivía con compañeros de apartamento o casa, una cifra que incluía a adultos jóvenes que vivían con parientes que no eran sus padres, por ejemplo, con sus hermanos.
En diversas entrevistas, las personas que temen contraer el virus porque la gente con la que viven es menos cuidadosa dijeron que estaban limpiando fervientemente las superficies, manteniendo los artículos de tocador en sus habitaciones y retirando de las áreas comunes algunos dispositivos que solían compartir, como los cargadores de teléfonos. Algunos han huido de los apartamentos para refugiarse en sus hogares familiares, porque afirman que la indiferencia de sus compañeros los pone en riesgo.
Dado que en 45 estados del país (una gran mayoría) se han emitido órdenes de quedarse en casa, muchas personas que comparten vivienda y que estaban acostumbradas a verse solo por las mañanas o después del trabajo ahora están juntas en casa, en muchos casos trabajando de forma remota, recibiendo llamadas de negocios y participando en reuniones de video.
Según el Centro de Investigaciones Pew, alrededor del 40 por ciento de los adultos en edad laboral están trabajando desde casa debido al virus, una cifra que es más alta entre las clases adineradas. Con compañeros de piso que ahora se convierten en compañeros de trabajo, algunos han intentado levantar la moral en sus nuevas oficinas en el hogar que, en muchos casos, se reducen a la sala de estar.
Naomi Nagel y Michelle Topping, ambas de 26 años, dijeron que después de una semana de usar sus pijamas todo el día en su apartamento de Atlanta, decidieron que tenían que hacer algo que las obligara a cambiarse de ropa y mejorar su estado de ánimo. Con la colaboración de sus mejores amigos crearon un calendario del “mes del espíritu” con un tema diferente para cada día, incluido el día del “suéter feo” y el “viernes elegante”. Su esfuerzo se ha contagiado entre sus amistades, quienes les envían fotografías suyas siguiendo las pautas del calendario.
Cuando Topping fue despedida de su trabajo en un bufete de abogados por la pandemia, el calendario espiritual y sus fotografías le dieron motivos para realizar actividades cada mañana.
“Fue realmente útil”, dijo. “Perder mi trabajo apesta, pero esto me distrae un poco”.
Para Cisneros, el coronavirus cambió gran parte de su vida en Misuri. El mes pasado estaba trabajando en una sala de cine en Springfield, su ciudad natal. La pandemia le costó su trabajo porque ocasionó el cierre del cine. Solicitó las ayudas por desempleo el mes pasado y, después de varias semanas de no saber nada, comenzó a recibir pagos la semana pasada. Su plan original de postularse para un Walmart local está en espera, porque cree que es un trabajo cada vez más peligroso.
“Walmart todavía está contratando, pero me da mucho miedo porque mi compañero que trabajaba allí podría tener coronavirus”, dijo a principios de este mes. Unos días después, uno de sus compañeros dio negativo en la prueba del virus, lo que alivió a todos en la casa.
Ahora, Cisneros pasa gran parte de sus días en labores de limpieza. Quiere estar en casa con su madre, pero ella tiene una enfermedad pulmonar rara y le preocupa llevar el virus a su casa, aunque no tiene síntomas.
A pesar de que nunca se imaginó el acuerdo al que llegarían en su nueva casa, Cisneros está agradecido de estar con algunos de sus mejores amigos, y se alegra de que nunca se pelearon cuando estuvieron confinados en el piso de arriba durante casi una semana.
Incluso cuando uno de sus compañeros resultó negativo en coronavirus, Cisneros y el otro inquilino que también estaba sano no quisieron correr riesgos.
“Le pedimos que se quedara arriba otro día solo para estar seguros”, dijo.
Dan Levin colaboró en este reportaje.
(c) The New York Times 2020