El fútbol no es nada sin fanáticos. Hasta que lo es todo

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Vista general del partido jugado sin público entre Tigres y Bravos Ciudad Juárez de la Liga México como medida preventiva ante el coronavirus. Estadio Universitario, Monterrey, México. 14 de marzo de 2020 (REUTERS/Daniel Becerril)
Vista general del partido jugado sin público entre Tigres y Bravos Ciudad Juárez de la Liga México como medida preventiva ante el coronavirus. Estadio Universitario, Monterrey, México. 14 de marzo de 2020 (REUTERS/Daniel Becerril)

Es perturbador ver un partido de fútbol a puertas cerradas, en un estadio lleno de eco y aire, en vez de ruido y vida. Los rostros de los jugadores, las camisetas que visten y los movimientos que hacen son los mismos, por supuesto, pero el entorno es tan extraño, tan diferente, que hay una sensación de dislocación. Son los deportes en el valle inquietante.

Los estadios son lugares extraños. Pocos pueden ser catalogados como maravillas arquitectónicas, aunque hay un puñado que sí te dejan sin aliento: el Estádio da Luz en Lisboa, donde el águila del Benfica vuela alrededor del campo antes de cada juego; la nueva casa del Tottenham, aún con esa sensación de pintura fresca; San Siro, la catedral brutalista del Milán.

Lo que los eleva, lo que los hace especiales, es la historia grabada en las paredes y la gente que llena sus gradas. Es difícil conseguir una buena fotografía del Signal Iduna Park, donde juega el Borussia Dortmund, cuando está vacío. Es imposible tomar una mala fotografía una vez que la Südtribune (la tribuna sur del estadio) en Alemania está llena.

El Artemio Franchi en Florencia es un cuenco sin alma cuando le pasas junto a él un martes por la mañana. Es el estadio con el diseño más básico que puedas imaginar, como si los arquitectos hubieran recibido solo una instrucción de sus empleadores fascistas: “Háganlo un poco redondo, pero no tan redondo”. Sin embargo, en una tarde de domingo, con la Fiorentina en casa, se convierte en un brumoso tumulto de figuras moradas. El Old Trafford es una nave especial en un deprimente estacionamiento de Inglaterra. El Goodison Park en Liverpool parece como si lo hubieran remendado con pegamento.

El estadio del Manchester United: Old Trafford (REUTERS/Phil Noble/File Photo)
El estadio del Manchester United: Old Trafford (REUTERS/Phil Noble/File Photo)

Eso, hasta que cobran vida. La presencia de los hinchas transforma estos lugares en algo que hace palpitar el corazón y también transforma los juegos que esos fanáticos van a ver. Ellos le aportan resonancia emocional al deporte que está en frente de ellos; elimínalos y la experiencia se vuelve extrañamente estéril, bordeando en lo inútil y casi deprimente. Los fanáticos hacen que el fútbol tenga sentido.

Es por eso que es una perspectiva poco atractiva que puedan pasar meses antes de que los estadios vuelvan a estar llenos: en algún momento de 2021, incluso según algunas de las proyecciones más optimistas. Los riesgos de salud pública son demasiado grandes para las concentraciones masivas de fanáticos en los estadios e, igual de importante, también para los hinchas que se dirigen a los estadios.

Ciertamente, para muchos, no tiene sentido volver a jugar fútbol hasta que la gente pueda ir a los estadios a verlo. El eslogan que desde hace tiempo ha sido la respuesta a la desconsideración casual del negocio del fútbol hacia el público que paga —“el fútbol no es nada sin fanáticos”— aplica ahora más literalmente que nunca.

Y aun así, con toda la sinceridad e importancia de ese sentimiento, con todo y que el fútbol sin hinchas no es para nada el fútbol que conocemos, el hecho de que la mayoría de las principales ligas de Europa se estén preparando para jugar sin público durante un tiempo, no debe ser desestimado como una decisión que solo está basada en una sucia conveniencia y una avaricia poco disimulada, un camino tomado meramente para el beneficio de la televisión. Después de todo, las personas que ven los juegos por televisión también son aficionados.

(Nicolás Aboaf)
(Nicolás Aboaf)

Para muchos, este es un tema delicado. En general, existe una estricta jerarquía entre los fanáticos, una que la sabiduría popular apoya incondicionalmente (y sé que contravenirla puede que no sea popular).

En esta clasificación, los mejores hinchas, los más devotos, son los que viajan para ver jugar a sus equipos como visitantes y van a todos sus juegos de local. Invierten horas y días en autobuses y trenes, sacrificándolo todo por el amor de sus colores. Algunos de ellos son ultras por declaración, algunos solo por inclinación.

Justo después de ellos, están los que van a los juegos de local, los que asumen el compromiso de diseñar sus fines de semana alrededor de sus equipos, los que hacen del fútbol la pieza central de sus vidas. Los que van ocasionalmente a los juegos tienen cierto prestigio; aquellos que solo aparecen en el estadio en las grandes ocasiones, un poco menos. Los fanáticos que solo ven los juegos por televisión están rezagados a cierta distancia, en algunos casos son ridiculizados y no son considerados verdaderos fanáticos.

Sin embargo, este es un modelo anticuado, uno que funcionaba cuando los equipos eran locales y los boletos eran asequibles, lo que sucede mucho menos ahora. No importa cuán devotos sean, algunos fanáticos podrían no ser capaces de estar presentes geográficamente. Quizás tienen compromisos familiares que les impiden ir. Puede ser que trabajen los fines de semana. Puede que no tengan suficiente dinero para una entrada al juego, mucho menos para un abono de temporada ni los recursos, el tiempo o incluso la capacidad para viajar.

Entonces, cuando decimos que los partidos se están organizando para el beneficio de la televisión, lo que queremos decir es que los partidos se están organizando para el beneficio de los fanáticos, la mayoría de los cuales solo pueden verlos por televisión. “Televisión” es un término abstracto, diseñado para ocultar y estigmatizar.

Para la mayoría de los fanáticos, y para todos excepto un minúsculo porcentaje de los equipos más importantes, es la única manera de consumir fútbol. Es, además, por supuesto, lo que mantiene todo funcionando: esos desorbitantes acuerdos televisivos solo son posibles por las suscripciones obtenidas por los canales, por la publicidad que pueden vender, por el dinero que, a fin de cuentas, viene de los hinchas.

Un hincha observando una pantalla fuera del estadio San Siro después que fuera suspendido el partido entre el Inter de Milán y la Sampdoria por la Serie A del fútbol italiano debido a un brote de coronavirus en las regiones de Lombardía y Véneto (REUTERS/Daniele Mascolo)
Un hincha observando una pantalla fuera del estadio San Siro después que fuera suspendido el partido entre el Inter de Milán y la Sampdoria por la Serie A del fútbol italiano debido a un brote de coronavirus en las regiones de Lombardía y Véneto (REUTERS/Daniele Mascolo)

Organizar juegos a puerta cerrada no es ideal. No es lo que nadie quiere. Es, por falta de un mejor término, peor que cuando las gradas están llenas de ruido y color, cuando hay una alegría desenfrenada de un lado y un implacable desconsuelo del otro. Pero no estamos en un mundo ideal en este momento. Lo que nos queda son opciones difíciles de tragar.

Todavía hay muchos obstáculos que superar antes de que el fútbol pueda regresar. Debe determinarse que los entrenamientos serán seguros para los jugadores y luego que también lo serán los juegos. Debe decidirse que no generará ninguna carga innecesaria en un Estado sobrecargado. Ningún partido vale una sola vida.

No obstante, tener a los hinchas allí, en el estadio, no debe ser la meta. Sí, el fútbol no es nada sin fanáticos. Sin embargo, por ahora, esos fanáticos tendrán que estar mucho más lejos de lo que quisieran. Tristemente, es un sacrificio que debe hacerse.

Después de todo, la otra alternativa a algunos meses de ver deportes en el valle inquietante, es aun más sombría. Las consecuencias económicas de esperar por un mundo perfecto son tales, que para el momento en que a los aficionados se les permita regresar a los estadios, puede que no quede nadie a quien ver en el campo.

(REUTERS/Phil Noble)
(REUTERS/Phil Noble)

Sin liderazgo visible, el silencio es cubierto por muchas voces

Javier Tebas, el hombre que dirige La Liga, ha dado tantas ruedas de prensa en las últimas semanas que podríamos asumir que carga un micrófono en su bolsillo. Christian Seifert, su contraparte en la Bundesliga, ha sido claro tanto en los beneficios como en los peligros del plan de Alemania para reanudar el fútbol en las próximas semanas. Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA, ha aceptado solicitudes de entrevistas de todo el continente.

Sin embargo, de parte de la Premier League, la competición nacional de fútbol más rica del planeta, la que tiene más espectadores y más fanáticos y crea más ruido que cualquier otra, solo ha habido silencio.

Y de muchas maneras, es una decisión sensata. Es imposible establecer una fecha para el posible regreso del fútbol. Es una tontería intentar adelantarse a una pandemia. ¿Para qué establecer un plazo si sabes que puedes no cumplirlo? La Premier League puede haber decidido ser prudente, paciente y no convertirse en rehén del destino.

Lo cual estaría bien, de no ser por el hecho de que el fútbol aborrece el vacío. Y ahora, en ausencia de una dirección clara, la conversación sobre cómo —o si— se reanudará la temporada de la Premier League, se ha convertido en el terreno de las fuentes anónimas: varios ejecutivos, en varios niveles, propusieron sus ideas, productos de su imaginación, moldeando la discusión para sus propios fines.

La Premier League, casi exclusivamente, parece ser incapaz de hablar con una sola voz y de proponer una solución colectiva a un problema colectivo. No es una gran señal, al inicio de su mayor desafío en los 28 años de historia de la organización. Existe el riesgo de que, si el daño económico no logra terminar con su supremacía, su gusto por las disputas egoístas sí lo haga.

Megan Rapinoe, estrella de los Estados Unidos (REUTERS/Benoit Tessier)
Megan Rapinoe, estrella de los Estados Unidos (REUTERS/Benoit Tessier)

Una prueba de compromiso

Cuando les preguntamos sobre sugerencias de temas para cubrir durante la suspensión indefinida del fútbol, varios de ustedes solicitaron mayor cobertura sobre los posibles efectos de la pandemia en el fútbol femenil. Con buena razón, además: es difícil ignorar la sensación de que al menos parte del crecimiento que hemos visto en los últimos años, especialmente en Europa, está en riesgo.

En parte, eso sucede porque gran parte de la conversación alrededor de cómo reanudar el fútbol es inherentemente, inconscientemente, estructuralmente, masculina. ¿Comprimir el resto de la temporada en un mes o seis semanas, por ejemplo? Eso está bien para los equipos varoniles, con sus plantillas de 25 jugadores, pero es mucho más exigente para los mujeres, quienes tienden a tener un núcleo mucho más pequeño de jugadoras a su disposición.

Sin embargo, el otro aspecto es más preocupante. En Europa, y en la National Women’s Soccer League en Estados Unidos (aunque mucho menos), la tendencia en años recientes ha sido que los equipos varoniles y femeniles estén vinculados: como divisiones del mismo club, aunque en la práctica sean por lo general socios desiguales. El equipo masculino tiende a ser la prioridad establecida; el equipo femenino, incluso uno con más logros, está subordinado.

Sin embargo, ese enfoque ha sido ampliamente reivindicado: el deporte femenil ha crecido sostenidamente y, en ocasiones, de manera espectacular durante la última década. Pero eso siempre ha venido con una obvia desventaja. La mayoría de los equipos femeniles todavía dependen de alguna manera del dinero que se vierte en el deporte varonil, para su financiamiento. Muy a menudo son olvidadas cuando se discute el tema de la infraestructura. Además, las lealtades tribales del fútbol varonil se derraman sobre el de las mujeres, lo que limita el interés de los fanáticos de cada equipo.

Sin embargo, ahora viene una verdadera prueba. Muchos en el fútbol femenil temen que a medida que los clubes lidien con las finanzas de los contratos, las cantidades relativamente pobres que destinan a sus equipos femeniles sean las primeras en desaparecer, por ser percibidas como una manera fácil de redirigir dinero al hijo predilecto. El fútbol, en pleno, va a sufrir las consecuencias del virus y la suspensión de los juegos. La preocupación es que el sufrimiento, como todo los demás, puede que no sea compartido equitativamente.

(c) The New York Times 2020

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