La ciudad de Matamoros, México, se encuentra justo al otro lado de la frontera con Brownsville, Texas. Más de 2.500 personas se han reunido ahí desde que el gobierno de Trump presentó la política de “Permanecer en México”, en un campamento escuálido ubicado a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, mientras esperan sus audiencias para recibir asilo. Viven en lugares estrechos e insalubres —algunos de ellos en tiendas de campaña, otros en refugios improvisados—, sin electricidad ni agua corriente. Cada vez son más susceptibles a padecer enfermedades respiratorias y desnutrición.
El 1 de abril, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos y la Oficina Ejecutiva de Revisión de Inmigración anunciaron que iban a posponer todas las audiencias debido al brote del coronavirus. Estas personas viven bajo la amenaza constante del virus, solo por ejercer su derecho humano a solicitar asilo.
Los voluntarios y las agrupaciones sin fines de lucro casi han desaparecido. La UNICEF se fue. Médicos Sin Fronteras sigue ofreciendo algunos servicios, pero Global Response Management (GRM), una organización internacional sin fines de lucro, es la única presencia constante. Los doctores, enfermeras y estudiantes de medicina que se ofrecieron como voluntarios de la agrupación —en algunos casos, incluso gente en busca de asilo— han hecho su mejor esfuerzo.
Sin embargo, el mejor esfuerzo de la agencia está limitado a la distribución de vitaminas, cubrebocas y la separación de las tiendas de campaña. Bajo circunstancias normales —si alguna parte de esto se puede llamar “normal”—, los doctores y las enfermeras no pueden hacer mucho más que atender una herida que requiere puntadas y diagnosticar amigdalitis o gripe. No pueden obtener pruebas para diagnosticar COVID-19.
La directora ejecutiva de GRM, quien a su vez es enfermera, informó que dentro del campamento había cinco pacientes con síntomas de COVID-19. La agencia reportó esto a las autoridades locales, pero les negaron las pruebas. GRM solicitó que estos migrantes fueran reubicados en hoteles cercanos, pero las autoridades migratorias de México no han autorizado el traslado.
Matamoros es la segunda ciudad más grande del estado de Tamaulipas, con una población superior a los 520.000 habitantes. Aunque no hay casos confirmados de COVID-19 en los campamentos, hay ocho casos confirmados en la ciudad. Los casos de gente con síntomas leves o moderados podrían entrar en cuarentena en sus tiendas de campaña y los casos más graves serían enviados a hospitales locales. Sin embargo, de acuerdo con GRM, entre los cinco hospitales públicos de la ciudad hay 10 respiradores y 40 camas en la unidad de cuidados intensivos. Un brote sería catastrófico.
México ha reaccionado lento frente a la amenaza del coronavirus. A mediados de marzo, el presidente Andrés Manuel López Obrador les dijo a los reporteros: “Tengo mucha fe de que vamos a sacar a nuestro querido México adelante. No nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias, nada de eso”. Con una actitud desafiante, ha besado y abrazado a simpatizantes en eventos recientes. México ha reportado al menos 4219 casos de COVID-19 y 273 muertes hasta la fecha de publicación de este artículo. [Para el 13 de abril de 2020 ya había 5014 casos confirmados y 332 defunciones]. Los profesionales de la salud han protestado por la carencia de equipo protector.
Las organizaciones noticiosas de Occidente están muy preocupadas por los migrantes de nuestra frontera sur. Les inquieta un escenario en el que haya un brote dentro del campamento. No obstante, el aprieto en el que están metidos los migrantes solo obedece a una curiosidad mórbida. Nos ofrecen fotos, tomadas desde helicópteros, de cuerpos encimados los unos sobre los otros, hinchados por el sol, y de niños ahogados abrazados a sus padres. Es el clásico material voyerista de Jonestown. Es la masacre de gente vulnerable de color que padece abusos por soñar con una vida mejor. A pesar de la preocupación por la gente que busca asilo en Matamoros, nadie se está apresurando para ayudarla. Los lectores solo se abalanzan para saber más sobre esta inminente fosa común.
A medida que cada vez es más notorio el aumento de los estragos a causa del coronavirus, queda claro que los migrantes de todo el mundo son de las personas más vulnerables. A menudo carecen de seguro de salud, tienen dificultades para conseguir su sustento y suelen tener una salud deficiente. No tienen el lujo ni la libertad para ejercer el distanciamiento social. Las mujeres y los hombres indocumentados de nuestras comunidades están en el frente de batalla —frecuentemente sin equipo de protección ni red de seguridad— arriesgando sus vidas para hacer los trabajos que la mayoría de los estadounidenses no quiere hacer. Están desinfectando los hospitales y los consultorios de los doctores, entregándote tu comida y cuidando a tus parientes ancianos.
El presidente Trump cree que la insistencia de la comunidad médica en torno a la cuarentena es una conspiración para destruir su presidencia. Mis padres son algunos de los viejos, inmunocomprometidos e indocumentados de la ciudad de Nueva York. Si se enferman, morirán. El gobierno de Trump no nos ayudará. Nosotros, los migrantes, en la frontera, o aquí en Nueva York, hemos sido orillados a valernos por nosotros mismos.
¿Sabes algo sobre los cuervos? Como migrante indocumentada, siempre he sentido una afinidad hacia ellos. Una investigación ha revelado que son tan listos como un niño de 7 años. Y, a pesar de todo, la mayoría de la gente los considera una plaga, aves indeseables. La gente les dispara o tiende alambres de púas para que no hagan sus nidos. Si lastimas a un cuervo, y este logra verte bien el rostro, generaciones de parvadas emparentadas con ese cuervo podrían cambiar de dirección, abalanzarse y atacarte. Los cuervos nunca olvidan si los lastimaste o a alguno de los suyos.
Al ser una de las profecías cumplidas del sueño americano, me he ganado el derecho a presagiar una. Si los gobiernos estadounidense y mexicano nos dejan morir en masa, atormentaremos a sus hijos, a los hijos de sus hijos, y también a los hijos de estos. Nunca dormirán en paz, y se acordarán de nuestros nombres.
(c) The New York Times 2020