Después de que la pareja limpió la parte superior de sus latas de cerveza, Morgane Clément-Gagnon, de 33 años, miró fijamente al músico desgarbado que acababa de conocer en línea, mientras estaban sentados a medio metro de distancia en la banca de un parque en Montreal. En un inicio, los dos se saludaron tocándose las puntas de los tenis. Sin embargo, a medida que la risa dio paso a una conversación sobre sus miedos, se agitó el corazón de ella. Se inclinó para besarlo.
Carcomida por la fiebre y confinada en su estrecho apartamento de dos habitaciones en Estambul, Zeynap Boztas, de 42 años, se sentía atrapada, no solo en el aspecto físico, sino también en el psicológico: el marido del que planeaba divorciarse y echar de la casa tras haber encontrado aplicaciones de citas en su iPad dos semanas atrás, ahora estaba tendido a su lado en la cama.
En su apartamento de Berlín, Michael Scaturro, un escritor estadounidense de 38 años, estaba asistiendo a una “hora feliz” con 15 amigos solteros de Berlín, Madrid, Londres y Nueva York. Mientras el famoso club nocturno Berghain destellaba en las pantallas de sus computadoras, los miembros del grupo bebieron merlot, vieron a un DJ de Londres y hablaron sobre la sabiduría relativa de encontrar un “coronanovio” o novia que sirva para sobrellevar la crisis.
Estos son algunos vistazos a las vidas radicalmente alteradas de millones de personas en todo el mundo que están sorteando el amor, el odio y el extenso terreno que hay en medio bajo el mandato tirano del coronavirus.
En cuestión de semanas, la epidemia global ha transformado las relaciones, las citas y el sexo. Se han pospuesto las bodas, mientras que en China las tasas de divorcios supuestamente se han disparado a medida que la crisis se ha relajado. Amantes y familiares están sufriendo separaciones dolorosas con el cierre de las fronteras. Las decisiones prosaicas, como enviar a un niño a una cita para jugar o conocer a un potencial pretendiente, se han vuelto asuntos de vida o muerte.
El internet ha emergido como un salvavidas para millones de solteros atrapados en sus casas, pues les ha permitido ir a citas virtuales de yoga, asistir a versiones digitales de fiestas de “drag queens” con karaoke o soplar las velas en reuniones de cumpleaños por WhatsApp.
Las mascotas se han convertido en una fuente de consuelo en ciudades cerradas como Londres, Madrid y París. En Francia, pasear a un perro una vez al día es una de las pocas razones permisibles para salir, junto con buscar ayuda médica o hacer las compras.
La crisis ha engendrado un nuevo léxico. Donde antes había “bebés de apagones”, ahora podemos esperar una ola de “coronabebés” y una nueva generación de adolescentes “cuarentenos” en 2033. Las parejas cuyos matrimonios se estén desgastando bajo las presiones del autoaislamiento podrían estar en camino a un “covidivorcio”.
Se ha vuelto más complicado tener una aventura y salirse con la suya. Cuando un hombre de un pequeño pueblo en la provincia de Santiago del Estero en Argentina les presumió a sus amigos que tuvo un encuentro romántico con una mujer que había sido su amante y estaba de regreso de España, ellos lo acusaron con las autoridades. El 14 de marzo, todo el pueblo cerró de emergencia. Luego, el hombre se convirtió en el primer caso confirmado de coronavirus en la provincia.
La pandemia está alterando las nociones de comunidad y espacios urbanos: por ejemplo, gente de todo el mundo se reúne todos los días en los balcones para aplaudir a los profesionales de la salud, tocar música e incluso correr maratones.
Sean Safford, profesor de Psicología del Instituto de Estudios Políticos de París, quien está encerrado en la ciudad con su marido y su hijo de 7 años, comentó que el coronavirus había cambiado de manera drástica el instinto humano de reunirse físicamente durante una crisis al exigir que la gente hiciera lo opuesto.
“En crisis anteriores, como los ataques terroristas en Francia o el 11 de septiembre en Estados Unidos, millones de personas se reunieron solidariamente en plazas o vigilias, pues la gente tiene el deseo de encontrar comunidad”, dijo en una videollamada desde París, que realizó al interior de un gran vestidor que había transformado en una oficina improvisada, lejos de su familia. “Ahora nos dicen que quedarse en casa y autoaislarse es la forma heroica de ser un buen ciudadano del mundo”.
En China, donde el coronavirus forzó a cientos de millones de personas a permanecer aisladas, el mes pasado, la cifra de solicitudes de divorcio se disparó en al menos dos provincias, Sichuan y Shanxi, según informaron los medios locales, pues se intensificaron las disputas entre las parejas durante la cuarentena.
Dazhou, una ciudad de la provincia suroccidental de Sichuan, recibió cerca de cien solicitudes de divorcio en menos de tres semanas, mencionó en una videoentrevista un funcionario que gestiona este tipo de solicitudes, quien agregó que había una gran cantidad de casos pendientes. Una oficina que se encarga de los divorcios en Xi’an, una enorme ciudad al norte del país, creó un sistema de citas para escalonar a las parejas en proceso de separación y al mismo tiempo mantener el distanciamiento social.
Zeynap Boztas, la mujer de Estambul que está viviendo con el marido del que planea divorciarse, comentó que el coronavirus la había llevado al borde de una crisis emocional. Boztas había decidido separarse de su marido de doce años, un vendedor, tan solo dos semanas antes de que la ciudad fuera cerrada de emergencia. Según Boztas, la relación había sido turbulenta desde hace más de un año: él se quejaba de que su comida era insípida, se burlaba de ella por la ropa que se ponía y pasaba horas sentado absorto frente a la computadora.
Habían probado con talleres y terapia para parejas por el bien de sus dos hijos pequeños, pero nada había funcionado. Por lo tanto, Boztas señaló que sintió alivio y claridad cuando vio que él la había estado engañando con otra mujer a sus espaldas. Después de que lo confrontó, el aceptó mudarse.
“Por fin pensé que iba a ser libre”, comentó en una videollamada.
Sin embargo, cuando él regresó de su viaje de negocios, insistió en quedarse en la casa de la familia hasta que se aquietara la amenaza del brote del coronavirus. “Son tiempos de incertidumbre; deberíamos ahorrar dinero; deberíamos estar juntos como familia”, fueron las palabras del marido Boztas. Como no tenía trabajo de traductora y ya no quería alterar más a sus hijos, accedió de mala gana.
Ahora, más de dos semanas después, Boztas y su marido están combatiendo un resfriado y síntomas parecidos a los de la gripe que ella teme que puedan ser formas leves del coronavirus.
Boztas comentó que estas condiciones de vida estaban haciendo estragos en su salud mental, sumados a sus problemas respiratorios. Para evitar las peleas frente a sus hijos, ahora intercambian correos electrónicos acalorados, incluso cuando solo están a unos centímetros de distancia. No obstante, Boztas mencionó que su marido en esencia se comportaba como si no hubiera cambiado nada. “La otra noche simplemente entró a mi cama como si todo estuviera normal e intentó rodar hasta ponerse sobre mí para tener sexo”, señaló. “Fue como una mala broma. Siento como si los muros me aplastaran y el techo se derrumbara sobre mi cabeza”.
Para la gente soltera, la crisis del coronavirus representa un tipo distinto de desafío.
Después de emparejarse con un músico neozelandés en Hinge, una aplicación de citas, Morgane Clément-Gagnon, una artista y fotógrafa, comentó que se sintió embelesada cuando se comunicaron por videollamada: era guapo, la charla fluyó y compartieron una pasión por las artes.
Ansiosos por conocerse, pero nerviosos por la amenaza del coronavirus, los dos optaron por una cita en una “discoteca silenciosa con distanciamiento social” en un parque. Sentados a cierta distancia en una banca del parque, escucharon a Celine Dion y Britney Spears, bailaron y cantaron la música que salía de un iPhone.
“Cuando se permitió disfrutar mi gusto por la música kitsch y divertida, supe que sería una buena cita”, recordó, con una sonrisa de oreja a oreja.
Cuando la cita terminó con un beso inesperado, Clément-Gagnon, quien llevaba soltera un año, mencionó que quería verlo de nuevo. Sin embargo, había obstáculos: su hermana acababa de regresar de Australia y estaba viviendo con ella en cuarentena. Mientras tanto, el hombre quería regresar a Nueva Zelanda para estar con su familia antes de que cerraran las fronteras.
Los dos se enviaban mensajes de texto todo el tiempo y sopesaban los riesgos de verse de nuevo, las reglas normales del cortejo restringidas por la información sobre la propagación del virus. A final de cuentas, ella decidió violar su cuarentena y verlo en el apartamento vacío de un amigo, donde platicaron, vieron películas y encontraron consuelo en los brazos del otro.
“¿El corona está sacando algo de magia de todo esto?”, preguntó Clément-Gagnon. “Tengo miedo en todas partes, y en esta reunión inesperada no lo tuve. Tal vez esta historia del corona muera con la enfermedad. Pase lo que pase, fue un momento hermoso”.
(c) The New York Times 2020