WASHINGTON — Importantes asesores de la Casa Blanca, así como expertos influyentes en los departamentos del Gabinete y las agencias de inteligencia, sonaron las alarmas e instaron a tomar medidas agresivas para contrarrestar la amenaza del coronavirus, pero el presidente Donald Trump se tardó en responder, según un análisis detallado sobre la respuesta del gobierno.
Los puntos de vista de Trump fueron influenciados por disputas que ya tenían algún tiempo dentro del gobierno sobre los mecanismos para enfrentar a China y su propia sospecha sobre los motivos de los funcionarios al interior del que considera el “Estado profundo”. Además, en los debates internos, las recomendaciones de los funcionarios de salud pública a menudo compitieron con consideraciones económicas y políticas. Esto hizo más lento un proceso que derivó en decisiones tardías.
En entrevistas con decenas de ex funcionarios y funcionarios en activo, y una revisión de correos electrónicos y otros documentos, se revelan los puntos clave de inflexión que vivió el gobierno de Trump mientras luchaba por llevarle la delantera al virus, en vez de solo perseguirlo, y las opciones crudas a las que se tuvo que enfrentar el presidente a lo largo del camino a partir de los debates internos.
Las agencias de inteligencia y el Consejo de Seguridad Nacional emitieron advertencias tempranas.
A inicios de enero, funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional recibieron advertencias sobre los peligros potenciales de un nuevo virus en Wuhan, China.
Los epidemiólogos del Departamento de Estado ya habían advertido que el virus podía convertirse en una pandemia, y el Centro Nacional de Inteligencia Médica, un pequeño puesto de avanzada de la Agencia de Inteligencia de Defensa, llegó a la misma conclusión. Semanas más tarde, expertos en biodefensa de la oficina del Consejo de Seguridad Nacional responsable de rastrear pandemias se fijaron en lo que estaba ocurriendo en Wuhan y comenzaron a instar a los funcionarios a analizar las consecuencias de una cuarentena en ciudades del tamaño de Chicago y en decirle al público que trabajara desde casa.
Sin embargo, algunas de las primeras advertencias llegaron de halcones de seguridad nacional ansiosos de culpar a China que a menudo chocaban con los asesores económicos del presidente, quienes estaban preocupados por alterar las relaciones con China en una época en la que Trump estaba negociando un acuerdo comercial con Pekín.
A Trump le informaron de un memorando que decía que se podían perder 500.000 “almas estadounidenses”.
A finales de enero, Peter Navarro, el principal asesor comercial del presidente, escribió un memorando grave en el que argüía que una pandemia a causa del virus podía costarle mucho a Estados Unidos, pues produciría hasta medio millón de muertes y billones de dólares en pérdidas económicas.
El memorando, en el cual Navarro se mostró a favor de poner límites a los viajes desde China, dice que, en el peor de los casos, el virus podía infectar a un 30 por ciento de la población estadounidense, lo cual produciría muertes “del orden de medio millón de almas estadounidenses”.
En días recientes, Trump ha negado haber visto el memorando en ese momento. Sin embargo, un artículo del Times reveló que los asesores le mencionaron el documento en aquel entonces y que le disgustó que Navarro hubiera puesto sus ideas por escrito.
Se perdieron tres semanas en un momento crucial.
Para la tercera semana de febrero, los más altos funcionarios de salud pública llegaron a la conclusión de que había llegado la hora de desplegar una estrategia más agresiva para mitigar la propagación del virus, incluidos el distanciamiento social, las órdenes de quedarse en casa y los cierres de escuelas.
No obstante, nunca tuvieron la oportunidad de presentarle el plan al presidente. Un funcionario de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades hizo públicas advertencias nefastas demasiado pronto, lo cual produjo la caída de las acciones y el enfado de Trump, quien hizo a un lado a su secretario de salud y servicios humanos y puso al vicepresidente Mike Pence a cargo de la respuesta.
Tuvieron que pasar tres semanas más para que Trump por fin recomendara lineamientos agresivos de distanciamiento social, un periodo en el que el virus se propagó prácticamente sin obstáculos y el equipo de trabajo intentó no emitir mensajes alarmistas como el que había hecho enfurecer al presidente.
Al exterior y al interior del gobierno, los expertos estaban alarmados por la incapacidad para tomar medidas más expeditivas.
Durante enero y febrero, un grupo de académicos, médicos del gobierno y doctores especializados en enfermedades infecciosas —entre ellos funcionarios del gobierno de Trump— expresaron su alarma a causa de la ferocidad del coronavirus en una larga cadena de correos electrónicos que llamaron “Red Dawn” (Amanecer rojo), un chiste local basado en una película de 1984 sobre una banda de estadounidenses que intenta salvar el país después de una invasión extranjera.
En repetidas ocasiones, los funcionarios expresaron su preocupación en torno a la falta de una acción agresiva para enfrentar el virus. Se quejaron de la escasez de pruebas y ayudaron a que el gobierno pusiera atención a las preocupaciones sobre la gente que podía propagar el virus sin presentar síntomas. También rastrearon la propagación mundial del virus. A finales de febrero, uno de los principales doctores del Departamento de Asuntos de los Veteranos escribió: “Entonces tenemos una oportunidad relativamente pequeña y estamos andando a ciegas. Parece que Italia ya no pudo lograrlo”.
La Casa Blanca estaba dividida en torno a la manera de responder.
En marzo, el presidente estaba rodeado de facciones divididas, aunque cada vez se hizo más claro que no era factible seguir evitando la ejecución de medidas más agresivas para detener la propagación del virus.
La noche del 11 de marzo, mientras se preparaba para dar un discurso desde el Despacho Oval, Trump seguía resistiéndose a aceptar las propuestas del distanciamiento social, los cierres de las escuelas y otras medidas que iban a poner en riesgo la economía. Para comprender los efectos potenciales sobre el mercado bursátil y la economía, Trump se puso en contacto con inversionistas prominentes como Stephen Schwarzman, director ejecutivo de Blackstone Group, una firma de capital privado.
Durante una reunión en el Despacho Oval, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, remarcó que esas medidas iban a devastar la economía. Robert O’Brien, el asesor de seguridad nacional, quien llevaba semanas preocupado por el virus, sonó exasperado cuando le dijo a Mnuchin que la economía iba a ser destruida de todos modos si los funcionarios no hacían nada.
Después, Trump reflexionó sobre ese periodo de debates con sus asesores: “Todo el mundo lo cuestionó un rato… no todo el mundo, pero una buena parte lo cuestionó”. Y agregó: “Dijeron: ‘Dejémoslo abierto. Veamos sobre la marcha’”.
(c) The New York Times 2020