Venezuela y la tela de una araña

Por Alberto Barrera Tyszka

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(maduro reuters)
(maduro reuters)

En medio de la pandemia que sacude al mundo, también hay tiempo, dinero y energías para los juegos de guerra. Estados Unidos ha desplegado esta semana una enorme operación militar cerca de las costas de Venezuela. “No permitiremos que los narcotraficantes se aprovechen de la crisis del coronavirus”, dice Trump. Nicolás Maduro, por su parte, denuncia la maniobra y desafía al gobierno estadounidense con la “furia bolivariana”. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los dos? En el contexto de precariedad alimenticia y sanitaria de Venezuela, solo se puede participar en un juego de este tipo con una condición: que te importen un carajo las víctimas.

Desde 2014 se viene alertando sobre la crisis de salud pública en el país. El deplorable estado de las instalaciones, sumado a la crisis eléctrica que produce apagones en distintas zonas, la inflación, la escasez de insumos y la falta de agua, ofrecen un panorama de alto riesgo. Antes de la pandemia, enfermarse ya era muy peligroso en Venezuela. A esto, además, hay que añadir las aterradoras estadísticas sobre alimentación y economía: casi el 60 por ciento de los hogares no tienen dinero para comprar comida. El 21 por ciento de los venezolanos se encuentran subalimentados y más del 30 por ciento de la población padece inseguridad alimentaria. Venezuela es hoy una frágil tela de araña sobre la cual presionan y se mueven las distintas fuerzas geopolíticas en pugna, tratando de obtener una victoria, aun a riesgo de aumentar más la tragedia.

Esta nueva etapa de la crisis entre los dos países se ha precipitado en estos días de forma algo abrupta y, por momentos, confusa. El 26 de marzo, el gobierno de Estados Unidos acusó formalmente de narcotráfico a algunos de los miembros más prominentes del chavismo, ofreciendo además una recompensa de 15 millones de dólares por cualquier información que conduzca a la captura y detención de Nicolás Maduro. Cinco días después, sin embargo, el mismo gobierno de Trump propuso una negociación para la solución del conflicto: presentó un nuevo un plan de transición, que supone la salida de Maduro y del chavismo de sus espacios de poder pero que ofrecía, a cambio, la eliminación de las sanciones que pesan sobre ellos y sobre el país.

Como era previsible, la reacción del régimen de Maduro fue un rechazo inmediato, tanto a las acusaciones de narcotráfico como al nuevo plan de acuerdos propuesto por Estados Unidos. Así que el Comando Sur estadounidense dirigió sus barcos y su armamento hacia las costas del Caribe. Más allá de las estrategias electorales de Trump y más allá del demostrado cinismo político del chavismo, ¿acaso es posible justificar todos estos movimientos de cara a la emergencia que vive ahora el planeta?

El chavismo denuncia que todo solo es una maniobra de distracción, que Trump pretende crear una cortina de humo, desviar la atención que hay sobre la “crisis humanitaria” que atraviesa Estados Unidos. Mientras, a lo interno, endurece la represión: en el lapso de unos días detuvo a cinco allegados a Juan Guaidó y amenazó a los opositores de ir contra ellos en caso de una invasión. Maduro y su equipo están acostumbrados a resistir. El fantasma de una intervención o los intentos de quebrar el control chavista de los militares ya han fracasado anteriormente. La asesoría cubana y la falta de escrúpulos son grandes ventajas a la hora de enfrentar la presión internacional.

El liderazgo opositor, por su parte, cada vez más debilitado y diezmado, acorralado por los ataques del chavismo y de su propia división, parece haberse resignado a trabajar bajo la tutela y la iniciativa estadounidense. Guaidó ha reiterado su acuerdo con todos los recientes movimientos de Donald Trump. Todo esto despierta y refuerza otra vez la narrativa chavista y devuelve el conflicto a las estrategias y los códigos de la Guerra Fría. De nuevo: un juego de ajedrez en el Caribe. Solo que ahora el tablero es muy frágil, está infectado, débil. Quién sabe cuánto aguante.

Venezuela, sin duda, está mucho menos preparada que el resto de los países del continente para enfrentar la epidemia de COVID-19. Hasta ahora, una de las medidas más eficaces del chavismo contra la epidemia ha sido la censura. Mientras Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación, se viste de médico para dar los partes oficiales de los supuestos éxitos sanitarios del gobierno, los cuerpos de seguridad reprimen y detienen a reporteros y defensores de derechos humanos. Por dar a conocer información sobre la situación de la epidemia en el país, el periodista Darvinson Rojas pasó 12 días secuestrado por las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES).

Esta actitud no es nueva. Forma parte de un método. Basta recordar que el chavismo negó por mucho tiempo la existencia de una crisis socioeconómica en Venezuela. Varios voceros llegaron a afirmar que no había problemas, que no había pobreza ni escasez en el país, que todo era un invento mediático, una ficción conspirativa. El chavismo solo aceptó que había una crisis humanitaria en Venezuela cuando pudo culpar de ella a Estados Unidos. No es desechable la hipótesis de que, ahora, se comporte de la misma manera. Podría aprovechar la coyuntura para, entonces, reconocer la terrible tragedia que puede azotar al país. Ya tiene a un culpable más visible frente a las costas.

Cuando yo era niño, para enfrentar el aburrimiento, mi padre nos enseñó un divertimento verbal y musical: un elefante se balanceaba / sobre la tela de una araña. / Como veía que resistía / fue a buscar a un camarada. Y seguía entonces: dos elefantes se balanceaban / sobre la tela de una araña… y así podían gastarse las horas, hasta el infinito, sumando paquidermos. Pero los juegos de guerra no ofrecen las mismas garantías que los juegos verbales.

¿Hasta donde están dispuestos a llegar Trump y Maduro? ¿Y qué puede o debe hacer, entonces, la comunidad internacional, dedicada legítimamente a atender también sus propias emergencias de salud? Es necesario, desde todos los sectores, dentro y fuera del país, hacer esfuerzos para que los actores políticos, con todas las condiciones del caso, hagan un pacto frente a la emergencia. Lo que puede suceder en las próximas semanas en el país es catastrófico. La vida de la población debe ser lo primero. Venezuela no puede seguir siendo la tela de una araña.

Alberto Barrera Tyszka es escritor. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.

(c) The New York Times 2020

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