Les llaman taxis corona: personal médico vestido con equipo de protección conduce por las calles vacías de Heidelberg, Alemania, para atender a los pacientes en su casa durante cinco o seis días después de haber contraído la COVID-19.
Toman una muestra de sangre y buscan señales que indiquen que el paciente puede ponerse muy enfermo. Es posible que le sugieran hospitalizarse a algunos pacientes aunque solo presenten síntomas leves, pues las probabilidades de sobrevivir aumentan mucho si los pacientes están hospitalizados cuando inicia el deterioro.
“Existe un punto crítico al final de la primera semana”, señaló Hans-Georg Kräusslich, director de virología en el Hospital Universitario de Heidelberg, uno de los hospitales de investigación más importantes de Alemania. “Si se trata de una persona cuyos pulmones pueden fallar, es entonces cuando comenzará a empeorar”.
Los taxis corona de Heidelberg son solo una iniciativa en una ciudad, pero ilustran el nivel de compromiso y de distribución de los recursos públicos para el combate de la epidemia, lo que ayuda a resolver uno de los misterios más inexplicables de la pandemia: ¿por qué la tasa de letalidad es tan baja en Alemania?
El virus y la enfermedad que este provoca, la COVID-19, ha atacado a Alemania con fuerza: de acuerdo con la Universidad Johns Hopkins, este país tenía más de 92.000 casos confirmados hasta el mediodía del sábado, más que cualquier otro país, excepto Estados Unidos, Italia y España.
Pero con 1295 muertes, el índice de letalidad de Alemania se situó en 1,4 por ciento en comparación con el 12 por ciento en Italia; alrededor del 10 por ciento en España, Francia y el Reino Unido; 4 por ciento en China, y 2,5 por ciento en Estados Unidos. Incluso Corea del Sur, el país modelo en cuanto a aplanar la curva, tiene una tasa de letalidad más alta: 1,7 por ciento.
“Se ha hablado de una anomalía en Alemania”, señaló Hendrik Streeck, director del Instituto de Virología del Hospital Universitario de Bonn. Streeck ha estado recibiendo llamadas de sus colegas de Estados Unidos y de otros países del mundo.
“Me preguntan qué estamos haciendo distinto y por qué nuestra tasa de letalidad es tan baja”, comentó.
Los expertos sostienen que hay varias respuestas a estas preguntas: una combinación de tergiversaciones estadísticas y diferencias muy reales en la forma en que el país ha manejado la pandemia.
La edad promedio de las personas contagiadas en Alemania es menor que en muchos otros países. Según Kräusslich, muchos de los primeros pacientes contrajeron el virus en los centros para esquiar de Austria e Italia, así que eran relativamente jóvenes y sanos.
“Empezó como una epidemia de los esquiadores”, afirmó.
Conforme se ha propagado el virus, este ha llegado a personas de mayor edad, y la tasa de letalidad —de solo 0,2 por ciento hace dos semanas— también se ha elevado. Pero la edad promedio de los contagiados sigue siendo relativamente baja: 49 años. En Francia es de 62,5 años y en Italia, de 62 años, de acuerdo con sus informes nacionales más recientes.
Otra explicación de la baja tasa de letalidad es que Alemania ha estado administrándoles pruebas a muchas más personas que la mayoría de los demás países. Eso implica que detecta a más personas asintomáticas o que presentan pocos síntomas, con lo cual aumenta el número de casos conocidos, pero no el número de muertes.
“Eso reduce en forma automática la tasa de letalidad en las estadísticas”, comentó Kräusslich.
Pero, según los epidemiólogos y los virólogos, también existen factores médicos importantes que han mantenido relativamente bajas las cifras de muertos en Alemania, en especial las pruebas y los tratamientos oportunos y generalizados, la gran cantidad de camas de cuidados intensivos y un gobierno confiable cuyas medidas de distanciamiento social son acatadas por casi todos.
Las pruebas
A mediados de enero, mucho antes de que la mayoría de los alemanes realmente prestara atención al virus, el Hospital Charité de Berlín ya había desarrollado una prueba y había compartido la fórmula en internet.
Para cuando Alemania registró su primer caso de COVID-19 en febrero, los laboratorios de todo el país ya tenían un suministro de paquetes de pruebas.
“El motivo por el que en Alemania tenemos tan pocas muertes en este momento en relación con la cantidad de personas contagiadas se puede explicar en gran medida por el hecho de que estamos realizando una gran cantidad de pruebas de laboratorio”, dijo Christian Drosten, virólogo principal en el Hospital Charité, cuyo equipo desarrolló la primera prueba.
Por ahora, Alemania está aplicando cerca de 350.000 pruebas de coronavirus a la semana, muchas más que cualquier otro país europeo. Las pruebas tempranas y generalizadas han permitido que las autoridades reduzcan la propagación de la pandemia al aislar a las personas diagnosticadas mientras pueden contagiar a los demás. Esto también ha posibilitado que se administren los tratamientos para salvar la vida de los pacientes de una manera más oportuna.
“Cuando hay un diagnóstico oportuno y puedo darles tratamiento a los pacientes en una etapa temprana —por ejemplo, ponerlos en un respirador antes de que se deterioren—, las posibilidades de supervivencia son mucho más altas”, afirmó Kräusslich.
El seguimiento
Un viernes de finales de febrero, Streeck recibió la noticia de que por primera vez un paciente de su hospital en Bonn había dado positivo por coronavirus: un hombre de 22 años que no tenía síntomas, pero cuyo empleador —una escuela— le había pedido que se hiciera la prueba luego de saber que había participado en un carnaval en el que había estado una persona que había dado positivo.
En la mayoría de los países, incluyendo Estados Unidos, las pruebas se limitan en gran medida a los pacientes más enfermos, así que probablemente a ese hombre se la habrían negado.
Eso no sucede en Alemania. Tan pronto como llegaron los resultados, se cerró la escuela y se les ordenó a todos los niños y al personal que permanecieran en casa con su familia durante dos semanas. Se realizaron pruebas a unas 235 personas.
“Las pruebas y el seguimiento es la estrategia que tuvo éxito en Corea del Sur y hemos intentado aprender de eso”, señaló Streeck.
Un sistema de salud pública sólido
Antes de que la pandemia del coronavirus arrasara en Alemania, el Hospital Universitario de Giessen tenía 173 camas para cuidados intensivos equipadas con respiradores. En las últimas semanas, el hospital se ha esforzado para añadir otras 40 camas y aumentó un 50 por ciento el personal que estaba en espera para trabajar en cuidados intensivos.
“Ahora tenemos tanta capacidad que estamos recibiendo pacientes de Italia, España y Francia”, comentó Susanne Herold, especialista en infecciones pulmonares en ese hospital que ha supervisado la reconversión del pabellón de cuidados intensivos. “Tenemos un área de cuidados intensivos muy reforzada”.
En toda Alemania, los hospitales han ampliado su capacidad en cuidados intensivos. Además, comenzaron desde un nivel alto. En enero, Alemania tenía aproximadamente 28.000 camas de cuidados intensivos equipadas con respiradores, o 34 por cada 100.000 personas. En comparación, en Italia esa cifra es de 12 y en los Países Bajos, de 7.
En estos momentos, Alemania cuenta con 40.000 camas de cuidados intensivos.
La confianza en el gobierno
Además de las pruebas masivas y del nivel de preparación del sistema de salud, muchas personas también consideran que el liderazgo de la canciller Angela Merkel es una de las razones de que haya seguido baja la tasa de letalidad.
Merkel ha mantenido una comunicación clara, serena y periódica durante toda la crisis, al tiempo que impuso medidas cada vez más estrictas de distanciamiento social en el país. Las restricciones, que han sido fundamentales para reducir la propagación de la pandemia, no tuvieron mucha oposición política y la mayor parte de la población las respeta.
El índice de aceptación de la canciller se ha disparado.
“Tal vez nuestra mayor fortaleza en Alemania”, comentó Kräusslich, “sean las decisiones sensatas que se toman en el nivel gubernamental más alto, junto con la confianza de la población en el gobierno”.
Christopher F. Schuetze colaboró desde Berlín para este reportaje.
(c) The New York Times 2020