La frágil economía de los festivales

Por Aisha Harris

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Una multitud espera el show de Salt-N-Pepa durante la edición 2018 del South by Southwest Music Festival.
(Jack Plunkett/Invision, via Jack Plunkett, via Invision, via Associated Press)
Una multitud espera el show de Salt-N-Pepa durante la edición 2018 del South by Southwest Music Festival. (Jack Plunkett/Invision, via Jack Plunkett, via Invision, via Associated Press)

South by Southwest fue una señal temprana de que la situación se agravaba rápidamente. A principios de marzo, el festival multimedia masivo, organizado en Austin, Texas, fue cancelado por funcionarios de la ciudad tan solo una semana antes de la fecha de inauguración, debido a las preocupaciones por la propagación del coronavirus.

El impacto fue inmediato y devastador: cientos de miles de personas asisten a la conferencia cada año, llevando consigo cientos de millones de dólares en ingresos a Austin. Las proyecciones de nuevas películas fueron canceladas; las presentaciones de musicales no se desarrollaron; los paneles y los talleres desaparecieron. Los periodistas independientes especializados en cine, música y tecnología, muchos de los cuales tuvieron que poner de su dinero para hacer el viaje, perdieron trabajo debido a que ya no había eventos a los cuales dar cobertura.

La cancelación también trajo consigo una incertidumbre abrupta acerca del destino de South by Southwest más allá de 2020. En el sector creativo, es difícil imaginar un mundo sin South by Southwest, una institución cultural de más de 30 años. Sin embargo, un artículo de The Wall Street Journal que presentó una entrevista con Roland Swenson, cofundador y director ejecutivo del festival, mostró un panorama preocupante de una compañía que se esfuerza por encontrar recursos para “evitar que se acabe el dinero para cuando llegue el verano” y se ve obligada a recortar a un tercio de sus empleados de tiempo completo.

“Estamos planeando continuar y hacer otro evento en 2021, pero no estoy completamente seguro de cómo lo lograremos”, le dijo Swenson a The Wall Street Journal el mes pasado. (Swenson rechazó una petición para realizarle una entrevista).

La economía estadounidense se está desplomando: se han cerrado restaurantes, la industria turística se ha visto afectada, los cines parecen un recuerdo distante. Entre las muchas víctimas se encuentra el sector de los festivales, un ecosistema que desempeña un papel vital en la transformación del paisaje cultural estadounidense, pero que quizá también esté mal adaptada de manera única para ponerse de pie otra vez en cuanto termine toda esta situación.

La NBA, la MLB y otras ligas deportivas soportarán esta tormenta. Conglomerados como Disney también sobrevivirán. Pero, en cuanto a los eventos que ocurren una vez al año para reunir a entusiastas y artistas, así como promover la creatividad mientras se impulsan los negocios locales, la pandemia revela lo frágil que es la red que produce ese tipo de entretenimiento. Con tan solo jalar una cuerda —basta una cancelación o posponer un festival que puede tomar hasta un año entero para preparar— todo puede venirse abajo.

La mayoría de los festivales de cine “son como empresas emergentes año tras año”, me dijo Lela Meadow-Conner, directora ejecutiva de la organización sin fines de lucro Film Festival Alliance. “Recaudas el dinero necesario para organizar el festival, después lo montas y debes comenzar de nuevo el año siguiente”.

Los festivales existen en una suerte de relación simbiótica con sus ciudades anfitrionas: una gama de industrias, incluida la de la hospitalidad y la de trabajadores temporales, por ejemplo, dependen de los eventos, desde los grandes como el Festival de Jazz de Nueva Orleans (pospuesto, de manera optimista, de este mes a otoño) hasta aquellos tan pequeños como las ferias locales de arte, para proporcionar un impulso a sus negocios año tras año. A cambio, el financiamiento de estos eventos proviene en parte de patrocinios locales, como restaurantes y otros negocios pequeños que hacen donativos en especie.

Peatones pasan por el costado de un club nocturno luego de que el festival de música y tecnología South by Southwest (SXSW) fuera cancelado por prevención ante el brote de coronavirus, en marzo pasado en Austin, Texas.  REUTERS/Sergio Flores
Peatones pasan por el costado de un club nocturno luego de que el festival de música y tecnología South by Southwest (SXSW) fuera cancelado por prevención ante el brote de coronavirus, en marzo pasado en Austin, Texas. REUTERS/Sergio Flores

Con la mayor parte del país en confinamiento, esos negocios están en problemas, y muchos quizá no sobrevivan el término de la pandemia.

“Con la economía, lo más difícil de saber en este momento es exactamente quién estará dispuesto a gastar dinero en mercadotecnia en general”, dijo Ryan Watt, director ejecutivo del Festival de Cine Independiente de Memphis (Indie Memphis). “Especialmente para patrocinios de eventos públicos”.

Indie Memphis se organiza cada año en otoño y, por ahora, se tiene pensado celebrarlo en octubre, como estaba planeado, aunque Watt supone que este año tendrán menos patrocinadores. Hay mucha incertidumbre y, como muchas organizaciones artísticas, estarán produciendo eventos en línea en las próximas semanas y meses: transmisiones de películas en directo seguidas de sesiones de preguntas y respuestas virtuales, incluyendo un club de cine semanal.

Su plataforma de boletería Eventive está trabajando para incorporar una plataforma de transmisión en continuo en caso de que no puedan celebrar el festival en persona. “Si debemos volverlo virtual, entonces estaremos preparados para hacerlo”, comentó.

No obstante, el formato virtual tiene sus límites para amortiguar el impacto. Este mes, South by Southwest anunció un festival de cine en línea en el que se proyectarán las películas que iban a mostrarse en la conferencia de este año. Durante un periodo de diez días (aún no se han revelado las fechas exactas), cualquiera que tenga una cuenta básica de Amazon puede ver las películas disponibles de manera gratuita. Esto es genial para los espectadores, pero quizá lo sea menos para los cineastas que elijan participar; obtendrán una “cuota de proyección”, de acuerdo con el comunicado de prensa, pero no está claro cuánto.

Y, desde el punto de vista comercial, los cineastas se muestran dudosos, lo cual es comprensible, pues no saben si deben aceptar la oferta de Amazon. La pregunta prevaleciente de varias personas que fueron entrevistadas de manera anónima para un artículo de The Hollywood Reporter a principios de este mes era la siguiente: ¿por qué las distribuidoras cinematográficas querrían pagar para proyectar una película que ya vieron gratis muchas personas que no formaban parte de la audiencia del festival?

Los organizadores del festival de este año ya gastaron dinero en cosas como recintos, contratos, viáticos y mercancía, comentó Meadow-Conner; recuperar esas pérdidas está lejos de ser una garantía. Como con South by Southwest, muchas organizaciones se han visto obligadas a reducir su personal: incluida en el anuncio de la cancelación del Festival Internacional de Cine de Seattle se encontraba la revelación de que tendría que mandar a casa sin goce de sueldo a la mayoría de sus empleados.

Sophie Hawley-Weld, del duo Sofi Tukker, durante su performance en el festival de Coachella en Indio, Caliornia, el año pasado.
(Etienne Laurent/EPA, via Shutterstock)
Sophie Hawley-Weld, del duo Sofi Tukker, durante su performance en el festival de Coachella en Indio, Caliornia, el año pasado. (Etienne Laurent/EPA, via Shutterstock)

Además, los festivales más pequeños enfrentan una batalla cuesta arriba para traer a las audiencias de regreso en cuanto estemos del otro lado de la pandemia. “¿Cuándo estará listo el público para salir de nuevo? ¿Cómo puedes mantenerlo interesado en línea durante este periodo?”, preguntó Meadow-Conner. Asistir a un festival como miembro de la audiencia con frecuencia no es una actividad barata, especialmente si vienes de lejos. Una entrada general de tres días a Coachella, que se ha pospuesto de la primavera al otoño de este año, cuesta 430 dólares sin incluir cuotas. En medio de la que posiblemente será una recesión masiva, ¿cuántas personas podrán pagar ese tipo de eventos?

Quizá eres alguien que jamás ha asistido —ni tuvo ningún deseo de asistir— a un festival. No son para ti: demasiado atestados y demasiado costosos. A menos que menosprecies toda la cultura por completo, esta implosión debería preocuparte.

Estos eventos desempeñan un papel importante en la infraestructura general de la cultura. Son una fuente vital de ingresos para los músicos; una manera de promover una película y (con suerte) asegurar los derechos de distribución para atraer a una audiencia más general; un escaparate para nuevos artistas y autores. Fomentan los negocios locales. En otros rincones de la industria, sirven de fuente adicional de ingresos para revistas como The New Yorker y Essence, en una época en que la circulación de contenido impreso está a la baja y hay poco dinero destinado a la publicidad.

No es como si fuera una revelación enterarnos de que el sector de las artes en general tiene poco financiamiento; lo saben todos los que hayan asistido a una escuela en la que los programas de música y teatro son los primeros en desaparecer cuando hay recortes de presupuesto o quien haya notado cuál es el tipo de persona que generalmente puede permitirse iniciar una carrera en el mundo del arte.

Sin embargo, como alguien que ha asistido a muchos tipos de festivales, tanto de manera profesional como por diversión, este momento resulta verdaderamente aterrador. Como una experiencia comunitaria, no hay nada como los festivales. Me encanta pensar en los artistas y las películas que he disfrutado en medio de una multitud llena de energía que está dispuesta a que las obras la entretengan, la conmuevan y la sorprendan. Puedo recordar con cariño los encuentros breves pero memorables y las amistades forjadas con aquellas personas que no habría podido conocer de otra manera.

Cuando no hay crisis, organizar un festival de por sí es un proyecto que a menudo resulta financieramente precario. Desde luego, algunos organizadores encontrarán maneras de adaptarse a la situación o ya lo están haciendo, pero la capacidad de llevar a cabo un evento con tantas partes independientes y variables acaba de volverse infinitamente más difícil. Las consecuencias están llegando a lo largo y a lo ancho del sector.

Aisha Harris es editora y escritora de la sección de Opinión, donde da cobertura a los temas de cultura y sociedad.

(c) The New York Times 2020

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